2 Pedro

2 PEDRO

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SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO

2 Pedro 1

Salutación apostólica.

1 Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que han alcanzado fe, no menos preciosa que la nuestra, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo [12620] :

2 la gracia y la paz sean multiplicadas en vosotros por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor [12621] .

La vida ejemplar del cristiano.

3 Pues, mediante ese conocimiento de Aquel que nos llamó para su gloria y virtud, su divino poder nos ha dado todas las cosas conducentes a la vida y a la piedad,

4 por medio de las cuales nos han sido obsequiados los preciosos y grandísimos bienes prometidos, para que merced a ellos llegaseis a ser partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción del mundo que vive en concupiscencias [12622] .

5 Por tanto, poned todo vuestro empeño en unir a vuestra fe la rectitud, a la rectitud el conocimiento [12623] ,

6 al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia, a la paciencia la piedad,

7 a la piedad el amor fraternal, y al amor fraternal la caridad.

8 Porque si estas cosas están en vosotros y crecen, os impiden estar ociosos y sin fruto en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

9 En cambio, quien no las posee está ciego y anda a tientas, olvidado de la purificación de sus antiguos pecados.

10 Por lo cual, hermanos, esforzaos más por hacer segura vuestra vocación y elección [12624] ; porque haciendo esto no tropezaréis jamás.

11 Y de este modo os estará ampliamente abierto el acceso al reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

12 Por esto me empeñaré siempre en recordaros estas cosas, aunque las conozcáis y estéis firmes en la verdad actual.

13 Porque creo de mi deber, mientras estoy en esta tienda de campaña, despertaros con amonestaciones [12625] ,

14 ya que sé que pronto vendrá el despojamiento de mi tienda, como me lo hizo saber el mismo Señor nuestro Jesucristo.

15 Procuraré, sin embargo, que, aun después de mi partida, tengáis siempre cómo traeros a la memoria estas cosas [12626] .

La Parusía del Señor.

16 Porque no os hemos dado a conocer el poder y la Parusía de nuestro Señor Jesucristo según fábulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su majestad [12627] .

17 Pues Él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue enviada aquella voz: “Éste es mi Hijo amado en quien Yo me complazco”;

18 Y esta voz enviada del cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo [12628] .

El testimonio de los profetas.

19 Y tenemos también, más segura aun, la palabra profética, a la cual bien hacéis en ateneros –como a una lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que amanezca el día y el astro de la mañana se levante en vuestros corazones– [12629]

20 entendiendo esto ante todo: que ninguna profecía de la Escritura es obra de propia iniciativa [12630] ;

21 porque jamás profecía alguna trajo su origen de voluntad de hombre, sino que impulsados por el Espíritu Santo hablaron hombres de parte de Dios.

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2 Pedro 2

Los falsos doctores.

1 Pero hubo también falsos profetas en el pueblo, así como entre vosotros habrá falsos doctores, que introducirán furtivamente sectarismos perniciosos, y llegando a renegar del Señor que los rescató, atraerán sobre ellos una pronta ruina [12631] .

2 Muchos los seguirán en sus disoluciones, y por causa de ellos el camino de la verdad será calumniado.

3 Y por avaricia harán tráfico de vosotros, valiéndose de razones inventadas: ellos, cuya condenación ya de antiguo no está ociosa y cuya ruina no se duerme.

Ejemplos de la justicia divina.

4 Porque si a los ángeles que pecaron no los perdonó Dios, sino que los precipitó en el tártaro, entregándolos a prisiones de tinieblas, reservados para el juicio [12632] ,

5 y si al viejo mundo tampoco perdonó, echando el diluvio sobre el mundo de los impíos y salvando con otros siete a Noé como predicador de la justicia [12633] ;

6 y si condenó a la destrucción las ciudades de Sodoma y Gomorra, tornándolas en cenizas y dejando para los impíos una figura de las cosas futuras [12634] ,

7 mientras que libraba al justo Lot, afligido a causa de la vida lasciva de aquellos malvados –

8 pues este justo, que habitaba entre ellos, afligía día por día su alma justa al ver y oír las obras inicuas de ellos–

9 bien sabe entonces el Señor librar de la tentación a los piadosos y reserva a los injustos para el día del juicio que los castigará [12635] ,

10 sobre todo a los que en deseos impuros andan en pos de la carne y desprecian el Señorío. Audaces y presuntuosos, no temen blasfemar de las Glorias (caídas) [12636] ,

11 en tanto que los ángeles, siendo mayores en fuerza y poder, no profieren contra ellas juicio injurioso delante del Señor.

Corrupción de los falsos doctores.

12 Pero ellos, como las bestias irracionales –naturalmente nacidas para ser capturadas y destruidas– blasfemando de lo que no entienden, perecerán también como aquellas,

13 recibiendo su paga en el salario de la iniquidad. Buscan la felicidad en la voluptuosidad del momento; sucios e inmundos, se deleitan en sus engaños, mientras banquetean con vosotros [12637] .

14 Tienen los ojos llenos de la mujer adúltera y no cesan de pecar; con halagos atraen las almas superficiales; y su corazón está versado en la codicia; son hijos de maldición [12638]

15 que, dejando el camino derecho, se han extraviado para seguir el camino de Balaam, hijo de Beor, que amó el salario de la iniquidad [12639] ,

16 mas fue reprendido por su transgresión: un mudo jumento, hablando con palabras humanas, reprimió el extravío del profeta.

Seducción de los falsos doctores.

17 Estos tales son fuentes sin agua, nubes impelidas por un huracán. A ellos está reservada la lobreguez de las tinieblas.

18 Pues profiriendo palabras hinchadas de vanidad, atraen con concupiscencias, explotando los apetitos de la carne a los que apenas se han desligado de los que viven en el error [12640] .

19 Les prometen libertad cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, pues cada cual es esclavo del que lo ha dominado [12641] .

20 porque si los que se desligaron de las contaminaciones del mundo desde que conocieron al Señor y Salvador Jesucristo se dejan de nuevo enredar en ellas y son vencidos, su postrer estado ha venido a ser peor que el primero [12642] .

21 mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia que renegar, después de conocerlo, el santo mandato que les fue transmitido [12643] .

22 En ellos se ha cumplido lo que expresa con verdad el dicho: “Un perro que vuelve a lo que vomitó” y “una puerca lavada que va a revolcarse en el fango” [12644] .

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2 Pedro 3

San Pedro insiste sobre la Parusía y la consumación del siglo.

1 Carísimos, he aquí que os escribo esta segunda carta, y en ambas despierto la rectitud de vuestro espíritu con lo que os recuerdo [12645] ,

2 para que tengáis presentes las palabras predichas por los santos profetas y el mandato que el Señor y Salvador ha transmitido por vuestros apóstoles;

3 sabiendo ante todo que en los últimos días vendrán impostores burlones que, mientras viven según sus propias concupiscencias [12646] ,

4 dirán: “¿Dónde está la promesa de su Parusía? Pues desde que los padres se durmieron todo permanece lo mismo que desde el principio de la creación” [12647] .

5 Se les escapa, porque así lo quieren [12648] , que hubo cielos desde antiguo y tierra sacada del agua y afirmada sobre el agua por la palabra de Dios;

6 y que por esto, el mundo de entonces pereció anegado en el agua;

7 pero que los cielos de hoy y la tierra están, por esa misma palabra, reservados para el fuego, guardados para el día del juicio y del exterminio de los hombres impíos [12649] .

8 A vosotros, empero, carísimos, no se os escape una cosa, a saber, que para el Señor un día es como mil años y mil años son como un día [12650] .

9 No es moroso el Señor en la promesa, antes bien –lo que algunos pretenden ser tardanza– tiene Él paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen al arrepentimiento [12651] .

10 Pero el día del Señor vendrá como ladrón, y entonces pasarán los cielos con gran estruendo, y los elementos se disolverán para ser quemados, y la tierra y las obras que hay en ella no serán más halladas [12652] .

Debemos aguardar el día del Señor.

11 Si, pues, todo ha de disolverse así ¿cuál no debe ser la santidad de vuestra conducta y piedad [12653]

12 para esperar y apresurar la Parusía del día de Dios, por el cual los cielos encendidos se disolverán y los elementos se fundirán para ser quemados?

13 Pues esperamos también conforme a su promesa cielos nuevos y tierra nueva en los cuales habite la justicia [12654] .

14 Por lo cual, carísimos, ya que esperáis estas cosas, procurad estar sin mancha y sin reproche para que Él os encuentre en paz [12655] .

15 Y creed que la longanimidad de nuestro Señor es para salvación, según os lo escribió igualmente nuestro amado hermano Pablo, conforme a la sabiduría que le ha sido concedida [12656] ;

16 como que él habla de esto mismo en todas sus epístolas, en las cuales hay algunos pasajes difíciles de entender, que los ignorantes y superficiales deforman, como lo hacen, por lo demás, con las otras Escrituras, para su propia ruina [12657] .

17 Vosotros, pues, carísimos, que lo sabéis de antemano, estad en guardia, no sea que aquellos impíos os arrastren consigo por sus errores y caigáis del sólido fundamento en que estáis [12658] .

18 Antes bien, creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria ahora y para el día de la eternidad. Amén.

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. Esta segunda carta de S. Pedro es (como lo fue la segunda de Pablo a Timoteo) el testamento del Príncipe de los Apóstoles, pues fue escrita poco antes de su martirio (v. 14) Probablemente desde la cárcel de Roma entre los años 64 y 67. Los destinatarios son todas las comunidades cristianas del Asia Menor o sea que su auditorio no es tan limitado a los judío-cristianos como el de Santiago (cf. St. 1, 1). Sobre el fin de la Carta véase la nota introductoria a las Epístolas de S. Pedro.

2 ss. De este conocimiento no simplemente intelectual sino intimo, espiritual y sobrenatural (no simple gnosis, sino epígnosis), que viene de la Palabra de Dios, arranca aquí S. Pedro el maravilloso proceso experimental que aquí nos presenta (cf. Ef. 3, 19; Tt. 1, 9 s.; 1 Pe. 2, 3 s. y notas). Para ello pide rectitud o sinceridad, es decir, que no pretendamos engañar a Dios y estemos dispuestos a creer lo que Él dice, aunque nos parezca muy sorprendente. Cf. Mt. 11, 6; 13, 1 ss.; Lc. 7, 23 y notas.

4. Partícipes de la naturaleza divina: este misterio, en que consiste el destino inefablemente dichoso del hombre, se realiza por medio del Espíritu Santo, por la cual merced a la Redención de Cristo somos hechos verdaderamente hijos de Dios como Él lo es aún en su Humanidad santísima (Ef. 3, 5; 1 Jn. 3, 1; cf. Sal. 2, 7 y notas). Por eso afirma S. Tomás que la gracia nos diviniza. Y S. Maximino: “Se nos da la divinidad cuando la gracia penetra nuestra naturaleza de su luz celestial y cuando, por la gloria, esa gracia nos eleva más allá de ella misma”. Sobre la corrupción, del mundo, cf. Jn. 14, 30; Ga. 1, 4 y notas. “Dios permite que la concupiscencia viva todavía en nosotros y nos aflija profundamente para humillarnos a fin de que, conociendo lo que la gracia nos proporciona, nos hallemos inclinados a pedírsela sin cesar” (S. Bernardo).

5 ss. En esta cadena, preciosa para el examen de conciencia espiritual porque va de la fe a la caridad o amor de Dios, es decir, del principio al término de la vida cristiana (S. Ignacio de Antioquía), cada eslabón es como la piedra de toque o condición de la autenticidad del precedente. El último, como dice Pirot, recordando a S. Pablo, es el broche de la perfección, porque encierra en una sólida atadura todas las virtudes (Col. 3, 14) que sin él nada valen (1 Co. 13, 1 ss.) y que de él reciben la vida (Rm. 5, 5).

10. Vuestra vocación y elección: la Vulgata añade las palabras: Por medio de buenas obras, que faltan en los principales códices griegos.

13. La tienda de campaña es el cuerpo mortal (2 Co. 5, 1). Cf. 1 Pe. 2, 11. Sobre la predicción de Jesús, véase Jn. 21, 18 s. No obstante ese buen estado espiritual de la grey (v. 12) S. Pedro siente la obligación pastoral de mantenerla despierta por la constante predicación del Evangelio: sabe bien cuán malos y cambiantes somos.

15. Como expresa Pirot, no se sabe si en este propósito se refiere el Apóstol a la misma Epístola presente, que quedaría como testimonio con sus graves advertencias sobre los falsos doctores (cap. 2), o al Evangelio de S. Marcos, aprobado por él, “o a la formación de sucesores competentes y celosos”. Algunos suponen otro escrito, que se hubiese perdido, pero si así fuera habrían fallado con ello las promesas del Apóstol, en tanto que esta Epístola subsiste aún, para aleccionar con su inmensa sabiduría a cuantos quieran leerla y profundizarla. Cf. 3, 1 y nota.

16. S. Pedro confirma el dogma de la segunda venida de Cristo, que algunos negaban preguntando: “¿Dónde está la promesa de su Parusía? (3, 4). Testigos oculares de su Majestad: en la Transfiguración (Mt. 17, 1-9), donde por primera vez vieron al Señor en la gloria en la cual ha de venir (Mc. 9, 1 y nota).

18. En el monte santo de la Transfiguración (v. 16). Cf. Jn. 1, 14.

19. Más segura aún: que el testimonio de nuestros sentidos (v. 16 ss.). “Bébaios significa lo que está sólidamente fijado (una raíz, un ancla) bien consolidado, afirmado, y por tanto seguro y sin disputa”. (Pirot). Añade el mismo autor que la palabra profética en rigor podría ser todo el Antiguo Testamento, “pero el contexto designa, directamente al menos, los oráculos sobre la gloria y la Parusía del Mesías”, los cuales “son una luz provisoria, pero ya preciosa mientras esperamos la aurora de la perfecta luz que será la Parusía del Señor”. Nuestra lámpara en la noche de este siglo malo (Ga. 4, 1) han de ser, pues, esas profecías de que está llena la Sagrada Escritura, colmadas de dichosas promesas para el alma y para el cuerpo, para la Iglesia y para Israel. En ellas, no menos que en la doctrina, está lo que S. Pablo llama la consolación de las Escrituras (Rm. 15, 4; cf. Ef. 1, 10; Tt. 2, 13 y notas). “Si el viajero que temblando cruza una “jungla” poblada de fieras e insectos pestíferos, pudiera ir leyendo una alegre novela que absorbiese su atención ¿no viviría contento en ese mundo de su espíritu olvidándose de la angustia que lo rodea? ¿Qué cosa mejor que ese libro podrían ofrecerle para su felicidad presente? Eso es la Sagrada Escritura para el que atraviesa este mundo en el que a cada paso podemos ser víctimas de la maldad humana, de un crimen, de una injusticia o calumnia, de un accidente, de un contagio, de la miseria y de la guerra. Pero hay dos diferencias fundamentales: la novela consolaría con la ficción; la Biblia consuela con la verdad. La novela haría olvidar el peligro, mas no lo conjugaría; la Palabra de Dios lo conjura, porque Dios es el único que puede prometer y promete, por añadidura, todo cuanto necesitamos para el tiempo presente, si ponemos nuestra atención en desear su Reino y su justicia”. Cf. Mt. 6, 33; 2 Tm. 2, 8; Hb. 11, 1 y nota.

20 s. Las profecías no vienen “de la voluntad de hombre” (v. 21) porque nadie puede conocer lo porvenir (Is. 41, 23). Antes bien tienen su origen en Dios (Dn. 12, 8) y por eso es que las que anuncian la glorificación de Cristo son absolutamente fieles y seguras (v. 19), confirmando y confirmándose recíprocamente con el testimonio de Pedro (v. 16 ss.). Así lo expone Cornelio a Lapide y también muchos autores modernos (Allioli, Crampon, Camerlynck, Simón-Prado, de la Torre, etc.), según los cuales “se trata aquí de la composición de la Escritura y no de su interpretación, como se explica en el v. siguiente” (de la Torre). “Titubea la fe, escribe S. Agustín a S. Jerónimo, si vacila la autoridad de las divinas Escrituras”. Sobre las palabras del Concilio de Trento: “A la Iglesia pertenece juzgar del verdadero sentido e interpretación de la Sagrada Escritura”, véase las de Pío XII en la nota a Jn. 21, 25. El mismo a Lapide añade a este respecto que “para eso puso Dios en la Iglesia doctores, para que interpreten las Escrituras, y la interpretación de las palabras es uno de los carisma del Espíritu Santo como enseña Pablo en 1 Co. 12, 10 y 14, 26”. Cf. Rm. 12, 5 ss.: Ef. 4, 11 ss. Veamos algunos preciosos testimonios que él mismo trae: “Para indagar y comprender los sentidos de la Escritura es necesaria una vida recta, un ánimo puro y la virtud que es tal según Cristo, a fin de que la mente humana, corriendo por el camino de Él, pueda conseguir lo que busca, en cuanto es concedido a la mente humana penetrar las cosas de Dios” (S. Atanasio). “Las Escrituras reclaman ser leídas con el espíritu con que han sido escritas: con ese espíritu se entienden” (S. Bernardo). Y el Abad Teodoro “expresa que la inteligencia de las Escrituras ha de buscarse no tanto revolviendo comentarios de intérpretes cuanto limpiando el corazón de los vicios de la carne, expulsados los cuales, dice, pronto el velo de las pasiones cae de los ojos y empiezan éstos a contemplar, como naturalmente, los misterios de las Escrituras”. Cf. Mt. 5, 8; Lc. 10, 21; 1 Co. 2, 10 y 14 y notas.

1 ss. Todo el capítulo segundo, que muestra notables semejanzas con la Epístola de S. Judas, es una tremenda denuncia contra los falsos doctores que reemplazan a los falsos profetas del Antiguo Testamento, porque como ellos hablan con “razones inventadas” (v. 3; cf. Jr. 23, 16 y 21); como ellos “se apacientan a sí mismos” (Ez. 34, 2 ss.) “haciendo tráfico” de las ovejas (v. 3); como ellos sustituyen a Dios (Jr. 23, 27) renegando del único Salvador (v. 1) para presentarse ellos como tales (cf. 2 Ts. 2, 3 ss.). Y como serán “del mundo”, muchos los seguirán (v. 2; cf. Jn. 5, 43; 7, 7; 15, 19) y el camino de los verdaderos discípulos de Cristo será infamado (v. 2; cf. Jn. 16, 1 ss.). Véase 1 Tm. 4, 1 ss.; 2 Tm. 3 ss. Cuya ruina, etc.: El destino del falso profeta es el mismo del Anticristo y de Satanás (Ap. 20, 9).

4. Los ángeles que pecaron por su orgullo fueron arrojados del cielo (Judas 6). No hay que confundir este pasaje con la escena descrita en Ap. 12, 7 ss., la cual tiene sentido escatológico. Cf. Jb. 4, 18. Reservados para el juicio: cf. 1 Co. 6, 3 y nota; 1 Pe. 3, 19.

5. Véase Gn. 7, 1; 8, 18. El viejo mundo: el mundo antediluviano, en que el patriarca Noé predicaba con su ejemplo y sus exhortaciones (Gn. 6, 1 ss.; cf. 1 Pe. 3, 19 s.; Hb. 11, 7), Noé es llamado el “octavo” porque estaban con él siete personas (Gn. 7, 7). Cf. 1 Pe. 3, 20; Judas 14.

6. Véase Gn. 19, 25; Judas 7.

9. Véase Ga. 5, 21 y nota.

10. El título de Señorío corresponde a Dios y a Cristo (Ap. 11, 15). Las Glorias son los ángeles caídos (Judas 8) a los cuales, como aquí vemos no hemos de maldecir, pues Dios se reserva el juzgarlos (v. 4 y nota). Véase Judas 9 y nota. Según el v. 11 s. los ángeles buenos dan a estos presuntuosos doctores una lección de humildad y caridad (Judas 10).

13. “Es realmente asco lo que siente Pedro al pensar en esos servidores arrogantes” (Pirot). El salario de la iniquidad o soborno que el mundo ofrece por ella (v. 15) es la terrible sentencia que anuncia Jesús cuando dice que “ya tuvieron su paga” aquí abajo (Mt. 6, 5 y 16; Lc. 16, 25 y nota). Véase también el castigo que S. Pablo señala en 2 Ts. 2, 10 ss.: la ceguera soberbia que los arraigará en el error para llevarlos a la perdición final como a los fariseos enemigos de Cristo (Jn. 12, 40; Hch. 28, 26 y nota).

14. “Los fieles deben reaccionar contra la seducción de los falsos doctores, so pena de sufrir una cruel desilusión cuando después del período de agitación febril en que les despiertan todas las esperanzas, se encuentran fríamente ante el vacío doctrinal” (Charue). Cf. v. 17 ss.

15 s. El camino de Balaam semejante al de Simón Mago (Hch. 8, 9 ss.) fue querer valerse del don de Dios para ventaja propia. Amó el salario de la iniquidad, o sea los grandes honores y regalos que el rey Balac le ofrecía para que maldijera a Israel (Nm. 22, 17 y 38; 24, 11). Dios no le permite hacerlo y aun le prohíbe ir al rey (Nm. 22, 12), mas en cuanto le da permiso (ibíd. 20) él, sin desconfiar de sí mismo ni huir la ocasión del pecado muestra su deseo de ir a halagar al poderoso, al extremo de que castiga cruelmente a la burra que reprimió el extravío del profeta (v. 16) y cuya marcha detenía el ángel (ibíd. 22 ss.) para apartarlo de su propósito (ibid. 32 ss.). A pesar de sus declaraciones de fidelidad, Balaam conserva sus mundanos deseos en el fondo de su corazón, y, como no puede satisfacer directamente al rey maldiciendo a Israel, encuentra, en su elástica “doctrina” (cf. Ap. 2, 14) otro modo de complacerlo y así, no obstante la admirable profecía que Dios acababa de inspirarle sobre los destinos mesiánicos de Israel (Nm. 24, 3 ss.) y antes de pronunciar otra aún más admirable sobre el triunfo de Cristo (ibid. 15 ss.), promete y da a Balan el pérfido “consejo” (ibid. v. 14) con el cual hizo corromper a Israel (Nm. 25, 1; 31, 16) y provocó la santa reacción del sacerdote Fineés (ibid. 25, 6 ss.). Sobre el error de Balaam, véase Judas 11 y nota.

18. “A los que aun no son espirituales fácil es cautivarlos por una espiritualidad sentimental en que la carne se disfraza le espíritu”. Cf. 1 Co. 2, 14; 3, 1.

19. Les prometen libertad: la libertad del espíritu, la que nos libra tanto de los lazos del mundo cuanto de nuestro propio afecto al pecado; es la que Jesús enseña y ofrece en Jn. 8, 31. Cf. Jn. 8, 34; Rm. 6, 16 y 20.

20. Grave enseñanza espiritual que puede aplicarse a todos, pues concuerda con la de Mt. 12, 45. Cf. Hb. 6, 4.

21. El camino de la justicia: el de la salvación por Cristo. Los primeros cristianos llamaban a la vida de fe el “camino” como se ve en 2, 2; Hch. 9, 2, etc., y especialmente en la Didajé, el primer libro de la era de los padres apostólicos, donde la doctrina cristiana se explica bajo la imagen de dos caminos: el camino de la vida y el de la muerte.

22. Véase Pr. 26, 11. “Advierte qué horrible comparación es la que hace de éstos el Apóstol” (S. Agustín).

1 s. En este capítulo, llamado “un verdadero Apocalipsis del Príncipe de los Apóstoles”, S. Pedro ofrece quizá el memorandum permanente que prometió en 1, 15, queriendo prevenirles contra la mala doctrina de los falsos doctores (cap. 2), la cual “se acompaña de la incredulidad en la Parusía de Cristo… suprema esperanza a la que hizo varias alusiones en 1 Pe. 1, 3-12; 4, 7; 5, 1-4, etc.” (Pirot). Cf. 1 Jn. 2, 18. Contra esos “impostores burlones” (v. 3) insiste en el v. 2 para que se tengan presentes en tal materia las mismas fuentes de que habló en 1, 16-21, es decir, los anuncios de los antiguos profetas y la predicación de los apóstoles.

3 ss. S. Agustín menciona estas palabras de S. Pedro como relativas a los tiempos del fin y al Anticristo, si bien, como observa Pirot, ellas abarcan “el futuro mesiánico sin distinguir los períodos” (cf. Judas 17 s.). El Apóstol expone aquí la verdadera doctrina sobre el retorno de Cristo que queda en lo oculto en cuanto al tiempo (v. 10), porque nadie conoce el día y la hora, ni siquiera los ángeles, ni el mismo Hijo del hombre (Mc. 13, 32; Mt. 24, 36; Hch. 1, 7), aun cuando sabemos que vendrá “pronto” (Ap. 22, 12; 1 Co. 7, 29; Jn. 16, 16; St. 5, 8; Hb. 10, 25; Flp. 4, 5; 1 Pe. 4, 7), por lo cual debemos estar siempre esperándolo (Mc. 13, 37; St. 5, 8 y nota), aunque Dios no mide el tiempo como nosotros (v. 8). Véase Mt. 24, 4 ss. y nota. Sobre los impostores y sus burlas, cf. también Mt. 24, 37; Lc. 17, 26 ss.; 1 Tm. 4, 1; 2 Tm. 3, 1, etc.

4. Véase 1, 16 y nota. Cf. Ez. 12, 22 y 27.

5. Porque así lo quieren: esto es, porque no se dan el trabajo de estudiar con rectitud la Palabra de Dios. Sobre esta incredulidad soberbia, cf. Jn. 9, 30 y nota.

7. Exterminio: véase las consoladoras palabras de S. Pablo en 1 Ts. 5, 4 sobre este punto.

8. Dios es eterno y, por eso, paciente. Su día no tiene noche. Por lo cual mil años son para Él como un día (cf. Sal. 89, 4). Esta expresa indicación, que S. Pedro no quiere que se nos escape (como a los del v. 5), puede servir de guía para el estudio e interpretación del tiempo en otros anuncios proféticos. Véase también Ez. 4, 5 y 6, donde Dios computa al profeta un año por cada día.

9. En Ap. 6, 10 s., hallamos una explicación semejante. Sólo la caridad de Dios con los pecadores detiene esa manifestación del Señor que tanto anhela la Iglesia (Ap. 22, 20 y nota) y sin duda también el Padre Celestial, ansioso de ver a su Hijo triunfante y glorificado entre las naciones (cf. Sal. 2, 7 s.; 44, 4 ss.; 71, 2; 109, 3 ss., etc.). Véase sobre esta demora 2 Ts. 2, 6; Rm. 11, 25. Ello no obstante, San Pedro nos enseña en el v. 12 cómo podemos apresurarla.

10. Se refiere siempre a la segunda venida del Señor que la Liturgia sintetiza en la frase del “Dies irae”: “Dum veneris judicare saeculum per ignem: Cuando vengas a juzgar al mundo por el fuego”. Véase Mt. 24, 29 y 35; 24, 43; 1 Co. 3, 13; 1 Ts. 5, 2 s.; 2 Ts. 1, 8; Ap. 3, 3; 16, 15; 20, 11; Is. 66, 16.

11 ss. En lo que sigue nos muestra San Pedro la espiritualidad dichosa y santa que resulta de vivir esa esperanza (cf. St. 5, 8; 1 Jn. 3, 3), pues sabiendo que todo lo ha de consumir el fuego (v. 12; 1 Co. 3, 15), cuidaremos de no poner el corazón ni en los objetos ni en nuestras obras, sino de conservarnos inmaculados (v. 14; Judas 24) y esforzarnos por anticipar ese día (v. 12), con la mirada puesta en Cristo autor y consumador de nuestra fe (Hb. 12, 2). “El que sigue la Ley de Dios, dice Teodoreto, y conforma su vida a esta Ley, es amigo de pensar en la venida del Señor”. Cf. 1, 19; 1 Pe. 1, 13; Tt. 2, 12 s.

13. Según estas palabras es de suponer que Dios no destruirá por completo la tierra, sino que el fuego de que habla el Apóstol en los vv. anteriores será un medio para purificarla. Toda la naturaleza estará libre de la maldición, y la justicia habitará en el mundo. “Esto mismo es lo que Jesucristo poco antes (Mt. 19, 28) había expresado con el expresivo nombre de palingenesia (Vulg. restauratio), el nuevo nacimiento, la regeneración, la renovación del mundo presente; idea que ya en tiempos pasados había expresado el profeta Isaías” (Fillion). Véase 1 Co. 3, 13; Rm. 8, 19 ss.; Ef. 1, 10; Ap. 21, 1; Is. 65, 17; 66, 22; Hch. 3, 21. “Mientras las promesas de los falsos profetas se resuelven en sangre y lágrimas, brilla con celeste belleza la gran profecía apocalíptica del Redentor del mundo: “He aquí que yo renuevo todas las cosas” (Pío XI en la Encíclica “Divini Redemptoris”).

14. Para que Él os encuentre en paz, o sea, sin miedo. En esto consiste, dice S. Juan, la perfección del amor de Dios (1 Jn. 4, 17).

15. Este pasaje contribuye a demostrar que S. Pablo es el autor de la Epístola a los Hebreos. Aun la exégesis protestante, que suele desconocerlo, admite que aquí S. Pedro alude también a esa Epístola, pues que, como vemos en 1 Pe. 1, 1, el Príncipe de los apóstoles escribe principalmente para hebreos. Es de admirar la estimación de Pedro respecto de Pablo, mostrando que la caridad entre ellos había crecido, lejos de sufrir detrimento por el incidente de Antioquia. Cf. Ga. cap. 2.

16. De esto mismo, es decir, de la Parusía, cuyo misterio, dice el cardenal Billot, es “el alfa y la omega, el principio y el fin, la primera y la última palabra de la predicación de Jesús”. Hace notar S. Pedro la atención que también S. Pablo prestó en todas sus Epístolas a este sagrado asunto que tanto suele olvidarse hoy. Contra esos ignorantes y superficiales se indigna S. Jerónimo diciendo: “Enseñan antes de haber aprendido” y “descaradamente se permiten explicar a otros una materia que ellos mismos no comprenden”. Nótese el contraste entre esos que deformaban las Epístolas paulinas y los de Berea que, a la inversa. estudiaban el mensaje del Apóstol a la luz de las Escrituras (Hch. 17, 11). Sobre el Magisterio de la Iglesia en la interpretación de los Libros santos, véase 1, 20 s. y nota.

17. Con esta advertencia definitiva contra los falsos doctores, puesta al final de su última Carta, S. Pedro parece confirmar la trascendencia de lo expresado en v. 1 s. y nota. Igual preocupación se advierte en la última carta de cada uno de los demás apóstoles (2 Tm. 3, 1 ss.; St. 3, 1 ss.; 3 Jn. 9 ss.; Judas, 4-18) en lo cual se confirma, como dice Boudou, que ya en vida de ellos operaba el misterio de la iniquidad (2 Ts. 2, 7) y que no sin gran lucha florecía la santidad en la primitiva Iglesia.