La palabra “Amén” es una expresión que solemos utilizar al final de nuestras oraciones como una manera de confirmar nuestra fe y nuestra petición a Dios. Cuando rezamos el Padre Nuestro en nuestra vida cotidiana, siempre decimos “Amén” al concluir esta oración. Sin embargo, durante la Santa Misa, esta costumbre cambia, y es importante entender por qué no decimos “Amén” al final del Padre Nuestro en ese contexto litúrgico.
El Padre Nuestro es una oración central en la tradición cristiana, enseñada por Jesús mismo a sus discípulos como una guía para la oración. Esta oración es recitada no solo por su contenido significativo, sino también por su importancia en la liturgia de la Misa. En la Misa, el Padre Nuestro forma parte integral del rito, lo que significa que es una oración que está incorporada directamente en la liturgia de la Misa y no se considera una oración independiente.
Entonces, ¿por qué no decimos “Amén” al final del Padre Nuestro en la Misa? La respuesta radica en el hecho de que, al ser parte de la liturgia, la oración aún no ha concluido cuando la Asamblea (la congregación) la recita. Después de que los fieles recitamos las palabras familiares del Padre Nuestro, “y líbranos del mal”, la oración continúa. Este momento se llama embolismo, que es una oración que recoge y desarrolla una oración anterior.
Cuando decimos “y líbranos del mal”, estamos pidiendo a Dios que nos libre de todo mal y nos conceda su paz. Sin embargo, el sacerdote continúa rezando, desarrollando la oración, y ampliando su significado. El sacerdote dice: “líbranos, Señor, de todos los males y concédenos la paz en nuestros días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos contra toda perturbación, mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro salvador, Jesucristo”. Esta extensión de la oración es parte fundamental de la liturgia de la Misa.
Es importante comprender que en la Misa, el Padre Nuestro no es seguido por otra oración separada. En cambio, forma parte de una oración más amplia en la que el Padre Nuestro es un fragmento. Por lo tanto, no decimos “Amén” al final del Padre Nuestro en la Misa porque la oración aún no ha concluido en ese momento.
Después de que el sacerdote haya recitado el embolismo, la Asamblea responde con la aclamación: “Tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. Esta aclamación confirma y refuerza la fe de los fieles en la soberanía y el poder de Dios. De esta manera, se completa la oración que se inició con el Padre Nuestro, y se subraya la unidad de la liturgia de la Misa.
En resumen, la razón por la que no decimos “Amén” al final del Padre Nuestro en la Misa es que esta oración es una parte integral de la liturgia, y su conclusión se da con la respuesta de la Asamblea y no con el tradicional “Amén”. La liturgia de la Misa nos invita a experimentar la oración de manera más profunda y reflexiva, reconociendo la continuidad y unidad de la oración a lo largo de todo el rito.