Hechos de los Apóstoles

HECHOS DE LOS APÓSTOLES

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES

LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES

El libro de los Hechos no pretende narrar lo que hizo cada uno de los apóstoles, sino que toma, como lo hicieron los evangelistas, los hechos principales que el Espíritu Santo ha sugerido al autor para alimento de nuestra fe (cf. Lc. 1, 4; Jn. 20, 31). Dios nos muestra aquí, con un interés histórico y dramático incomparable, lo que fue la vida y el apostolado de la Iglesia en los Primeros decenios (años 30-63 del nacimiento de Cristo), y el papel que en ellos desempeñaron los Príncipes de los Apóstoles, San Pedro (cap. 1-12) y San Pablo (cap. 13-28). La parte más extensa se dedica, pues, a los viajes, trabajos y triunfos de este Apóstol de los gentiles, hasta su primer cautiverio en Roma. Con esto se detiene el autor casi inopinadamente, dando la impresión de que pensaba escribir más adelante otro tratado.

No hay duda de que ese autor es la misma persona que escribió el tercer Evangelio. Terminado este, San Lucas retoma el hilo de la narración y compone el libro de los Hechos (véase 1, 1), que dedica al mismo Teófilo (Lc. 1, 1 ss.). Los santos Padres, principalmente S. Policarpo, S. Clemente Romano, S. Ignacio Mártir, S. Ireneo, S. Justino, etc., como también la crítica moderna, atestiguan y reconocen unánimemente que se trata de una obra de Lucas, nativo sirio antioqueno, médico, compañero y colaborador de S. Pablo, con quien se presenta él mismo en muchos pasajes de su relato (16, 10-17; 20, 5-15; 21,1-18; 27, 1- 28, 16). Escribió, en griego, el idioma corriente entonces, de cuyo original procede la presente versión; pero su lenguaje contiene también aramaísmos que denuncian la nacionalidad del autor.

La composición data de Roma hacia el año 63, poco antes del fin de la primera prisión romana de S. Pablo, es decir, cinco años antes de su muerte y también antes de la terrible destrucción de Jerusalén (70 d. C.), o sea, cuando la vida y el culto de Israel continuaban normalmente.

El objeto de S. Lucas de este escrito es, como en su Evangelio. (Lc. 1, 4), confirmarnos en la fe y enseñar la universalidad de la salud traída por Cristo, la cual se manifiesta primero entre los judíos de Jerusalén, después de Palestina y por fin entre los gentiles.

El cristiano de hoy, a menudo ignorante en esta materia, comprende así mucho mejor, gracias a este Libro, el verdadero carácter de la Iglesia y su íntima vinculación con el Antiguo Testamento y con el pueblo escogido de Israel, al ver que, como observa Fillion, antes de llegar a Roma con los apóstoles, la Iglesia tuvo su primer estadio en Jerusalén, donde había nacido (1, 1-8, 3); en su segundo estadio se extendió de Jerusalén a Judea y Samaria (8, 4-11, 18); tuvo un tercer estadio en Oriente con sede en Antioquía de Siria (11, 19-13, 35), y finalmente se estableció en el mundo pagano y en su capital Roma (13, 1-28, 31), cumpliéndose así las palabras de Jesús a los apóstoles, cuando éstos reunidos lo interrogaron creyendo que iba a restituir inmediatamente el reino a Israel: “No os corresponde a vosotros saber los tiempos ni momentos que ha fijado el Padre con su potestad. Pero cuando descienda sobre vosotros el Espíritu Santo recibiréis virtud y me seréis testigos en Jerusalén y en toda la Judea y Samaria y hasta los extremos de la tierra” (1, 7 s.). Este testimonio del Espíritu Santo y de los apóstoles lo había anunciado Jesús (Jn. 15, 26 s.) y lo ratifica S. Pedro (1, 22; 2, 32; 5, 32, etc.).

El admirable Libro, cuya perfecta unidad reconoce aún la crítica más adversa, podría llamarse también de los “Hechos de Cristo Resucitado”. “Sin él, fuera de algunos rasgos esparcidos en las Epístolas de S. Pablo, en las Epístolas Católicas y en los raros fragmentos que nos restan de los primeros escritores eclesiásticos, no conoceríamos nada del origen de la Iglesia” (Fillion).

S. Jerónimo resume, en la carta al presbítero Paulino, su juicio sobre este divino Libro en las siguientes palabras: “El Libro de los Hechos de los Apóstoles parece contar una sencilla historia, y tejer la infancia de la Iglesia naciente. Mas, sabiendo que su autor es Lucas, el médico, “cuya alabanza está en el Evangelio” (2 Co. 8, 18), echaremos de ver que todas sus palabras son, a la vez que historia, medicina para el alma enferma”.

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PRÓLOGO

(1, 1-3)

Hechos 1

1 El primer libro, oh Teófilo, hemos escrito acerca de todas las cosas desde que Jesús comenzó a obrar y enseñar [11049] ,

2 hasta el día en que fue recibido en lo alto, después de haber instruido por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido;

3 a los cuales también se mostró vivo después de su pasión, dándoles muchas pruebas, siendo visto de ellos por espacio de cuarenta días y hablando de las cosas del reino de Dios [11050] .

I. LA IGLESIA EN JERUSALÉN

(1, 4 – 7, 60)

Últimos avisos de Jesús.

4 Comiendo con ellos, les mandó no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, la cual (dijo) oísteis de mi boca [11051] .

5 Porque Juan bautizó con agua, mas vosotros habéis de ser bautizados en Espíritu Santo, no muchos días después de éstos [11052] .

6 Ellos entonces, habiéndose reunido, le preguntaron, diciendo: “Señor, ¿es éste el tiempo en que restableces el reino para Israel?” [11053]

7 Mas Él les respondió: “No os corresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad;

8 recibiréis, sí, potestad, cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo; y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria, y hasta los extremos de la tierra” [11054] .

Ascensión del Señor.

9 Dicho esto, fue elevado, viéndolo ellos, y una nube lo recibió (quitándolo) de sus ojos [11055] .

10 Y como ellos fijaron sus miradas en el cielo, mientras Él se alejaba, he aquí que dos varones, vestidos de blanco, se les habían puesto al lado [11056] ,

11 los cuales les dijeron: “Varones de Galilea, ¿por qué quedáis aquí mirando al cielo? Este Jesús que de en medio de vosotros ha sido recogido en el cielo, vendrá de la misma manera que lo habéis visto ir al cielo” [11057] .

En el Cenáculo de Jerusalén.

12 Después de esto regresaron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos que está cerca de Jerusalén, distante la caminata de un sábado [11058] .

13 Y luego que entraron, subieron al cenáculo, donde tenían su morada: Pedro, Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Zelote y Judas de Santiago [11059] .

14 Todos ellos perseveraban unánimes en oración, con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de Éste [11060] .

Elección del apóstol Matías.

15 En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos y dijo –era el número de personas reunidas como de ciento veinte–:

16 “¡Varones, hermanos! era necesario que se cumpliera la Escritura que el Espíritu Santo predijo por boca de David acerca de Judas, el que condujo a los que prendieron a Jesús.

17 Porque él pertenecía a nuestro número y había recibido su parte en este ministerio.

18 Habiendo, pues, adquirido un campo con el premio de la iniquidad, cayó hacia adelante y reventó por medio, quedando derramadas todas sus entrañas [11061] .

19 Esto se hizo notorio a todos los habitantes de Jerusalén, de manera que aquel lugar, en la lengua de ellos, ha sido llamado Hacéldama, esto es, campo de sangre.

20 Porque está escrito en el libro de los Salmos: “Su morada quede desierta, y no haya quién habite en ella”. Y: “Reciba otro su episcopado” [11062] .

21 Es, pues, necesario que de en medio de los varones que nos han acompañado durante todo el tiempo en que entre nosotros entró y salió el Señor Jesús [11063] ,

22 empezando desde el bautismo de Juan hasta el día en que fue recogido de en medio de nosotros en lo alto, se haga uno de ellos testigo con nosotros de Su resurrección” [11064] .

23 Y propusieron a dos: a José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo, y a Matías.

24 Y orando dijeron: “Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a quién de estos dos has elegido

25 para que ocupe el puesto de este ministerio y apostolado del cual Judas se desvió para ir al lugar propio suyo”.

26 Y echándoles suertes, cayó la suerte sobre Matías, por lo cual éste fue agregado a los once apóstoles [11065] .

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Hechos 2

Pentecostés.

1 Al cumplirse el día de Pentecostés, se hallaban todos juntos en el mismo lugar [11066] ,

2 cuando de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento que soplaba con ímpetu, y llenó toda la casa donde estaban sentados [11067] .

3 Y se les aparecieron lenguas divididas, como de fuego, posándose sobre cada uno de ellos [11068] .

4 Todos fueron entonces llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, tal como el Espíritu les daba que hablasen [11069] .

El milagro de las lenguas.

5 Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo.

6 Al producirse ese ruido, acudieron muchas gentes y quedaron confundidas, por cuanto cada uno los oía hablar en su propio idioma.

7 Se pasmaban, pues, todos, y se asombraban diciéndose: “Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan?

8 ¿Cómo es, pues, que los oímos cada uno en nuestra propia lengua en que hemos nacido? [11070]

9 Partos, medos, elamitas y los que habitan la Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia,

10 Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de la Libia por la región de Cirene, y los romanos que viven aquí,

11 así judíos como prosélitos [11071] , cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.

12 Estando, pues, todos estupefactos y perplejos, se decían unos a otros: “¿Qué significa esto?”

13 Otros, en cambio, decían mofándose: “Están llenos de mosto”.

Discurso de San Pedro.

14 Entonces Pedro, poniéndose de pie, junto con los once, levantó su voz y les habló: “Varones de Judea y todos los que moráis en Jerusalén, tomad conocimiento de esto y escuchad mis palabras.

15 Porque éstos no están embriagados como sospecháis vosotros, pues no es más que la tercera hora del día;

16 sino que esto es lo que fue dicho por el profeta Joel:

17 «Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi espíritu sobre toda carne; profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos verán sueños [11072] .

18 Hasta sobre mis esclavos y sobre mis esclavas derramaré de mi espíritu en aquellos días, y profetizarán.

19 Haré prodigios arriba en el cielo y señales abajo en la tierra, sangre, y fuego, y vapor de humo.

20 El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que llegue el día del Señor, el día grande y celebre.

21 Y acaecerá que todo el que invocare el nombre del Señor, será salvo».

22 “Varones de Israel, escuchad estas palabras: A Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios ante vosotros mediante obras poderosas, milagros y señales que Dios hizo por medio de Él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis [11073] ;

23 a Éste, entregado según el designio determinado y la presciencia de Dios, vosotros, por manos de inicuos, lo hicisteis morir, crucificándolo.

24 Pero Dios lo ha resucitado anulando los dolores de la muerte, puesto que era imposible que Él fuese dominado por ella [11074] .

25 Porque David dice respecto a Él: «Yo tenía siempre al Señor ante mis ojos, pues está a mi derecha para que yo no vacile [11075] .

26 Por tanto se llenó de alegría mi corazón, y exultó mi lengua; y aun mi carne reposará en esperanza.

27 Porque no dejarás mi alma en el infierno, ni permitirás que tu Santo vea corrupción.

28 Me hiciste conocer las sendas de la vida, y me colmarás de gozo con tu Rostro».

29 “Varones, hermanos, permitidme hablaros con libertad acerca del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro se conserva en medio de nosotros hasta el día de hoy.

30 Siendo profeta y sabiendo que Dios le había prometido con juramento que uno de sus descendientes se había de sentar sobre su trono [11076] ,

31 habló proféticamente de la resurrección de Cristo [11077] diciendo: que Él ni fue dejado en el infierno ni su carne vio corrupción.

32 A este Jesús Dios le ha resucitado, de lo cual todos nosotros somos testigos.

33 Elevado, pues, a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, Él ha derramado a Éste a quien vosotros estáis viendo y oyendo [11078] .

34 Porque David no subió a los cielos; antes él mismo dice: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra [11079] ,

35 hasta que ponga Yo a tus enemigos por tarima de tus pies».

36 Por lo cual sepa toda la casa de Israel con certeza que Dios ha constituido Señor y Cristo a este mismo Jesús que vosotros clavasteis en la cruz” [11080] .

Frutos del discurso de Pedro.

37 Al oír esto ellos se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: “Varones, hermanos, ¿qué es lo que hemos de hacer?”

38 Respondióles Pedro: “Arrepentíos, dijo, y bautizaos cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.

39 Pues para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, cuantos llamare el Señor Dios nuestro”.

40 Con otras muchas palabras dio testimonio, y los exhortaba diciendo: “Salvaos de esta generación perversa”.

41 Aquellos, pues, que aceptaron sus palabras, fueron bautizados y se agregaron en aquel día cerca de tres mil almas [11081] .

Vida de los primeros cristianos.

42 Ellos perseveraban en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones [11082] .

43 Y sobre todos vino temor, y eran muchos los prodigios y milagros obrados por los apóstoles.

44 Todos los creyentes vivían unidos, y todo lo tenían en común [11083] .

45 Vendían sus posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.

46 Todos los días perseveraban unánimemente en el Templo, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón [11084] ,

47 alabando a Dios, y amados de todo el pueblo; y cada día añadía el Señor a la unidad los que se salvaban [11085] .

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Hechos 3

Curación de un tullido de nacimiento.

1 Pedro y Juan subían al Templo a la hora de la oración, la de nona [11086] ,

2 y era llevado un hombre, tullido desde el seno de su madre, al cual ponían todos los días a la puerta del Templo, llamada la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban al Templo [11087] .

3 Viendo éste a Pedro y a Juan que iban a entrar en el Templo, les imploraba para recibir limosna.

4 Mas Pedro, fijando con Juan la vista en él, dijo: “Dirige tu mirada hacia nosotros”.

5 Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo.

6 Mas Pedro dijo: “No tengo plata ni oro [11088] ; pero lo que tengo eso te doy. En el nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda”;

7 y tomándolo de la mano derecha lo levantó. Al instante se le consolidaron los pies y los tobillos,

8 y dando un salto se puso en pie y caminaba. Entró entonces con ellos en el Templo, andando y saltando y alabando a Dios.

9 Todo el pueblo le vio como andaba y alababa a Dios.

10 Y lo reconocieron, como que él era aquel que solía estar sentado a la Puerta Hermosa del Templo, para pedir limosna, por lo cual quedaron atónitos y llenos de asombro a causa de lo que le había sucedido.

Pedro habla a la muchedumbre.

11 Mientras él aun detenía a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, vino corriendo hacia ellos, al pórtico llamado de Salomón [11089] .

12 Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: “Varones de Israel, ¿por qué os maravilláis de esto, o por qué nos miráis a nosotros como si por propia virtud o por propia piedad hubiésemos hecho andar a este hombre?

13 El Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el Dios de nuestros padres ha glorificado a su Siervo Jesús [11090] , a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste juzgaba ponerle en libertad.

14 Vosotros negasteis al Santo y Justo y pedisteis que se os diese en gracia un hombre homicida;

15 y disteis muerte al autor de la vida, a quien Dios ha levantado de entre los muertos; de lo cual nosotros somos testigos.

16 Por la fe en su nombre, a éste a quien vosotros veis y conocéis, Su nombre le ha fortalecido; y la fe que de Él viene, es la que le dio esta perfecta salud delante de todos vosotros” [11091] .

Pedro exhorta al pueblo a creer en Cristo.

17 “Ahora bien, oh hermanos, yo sé que por ignorancia obrasteis lo mismo que vuestros jefes [11092] .

18 Mas Dios ha cumplido de esta manera lo vaticinado, por boca de todos los profetas: que padecerá el Cristo suyo.

19 Arrepentíos, pues, y convertíos, para que se borren vuestros pecados,

20 de modo que vengan los tiempos del refrigerio de parte del Señor y que Él envíe a Jesús, el Cristo, el cual ha sido predestinado para vosotros [11093] .

21 A Éste es necesario que lo reciba el cielo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de las que Dios ha hablado desde antiguo por boca de sus santos profetas [11094] .

22 Porque Moisés ha anunciado: El Señor Dios vuestro os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a Él habéis de escuchar en todo cuanto os diga [11095] ;

23 y toda alma que no escuchare a aquel Profeta, será exterminada de en medio del pueblo.

24 Todos los profetas, desde Samuel y los que lo siguieron, todos los que han hablado, han anunciado asimismo estos días [11096] .

25 Vosotros sois hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con nuestros padres, diciendo a Abrahán: Y en tu descendencia serán bendecidas todas las familias de la tierra [11097] .

26 Para vosotros en primer lugar Dios ha resucitado a su Siervo y le ha enviado a bendeciros, a fin de apartar a cada uno de vosotros de vuestras iniquidades” [11098] .

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Hechos 4

Pedro y Juan encarcelados.

1 Mientras estaban hablando al pueblo, vinieron sobre ellos los sacerdotes, con el capitán del Templo, y los saduceos [11099] ,

2 indignados de que enseñasen al pueblo y predicasen en Jesús la resurrección de entre los muertos.

3 Les echaron mano y los metieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque ya era tarde.

4 Muchos, sin embargo, de los que habían oído la Palabra creyeron, y el número de los varones llegó a cerca de cinco mil [11100] .

Pedro y Juan ante el Sinedrio.

5 Y acaeció que al día siguiente se congregaron en Jerusalén los jefes de ellos, los ancianos y los escribas,

6 y el Sumo Sacerdote Anás, y Caifás, Juan y Alejandro y los que eran del linaje de los príncipes de los sacerdotes.

7 Los pusieron en medio y les preguntaron: “¿Con qué poder o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?”

8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les respondió: “Príncipes del pueblo y ancianos,

9 si nosotros hoy somos interrogados acerca del bien hecho a un hombre enfermo, por virtud de quién éste haya sido sanado,

10 sea notorio a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel, que en nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios ha resucitado de entre los muertos, por Él se presenta sano este hombre delante de vosotros.

11 Ésta es la piedra que fue desechada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo [11101] ;

12 y no hay salvación en ningún otro. Pues debajo del cielo no hay otro nombre dado a los hombres, por medio del cual podemos salvarnos” [11102] .

Amenazas del Sinedrio.

13 Viendo ellos el denuedo de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras e incultos, se admiraron y cayeron en la cuenta de que habían estado con Jesús [11103] ;

14 por otra parte, viendo al hombre que había sido sanado, de pie en medio de ellos, nada podían decir en contra.

15 Mandaron entonces que saliesen del Sinedrio, y deliberaron entre sí,

16 diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres? Pues se ha hecho por ellos un milagro evidente, notorio a todos los habitantes de Jerusalén, y no lo podemos negar [11104] .

17 Pero a fin de que no se divulgue más en el pueblo, amenacémoslos para que en adelante no hablen más en este nombre a persona alguna”.

18 Los llamaron, pues, y les intimaron que de ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.

19 Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: “Juzgad vosotros si es justo delante dé Dios obedeceros a vosotros más que a Dios [11105] .

20 Porque nosotros no podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído” [11106] .

21 Y así los despacharon amenazándoles, mas no hallando cómo castigarlos, por temor del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo sucedido.

22 Pues era de más de cuarenta años el hombre en quien se había obrado esta curación milagrosa.

Acción de gracias de los fieles.

23 Puestos en libertad, llegaron a los suyos y les contaron cuantas cosas les habían dicho los sumos sacerdotes y los ancianos.

24 Ellos al oírlo, levantaron unánimes la voz a Dios y dijeron: “Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra y el mar y todo cuanto en ellos se contiene [11107] ;

25 Tú el que mediante el Espíritu Santo, por boca de David, nuestro padre y siervo tuyo, dijiste: «¿Por qué se han alborotado las naciones, y los pueblos han forjado cosas vanas? [11108]

26 Levantáronse los reyes de la tierra, y los príncipes se han coligado contra el Señor y contra su Ungido».

27 Porque verdaderamente se han juntado en esta ciudad contra Jesús su santo Siervo, a quien Tú ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y los pueblos de Israel,

28 para hacer lo que tu mano y tu designio había determinado que se hiciese.

29 Ahora, pues, Señor, mira las amenazas de ellos, y da a tus siervos que prediquen con toda libertad tu palabra [11109] ,

30 extendiendo tu mano para que se hagan curaciones, prodigios y portentos por el nombre de Jesús el santo Siervo tuyo”.

31 Acabada la oración, tembló el lugar en que estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y anunciaban con toda libertad la palabra de Dios.

La caridad de los primeros cristianos.

32 La multitud de los fieles tenía un mismo corazón y una misma alma, y ninguno decía ser suya propia cosa alguna de las que poseía, sino que tenían todas las cosas en común [11110] .

33 Y con gran, fortaleza los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y gracia abundante era sobre todos ellos [11111] .

34 Porque no había entre ellos persona pobre, pues todos cuantos poseían campos o casas, los vendían, traían el precio de las cosas vendidas,

35 y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se distribuía a cada uno según la necesidad que tenía [11112] .

36 Así también José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé, lo que significa “Hijo de consolación”, levita y natural de Chipre [11113] ,

37 tenía un campo que vendió y cuyo precio trajo poniéndolo a los pies de los apóstoles.

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Hechos 5

Ananías y Safira.

1 Un hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una posesión [11114] ,

2 pero retuvo parte del precio, con acuerdo de su mujer, y trayendo una parte la puso a los pies de los apóstoles.

3 Mas Pedro dijo: “Ananías, ¿cómo es que Satanás ha llenado tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, reteniendo parte del valor del campo?

4 Quedándote con él ¿no era tuyo? Y aun vendido ¿no quedaba (el precio) a tu disposición? ¿Por qué urdiste tal cosa en tu corazón? No has mentido a hombres sino a Dios”.

5 Al oír Ananías estas palabras, cayó en tierra y expiró. Y sobrevino un gran temor sobre todos los que supieron.

6 Luego los jóvenes se levantaron, lo envolvieron y sacándolo fuera le dieron sepultura.

7 Sucedió entonces que pasadas como tres horas entró su mujer, sin saber lo acaecido;

8 a la cual Pedro dirigió la palabra: “Dime, ¿es verdad que vendisteis el campo en tanto?” “Sí, respondió ella, en tanto”.

9 Entonces Pedro le dijo: “¿Por qué os habéis concertado para tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de aquellos que enterraron a tu marido, y te llevarán también a ti”.

10 Al momento ella cayó a sus pies y expiró; con que entraron los jóvenes, la encontraron muerta y la llevaron para enterrarla junto a su marido [11115] .

11 Y se apoderó gran temor de toda la Iglesia y de todos los que oyeron tal cosa [11116] .

Milagros de los apóstoles.

12 Hacíanse por manos de los apóstoles muchos milagros y prodigios en el pueblo; y todos se reunían de común acuerdo en el pórtico de Salomón [11117] .

13 De los demás nadie se atrevía a juntarse con ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima.

14 Agregáronse todavía más creyentes al Señor, muchedumbre de hombres y mujeres,

15 de tal manera que sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en camillas y lechos, para que al pasar Pedro, siquiera su sombra cayese sobre uno de ellos [11118] .

16 Concurría también mucha gente de las ciudades vecinas de Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos, los cuales eran sanados todos.

Nueva persecución.

17 Levantóse entonces el Sumo Sacerdote y todos los que estaban con él –eran de la secta de los saduceos– y llenos de celo

18 echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública.

19 Mas un ángel del Señor abrió por la noche las puertas de la cárcel, los sacó fuera y dijo:

20 “Id, y puestos en pie en el Templo, predicad al pueblo todas las palabras de esta vida” [11119] .

21 Ellos, oído esto, entraron al rayar el alba en el Templo y enseñaban. Entretanto, llegó el Sumo Sacerdote y los que estaban con él, y después de convocar al sinedrio y a todos los ancianos de los hijos de Israel, enviaron a la cárcel para que (los apóstoles) fuesen presentados;

22 mas los satélites que habían ido no los encontraron en la cárcel. Volvieron, pues, y dieron la siguiente noticia:

23 “La prisión la hemos hallado cerrada con toda diligencia, y a los guardias de pie delante de las puertas, mas cuando abrimos no encontramos a nadie dentro”.

24 Al oír tales nuevas, tanto el jefe de la guardia del Templo como los pontífices, estaban perplejos con respecto a lo que podría ser aquello.

25 Llegó entonces un hombre y les avisó: “Mirad, esos varones que pusisteis en la cárcel, están en el Templo y enseñan al pueblo”.

26 Fue, pues, el jefe de la guardia con los satélites, y los trajo, pero sin hacerles violencia, porque temían ser apedreados por el pueblo.

27 Después de haberlos traído, los presentaron ante el sinedrio y los interrogó el Sumo Sacerdote,

28 diciendo: “Os hemos prohibido terminantemente enseñar en este nombre, y he aquí que habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer la sangre de este hombre sobre nosotros” [11120] .

29 A lo cual respondieron Pedro y los apóstoles: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres [11121] .

30 El Dios de nuestros padres ha resucitado a Jesús, a quien vosotros hicisteis morir colgándole en un madero [11122] .

31 A Éste ensalzó Dios con su diestra a ser Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de los pecados.

32 Y nosotros somos testigos de estas cosas, y también lo es el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen” [11123] .

33 Ellos, empero, al oírlos se enfurecían y deliberaban cómo matarlos.

Discurso de Gamaliel.

34 Pero se levantó en medio del consejo cierto fariseo, por nombre Gamaliel [11124] , doctor de la Ley, respetado de todo el pueblo, el cual mandó que hiciesen salir fuera a aquellos hombres por breve tiempo;

35 y les dijo: “Varones de Israel, considerad bien lo que vais a hacer con estos hombres.

36 Porque antes de estos días se levantó Teudas diciendo que él era alguien. A él se asociaron alrededor de cuatrocientos hombres, pero fue muerto, y todos los que le seguían quedaron dispersos y reducidos a la nada.

37 Después de éste se sublevó Judas el Galileo en los días del empadronamiento y arrastró tras sí mucha gente. Él también pereció, y se dispersaron todos sus secuaces.

38 Ahora, pues, os digo, dejad a estos hombres y soltadlos, porque si esta idea u obra viene de hombres, será desbaratada;

39 pero si de Dios viene, no podréis destruirla, no sea que os halléis peleando contra Dios”. Siguieron ellos su opinión;

40 y después de llamar a los apóstoles y azotarlos, les mandaron que no hablasen más en el nombre de Jesús, y los despacharon [11125] .

41 Mas ellos salieron gozosos de la presencia del sinedrio, porque habían sido hallados dignos de sufrir desprecio por el nombre (de Jesús).

42 No cesaban todos los días de enseñar y anunciar a Cristo Jesús tanto en el Templo como por las casas [11126] .

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Hechos 6

Elección de los siete diáconos.

1 En aquellos días al crecer el número de los discípulos, se produjo una queja de los griegos contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en el suministro cotidiano [11127] .

2 Por lo cual los doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: “No es justo que nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas [11128] .

3 Elegid, pues, oh hermanos, de entre vosotros a siete varones de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, a los cuales entreguemos este cargo.

4 Nosotros, empero, perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra” [11129] .

5 Agradó esta proposición a toda la asamblea, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía [11130] .

6 A éstos los presentaron a los apóstoles, los cuales, habiendo hecho oración, les impusieron las manos [11131] .

7 Mientras tanto la palabra de Dios iba creciendo, y aumentaba sobremanera el número de los discípulos en Jerusalén. También muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.

Celo y virtud de Esteban.

8 Esteban, lleno de gracia y de poder, obraba grandes prodigios y milagros en el pueblo.

9 Por lo cual se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertinos, de los cireneos, de los alejandrinos y de los de Cilicia y Asia, y disputaron con Esteban,

10 mas no podían resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba [11132] .

11 Entonces sobornaron a algunos hombres que decían: “Le hemos oído proferir palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios”.

12 También alborotaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas, y cayendo sobre él, lo arrebataron y lo llevaron al sinedrio,

13 presentando testigos falsos que decían: “Este hombre no deja de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley.

14 Porque le hemos oído decir que Jesús, el Nazareno, destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos ha transmitido Moisés” [11133] .

15 Y fijando en él los, ojos todos los que estaban sentados en el sinedrio, vieron su rostro como el rostro de un ángel [11134] .

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Hechos 7

Discurso de San Esteban ante el Sinedrio.

1 Dijo entonces el Sumo Sacerdote: “¿Es esto así?”

2 Respondió él: “Varones hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abrahán cuando moraba en Mesopotamia, antes que habitase en Harán [11135] .

3 Y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que Yo te mostraré.

4 Salió entonces de la tierra de los caldeos y habitó en Harán. Y de allí después de la muerte de su padre, lo trasladó (Dios) a esta tierra la cual vosotros ahora habitáis.

5 Mas no le dio en ella herencia alguna, ni siquiera de un pie de tierra; pero prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, a pesar de que no tenía hijos [11136] .

6 Díjole, empero, Dios que su descendencia moraría en tierra extraña, y que la reducirían a servidumbre y la maltratarían por espacio de cuatrocientos años [11137] .

7 Y Yo juzgaré a esa nación a la cual servirán, dijo Dios, y después de esto, saldrán y me adorarán en este lugar. También les dio la alianza de la circuncisión;

8 y así engendró a Isaac, al cual circuncidó a los ocho días, e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas [11138] .

9 Mas los patriarcas movidos por celos vendieron a José a Egipto; pero Dios estaba con él [11139] .

10 Le libró de todas sus tribulaciones y le dio gracia y sabiduría delante del Faraón, rey de Egipto, el cual le constituyó gobernador de Egipto y de toda su casa.

11 Vino entonces el hambre sobre todo Egipto y Canaán, y una tribulación extrema, y nuestros padres no hallaban sustento [11140] .

12 Mas cuando Jacob supo que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres por primera vez.

13 En la segunda, José se dio a conocer a sus hermanos, y fue descubierto su linaje al Faraón [11141] .

14 José envió, pues, y llamó a su padre Jacob y toda su parentela, setenta y cinco personas [11142] .

15 Por lo tanto Jacob bajó a Egipto, donde murió él y nuestros padres [11143] ,

16 los cuales fueron trasladados a Siquem y sepultados en el sepulcro que Abrahán habla comprado de los hijos de Hemor en Siquem a precio de plata [11144] .

17 Mas, en tanto que se acercaba el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abrahán, creció el pueblo y se hizo grande en Egipto [11145] ,

18 hasta que se levantó en Egipto otro rey que no conocía a José.

19 Éste, engañando a nuestra nación, hizo sufrir a nuestros padres, obligándolos a exponer los niños para que no se propagasen.

20 En aquel tiempo nació Moisés, hermoso a los ojos de Dios, que fue criado por tres meses en la casa de su padre [11146] .

21 Cuando al fin lo expusieron, lo recogió la hija del Faraón y lo crió para sí como hijo suyo.

22 Así que Moisés fue instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y llegó a ser poderoso en sus palabras y obras [11147] .

23 Mas al cumplir los cuarenta años, le vino el deseo de ver a sus hermanos, los hijos de Israel.

24 Y viendo a uno que padecía injusticia, lo defendió y vengó al injuriado, matando al egipcio.

25 Creía que sus hermanos comprenderían que por su medio Dios les daba libertad; mas ellos no lo entendieron [11148] .

26 Al día siguiente se presentó a unos que reñían, y trataba de ponerlos en paz diciendo: “Hombres, sois hermanos. ¿Cómo es que os hacéis injuria uno a otro?”

27 Mas aquel que hacía la injuria a su prójimo, le rechazó diciendo: “¿Quién te ha constituido príncipe y juez sobre nosotros?

28 ¿Acaso quieres matarme como mataste ayer al egipcio?”

29 Al oír tal palabra, Moisés huyó y vivió como extranjero en la tierra de Madián, donde engendró dos hijos”.

30 “Cumplidos cuarenta años se le apareció en el desierto del monte Sina [11149] un ángel entre las llamas de una zarza ardiente.

31 Al ver este espectáculo se admiró Moisés y acercándose para mirarlo, le vino una voz del Señor.

32 «Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán y de Isaac y de Jacob». Pero Moisés, sobrecogido de espanto, no osaba mirar [11150] .

33 Díjole entonces el Señor: «Quítate el calzado de tus pies, pues el lugar donde estás es tierra santa [11151] .

34 He visto bien la vejación de mi pueblo en Egipto, he oído sus gemidos, y he descendido para librarlos. Ven, pues, ahora, para que te envíe a Egipto».

35 “A este Moisés, a quien negaron diciendo: ¿Quién te ha constituido príncipe y juez?, a éste envió Dios para ser caudillo y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza.

36 Éste mismo los sacó, haciendo prodigios y milagros en la tierra de Egipto, en el Mar Rojo y en el desierto por espacio de cuarenta años [11152] .

37 Este es aquel Moisés que dijo a los hijos de Israel: «Dios os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos, como a mí».

38 Este es aquel que estuvo en medio del pueblo congregado en el desierto, con el ángel que le hablaba en el monte Sina, y con nuestros padres; el cual recibió también palabras de vida para dároslas [11153] .

39 A éste no quisieron someterse nuestros padres; antes bien lo desecharon y con sus corazones se volvieron a Egipto,

40 diciendo a Aarón: «Haznos dioses que vayan delante de nosotros; pues no sabemos qué ha sido de este Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto».

41 En aquellos días fabricaron un becerro, y ofreciendo sacrificios al ídolo se regocijaron en las obras de sus manos.

42 Entonces Dios les volvió las espaldas, abandonándolos al culto de la milicia del cielo, como está escrito en el libro de los Profetas: «¿Por ventura me ofrecisteis víctimas y sacrificios durante los cuarenta años en el desierto, oh casa de Israel? [11154]

43 Alzasteis el tabernáculo de Moloc, y el astro del dios Refán, las figuras que fabricasteis para adorarlas; por lo cual os transportaré más allá de Babilonia».

44 “Nuestros padres tenían en el desierto el tabernáculo del testimonio, conforme a la orden de Aquel que a Moisés mandó hacerlo según el modelo que había visto [11155] .

45 Recibiéronlo nuestros padres y lo introdujeron también con Jesús cuando tomaron posesión de las naciones que Dios expulsaba delante de nuestros padres, hasta los días de David [11156] ;

46 el cual halló gracia ante Dios y suplicó por hallar una habitación para el Dios de Jacob [11157] .

47 Pero fue Salomón el que le edificó una casa.

48 Sin embargo, el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombres, como dice el Profeta:

49 «El cielo, es mi trono, y la tierra la tarima de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis?, dice el Señor, ¿o cuál es el lugar de mi descanso? [11158]

50 ¿Por ventura no es mi mano la que hizo todo esto?»

51 Hombres de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo; como vuestros padres, así vosotros [11159] .

52 ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres?; y dieron muerte a los que vaticinaban acerca de la venida del Justo, a quien vosotros ahora habéis entregado y matado [11160] ;

53 vosotros, que recibisteis la Ley por disposición de los ángeles, mas no la habéis guardado”.

Martirio de Esteban.

54 Como oyesen esto, se enfurecieron en sus corazones y crujían los dientes contra él [11161] .

55 Mas, lleno del Espíritu Santo y clavando los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la diestra de Dios,

56 y exclamó: “He aquí que veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está de pie a la diestra de Dios.

57 Mas ellos, clamando con gran gritería, se taparon los oídos, y, arrojándose a una sobre él, lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon.

58 Los testigos depositaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo [11162] .

59 Apedrearon a Esteban, el cual oraba diciendo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”.

60 Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: “Señor, no les imputes este pecado”. Dicho esto se durmió [11163] .

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II. CRECIMIENTO DE LA IGLESIA EN PALESTINA Y SIRIA

(8,1-12,25)

Hechos 8

Persecución en Jerusalén.

1 Saulo, empero, consentía en la muerte de él (de Esteban). Levantóse en aquellos días una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén, por lo cual todos, menos los apóstoles se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria [11164] .

2 A Esteban le dieron sepultura algunos hombres piadosos e hicieron sobre él gran duelo.

3 Entretanto, Saulo devastaba la Iglesia, y penetrando en las casas arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel [11165] .

Predicación del Evangelio en Samaria.

4 Los dispersos andaban de un lugar a otro predicando la palabra.

5 Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicóles a Cristo [11166] .

6 Mucha gente atendía a una a las palabras de Felipe, oyendo y viendo los milagros que obraba.

7 De muchos que tenían espíritus inmundos, éstos salían, dando grandes gritos, y muchos paralíticos y cojos fueron sanados;

8 por lo cual se llenó de gozo aquella ciudad.

Simón Mago.

9 Había en la ciudad, desde tiempo atrás, un hombre llamado Simón, el cual ejercitaba la magia y asombraba al pueblo de Samaria diciendo ser él un gran personaje [11167] .

10 A él escuchaban todos, atentos desde el menor hasta el mayor, diciendo: Éste es la virtud de Dios, la que se llama grande.

11 Le prestaban atención porque por mucho tiempo los tenía asombrados con sus artes mágicas.

12 Mas, cuando creyeron a Felipe, que predicaba el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, hombres y mujeres se bautizaron.

13 Creyó también el mismo Simón, y después de bautizado se allegó a Felipe y quedó atónito al ver los milagros y portentos grandes que se hacían.

Pedro y Juan van a Samaria.

14 Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios les enviaron a Pedro y a Juan [11168] ,

15 los cuales habiendo bajado, hicieron oración por ellos para que recibiesen al Espíritu Santo;

16 porque no había aún descendido sobre ninguno de ellos, sino que tan sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús [11169] .

17 Entonces les impusieron las manos y ellos recibieron al Espíritu Santo [11170] .

Condenación de Simón Mago.

18 Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció bienes [11171] ,

19 diciendo: “Dadme a mí también esta potestad, para que todo aquel a quien imponga yo las manos reciba al Espíritu Santo”.

20 Mas Pedro le respondió: “Tu dinero sea contigo para perdición tuya, por cuanto has creído poder adquirir el don de Dios por dinero.

21 Tú no tienes parte ni suerte en esta palabra, pues tu corazón no es recto delante de Dios.

22 Por tanto haz arrepentimiento de esta maldad tuya y ruega a Dios, tal vez te sea perdonado lo que piensas en tu corazón.

23 Porque te veo lleno de amarga hiel y en lazo de iniquidad”.

24 Respondió Simón y dijo: “Rogad vosotros por mí al Señor, para que no venga sobre mí ninguna de las cosas que habéis dicho” [11172] .

25 Ellos, pues, habiendo dado testimonio y predicado la palabra de Dios, regresaron a Jerusalén y evangelizaron muchas aldeas de los samaritanos.

Felipe bautiza al etíope.

26 Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el mediodía, al camino que baja de Jerusalén a Gaza, el cual es el desierto.

27 Levantóse y se fue, y he aquí que un hombre etíope, eunuco, valido de Candace, reina de los etíopes, y superintendente de todos los tesoros de ella, había venido a Jerusalén a hacer adoración [11173] .

28 Iba de regreso y, sentado en el carruaje, leía al profeta Isaías.

29 Dijo entonces el Espíritu a Felipe: “Acércate y allégate a ese carruaje”.

30 Corrió, pues, Felipe hacia allá y oyendo su lectura del profeta Isaías, le preguntó: “¿Entiendes lo que estás leyendo?” [11174]

31 Respondió él: “¿Cómo podría si no hay quien me sirva de guía?” Invitó, pues, a Felipe, a que subiese y se sentase a su lado.

32 El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste “Como una oveja fue conducido al matadero, y como un cordero enmudece delante del que lo trasquila, así él no abre su boca [11175] .

33 En la humillación suya ha sido terminado su juicio. ¿Quién explicará su generación, puesto que su vida es arrancada de la tierra?”

34 Respondiendo el eunuco preguntó a Felipe: “Ruégote ¿de quién dice esto el profeta? ¿De sí mismo o de algún otro?” [11176]

35 Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando por esta Escritura, le anunció la Buena Nueva de Jesús [11177] .

36 Prosiguiendo el camino, llegaron a un lugar donde había agua, y dijo el eunuco: “Ve ahí agua. ¿Qué me impide ser bautizado?” [37]

38 Y mandó parar el carruaje, y ambos bajaron al agua, Felipe y el eunuco, y (Felipe) le bautizó [11178] .

39 Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, de manera que el eunuco no le vio más; el cual prosiguió su viaje lleno de gozo.

40 Mas Felipe se encontró en Azoto, y pasando por todas las ciudades anunció el Evangelio hasta llegar a Cesarea [11179] .

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Hechos 9

Saulo en el camino de Damasco.

1 Saulo que todavía respiraba amenaza y muerte contra los discípulos del Señor, fue al Sumo Sacerdote [11180]

2 y le pidió cartas para Damasco, a las sinagogas, con el fin de traer presos a Jerusalén a cuantos hallase de esta religión, hombres y mujeres [11181] .

3 Yendo por el camino, ya cerca de Damasco, de repente una luz del cielo resplandeció a su rededor;

4 y caído en tierra oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” [11182]

5 Respondió él: “¿Quién eres, Señor?” Díjole Éste: “Yo soy Jesús a quien tú persigues [11183] .

6 Mas levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que has de hacer”.

7 Los hombres que con él viajaban se habían parados atónitos, oyendo, por cierto, la voz, pero no viendo a nadie [11184] .

8 Levantóse, entonces, Saulo de la tierra, mas al abrir sus ojos no veía nada. Por lo tanto lo tomaron de la mano y lo condujeron a Damasco.

9 Tres días estuvo privado de la vista, y no comió ni bebió [11185] .

Conversión y bautismo de Saulo.

10 Vivía en Damasco cierto discípulo, por nombre Ananías, al cual el Señor dijo en una visión: “¡Ananías!”, y él respondió: “Aquí me tienes. Señor”.

11 Díjole entonces el Señor: “Levántate y ve a la calle llamada «la Recta», y pregunta en casa de Judas por un hombre llamado Saulo de Tarso, porque él está en oración”;

12 y (Saulo) vio a un hombre llamado Ananías, cómo entraba y le imponía las manos para que recobrase la vista [11186] .

13 A lo cual respondió Ananías: “Señor, he oído de muchos respecto a este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén [11187] .

14 y aquí está con poderes de los sumos sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombre”.

15 Mas el Señor le replicó: “Anda, porque un instrumento escogido es para mí ese mismo, a fin de llevar mi nombre delante de naciones y reyes e hijos de Israel [11188] ;

16 porque Yo le mostraré cuánto tendrá que sufrir por mi nombre” [11189] .

17 Fuése, pues, Ananías, entró en la casa y le impuso las manos, diciendo: “Saulo, hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo” [11190] .

18 Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas y recobró la vista; luego se levantó y fue bautizado.

19 Tomó después alimento y se fortaleció.

Saulo predica en Damasco. Apenas estuvo algunos días con los discípulos que se hallaban en Damasco,

20 cuando empezó a predicar en las sinagogas a Jesús, como que Éste es el Hijo de Dios [11191] .

21 Y todos los que le oían, estaban pasmados y decían: “¿No es éste aquel que destrozaba en Jerusalén a los que invocan este nombre, y aquí había venido con el propósito de llevarlos atados ante los sumos sacerdotes?” [11192]

22 Saulo, empero, fortalecíase cada día más y confundía a los judíos que vivían en Damasco, afirmando que Éste es el Cristo.

Saulo se retira a su patria.

23 Bastantes días más tarde, los judíos tomaron la resolución de quitarle la vida [11193] .

24 Mas Saulo fue advertido de sus asechanzas; pues ellos custodiaban las puertas día y noche a fin de matarlo [11194] .

25 Entonces los discípulos tomándolo de noche, lo descolgaron por el muro, bajándolo en un canasto.

26 Llegado a Jerusalén, procuraba juntarse con los discípulos, más todos recelaban de él, por que no creían que fuese discípulo.

27 Entonces lo tomó Bernabé y lo condujo a los apóstoles, contándoles cómo en el camino había visto al Señor y que Éste le había hablado y cómo en Damasco había predicado con valentía en el nombre de Jesús [11195] .

28 Así estaba con ellos, entrando y saliendo, en Jerusalén y predicando sin rebozo en el nombre del Señor.

29 Conversaba también con los griegos y disputaba con ellos. Mas éstos intentaron matarlo [11196] .

30 Los discípulos, al saberlo, lleváronlo a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

San Pedro en Lidda.

31 Entretanto, la Iglesia, por toda Judea y Galilea y Samaria, gozaba de paz y se edificaba caminando en el temor del Señor, y se iba aumentando por la consolación del Espíritu Santo [11197] .

32 Sucedió entonces que yendo Pedro a todas partes llegó también a los santos que moraban en Lidda [11198] .

33 Encontró allí un hombre llamado Eneas que desde hacía ocho años estaba tendido en un lecho, porque era paralítico.

34 Díjole Pedro: “Eneas, Jesucristo te sana. Levántate y hazte tú mismo la cama”. Al instante se levantó,

35 y lo vieron todos los que vivían en Lidda y en Sarona, los cuales se convirtieron al Señor.

San Pedro en Joppe.

36 Había en Joppe una discípula por nombre Tabita, lo que traducido significa Dorcás (Gacela). Estaba ésta llena de buenas obras y de las limosnas que hacía,

37 Sucedió en aquellos días que cayó enferma y murió. Lavaron su cadáver y la pusieron en el aposento alto.

38 Mas como Lidda está cerca de Joppe, los discípulos oyendo que Pedro se hallaba allí, le enviaron dos hombres suplicándole: “No tardes en venir hasta nosotros”.

39 Levantóse, pues, Pedro y fue con ellos. Apenas hubo llegado, cuando lo condujeron al aposento alto, y se le presentaron todas las viudas llorando y mostrándole las túnicas y los vestidos que Dorcás les había hecho estando entre ellas [11199] .

40 Mas Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas e hizo oración; después, dirigiéndose al cadáver, dijo: “¡Tabita, levántate!” Y ella abrió los ojos y viendo a Pedro se incorporó [11200] .

41 Él, dándole la mano, la puso en pie y habiendo llamado a los santos y a las viudas, se la presentó viva.

42 Esto se hizo notorio por toda Joppe, y muchos creyeron en el Señor.

43 Se detuvo Pedro en Joppe bastantes días, en casa de cierto Simón, curtidor.

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Hechos 10

Visión del centurión Cornelio de Cesarea.

1 Había en Cesarea un varón de nombre Cornelio, centurión de la cohorte denominada Itálica [11201] .

2 Era piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, daba muchas limosnas al pueblo y hacía continua oración a Dios [11202] .

3 Éste vio con toda claridad en una visión, a eso de la hora nona, a un ángel de Dios que entraba a él y le decía: “¡Cornelio!”

4 Y él, mirándolo fijamente y sobrecogido de temor preguntó: “¿Qué es esto, Señor?” Respondióle: “Tus oraciones y limosnas han subido como recuerdo delante de Dios [11203] .

5 Envía, pues, ahora, algunos hombres a Joppe y haz venir a cierto Simón, por sobrenombre Pedro,

6 que está hospedado en casa de un tal Simón, curtidor, el cual habita cerca del mar”.

7 Cuando hubo partido el ángel que le hablaba, llamó a dos de sus sirvientes y a un soldado piadoso de los que estaban siempre con él,

8 a los cuales explicó todo y los mandó a Joppe.

Visión de Pedro en Joppe.

9 Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban ya a la ciudad, subió Pedro a la azotea para orar, cerca de la hora sexta.

10 Teniendo hambre quiso comer, pero mientras le preparaban la comida, le sobrevino un éxtasis.

11 Vio el cielo abierto y un objeto como lienzo grande, que pendiente de las cuatro puntas bajaba sobre la tierra.

12 En él se hallaban todos los cuadrúpedos y los reptiles de la tierra y las aves del cielo.

13 Y oyó una voz:

14 “Levántate, Pedro, mata y come”. “De ninguna manera, Señor, respondió Pedro, pues jamás he comido cosa común e inmunda”.

15 Mas se dejó oír la voz por segunda vez: “Lo que Dios ha purificado, no lo declares tú común” [11204] .

16 Esto se repitió por tres veces, e inmediatamente el objeto subió al cielo.

Llegada de los mensajeros de Cornelio.

17 Pedro estaba todavía incierto del significado de la visión que había visto, cuando los hombres enviados por Cornelio, habiendo preguntado por la casa de Simón, se presentaron a la puerta.

18 Llamaron, pues, y preguntaron si se hospedaba allí Simón, por sobrenombre Pedro.

19 Éste estaba todavía reflexionando sobre la visión, cuando le dijo el Espíritu: “He aquí que tres hombres te buscan.

20 Levántate, baja y ve con ellos sin reparar en nada, porque soy Yo el que los he enviado”.

21 Bajó, pues, Pedro hacia los hombres y dijo: “Heme, aquí, soy yo a quien buscáis. ¿Cuál es el motivo de vuestra venida?”

22 Respondiéronle: “El centurión Cornelio, hombre justo y temeroso de Dios, al cual da testimonio todo el pueblo de los judíos, ha sido advertido divinamente por un santo ángel para hacerte ir a su casa y escuchar de ti palabras”.

23 Entonces (Pedro) los hizo entrar y les dio hospedaje.

Pedro en Cesárea. Al día siguiente se levantó y marchó con ellos [11205] , acompañándole algunos de los hermanos que estaban en Joppe.

24 Y al otro día entró en Cesarea. Cornelio les estaba esperando y había convocado ya a sus parientes y amigos más íntimos.

25 Y sucedió que, estando Pedro para entrar, Cornelio le salió al encuentro y postrándose a sus pies hizo adoración.

26 Mas Pedro le levantó diciendo: “Levántate, porque yo también soy hombre” [11206] .

27 Y conversando con él, entró y encontró muchas personas reunidas, a las cuales dijo:

28 “Vosotros sabéis cuán ilícito es para un judío juntarse con un extranjero o entrar en su casa; pero Dios me ha enseñado a no declarar común o inmundo a ningún hombre [11207] .

29 Por lo cual al ser llamado he venido sin reparo; pregunto, pues: ¿Cuál es el motivo por el que habéis enviado a llamarme?”

30 Cornelio respondió: “Cuatro días hace hoy estaba yo orando en mi casa a la hora nona, y he aquí que se me puso delante un hombre en vestidura resplandeciente,

31 y me dijo: “Cornelio, ha sido oída tu oración, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios.

32 Envía a Joppe y haz venir a Simón, por sobrenombre Pedro, el cual está hospedado en casa de Simón, curtidor, cerca del mar”.

33 Inmediatamente envié por ti, y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, nosotros todos estamos en presencia de Dios para oír todo cuanto el Señor te ha encargado”.

34 Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: “En verdad conozco que Dios no hace acepción de personas,

35 sino que en todo pueblo le es acepto el que le teme y obra justicia [11208] .

36 Dios envió su palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la paz por Jesucristo, el cual es el Señor de todos.

37 Vosotros no ignoráis las cosas que han acontecido en toda la Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo predicado por Juan:

38 cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y poder a Jesús de Nazaret, el cual iba de lugar en lugar, haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él [11209] .

39 Nosotros somos testigos de todas las cosas que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén (ese Jesús), a quien también dieron muerte colgándolo de un madero;

40 pero Dios le resucitó al tercer día y le dio que se mostrase manifiesto [11210] ,

41 no a todo el pueblo, sino a nosotros los testigos predestinados por Dios, los que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos.

42 Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Éste es Aquel que ha sido destinado por Dios a ser juez de los vivos y de los muertos [11211] .

43 De Éste dan testimonio todos los profetas (diciendo) que cuantos crean en Él, recibirán remisión de los pecados por su nombre” [11212] .

Bautismo de Cornelio.

44 Mientras Pedro pronunciaba aún estas palabras, descendió el Espíritu. Santo sobre todos los que oían su discurso [11213] .

45 Quedaron entonces pasmados los fieles de entre los circuncidados, que habían venido con Pedro, porque el don del Espíritu Santo se había derramado también sobre los gentiles.

46 Pues los oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Por lo cual dijo Pedro:

47 “¿Puede alguien prohibir el agua, para que no sean bautizados éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?”

48 Mandó, pues, bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Después le rogaron que permaneciese algunos días [11214] .

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Hechos 11

Pedro tranquiliza a los cristianos de Jerusalén.

1 Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también los gentiles habían aceptado la palabra de Dios.

2 Cuando pues Pedro ascendió a Jerusalén, le juzgaban por eso los de la circuncisión,

3 diciendo: “Tú entraste en casas de hombres incircuncisos y comiste con ellos” [11215] .

4 Por lo cual Pedro comenzó a darles cuenta de todo ordenadamente, diciendo:

5 “Estaba yo en la ciudad de Joppe, en oración, cuando vi en éxtasis una visión, un objeto, a manera de lienzo grande que descendía del cielo, pendiente de los cuatro extremos, y vino hacia mí.

6 Fijando en él mis ojos lo contemplaba y veía los cuadrúpedos de la tierra, las fieras, los reptiles, y las aves del cielo.

7 Oí también una voz que me decía: “Levántate, Pedro, mata y come”.

8 “De ninguna manera, Señor, dije yo, porque jamás ha entrado en mi boca cosa común o inmunda”.

9 Respondió por segunda vez una voz del cielo: “Lo que Dios ha purificado, tú no lo llames inmundo”.

10 Esto se repitió tres veces, y todo fue alzado de nuevo hacia el cielo.

11 Y he aquí en aquel mismo momento se presentaron junto a la casa en que nos hallábamos, tres hombres enviados a mí desde Cesarea.

12 Díjome entonces el Espíritu que fuese con ellos sin vacilar. Me acompañaron también estos seis hermanos, y entramos en la casa de aquel hombre.

13 El cual nos contó cómo había visto al ángel de pie en su casa, que le decía: “Envía a Joppe y haz venir a Simón por sobrenombre Pedro.

14 Éste te dirá palabras por las cuales serás salvado tú y toda tu casa” [11216] .

15 Apenas había yo empezado a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos, como al principio sobre vosotros.

16 Entonces me acorde de la palabra del Señor cuando dijo: “Juan por cierto ha bautizado con agua, vosotros, empero, seréis bautizados en Espíritu Santo” [11217] .

17 Si pues Dios les dio a ellos el mismo don que a nosotros, que hemos creído en el nombre del Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder oponerme a Dios?” [11218]

18 Oído esto se tranquilizaron y glorificaron a Dios diciendo: “Luego también a los gentiles les ha concedido Dios el arrepentimiento para la vida” [11219] .

La Iglesia de Antioquía.

19 Aquellos que habían sido dispersados a causa de la persecución contra Esteban, fueron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, mas predicaban el Evangelio únicamente a los judíos.

20 Había entre ellos algunos varones de Chipre y Cirene, los cuales, llegados a Antioquía, conversaron también con los griegos anunciándoles al Señor Jesús [11220] ;

21 y la mano del Señor estaba con ellos, y un gran número abrazó la fe y se convirtió al Señor.

22 La noticia de estas cosas llegó a oídos de la Iglesia que estaba en Jerusalén, por lo cual enviaron a Bernabé hasta Antioquía.

23 Éste llegado allá, y viendo la gracia de Dios, se llenó de gozo, y exhortaba a todos a perseverar en el Señor según habían propuesto en su corazón;

24 porque era un varón bueno y lleno de Espíritu Santo y de fe. Así se agregó un gran número al Señor.

San Pablo en Antioquía.

25 Partió entonces (Bernabé) para Tarso a buscar a Saulo

26 y habiéndolo hallado lo llevó a Antioquía. Y sucedió que un año entero se congregaron en la Iglesia, instruyendo a mucha gente; y fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos fueron llamados cristianos [11221] .

Bernabé y Pablo llevan la colecta a Jerusalén.

27 En aquellos días bajaron profetas de Jerusalén a Antioquía;

28 y levantándose uno de ellos, por nombre Agabo, profetizaba por medio del Espíritu Santo que un hambre grande había de venir sobre la tierra, como en efecto sucedió bajo Claudio [11222] .

29 Determinaron, pues, los discípulos, enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea, cada uno según sus facultades.

30 Lo que hicieron efectivamente, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y Saulo [11223] .

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Hechos 12

Martirio de Santiago y prisión de Pedro.

1 En aquel tiempo el rey Herodes [11224] empezó a perseguir a algunos de la Iglesia;

2 y mató a espada a Santiago, hermano de Juan [11225] .

3 Viendo que esto agradaba a los judíos, tomó preso también a Pedro. Eran entonces los días de los Ázimos [11226] .

4 A éste lo prendió y lo metió en la cárcel, entregándolo a la custodia de cuatro piquetes de soldados de a cuatro hombres cada uno, con el propósito de presentarlo al pueblo después de la Pascua.

5 Pedro se hallaba, pues, custodiado en la cárcel, mas la Iglesia hacía sin cesar oración a Dios por él [11227] .

6 Cuando Herodes estaba ya a punto de presentarlo, en aquella misma noche Pedro dormía en medio de dos soldados, atado con dos cadenas, y ante las puertas estaban guardias que custodiaban la cárcel.

7 Y he aquí que sobrevino un ángel del Señor y una luz, resplandeció en el aposento, y golpeando el costado de Pedro lo despertó, diciendo: “Levántate presto”. Y se le cayeron las cadenas de las manos [11228] .

8 Díjole entonces el ángel: “Cíñete y cálzate tus sandalias”; y lo hizo así. Díjole asimismo: “Ponte la capa y sígueme”.

9 Salió, pues, y le siguió sin saber si era realidad lo que el ángel hacía con él; antes bien le parecía ver una visión.

10 Pasaron la primera guardia y la segunda y llegaron a la puesta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió automáticamente. Y habiendo salido pasaron adelante por una calle, y al instante se apartó de él el ángel.

Pedro se retira a otra parte.

11 Entonces Pedro vuelto en sí dijo: “Ahora sé verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo de los judíos”.

12 Pensando en esto llego a la casa de María, madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos haciendo oración [11229] .

13 Llamó a la puerta del portal, y salió a escuchar una sirvienta llamada Rode,

14 la cual, reconociendo la voz de Pedro, de pura alegría no abrió la puerta sino que corrió adentro con la nueva de que Pedro estaba a la puerta.

15 Dijéronle: “Estás loca”. Mas ella insistía en que era así. Ellos entonces dijeron: “Es su ángel” [11230] .

16 Pedro, empero, siguió golpeando a la puerta. Abrieron, por fin, y viéndolo quedaron pasmados.

17 Mas él, haciéndoles señal con la mano para que callasen, les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel, Después dijo: Anunciad esto a Santiago y a los hermanos. Y saliendo fue a otro lugar [11231] .

18 Cuando se hizo de día, era grande la confusión entre los soldados sobre qué habría sido de Pedro.

19 Herodes lo buscaba y no hallándole, hizo inquisición contra los guardias y mandó conducirlos (al suplicio) [11232] . Él mismo descendió de Judea a Cesarea en donde se quedó.

Fin espantoso del perseguidor.

20 Estaba (Herodes) irritado contra los tirios y sidonios; mas ellos de común acuerdo se le presentaron y habiendo ganado a Blasto, camarero del rey, pidieron la paz, pues su país era alimentado por el del rey.

21 En el día determinado Herodes, vestido de traje real y sentado en el trono, les pronunció un discurso.

22 Y el pueblo clamaba: Esta es la voz de un dios y no de un hombre.

23 Al mismo instante lo hirió un ángel del Señor por no haber dado a Dios la gloria; y roído de gusanos expiró [11233] .

24 Entretanto la palabra de Dios crecía y se multiplicaba.

25 Mas Bernabé y Saulo, acabada su misión, volvieron de Jerusalén llevando consigo a Juan, el apellidado Marcos.

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III. LA IGLESIA EN EL MUNDO GRECO-ROMANO

A. PRIMER VIAJE DE SAN PABLO

(13, 1 – 14, 28)

Hechos 13

Pablo y Bernabé son escogidos para la misión entre los gentiles.

1 Había en la Iglesia de Antioquía profetas y doctores: Bernabé, Simón por sobrenombre el Negro, Lucio de Cirene, Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo [11234] .

2 A ellos, mientras ejercían el ministerio ante el Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: “Separadme a Bernabé y Saulo para la obra a la cual los tengo elegidos”.

3 Entonces, después de ayunar y orar, les impusieron las manos y los despidieron [11235] .

Pablo y Elimas.

4 Enviados, pues, por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, desde donde navegaron a Chipre.

5 Llegados a Salamina predicaron la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, teniendo a Juan (Marcos) como ayudante.

6 Después de recorrer toda la isla hasta Pafo, encontraron un judío, mago y seudoprofeta, por nombre Barjesús,

7 el cual estaba con el procónsul Sergio Pablo, hombre prudente, que llamó a Bernabé y Saulo, deseando oír la palabra de Dios.

8 Pero Elimas, el mago –así se interpreta su nombre– se les oponía, procurando apartar de la fe al procónsul.

9 Entonces Saulo, que también se llamaba Pablo [11236] , lleno de Espíritu Santo, fijando en él sus ojos,

10 dijo: “¡Oh hombre lleno de todo fraude y de toda malicia, hijo del diablo y enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de pervertir los caminos rectos del Señor? [11237]

11 Ahora, pues, he aquí que la mano del Señor está sobre ti, y quedarás ciego, sin ver el sol hasta cierto tiempo”. Y al instante cayeron sobre él tinieblas y oscuridad, y dando vueltas buscaba a quien le tomase de la mano [11238] .

12 Al ver lo sucedido el procónsul abrazó la fe, maravillado de la doctrina del Señor.

Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia.

13 Pablo y sus compañeros dejaron entonces Pafo y fueron a Perge de Panfilia. Entretanto Juan se apartó de ellos y se volvió a Jerusalén [11239] .

14 Ellos, empero, yendo más allá de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia, donde el día sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.

15 Después de la lectura de la Ley y de los Profetas, los jefes de la sinagoga enviaron a decirles: “Varones, hermanos, si tenéis una palabra de consuelo para el pueblo, hablad” [11240] .

Discurso de San Pablo en Antioquía de Pisidia.

16 Levantóse entonces Pablo y haciendo señal (de silencio) con la mano, dijo: “Varones israelitas y los que teméis a Dios, escuchad [11241] .

17 El Dios de este pueblo de Israel escogió a nuestros padres y ensalzó al pueblo durante su estancia en tierra de Egipto; y con brazo excelso los sacó de allí [11242] .

18 Los sufrió después por espacio de unos cuarenta años en el desierto,

19 destruyó siete naciones en la tierra de Canaán y distribuyó en herencia sus tierras,

20 como unos cuatrocientos cincuenta años después [11243] . Luego les dio jueces hasta el profeta Samuel.

21 Desde entonces pidieron rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por espacio de cuarenta años.

22 Depuesto éste, les suscitó por rey a David, de quien también dio testimonio diciendo: “He hallado a David, hijo de Jesé, varón conforme a mi corazón quien cumplirá toda mi voluntad” [11244] .

23 Del linaje de éste, según la promesa, suscitó Dios para Israel un Salvador, Jesús.

24 Pero antes de su entrada, Juan predicó un bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel.

25 Y al cumplir Juan su carrera dijo: “Yo no soy el que vosotros pensáis, mas después de mí vendrá uno, a quien no soy digno de desatas el calzado de sus pies”.

26 Varones, hermanos, hijos del linaje de Abrahán, y los que entre vosotros son temerosos de Dios, a vosotros ha sido enviada la palabra de esta salvación [11245] .

27 Pues los habitantes de Jerusalén y sus jefes, desconociendo a Él y las palabras de los profetas que se leen todos los sábados, les dieron cumplimiento, condenándolo [11246] ;

28 y aunque no encontraron causa de muerte, pidieron a Pilato que se le quitase la vida.

29 Y después de haber cumplido todo lo que de Él estaba escrito, descolgáronle del madero y le pusieron en un sepulcro.

30 Mas Dios le resucitó de entre los muertos,

31 y se apareció durante muchos días a aquellos que con Él habían subido de Galilea a Jerusalén. Los cuales ahora son sus testigos ante el pueblo.

32 Nosotros os anunciamos la promesa dada a los padres [11247] ,

33 ésta es la que ha cumplido Dios con nosotros, los hijos de ellos, resucitando a Jesús según está escrito también en el Salmo segundo: “Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado” [11248] .

34 Y que lo resucitó de entre los muertos para nunca más volver a la corrupción, esto lo anunció así: “Os cumpliré las promesas santas y fieles dadas a David”.

35 Y en otro lugar dice: “No permitirás que tu Santo vea la corrupción”.

36 Porque David después de haber servido en su tiempo al designio de Dios, murió y fue agregado a sus padres, y vio la corrupción.

37 Aquel, empero, a quien Dios resucitó, no vio corrupción alguna.

38 Sabed, pues, varones, hermanos, que por medio de Éste se os anuncia remisión de los pecados; y de todo cuanto no habéis podido ser justificados en la Ley de Moisés,

39 en Él es justificado todo aquel que tiene fe [11249] .

40 Mirad, pus, no recaiga sobre vosotros lo que se ha dicho en los Profetas:

41 “Mirad, burladores, maravillaos y escondeos, porque Yo hago una obra en vuestros días, obra que no creeréis, aun cuando alguno os lo explicare” [11250] .

Efectos del discurso.

42 Cuando ellos salieron, los suplicaron que el sábado siguiente les hablasen de estas cosas.

43 Y clausurada la asamblea, muchos de los judíos y de los prosélitos temerosos de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, los cuales conversando con ellos los exhortaban a perseverar en la gracia de Dios.

44 El sábado siguiente casi toda la ciudad se reunió para oír la palabra de Dios.

45 Pero viendo los judíos las multitudes, se llenaron de celos y blasfemando contradecían a lo que Pablo predicaba [11251] .

46 Entonces Pablo y Bernabé dijeron con toda franqueza: “Era necesario que la palabra de Dios fuese anunciada primeramente a vosotros; después que vosotros la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna [11252] ,

47 he aquí que nos dirigimos a los gentiles. Pues así nos ha mandado el Señor: “Yo te puse por lumbrera de las naciones a fin de que seas para salvación hasta los términos de la tierra” [11253] .

48 Al oír esto se alegraban los gentiles y glorificaban la palabra del Señor. Y creyeron todos cuantos estaban ordenados para vida eterna [11254] .

49 Y la palabra del Señor se esparcía por toda aquella región.

50 Los judíos, empero, instigaron a las mujeres devotas de distinción [11255] , y a los principales de la ciudad, suscitando una persecución contra Pablo y Bernabé, y los echaron de su territorio;

51 los cuales sacudieron contra ellos el polvo de sus pies y se fueron a Iconio.

52 Mas los discípulos quedaron llenos de gozo y del Espíritu Santo [11256] .

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Hechos 14

En Iconio.

1 De la misma manera entraron en Iconio en la sinagoga de los judíos y hablaron de tal modo que una gran multitud de judíos y griegos abrazó la fe [11257] .

2 Pero los incrédulos de entre los judíos excitaron y exacerbaron los ánimos de los gentiles contra los hermanos.

3 Con todo moraron allí bastante tiempo, hablando con toda libertad sobre el Señor, el cual confirmaba la palabra de su gracia concediendo que, por las manos de ellos, se obrasen milagros y portentos.

4 Y la gente de la ciudad se dividió: estaban unos con los judíos y otros con los apóstoles [11258] .

5 Mas cuando se produjo un tumulto de los gentiles y también de los judíos, con sus jefes [11259] ,

6 a fin de entregarlos y apedrearlos, ellos dándose cuenta, huyeron a Listra y Derbe, ciudades de Licaonia y su comarca,

7 donde predicaron el Evangelio.

En Listra y Derbe.

8 En Listra se hallaba sentado (en la calle) un hombre, incapaz de mover los pies, cojo desde el seno materno, y que nunca había andado.

9 Éste oyó hablar a Pablo, el cual, fijando en él los ojos y viendo que tenía fe para ser salvado,

10 dijo con poderosa voz: “Levántate derecho sobre tus pies”. Y él dio un salto y echó a andar.

11 Cuando las gentes vieron lo que había hecho Pablo, alzaron la voz, diciendo en lengua licaónica: “Los dioses se han hecho semejantes a los hombres y han bajado a nosotros” [11260] .

12 A Bernabé le dieron el nombre de Júpiter y a Pablo el de Mercurio, por cuanto era él quien llevaba la palabra.

13 El sacerdote (del templo) de Júpiter, que se encontraba delante de la ciudad, traía toros y guirnaldas a las puertas, y junto con la multitud quería ofrecer un sacrificio.

14 Al oír esto los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus vestidos y se lanzaron sobre el gentío, clamando y diciendo:

15 “Hombres, ¿qué es lo que hacéis? También nosotros somos hombres, de la misma naturaleza que vosotros. Os predicamos para que dejando estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que ha creado el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto en ellos se contiene [11261] ,

16 el cual en las generaciones pasadas permitió que todas las naciones siguiesen sus propios caminos [11262] ;

17 mas no dejó de dar testimonio de Sí mismo [11263] , haciendo beneficios, enviando lluvias desde el cielo y tiempos fructíferos y llenando vuestros corazones de alimento y alegría”.

18 Diciendo estas cosas, a duras penas pudieron conseguir que el gentío no les ofreciese sacrificios.

19 Pero vinieron judíos de Antioquía e Iconio, los cuales persuadieron a las turbas y apedrearon a Pablo. Le arrastraron fuera de la ciudad, creyendo que estaba muerto [11264] .

20 Mas él, rodeado de los discípulos, se levantó y entró en la ciudad. Al día siguiente se fue con Bernabé a Derbe.

Fin del primer viaje apostólico.

21 Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y habiendo ganado muchos discípulos, volvieron a Listra, Iconio y Antioquía,

22 fortaleciendo los ánimos de los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe y cómo es menester que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios [11265] .

23 Y habiéndoles constituido presbíteros en cada una de las Iglesias, orando con ayunos los encomendaron al Señor en quien habían creído [11266] .

24 Recorrida la Pisidia llegaron a Panfilia,

25 y después de predicar en Perge, bajaron a Atalia [11267] .

26 Desde allí navegaron a Antioquía; de donde habían sido encomendados a la gracia de Dios para la obra que acababan de cumplir.

27 Llegados reunieron la Iglesia y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

28 Y detuviéronse con los discípulos no poco tiempo.

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B. EL CONCILIO DE JERUSALÉN

(15,1 – 35)

Hechos 15

Inquietud en las comunidades cristianas.

1 Habían bajado algunos de Judea que enseñaban a los hermanos: “Si no os circuncidáis según el rito de Moisés, no podéis salvaros” [11268] .

2 Pablo y Bernabé tuvieron con ellos no poca disensión y controversia. Por lo cual resolvieron que Pablo y Bernabé y algunos otros de entre ellos [11269] subieran a Jerusalén por causa de esta cuestión, a los apóstoles y presbíteros.

3 Ellos, pues, despedidos [11270] por la Iglesia, pasaron por Fenicia y Samaria, relatando la conversión de los gentiles y llenando de gran gozo a todos los hermanos.

4 Llegados a Jerusalén fueron acogidos por la Iglesia y los apóstoles y los presbíteros, y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos [11271] .

5 Pero se levantaron algunos de la secta de los fariseos que habían abrazado la fe, los cuales decían: “Es necesario circuncidarlos y mandarlos observar la Ley de Moisés”.

Discurso de San Pedro.

6 Congregáronse entonces los apóstoles y presbíteros para deliberar sobre este asunto.

7 Después de larga discusión se levantó Pedro y les dijo: “Varones, hermanos, vosotros sabéis que desde días antiguos Dios dispuso entre vosotros que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del Evangelio y llegasen a la fe [11272] .

8 Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio dándoles el Espíritu Santo, del mismo modo que a nosotros [11273] ,

9 y no ha hecho diferencia entre ellos y nosotros, puesto que ha purificado sus corazones por la fe [11274] .

10 Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios poniendo sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido soportar? [11275]

11 Lejos de eso, creemos ser salvados por la gracia del Señor Jesús, y así también ellos” [11276] .

12 Guardó entonces silencio toda la asamblea y escucharon a Bernabé y a Pablo, los que refirieron cuántos milagros y prodigios había hecho Dios entre los gentiles por medio de ellos [11277] .

Discurso de Santiago.

13 Después que ellos callaron, tomó Santiago la palabra y dijo: “Varones, hermanos, escuchadme [11278] .

14 Simeón ha declarado cómo primero Dios ha visitado a los gentiles para escoger de entre ellos un pueblo consagrado a su nombre [11279] .

15 Con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito:

16 «Después de esto volveré, y reedificaré el tabernáculo de David que está caído; reedificaré sus ruinas y lo levantaré de nuevo [11280] ,

17 para que busque al Señor el resto de los hombres, y todas las naciones sobre las cuales ha sido invocado mi nombre, dice el Señor que hace estas cosas [11281] ,

18 conocidas (por Él) desde la eternidad» [11282] .

19 Por lo cual yo juzgo que no se moleste a los gentiles que se convierten a Dios [11283] ,

20 sino que se les escriba que se abstengan de las inmundicias de los ídolos, de la fornicación, de lo ahogado y de la sangre [11284] .

21 Porque Moisés tiene desde generaciones antiguas en cada ciudad hombres que lo predican, puesto que en las sinagogas él es leído todos los sábados”.

Los decretos del Concilio.

22 Pareció entonces bien a los apóstoles y a los presbíteros, con toda la Iglesia, elegir algunos de entre ellos y enviarlos con Pablo y Bernabé a Antioquía: a Judas, llamado Barsabás, y a Silas, hombres destacados entre los hermanos [11285] ;

23 y por conducto de ellos les escribieron:

“Los apóstoles y los presbíteros hermanos, a los hermanos de la gentilidad, que están en Antioquía, Siria y Cilicia, salud [11286] .

24 Por cuanto hemos oído que algunos de los nuestros, sin que les hubiésemos dado mandato, fueron y os alarmaron con palabras, perturbando vuestras almas,

25 hemos resuelto, de común acuerdo, escoger algunos, para enviarlos a vosotros juntamente con nuestros amados Bernabé y Pablo,

26 hombres (éstos) que han expuesto sus vidas por el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

27 Hemos enviado, pues, a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os anunciarán lo mismo.

28 Porque ha parecido bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros otra cara fuera de éstas necesarias [11287] :

29 que os abstengáis de manjares ofrecidos a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación; guardándoos de lo cual os irá bien. Adiós” [11288] .

30 Así despachados descendieron a Antioquía, y convocando la asamblea entregaron la epístola;

31 y al leerla, hubo regocijo por el consuelo (que les llevaba).

32 Judas y Silas, que eran también profetas [11289] , exhortaron a los hermanos con muchas palabras y los fortalecieron.

33 Después de haberse detenido algún tiempo, fueron despedidos en paz por los hermanos y volvieron a los que los habían enviado.

34 Pero Silas creyó deber quedarse; Judas solo partió para Jerusalén [11290] .

35 Mas Pablo y Bernabé se quedaron en Antioquía, enseñando y predicando con otros muchos la palabra del Señor.

C. SEGUNDO VIAJE DE SAN PABLO

(15, 36 – 18, 22)

Bernabé se separa de Pablo.

36 Pasados algunos días, dijo Pablo a Bernabé: “Volvamos y visitemos a los hermanos por todas las ciudades donde hemos predicado la palabra del Señor, (para ver) cómo se hallan” [11291] .

37 Bernabé quería llevar también a Juan, llamado Marcos.

38 Pablo, empero, opinaba no llevarle más, pues se había separado de ellos desde Panfilia y no los había seguido en el trabajo.

39 Originóse, pues, una disensión tal [11292] , que se apartaron uno de otro, y Bernabé tomó consigo a Marcos y se embarcó para Chipre.

40 Pablo, por su parte, eligió a Silas y emprendió viaje después de haber sido recomendados por los hermanos a la gracia del Señor;

41 y recorrió la Siria y la Cilicia confirmando las Iglesias [11293] .

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Hechos 16

Misión en Asia Menor.

1 Llegó a Derbe y a Listra donde se hallaba cierto discípulo llamado Timoteo, hijo de una mujer judía creyente y de padre gentil;

2 el cual tenía buen testimonio de parte de los hermanos que estaban en Listra e Iconio.

3 A éste quiso Pablo llevar consigo; y tomándolo lo circuncidó a causa de los judíos que había en aquellos lugares; porque todos sabían que su padre era gentil [11294] .

4 Pasando por las ciudades, les entregaban los decretos ordenados por los apóstoles y los presbíteros que estaban en Jerusalén, para que los observasen.

5 Así pues las iglesias se fortalecían en la fe y se aumentaba cada día su número [11295] .

San Pablo se encamina a Europa.

6 Atravesada la Frigia y la región de Galacia, les prohibió el Espíritu Santo predicar la Palabra en Asia [11296] .

7 Llegaron, pues, a Misia e intentaron entrar en Bitinia, mas no se lo permitió el Espíritu de Jesús.

8 Por lo cual, pasando junto a Misia, bajaron a Tróade,

9 donde tuvo por la noche esta visión: estaba de pie un hombre de Macedonia que le suplicaba diciendo: “Pasa a Macedonia y socórrenos”.

10 Inmediatamente de tener esta visión procuramos partir para Macedonia infiriendo que Dios nos llamaba a predicarles el Evangelio [11297] .

En Filipos.

11 Embarcándonos, pues, en Tróade, navegamos derecho a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis [11298] .

12 Desde allí seguimos a Filipos [11299] , una colonia, la primera ciudad de aquel distrito de Macedonia; y nos detuvimos en aquella ciudad algunos días.

13 El día sábado salimos fuera de la puerta hacia el río, donde suponíamos que se hacía la oración, y sentándonos trabamos conversación con las mujeres que habían concurrido [11300] .

14 Una mujer llamada Lidia, comerciante en púrpura, de la dudad de Tiatira, temerosa de Dios, escuchaba. El Señor le abrió el corazón y la hizo atenta a las cosas dichas por Pablo [11301] .

15 Bautizada ella y su casa, nos hizo instancias diciendo: “Si me habéis juzgado fiel al Señor, entrad en mi casa y permaneced”. Y nos obligó.

16 Sucedió entonces que yendo nosotros a la oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de espíritu pitónico, la cual, haciendo de adivina, traía a sus amos mucha ganancia [11302] .

17 Ésta, siguiendo tras Pablo y nosotros, gritaba diciendo: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que os anuncian el camino de la salvación” [11303] .

18 Esto hizo por muchos días. Pablo se sintió dolorido, y volviéndose dijo al espíritu: “Yo te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella”. Y al punto partió.

Tumulto contra Pablo en Filipos.

19 Viendo sus amos que había partido la esperanza de hacer más ganancias, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron al foro ante los magistrados [11304] ;

20 y presentándolos a los pretores dijeron: “Estos hombres alborotan nuestra ciudad. Son judíos [11305]

21 y enseñan costumbres que no nos es lícito abrazar, ni practicar, siendo como somos romanos”.

22 Al mismo tiempo se levantó la plebe contra ellos, y los pretores, haciéndoles desgarrar los vestidos, mandaron azotarlos con varas.

23 Y después de haberles dado muchos azotes, los metieron en la cárcel, mandando al carcelero que los asegurase bien.

24 El cual, recibida esta orden, los metió en lo más interior de la cárcel y les sujetó los pies en el cepo [11306] .

25 Mas, a eso de media noche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios, y los presos escuchaban,

26 cuando de repente se produjo un terremoto tan grande que se sacudieron los cimientos de la cárcel. Al instante se abrieron todas las puertas y se les soltaron a todos las cadenas.

27 Despertando entonces el carcelero y viendo abierta la puerta de la cárcel, desenvainó la espada y estaba a punto de matarse creyendo que se habían escapado los presos.

28 Mas Pablo clamó a gran voz diciendo: “No te hagas ningún daño, porque todos estamos aquí”.

Conversión del carcelero y salida de Pablo de Filipos.

29 Entonces el carcelero pidió luz, se precipitó dentro, y temblando de temor cayó a los pies de Pablo y Silas.

30 Luego los sacó fuera y dijo: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?”

31 Ellos respondieron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa”.

32 Y le enseñaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa [11307] .

33 En aquella misma hora de la noche, (el carcelero) los tomó y les lavó las heridas e inmediatamente fue bautizado él y todos los suyos.

34 Subiólos después a su casa, les puso la mesa y se regocijaba con toda su casa de haber creído a Dios [11308] .

35 Llegado el día, los pretores enviaron los alguaciles a decir: “Suelta a aquellos hombres”.

36 E1 carcelero dio esta noticia a Pablo: “Los pretores han enviado para soltaros; por tanto salid ahora e idos en paz”.

37 Mas Pablo les dijo: “Después de azotarnos públicamente, sin oírnos en juicio, nos han metido en la cárcel, siendo como somos romanos; ¿y ahora nos echan fuera secretamente? No, por cierto, sino que vengan ellos mismos y nos conduzcan afuera” [11309] .

38 Los alguaciles refirieron estas palabras a los pretores, los cuales al oír que eran romanos, fueron sobrecogidos de temor [11310] .

39 Vinieron, pues, y les suplicaron; y sacándolos les rogaron que se fuesen de la ciudad.

40 Ellos entonces salieron de la cárcel y entraron en casa de Lidia, y después de haber visto y consolado a los hermanos, partieron.

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Hechos 17

San Pablo en Tesalónica.

1 Pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica, donde se hallaba una sinagoga de los judíos [11311] .

2 Pablo, según su costumbre, entró a ellos, y por tres sábados disputaba con ellos según las Escrituras,

3 explicando y haciendo ver cómo era preciso que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos, y que este Jesús a quien (dijo) yo os predico, es el Cristo [11312] .

4 Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y a Silas, y asimismo un gran número de prosélitos griegos, y no pocas mujeres de las principales [11313] .

5 Pero los judíos, movidos por envidia, juntaron hombres malos entre los ociosos de la plaza, y formando un tropel alborotaron la ciudad, y se presentaron ante la casa de Jasón, procurando llevarlos ante el pueblo [11314] .

6 Mas como no los hallasen, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos ante los magistrados de la ciudad, gritando: “Estos son los que han trastornado al mundo, y ahora han venido también acá [11315] ,

7 y Jasón les ha dado acogida. Todos éstos obran contra los decretos del César, diciendo, que hay otro rey, Jesús” [11316] .

8 Con esto alborotaron a la plebe y a los magistrados de la ciudad que tales cosas oían.

9 Tomaron, pues, fianza de Jasón y de los demás, y los soltaron.

En Berea.

10 Inmediatamente, los hermanos hicieron partir a Pablo y a Silas de noche para Berea, los cuales, llegados allí, fueron a la sinagoga de los judíos [11317] .

11 Eran éstos de mejor índole [11318] que los de Tesalónica, y recibieron la palabra con toda prontitud, escudriñando cada día las Escrituras (para ver) si esto era así.

12 Muchos, pues, de ellos creyeron, así como también de las mujeres griegas de distinción, y no pocos de los hombres.

13 Pero cuando los judíos de Tesalónica conocieron que también en Berea había sido predicada por Pablo la Palabra de Dios, fueron allí agitando y alborotando igualmente a la plebe [11319] .

14 Entonces, al instante, los hermanos hicieron partir a Pablo, para que se encaminase hasta el mar; pero Silas y Timoteo se quedaron allí.

15 Los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas, y habiendo recibido encargo para que Silas y Timoteo viniesen a él lo más pronto posible, se marcharon.

En Atenas.

16 Mientras Pablo los aguardaba en Atenas, se consumía interiormente su espíritu al ver que la ciudad estaba cubierta de ídolos [11320] .

17 Disputaba, pues, en la sinagoga con los judíos y con los prosélitos, y en el foro todos los días con los que por casualidad encontraba.

18 También algunos de los filósofos epicúreos y estoicos disputaban con él. Algunos decían: “¿Qué quiere decir este siembra-palabras?” Y otros: “Parece que es pregonador de dioses extranjeros”, porque les anunciaba a Jesús y la resurrección [11321] .

19 Con que lo tomaron y llevándolo al areópago dijeron: “¿Podemos saber qué es esta nueva doctrina de que tú hablas? [11322]

20 Porque traes a nuestros oídos cosas extrañas; por tanto queremos saber qué viene a ser esto”.

21 Pues todos los atenienses y los extranjeros residentes allí no gustaban más que de decir u oír novedades.

Discurso del Areópago.

22 De pie en medio del Areópago, Pablo dijo: “Varones atenienses, en todas las cosas veo que sois extremadamente religiosos [11323] ;

23 porque al pasar y contemplar vuestras imágenes sagradas, halle también un altar en que está escrito: A un dios desconocido. Eso que vosotros adoráis sin conocerlo, es lo que yo os anuncio [11324] :

24 El Dios que hizo el mundo y todo cuanto en él se contiene, éste siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos de mano [11325] ;

25 ni es servido de manos humanas, como si necesitase de algo, siendo Él quien da a todos vida, aliento y todo [11326] .

26 Él hizo de uno solo todo el linaje de los hombres para que habitasen sobre toda la faz de la tierra, habiendo fijado tiempos determinados, y los límites de su habitación [11327] ,

27 para que buscasen a Dios, tratando a tientas de hallarlo, porque no está lejos de ninguno de nosotros;

28 pues en Él vivimos y nos movemos y existimos, como algunos de vuestros poetas han dicho: “Porque somos linaje suyo” [11328] .

29 Siendo así linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad sea semejante a oro o a plata o a piedra, esculturas del arte y del ingenio humano [11329] .

30 Pasando, pues, por alto los tiempos de la ignorancia, Dios anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes se arrepientan [11330] ;

31 por cuanto Él ha fijado un día en que ha de juzgar al orbe en justicia por medio de un Hombre que Él ha constituido, dando certeza a todos con haberle resucitado de entre los muertos” [11331] .

32 Cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: “Sobre esto te oiremos otra vez” [11332] .

33 Así salió Pablo de en medio de ellos [11333] .

34 Mas algunos hombres se unieron a él y abrazaron la fe, entre ellos Dionisio el areopagita, y una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos [11334] .

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Hechos 18

Pablo en Corinto.

1 Después de esto, Pablo partió de Atenas y se fue a Corinto.

2 donde encontró a un judío, llamado Aquila, natural del Ponto, que poco antes había venido de Italia, con Priscila [11335] , su mujer, porque Claudio había ordenado que todos los judíos saliesen de Roma. Se unió a ellos;

3 y como era del mismo oficio, hospedóse con ellos y trabajaba, porque su oficio era hacer tiendas de campaña [11336] .

4 Todos los sábados disputaba en la sinagoga, procurando convencer a judíos y griegos.

5 Mas cuando Silas y Timoteo hubieron llegado de Macedonia, Pablo se dio todo entero a la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo.

6 Y como éstos se oponían y blasfemaban, sacudió sus vestidos y les dijo: “Caiga vuestra sangre sobre vuestra cabeza: limpio yo, desde ahora me dirijo a los gentiles” [11337] .

7 Y trasladándose de allí entró en casa de uno que se llamaba Titio Justo, adorador de Dios, cuya casa estaba junto a la sinagoga.

8 Entretanto, Crispo, jefe de la sinagoga, creyó en el Señor, con toda su casa; y muchos de los corintios que prestaban oídos, creían y se bautizaban [11338] .

9 Entonces, el Señor dijo a Pablo de noche en una visión: “No temas, sino habla y no calles;

10 porque Yo estoy contigo, y nadie pondrá las manos sobre ti para hacerte mal, ya que tengo un pueblo numeroso en esta ciudad” [11339] .

11 Y permaneció un año y seis meses, enseñando entre ellos la palabra de Dios [11340] .

Pablo ante Galión.

12 Siendo Galión procónsul de Acaya, los judíos se levantaron a una contra Pablo y le llevaron ante el tribunal,

13 diciendo: Éste persuade a la gente que dé a Dios un culto contrario a la Ley.

14 Pablo iba a abrir la boca, cuando dijo Galión a los judíos: “Si se tratase de una injusticia o acción villana, razón sería, oh judíos, que yo os admitiese [11341] ;

15 mas si son cuestiones de palabras y de nombres y de vuestra Ley, vedlo vosotros mismos. Yo no quiero ser juez de tales cosas”.

16 Y los echó de su tribunal.

17 Entonces todos los griegos asieron a Sóstenes, jefe de la sinagoga, y le golpearon delante del tribunal, sin que Galión hiciera caso de esto [11342] .

Fin del segundo viaje.

18 Pablo, habiéndose detenido aún no pocos días, se despidió de los hermanos y se hizo a la vela hacia Siria, en compañía de Priscila y Aquila, luego de haberse rapado la cabeza en Cencrea, porque tenía un voto [11343] .

19 Llegaron a Éfeso, y allí los dejó y se fue, por su parte, a la sinagoga y disputaba con los judíos [11344] .

20 Y aunque éstos le rogaban que se quedase por más tiempo, no consintió,

21 sino que se despidió y dijo: “Otra vez, si Dios quiere, volveré a vosotros”, y partió de Éfeso [11345] .

22 Desembarcó en Cesarea, subió (a Jerusalén) a saludar a la Iglesia, y bajó a Antioquía [11346] .

D. TERCER VIAJE DE SAN PABLO

(18, 23 – 21, 26)

23 Pasado algún tiempo, salió y recorrió sucesivamente la región de Galacia y Frigia, fortaleciendo a todos los discípulos [11347] .

Apolo en Éfeso y Corinto.

24 Vino a Éfeso cierto judío de nombre Apolo, natural de Alejandría, varón elocuente y muy versado en las Escrituras.

25 Éste, instruido acerca del camino del Señor, hablaba en el fervor de su espíritu y enseñaba con exactitud las cosas tocantes a Jesús, pero sólo conocía el bautismo de Juan.

26 Se puso a hablar con denuedo en la sinagoga; mas cuando le oyeron Priscila y Aquila, le llevaron consigo y le expusieron más exactamente el camino de Dios [11348] .

27 Y deseando él pasar a Acaya, le animaron los hermanos y escribieron a los discípulos para que le recibiesen, y cuando hubo llegado, fue de mucho provecho a los que, por la gracia, habían creído;

28 porque vigorosamente redargüía a los judíos, en público, demostrando por medio de las Escrituras que Jesús era el Cristo [11349] .

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Hechos 19

Misión en Éfeso.

1 Mientras Apolo estaba en Corinto, sucedió que Pablo, después de recorrer las regiones superiores, llegó a Éfeso [11350] . Allí encontró algunos discípulos,

2 a quienes dijo: “¿Habéis recibido al Espíritu Santo después de abrazar la fe?” Ellos le contestaron: “Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo” [11351] .

3 Preguntóles entonces: “¿Pues en qué habéis sido bautizados?” Dijeron: “En el bautismo de Juan”.

4 A lo que replicó Pablo: “Juan bautizaba con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en Aquel que había de venir en pos de él, esto es, en Jesús” [11352] .

5 Cuando oyeron esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús;

6 y cuando Pablo les impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y hablaban en lenguas y profetizaban [11353] .

7 Eran entre todos unos doce hombres.

Pablo se separa de los judíos y hace muchos milagros.

8 Entró Pablo en la sinagoga y habló con libertad por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios [11354] .

9 Mas como algunos endurecidos resistiesen, blasfemando del Camino, en presencia del pueblo, apartóse de ellos, llevando consigo a los discípulos y discutía todos los días en la escuela de cierto Tirano [11355] .

10 Esto se hizo por espacio de dos años, de modo que todos los habitantes de Asia oyeron la palabra del Señor, tanto judíos como griegos.

11 Obraba Dios por mano de Pablo también milagros extraordinarios,

12 de suerte que hasta los pañuelos y ceñidores que habían tocado su cuerpo, eran llevados a los enfermos, y se apartaban de éstos las enfermedades y salían los espíritus malignos [11356] .

13 Tentaron también algunos judíos exorcistas, ambulantes, de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían los espíritus malignos, diciendo: “Conjúroos por aquel Jesús a quien predica Pablo”.

14 Eran los que esto hacían siete hijos de un cierto Esceva, judío de linaje pontifical.

15 Pero el espíritu malo les respondió y dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo, pero vosotros, ¿quiénes sois?

16 Y precipitándose sobre ellos el hombre en quien estaba el espíritu maligno, y enseñoreándose de ambos prevalecía contra ellos, de modo que huyeron de aquella casa desnudos y heridos [11357] .

17 Esto se hizo notorio a todos los judíos y griegos que habitaban en Éfeso, y cayó temor sobre todos ellos, y se glorificaba el nombre del Señor Jesús.

18 Y un gran número de los que habían abrazado la fe, venían confesándose y manifestando sus obras.

19 Muchos, asimismo, de los que habían practicado artes mágicas, traían los libros y los quemaban en presencia de todos. Y se calculó su valor en cincuenta mil monedas de plata [11358] .

20 Así, por el poder del Señor, la palabra crecía y prevalecía [11359] .

21 Cumplidas estas cosas, Pablo se propuso en espíritu atravesar la Macedonia y Acaya para ir a Jerusalén, diciendo: “Después que haya estado allí, es preciso que vea también a Roma” [11360] .

22 Envió entonces a Macedonia dos de sus ayudantes, Timoteo y Erasto, mientras él mismo se detenía todavía algún tiempo en Asia [11361] .

Tumulto en Éfeso.

23 Hubo por aquel tiempo un alboroto no pequeño a propósito del Camino [11362] .

24 Pues un platero de nombre Demetrio, que fabricaba de plata templos de Artemis [11363] y proporcionaba no poca ganancia a los artesanos [11364] ,

25 reunió a éstos y a los obreros de aquel ramo y dijo: Bien sabéis, compañeros, que de esta industria nos viene el bienestar,

26 y por otra parte, veis y oís cómo no sólo en Éfeso sino en casi toda el Asia, este Pablo con sus pláticas ha apartado a mucha gente, diciendo que no son dioses los que se hacen con las manos.

27 Y no solamente esta nuestra industria corre peligro de ser desacreditada, sino que también el templo de la gran diosa Artemis, a la cual toda el Asia y el orbe adoran, será tenido en nada, y ella vendrá a quedar despojada de su majestad [11365] .

28 Oído esto, se llenaron de furor y gritaron, exclamando: “¡Grande es la Artemis de los efesios!”

29 Llenóse la ciudad de confusión, y a una se precipitaron en el teatro, arrastrando consigo a Gayo y a Aristarco, macedonios, compañeros de viaje de Pablo.

30 Pablo quería también presentarse al pueblo, mas no le dejaron los discípulos.

31 Asimismo algunos de los asiarcas [11366] , que eran amigos suyos, enviaron a él recado rogándole que no se presentase en el teatro.

32 Gritaban, pues, unos una cosa, y otros otra; porque la asamblea estaba confusa, y en su mayoría no sabían por qué se habían reunido [11367] .

33 Entretanto sacaron de la multitud a Alejandro, a quien los judíos empujaban hacia adelante, Él, haciendo con la mano señas, quería informar al pueblo [11368] .

34 Mas ellos cuando supieron que era judío, gritaron todos a una voz, por espacio como de dos horas: “¡Grande es la Artemis de los efesios!”

35 Al fin, el secretario calmó a la muchedumbre, diciendo: “Efesios, ¿quién hay entre los hombres que no sepa que la ciudad de los efesios es la guardiana de la gran Artemis y de la imagen que bajó de Júpiter?

36 Siendo, pues, incontestables estas cosas, debéis estar sosegados y no hacer nada precipitadamente.

37 Porque habéis traído a estos hombres que ni son sacrílegos ni blasfeman de nuestra diosa,

38 Si pues Demetrio y los artífices que están con él, tienen queja contra alguien, audiencias públicas hay, y existen procónsules, Acúsense unos a otros.

39 Y si algo más pretendéis, esto se resolverá en una asamblea legal;

40 porque estamos en peligro de ser acusados de sedición por lo de hoy, pues no hay causa alguna que nos permita dar razón de este tropel”. Dicho esto, despidió a la asamblea.

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Hechos 20

Viaje a Macedonia y Grecia.

1 Luego que el tumulto cesó, convocó Pablo a los discípulos, los exhortó, y despidiéndose salió para ir a Macedonia.

2 Y después de recorrer aquellas regiones, exhortándolos con muchas palabras, llegó a Grecia [11369] ,

3 donde pasó tres meses; mas cuando ya estaba para ir a Siria, los judíos le armaron asechanzas, por lo cual tomó la resolución de regresar por Macedonia.

4 Le acompañaban hasta Asia: Sópatro de Berea, hijo de Pirro; Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo, Tíquico y Trófimo de Asia.

5 Éstos se adelantaron y nos esperaban en Tróade.

6 Nosotros, en cambio, nos dimos a la vela desde Filipos, después de los días de los Ázimos; y en cinco días los alcanzamos en Tróade, donde nos detuvimos siete días.

Pablo resucita a Eutico.

7 El primer día de la semana nos reunimos para partir el pan [11370] , Pablo, que había de marchar al día siguiente, les predicaba, prolongando su discurso hasta la medianoche.

8 Había muchas lámparas en el aposento alto donde estábamos reunidos.

9 Mas un joven, de nombre Eutico, se hallaba sentado sobre la ventana sumergido en profundo sueño, y al fin, mientras Pablo extendía más su plática [11371] , cayó del tercer piso abajo, vencido del sueño, y fue levantado muerto.

10 Bajó Pablo, se echó sobre él y abrazándole dijo: “No os asustéis, porque su alma está en él”.

11 Luego subió, partió el pan y comió; y después de conversar largamente hasta el amanecer, así se marchó.

12 Ellos se llevaron vivo al joven, y quedaron sobremanera consolados.

En Mileto.

13 Nosotros, adelantándonos en la nave, dimos vela a Asón, donde habíamos de recibir a Pablo. Lo había dispuesto así, queriendo irse él a pie.

14 Cuando nos alcanzó en Asón, le recogimos y vinimos a Mitilene [11372] .

15 Navegando de allí, nos encontramos al día siguiente enfrente de Quio; al otro día arribamos a Samos, y al siguiente llegamos a Mileto.

16 Porque Pablo había resuelto pasar de largo frente a Éfeso, para no demorarse en Asia; pues se daba prisa para estar, si le fuese posible, en Jerusalén el día de Pentecostés.

17 Desde Mileto envió a Éfeso a llamar a los presbíteros de la Iglesia [11373] .

18 Cuando llegaron a él les dijo: “Vosotros sabéis, desde el primer día que llegué a Asia, cómo me he portado con vosotros todo el tiempo:

19 sirviendo al Señor con toda humildad, con lágrimas y pruebas que me sobrevinieron por las asechanzas de los judíos;

20 y cómo nada de cuanto fuera de provecho he dejado de anunciároslo y enseñároslo en público y por las casas;

21 dando testimonio a judíos y griegos sobre la conversión a Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.

22 Y ahora, he aquí que voy a Jerusalén, encadenado por el Espíritu, sin saber lo que me ha de suceder allí [11374] ;

23 salvo que el Espíritu Santo en cada ciudad me testifica, diciendo que me esperan cadenas y tribulaciones.

24 Pero yo ninguna de estas cosas temo, ni estimo la vida mía como algo precioso para mí, con tal que concluya mi carrera y el ministerio que he recibido del Señor Jesús, y que dé testimonio del Evangelio de la gracia de Dios [11375] .

25 Al presente, he aquí yo sé que no veréis más mi rostro, vosotros todos, entre quienes he andado predicando el reino de Dios.

26 Por lo cual os protesto en este día que soy limpio de la sangre de todos;

27 pues no he omitido anunciaros el designio entero de Dios [11376] .

28 Mirad, pues, por vosotros mismos y pos toda la grey, en la cual el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la Iglesia del Señor, la cual Él ha adquirido con su propia sangre [11377] .

29 Yo sé que después de mi partida vendrán sobre vosotros lobos voraces que no perdonarán al rebaño [11378] .

30 Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen cosas perversas para arrastrar en pos de sí a los discípulos.

31 Por tanto velad, acordándoos de que por tres años no he cesado ni de día ni de noche de amonestar con lágrimas a cada uno de vosotros [11379] .

32 Ahora, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para edificar y para dar la herencia entre todos los santificados [11380] .

33 Plata u oro o vestido no he codiciado de nadie [11381] .

34 Vosotros mismos sabéis que a mis necesidades y a las de mis compañeros han servido estas manos

35 En todo os di ejemplo de cómo es menester, trabajando así, sostener a los débiles, acordándose de las palabras del señor Jesús, que dijo Él mismo: “Más dichoso es dar que recibir” [11382] .

36 Dicho esto, se puso de rodillas e hizo oración con todos ellos [11383] .

37 Y hubo gran llanto de todos, y echándose al cuello de Pablo lo besaban,

38 afligidos sobre todo por aquella palabra que había dicho, de que ya no verían su rostro. Y le acompañaron hasta el barco.

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Hechos 21

De Mileto a Tiro.

1 Cuando, arrancándonos de ellos, nos embarcamos, navegamos derechamente rumbo a Coos, al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara [11384] .

2 Y hallando una nave que hacía la travesía a Fenicia, subimos a su bordo y nos hicimos a la vela [11385] .

3 Avistamos a Chipre, que dejamos a la izquierda, navegamos hacia Siria, y aportamos a Tiro, porque allí la nave tenía que dejar su cargamento.

4 Encontramos allí a los discípulos, con los cuales permanecimos siete días. Y ellos decían a Pablo, por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén [11386] .

5 Pasados aquellos días, salimos y nos íbamos, acompañándonos todos ellos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad. Allí, puestos de rodillas en la playa, hicimos oración [11387] ,

6 y nos despedimos mutuamente. Nosotros subimos a la nave, y ellos se volvieron a sus casas.

De Tiro a Jerusalén.

7 Concluyendo nuestra navegación, llegamos de Tiro a Ptolemaida, donde saludamos a los hermanos y nos quedamos con ellos un día [11388] .

8 Partiendo al día siguiente llegamos a Cesarea, donde entramos en la casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos con él [11389] .

9 Éste tenía cuatro hijas, vírgenes, que profetizaban.

10 Deteniéndonos varios días, bajó de Judea un profeta, llamado Agabo;

11 el cual, viniendo a nosotros, tomó el ceñidor de Pablo, atóse los pies y las manos, y dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán en Jerusalén los judíos al hombre cuyo es este ceñidor, y le entregarán en manos de los gentiles” [11390] .

12 Cuando oímos esto, tanto nosotros, como los del lugar, le suplicábamos a Pablo que no subiera a Jerusalén.

13 Pablo entonces respondió: “¿Qué hacéis, llorando y quebrantándome el corazón, pues dispuesto estoy, no sólo a ser atado, sino aun a morir en Jerusalén, por el nombre del Señor Jesús?” [11391]

14 Y no dejándose él disuadir, nos aquietamos, diciendo: “¡Hágase la voluntad del Señor!”

15 Al cabo de estos días, nos dispusimos para el viaje, y subimos a Jerusalén.

16 Algunos discípulos iban con nosotros desde Cesarea y nos condujeron a casa de Mnason de Chipre, un antiguo discípulo, en cuya casa debíamos hospedarnos [11392] .

Acogida en Jerusalén.

17 Llegados a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo,

18 Al día siguiente, Pablo, juntamente con nosotros, visitó a Santiago, estando presentes todos los presbíteros [11393] .

19 Los saludó y contó una por una las cosas que Dios había obrado entre los gentiles por su ministerio.

20 Ellos, habiéndolo oído, glorificaban a Dios, mas le dijeron: “Ya ves, hermano, cuántos millares, entre los judíos, han abrazado la fe, y todos ellos son celosos de la Ley [11394] .

21 Pues bien, ellos han oído acerca de ti que enseñas a todos los judíos de la dispersión, a apostatar de Moisés, diciendo que no circunciden sus hijos ni caminen según las tradiciones.

22 ¿Qué hacer, pues? De todos modos oirán que tú has venido.

23 Haz por tanto esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que están obligados por un voto.

24 Tómalos y purifícate con ellos, y págales los gastos para que se hagan rasurar la cabeza; entonces sabrán todos que no hay nada de las cosas que han oído sobre ti, sino que tú también andas en la observancia de la Ley [11395] .

25 Mas en cuanto a los gentiles que han abrazado la fe, nosotros ya hemos mandado una epístola, determinando que se abstengan de las carnes sacrificadas a los ídolos, de la sangre, de lo ahogado y de la fornicación” [11396] .

26 Entonces Pablo, tomando a los hombres, se purificó con ellos al día siguiente y entró en el Templo, anunciando el vencimiento de los días de la purificación, hasta que se ofreciese por cada uno de ellos la ofrenda [11397] .

E. CAUTIVIDAD DE SAN PABLO EN CESAREA Y ROMA

(21, 27 – 28, 31)

Tumulto del pueblo contra Pablo.

27 Estando para cumplirse los siete días, lo vieron los judíos de Asia en el Templo, y alborotando todo el pueblo le echaron mano,

28 gritando: “¡Varones de Israel, ayudadnos! Éste es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el pueblo, y contra la Ley, y contra este lugar; y además de esto, ha introducido a griegos en el Templo, y ha profanado este lugar santo” [11398] ,

29 Porque habían visto anteriormente con él en la ciudad a Trófimo, efesio, y se imaginaban que Pablo le había introducido en el Templo.

30 Conmovióse, pues, toda la ciudad, y se alborotó el pueblo; después prendieron a Pablo y lo arrastraron fuera del Templo, cuyas puertas en seguida fueron cerradas [11399] .

31 Cuando ya trataban de matarle, llegó aviso al tribuno de la cohorte, de que toda Jerusalén estaba revuelta.

32 Éste, tomando al instante soldados y centuriones, bajó corriendo hacia ellos. En cuanto vieron al tribuno y a los soldados, cesaron de golpear a Pablo.

33 Entonces acercándose el tribuno, le prendió, mandó que le atasen con dos cadenas, y le preguntó quién era y qué había hecho.

34 De entre la turba unos voceaban una cosa, y otros otra, mas no pudiendo él averiguar nada con certeza, a causa del tumulto, mandó conducirlo a la fortaleza [11400] .

35 Al llegar (Pablo) a las gradas, los soldados hubieron de llevarlo en peso por la violencia de la turba,

36 porque seguía la multitud del pueblo, gritando: “¡Quítalo!”

37 Estando ya Pablo para ser introducido en la fortaleza, dijo al tribuno: “¿Me es permitido decirte una cosa?” Él contesto: “¿Tú sabes hablar griego? [11401]

38 ¿No eres pues aquel egipcio que hace poco hizo un motín y llevó al desierto los cuatro mil hombres de los sicarios?” [11402]

39 A lo cual dijo Pablo: “Yo soy judío, de Tarso en Cilicia, ciudadano de una no ignorada ciudad; te ruego me permitas hablar al pueblo” [11403] .

40 Permitiéndoselo él, Pablo, puesto de pie en las gradas, hizo señal con la mano al pueblo; y cuando se hizo un gran silencio, les dirigió la palabra en hebreo [11404] , diciendo:

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Hechos 22

Pablo se defiende ante el pueblo.

1 “Hermanos y padres [11405] , escuchad la defensa que ahora hago delante de vosotros”.

2 Oyendo que les hablaba en idioma hebreo, guardaron mayor silencio; y él prosiguió:

3 “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad, a los pies de Gamaliel, instruido conforme al rigor de la Ley de nuestros padres, celoso de Dios como vosotros todos lo sois el día de hoy [11406] .

4 Perseguía yo de muerte esta doctrina, encadenando y metiendo en las cárceles lo mismo hombres que mujeres [11407] ,

5 como también el Sumo Sacerdote me da testimonio y todos los ancianos; de los cuales asimismo recibí cartas para los hermanos, y me encaminé a Damasco a fin de traer presos a Jerusalén a los que allí hubiese, para castigarlos.

6 Y sucedió que yendo yo de camino y acercándome a Damasco hacia el mediodía, de repente una gran luz del cielo me envolvió.

7 Caí en tierra, y oí una voz que me decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”

8 Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y me dijo: “Yo soy Jesús el Nazareno a quien tú persigues”.

9 Los que me acompañaban vieron, sí, la luz, mas no oyeron la voz del que hablaba conmigo [11408] .

10 Yo dije: “¿Qué haré, Señor?” Y el Señor me respondió; “Levántate y ve a Damasco; allí se te dirá todo lo que te está ordenado hacer”,

11 Mas como yo no podía ver, a causa del esplendor de aquella luz, me condujeron de la mano los que estaban conmigo, y así vine a Damasco.

12 Y un cierto Ananías, varón piadoso según la Ley, de quien daban testimonio todos los judíos que allí habitaban,

13 me visitó, y poniéndose delante de mí me dijo: “Hermano Saulo, mira”; y yo en aquel mismo momento, le miré.

14 Dijo entonces: “El Dios de nuestros padres te ha predestinado para que conozcas su voluntad y veas al Justo, y oigas la voz de su boca [11409] .

15 Porque le serás testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído.

16 Ahora pues, ¿por qué te detienes? Levántate, bautízate y lava tus pecados, invocando su nombre”.

17 Y acaeció que yo, hallándome de vuelta en Jerusalén y orando en el Templo tuve un éxtasis;

18 y le vi a Él que me decía: “Date prisa y sal pronto de Jerusalén, porque no recibirán tu testimonio acerca de Mí”.

19 Yo contesté: “Señor, ellos mismos saben que yo era quien encarcelaba y azotaba de sinagoga en sinagoga a los que creían en Ti;

20 y cuando fue derramada la sangre de tu testigo Esteban, también yo estaba presente, consintiendo y guardando los vestidos de los que le dieron muerte” [11410] .

21 Pero Él me dijo: “Anda, que Yo te enviaré a naciones lejanas”.

Nuevo tumulto del pueblo contra Pablo.

22 Hasta esta palabra le escucharon, pero luego levantaron la voz y gritaban: “Quita de la tierra a semejante hombre; no debe vivir” [11411] .

23 Y como ellos gritasen y arrojasen sus mantos y lanzasen polvo al aire [11412] ,

24 mandó el tribuno introducirlo en la fortaleza, diciendo que le atormentasen con azotes, para averiguar por qué causa gritaban así contra él.

25 Mas cuando ya le tuvieron estirado con las correas, dijo Pablo al centurión que estaba presente: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle juzgado?” [11413]

26 Al oír esto el centurión fue al tribuno y se lo comunicó, diciendo: “¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano”.

27 Llegó entonces el tribuno y le preguntó: “Dime, ¿eres tú romano?” Y él contesto: “Sí”.

28 Replicó el tribuno: “Yo por gran suma adquirí esta ciudadanía”. “Y yo, dijo Pablo, la tengo de nacimiento”.

29 Con esto inmediatamente se apartaron de él los que le iban a dar tormento; y el mismo tribuno tuvo temor cuando supo que era romano y que él lo había encadenado.

30 Al día siguiente, deseando saber con seguridad de qué causa era acusado por los judíos, le soltó e hizo reunir a los sumos sacerdotes y todo el sinedrio; y trayendo a Pablo lo puso delante de ellos.

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Hechos 23

Pablo ante el sinedrio.

1 Pablo, entonces, teniendo fijos sus ojos en el sinedrio, dijo: “Varones, hermanos: Yo hasta el día de hoy me he conducido delante de Dios con toda rectitud de conciencia”.

2 En esto el Sumo Sacerdote Ananías mandó a los que estaban junto a él que le pegasen en la boca.

3 Entonces Pablo le dijo: “¡Dios te herirá a ti, pared blanqueada! ¿Tú estás sentado para juzgarme según la Ley, y violando la Ley mandas pegarme?”

4 Los que estaban cerca, dijeron: “¿Así injurias tú al Sumo Sacerdote de Dios?”

5 A lo cual contestó Pablo: “No sabía, hermanos, que fuese el Sumo Sacerdote; porque escrito esta: “No maldecirás al príncipe de tu pueblo” [11414] .

6 Sabiendo Pablo que una parte era de saduceos y la otra de fariseos, gritó en medio del sinedrio: “Varones, hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos; soy juzgado por causa de la esperanza y la resurrección de muertos” [11415] .

7 Cuando dijo esto, se produjo un alboroto entre los fariseos y los saduceos, y se dividió la multitud.

8 Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu, mientras que los fariseos profesan ambas cosas.

9 Y se originó una gritería enorme. Algunos de los escribas del partido de los fariseos se levantaron pugnando y diciendo: “Nada de malo hallamos en este hombre. ¿Quién sabe si un espíritu o un ángel le ha hablado?”

10 Como se agravase el tumulto, temió el tribuno que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó que bajasen los soldados, y sacándole de en medio de ellos le llevasen a la fortaleza.

11 En la noche siguiente se puso a su lado el Señor y dijo: “Ten ánimo, porque así como has dado testimonio de Mí en Jerusalén, así has de dar testimonio también en Roma” [11416] .

Conjuración contra la vida de Pablo.

12 Cuando fue de día, los judíos tramaron una conspiración, y se juramentaron con anatema, diciendo que no comerían ni beberían hasta matar a Pablo.

13 Eran más de cuarenta los que hicieron esta conjuración.

14 Fueron a los sumos sacerdotes y a los ancianos y declararon: “Nos hemos anatematizado para no gustar cosa alguna hasta que hayamos dado muerte a Pablo.

15 Ahora pues, vosotros, juntamente con el sinedrio, comunicad al tribuno que le conduzca ante vosotros, como si tuvieseis la intención de averiguar más exactamente lo tocante a él. Entretanto, nosotros estaremos prontos para matarle antes que se acerque”.

16 Pero teniendo noticia de la emboscada el hijo de la hermana de Pablo, fue, y entrando en la fortaleza dio aviso a Pablo.

17 Llamó Pablo a uno de los centuriones y dijo: “Lleva este joven al tribuno porque tiene algo que comunicarle”.

18 Lo tomó él y lo llevó al tribuno, diciendo: “El preso Pablo me ha llamado y rogado que traiga ante ti a este joven, que tiene algo que decirte”.

19 Entonces, tomándolo el tribuno de la mano, se retiró aparte y le preguntó: “¿Qué tienes que decirme?”

20 Contestó él: “Los judíos han convenido en pedirte que mañana hagas bajar a Pablo al sinedrio, como si quisiesen averiguar algo más exactamente respecto de él.

21 Tú, pues, no les des crédito, porque están emboscados más de cuarenta de ellos, que se han comprometido bajo maldición a no comer ni beber hasta matarle; y ahora están prontos, esperando de ti una respuesta afirmativa”.

22 Con esto, el tribuno despidió al joven, encargándole: “No digas a nadie que me has dado aviso de esto”.

Pablo es llevado a Cesarea.

23 Llamando entonces (el tribuno) a dos de los centuriones, dio orden: “Tened listos, desde la tercera hora de la noche, doscientos soldados para marchar hasta Cesarea, setenta jinetes y doscientos lanceros [11417] ,

24 y preparad también cabalgadura para que, poniendo a Pablo encima, lo lleven salvo al gobernador Félix”.

25 Y escribió una carta del tenor siguiente:

26 “Claudio Lisias al excelentísimo procurador Félix, salud.

27 Este hombre fue prendido por los judíos y estaba a punto de ser muerto por ellos, cuando yo sobrevine con la tropa y lo arranqué, teniendo entendido que era romano.

28 Queriendo conocer el crimen de que le acusaban, le conduje ante el sinedrio de ellos,

29 donde hallé que era acusado respecto de cuestiones de su Ley, pero que no había cometido delito merecedor de muerte o de prisión.

30 Mas como se me diera aviso de que existía un complot contra él, en el acto le envié a ti, intimando asimismo a los acusadores que expongan ante ti lo que tengan en contra de él. Pásalo bien” [11418] .

31 Así pues los soldados, según la orden que se les había dado, tomaron a Pablo y lo llevaron de noche a Antipátrida.

32 Al día siguiente se volvieron a la fortaleza, dejando a los jinetes para que le acompañasen;

33 los cuales, entrados en Cesarea, entregaron la carta al gobernador, presentando también a Pablo delante de él.

34 Éste, leída la carta, preguntó de qué provincia era, y cuando supo que era de Cilicia,

35 dijo: “Te oiré cuando hayan llegado también tus acusadores”. Y le mandó custodiar en el pretorio de Herodes.

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Hechos 24

Ante el gobernador Félix.

1 Al cabo de cinco días, bajó el Sumo Sacerdote Ananías, con algunos ancianos, y un cierto Tértulo, orador, los cuales comparecieron ante el gobernador, como acusadores de Pablo.

2 Citado éste, comenzó Tértulo la acusación, diciendo: “Que por medio de ti gozamos de una paz profunda, y que por tu providencia se han hecho reformas en bien de este pueblo [11419] ,

3 lo reconocemos, oh excelentísimo Félix, con suma gratitud en todo tiempo y en todo lugar.

4 Mas para no molestarte demasiado, ruégote que nos escuches brevemente según tu benignidad;

5 porque hemos hallado que este hombre es una peste y causa de tumultos para todos los judíos del orbe, y que es jefe de la secta de los nazarenos.

6 Tentó también de profanar el Templo, mas nos apoderamos de él. Y quisimos juzgarle según nuestra ley,

7 pero sobrevino el tribuno Lisias y con gran violencia le quitó de nuestras manos,

8 mandando a los acusadores que se dirigiesen a ti. Tú mismo, podrás interrogarle y cerciorarte sobre todas las cosas de que nosotros le acusamos”.

9 Los judíos, por su parte, se adhirieron, afirmando ser así las cosas.

10 Pablo, habiendo recibido señal del gobernador para que hablase, contestó: “Sabiendo que de muchos años atrás eres tú juez de esta nación, emprendo con plena confianza mi defensa [11420] .

11 Puedes averiguar que no hace más de doce días que subí, a Jerusalén a adorar [11421] ;

12 y ni en el Templo me hallaron disputando con nadie, o alborotando al pueblo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad.

13 Tampoco pueden ellos darte pruebas de las cosas de que ahora me acusan.

14 Te confieso, sí, esto: que según la doctrina que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de nuestros padres, prestando fe a todo lo que es conforme a la Ley, y a todo lo que está escrito en los profetas [11422] ;

15 teniendo en Dios una esperanza; que, como ellos mismos la aguardan, habrá resurrección de justos y de injustos [11423] .

16 Por esto yo mismo me ejercito para tener en todo tiempo una conciencia irreprensible ante Dios y ante los hombres [11424] .

17 Después de varios años vine a traer limosnas a mi nación y presentar ofrendas [11425] .

18 En esta ocasión me hallaron purificado en el Templo, no con tropel de gente ni con bullicio,

19 algunos judíos de Asia, los cuales deberían estar presentes delante de ti para acusar, si algo tuviesen contra mí.

20 O digan éstos aquí presentes qué delito hallaron cuando estaba yo ante el sinedrio,

21 como no sea esta sola palabra que dije en alta voz, estando en medio de ellos: por la resurrección de los muertos soy juzgado hoy por vosotros”.

22 Mas Félix, que bien sabía lo que se refiere a esta doctrina, los aplazó diciendo: “Cuando descendiere el tribuno Lisias, fallaré vuestra causa” [11426] .

23 Ordenó al centurión que (Pablo) fuese guardado, que le tratase con indulgencia y que no impidiese a ninguno de los suyos asistirle [11427] .

Félix conversa con Pablo sobre la fe.

24 Pasados algunos días, vino Félix con Drusila, su mujer, que era judía, llamó a Pablo y le escuchó acerca de la fe en Jesucristo.

25 Pero cuando (Pablo) habló de la justicia, de la continencia y del juicio venidero, Félix, sobrecogido de temor, dijo: “Por ahora retírate; cuando tenga oportunidad, te llamaré” [11428] .

26 Esperaba también recibir dinero de Pablo, por lo cual lo llamaba más a menudo para conversar con él.

27 Cumplidos dos años, Félix tuvo por sucesor a Porcio Festo; y queriendo congraciarse con los judíos, Félix dejó a Pablo en prisión [11429] .

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Hechos 25

Pablo ante Festo. Apelación al César.

1 Llegó Festo a la provincia, y al cabo de tres días subió de Cesarea a Jerusalén.

2 Los sumos sacerdotes y los principales de los judíos se le presentaron acusando a Pablo, e insistían [11430]

3 en pedir favor contra él, para que le hiciese conducir a Jerusalén; teniendo ellos dispuesta una emboscada para matarle en el camino.

4 Festo respondió que Pablo estaba custodiado en Cesarea, y que él mismo había de partir cuanto antes.

5 “Por tanto, dijo, los principales de entre vosotros desciendan conmigo, y si en aquel hombre hay alguna falta, acúsenle”.

6 Habiéndose, pues, detenido entre ellos no más de ocho o diez días, bajó a Cesarea, y al día siguiente se sentó en el tribunal, ordenando que fuese traído Pablo.

7 Llegado éste, le rodearon los judíos que habían descendido de Jerusalén, profiriendo muchos y graves cargos, que no podían probar,

8 mientras Pablo alegaba en su defensa: “Ni contra la ley de los judíos, ni contra el Templo, ni contra el César he cometido delito alguno”.

9 Sin embargo, Festo, queriendo congraciarse con los judíos, dijo, en respuesta a Pablo: “¿Quieres subir a Jerusalén y ser allí juzgado de estas cosas delante de mí?” [11431]

10 A lo cual Pablo contestó: “Ante el tribunal del César estoy; en él debo ser juzgado. Contra los judíos no he hecho mal alguno, como bien sabes tú mismo.

11 Si he cometido injusticia o algo digno de muerte, no rehúso morir; pero si nada hay de fundado en las acusaciones de éstos, nadie por complacencia puede entregarme a ellos. Apelo al César”.

12 Entonces Festo, después de hablar con el consejo, respondió: “Al César has apelado. Al César irás” [11432] .

Festo consulta al rey Agripa.

13 Transcurridos algunos días, llegaron a Cesarea el rey Agripa y Berenice para saludar a Festo [11433] .

14 Como se detuviesen allí varios días, expuso Festo al rey el caso de Pablo, diciendo: “Hay aquí un hombre, dejado preso por Félix,

15 respecto del cual, estando yo en Jerusalén, se presentaron los sumos sacerdotes y los ancianos de los judíos, pidiendo su condena.

16 Les contesté que no es costumbre de los romanos entregar a ningún hombre por complacencia, antes que el acusado tenga frente a sí a los acusadores y se le dé lugar para defenderse de la acusación [11434] .

17 Luego que ellos concurrieron aquí, yo sin dilación alguna, me senté al día siguiente en el tribunal y mandé traer a ese hombre,

18 mas los acusadores, que lo rodeaban, no adujeron ninguna cosa mala de las que yo sospechaba [11435] ,

19 sino que tenían contra él algunas cuestiones referentes a su propia religión y a un cierto Jesús difunto, del cual Pablo afirmaba que estaba vivo.

20 Estando yo perplejo respecto a la investigación de estos puntos, le pregunté si quería ir a Jerusalén para allí ser juzgado de estas cosas.

21 Mas como Pablo apelase para que fuese, reservado al juicio del Augusto, ordené que se le guardase hasta remitirle al César” [11436] .

22 Dijo entonces Agripa a Festo: “Yo mismo tendría también gusto en oír a ese hombre”. “Mañana, dijo, le oirás”.

23 Al día siguiente vinieron Agripa y Berenice con gran pompa, y cuando entraron en la sala de audiencia con los tribunos y personajes más distinguidos de la ciudad, por orden de Festo fue traído Pablo [11437] .

24 Y dijo Festo: “Rey Agripa y todos los que estáis presentes con nosotros, he aquí a este hombre, respecto del cual todo el pueblo de los judíos me ha interpelado, así en Jerusalén como aquí, gritando que él no debe seguir viviendo [11438] .

25 Yo, por mi parte, me di cuenta de que no había hecho nada que fuese digno de muerte; pero habiendo él mismo apelado al Augusto juzgué enviarle.

26 No tengo acerca de él cosa cierta que pueda escribir a mi señor. Por lo cual lo he conducido ante vosotros, mayormente ante ti, oh rey Agripa, a fin de que a base de este examen tenga yo lo que pueda escribir.

27 Porque me parece fuera de razón mandar un preso sin indicar también las acusaciones que se hagan contra él”.

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Hechos 26

Pablo ante Agripa.

1 Dijo luego Agripa a Pablo: “Se te permite hablar en tu defensa”. Entonces Pablo, extendiendo su mano, empezó a defenderse [11439] :

2 “Me siento feliz, oh rey Agripa, de poder hoy defenderme ante ti de todas las cosas de que soy acusado por los judíos [11440] ,

3 particularmente porque tú eres conocedor de todas las costumbres judías y de sus disputas, por lo cual te ruego me oigas con paciencia.

4 Todos los judíos conocen por cierto mi vida desde la mocedad, pasada desde el principio en medio de mi pueblo y en Jerusalén [11441] .

5 Ellos saben, pues, desde mucho tiempo atrás, si quieren dar testimonio, que vivía yo cual fariseo, según la más estrecha secta de nuestra religión.

6 Y ahora estoy aquí para ser juzgado a causa de la esperanza [11442] en la promesa hecha por Dios a nuestros padres,

7 cuyo cumplimiento nuestras doce tribus esperan alcanzar, sirviendo a Dios perseverantemente día y noche. Por esta esperanza, oh rey, soy yo acusado de los judíos.

8 ¿Por qué se juzga cosa increíble para vosotros, que Dios resucite a muertos?

9 Yo, por mi parte, estaba persuadido de que debía hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús el Nazareno [11443] .

10 Esto lo hice efectivamente en Jerusalén, donde con poderes de parte de los sumos sacerdotes encerré en cárceles a muchos de los santos; y cuando los hacían morir, yo concurría con mi voto.

11 Muchas veces los forzaba a blasfemar, castigándolos por todas las sinagogas; y sobremanera furioso contra ellos, los perseguía hasta las ciudades extranjeras.

12 Para esto mismo, yendo yo a Damasco, provisto de poderes y comisión de los sumos sacerdotes,

13 siendo el mediodía, vi, oh rey, en el camino una luz del cielo, más resplandeciente que el sol, la cual brillaba en derredor de mi y de los que me acompañaban.

14 Caídos todos nosotros a tierra, oí una voz que me decía en lengua hebrea: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Duro es para ti dar coces contra el aguijón” [11444] .

15 Yo respondí: “¿Quién eres, Señor?” Y dijo el Señor: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.

16 Mas levántate y ponte sobre tus pies; porque para esto me he aparecido a ti para predestinarte ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas por las cuales aun te me apareceré [11445] ,

17 librándote del pueblo, y de los gentiles, a los cuales yo te envío [11446] ,

18 a fin de abrirles los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios, y para que obtengan remisión de pecados y herencia entre los que han sido santificados por la fe en Mí” [11447] .

19 En lo sucesivo, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial,

20 antes bien, primero a los de Damasco, y también en Jerusalén, y por toda la región de Judea, y a los gentiles, anuncié que se arrepintiesen y se volviesen a Dios, haciendo obras dignas del arrepentimiento.

21 A causa de esto, los judíos me prendieron en el Templo e intentaron quitarme la vida.

22 Pero, habiendo conseguido el auxilio de Dios, estoy firme el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, y no diciendo cosa alguna fuera de las que han anunciado para el porvenir los profetas y Moisés [11448] :

23 que el Cristo había de padecer, y que Él, como el primero de la resurrección de los muertos, ha de anunciar luz al pueblo y a los gentiles”.

Impresión del discurso.

24 Defendiéndose (Pablo) de este modo, exclamó Festo en alta voz: “Tú estás loco, Pablo. Las muchas letras te trastornan el juicio” [11449] .

25 “Excelentísimo respondió Pablo, no estoy loco, sino que digo palabras de verdad y de cordura [11450] .

26 Bien conoce estas cosas el rey, delante del cual hablo con toda libertad, estando seguro de que nada de esto ignora, porque no se trata de cosas que se han hecho en algún rincón [11451] .

27 ¿Crees, Rey Agripa, a los profetas? Ya sé que crees”.

28 A esto, Agripa respondió a Pablo: “Por poco me persuades a hacerme cristiano”.

29 A lo que contestó’ Pablo: “Pluguiera a Dios que por poco o por mucho, no sólo tú, sino también todos cuantos que hoy me oyen, se hicieran tales como soy yo, salvo estas cadenas”.

30 Se levantaron entonces el rey, el gobernador, Berenice, y los que con ellos estaban sentados.

31 Y al retirarse hablaban entre sí, diciendo: “Este hombre nada hace que merezca muerte o prisión.

32 Y Agripa dijo a Festo: “Se podría poner a este hombre en libertad, si no hubiera apelado al César” [11452] .

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Hechos 27

Viaje a Roma.

1 Luego que se determinó que navegásemos [11453] a Italia, entregaron a Pablo y a algunos otros presos en manos de un centurión de la cohorte Augusta, por nombre Julio,

2 Nos embarcamos en una nave adramitena, que estaba a punto de emprender viaje a los puertos de Asia, y nos hicimos a la vela, acompañándonos Aristarco, macedonio de Tesalónica [11454] .

3 Al otro día hicimos escala en Sidón, y Julio, tratando a Pablo humanamente, le permitió visitar a los amigos y recibir atenciones [11455] .

4 Partidos de allí navegamos a lo largo de Chipre, por ser contrarios los vientos [11456] ,

5 y atravesando el mar de Cilicia y Panfilia, aportamos a Mira de Licia [11457] ,

6 donde el centurión, hallado un barco alejandrino que navegaba para Italia, nos embarcó en él.

7 Navegando durante varios días lentamente, llegamos a duras penas frente a Gnido, porque nos impedía el viento; después navegamos a sotavento de Creta, frente a Salmona,

8 y costeándola con dificultad, llegamos a un lugar llamado Buenos Puertos, cerca del cual está la ciudad de Lasca [11458] .

9 Como hubiese transcurrido bastante tiempo y fuese ya peligrosa la navegación –había pasado ya el Ayuno [11459] –, Pablo les advirtió,

10 diciéndoles: “Compañeros, veo que el trayecto va a redundar en daño y mucho perjuicio no solamente para el cargamento y la nave, sino también para nuestras vidas”.

11 Mas el centurión daba más crédito al piloto y al patrón del barco, que a las palabras de Pablo,

12 Y como el puerto no fuese cómodo para invernar, la mayor parte aconsejó partir de allí, por sí podían arribar a Fenice e invernar allí, porque es un puerto de Creta que mira al sureste y al nordeste [11460] .

13 Y soplando un suave viento sur [11461] , se figuraban que saldrían con su intento. Levaron, pues, anclas, y navegaban a lo largo de Creta, muy cerca de tierra.

Tempestad en el mar.

14 Pero a poco andar se echó sobre la nave un viento tempestuoso, llamado euraquilón,

15 La nave fue arrebatada, y sin poder hacer frente al viento, nos dejábamos llevar, abandonándonos a él.

16 Pasando a lo largo de una islita llamada Cauda, a duras penas pudimos recoger el esquife [11462] .

17 Una vez levantado éste, hicieron uso de los auxilios y ciñeron la nave por debajo. Pero temerosos de dar en la Sirte [11463] , arriaron las velas y se dejaron llevar.

18 Al día siguiente, furiosamente combatidos por la tempestad, aligeraron;

19 y al tercer día arrojaron con sus propias manos el equipo de la nave.

20 Durante varios días no se dejó ver ni el sol ni las estrellas, y cargando sobre nosotros una gran borrasca, nos quitó al fin toda esperanza de salvarnos.

Pablo conforta a los compañeros.

21 Habiendo ellos pasado mucho tiempo sin comer, Pablo se puso en pie en medio de ellos, y dijo: “Era menester, oh varones, haberme dado crédito y no partir de Creta, para ahorrarnos este daño y perjuicio [11464] .

22 Mas ahora, os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida alguna entre vosotros, sino solamente de la nave.

23 Pues esta noche estuvo junto a mí un ángel del Dios de quién soy y a quien sirvo [11465] ,

24 el cual dijo: “No temas, Pablo; ante el César has de comparecer, y he aquí que Dios te ha hecho gracia de todos los que navegan contigo” [11466] .

25 Por lo cual, compañeros, cobrad ánimo, pues confío en Dios que así sucederá como se me ha dicho.

26 Mas hemos de ir a dar en cierta isla”.

Naufragio.

27 Llegada la noche décimacuarta y siendo nosotros llevados de una a otra parte en el Adria, hacia la mitad de la noche sospecharon los marineros que se acercaban a alguna tierra [11467] .

28 Echando la sonda, hallaron veinte brazas; a corta distancia echaron otra vez la sonda y hallaron quince brazas.

29 Temiendo diésemos en algunos escollos, echaron de la popa cuatro anclas y aguardaron ansiosamente el día.

30 Los marineros intentaron escaparse de la nave y tenían ya bajado el esquife al mar, con el pretexto de querer echar las anclas de proa;

31 mas Pablo dijo al centurión y a los soldados: “Si éstos no se quedan en el barco, vosotros no podéis salvaros”.

32 Entonces cortaron los soldados los cables del esquife y lo dejaron caer [11468] .

33 En tanto iba apuntando el día, Pablo exhortó a todos a tomar alimento, diciendo: “Hace hoy catorce días que estáis en vela, permaneciendo ayunos y sin tomar nada.

34 Os exhorto, pues, a tomar alimento, que es (necesario) para vuestra salud; porque no se perderá ni un cabello de la cabeza de ninguno de vosotros”.

35 Dicho esto, tomó pan, dio gracias a Dios delante de todos, lo partió y comenzó a comer [11469] .

36 Entonces cobraron ánimo todos ellos y tomaron también alimento.

37 Éramos en la nave entre todos doscientas setenta y seis personas.

38 Luego que hubieron comido a satisfacción, aligeraron la nave, echando el trigo al mar.

39 Llegado el día, no conocían aquella tierra, aunque echaban de ver una bahía que tenía playa; allí pensaban encallar la nave, si pudiesen.

40 Cortando, pues, las anclas, las abandonaron en el mar; al mismo tiempo soltaron las cuerdas de los timones, y alzando el artimón al viento, se dirigieron hacia la playa;

41 mas tropezando con una lengua de tierra, encallaron la nave; la proa hincada se quedó inmóvil, mientras que la popa se deshacía por la violencia de las olas.

42 Los soldados tuvieron el propósito de matar a los presos, para que ninguno escapase a nado.

43 Mas el centurión, queriendo salvar a Pablo, impidió que ejecutasen su propósito, mandando que quienes supieran nadar se arrojasen los primeros y saliesen a tierra,

44 y los restantes, parte sobre tablas, parte sobre los despojos del barco. Así llegaron todos salvos a tierra.

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Hechos 28

San Pablo en Malta.

1 Puestos en salvo, supimos entonces que la isla se llamaba Melita [11470] .

2 Los bárbaros [11471] nos trataron con bondad extraordinaria; encendieron una hoguera y nos acogieron a todos a causa de la lluvia que estaba encima y a causa del frío.

3 Mas al echar Pablo en el fuego una cantidad de ramaje que había recogido, salió una víbora a raíz del calor y prendiósele de la mano.

4 Al ver los bárbaros al reptil colgado de su mano, se decían unos a otros: “Ciertamente este hombre debe ser un homicida, a quien escapado salvo del mar, la Dike [11472] no le ha permitido vivir”.

5 Mas él sacudió el reptil en el fuego y no padeció daño alguno.

6 Ellos, entretanto, estaban esperando que él se hinchase o cayese repentinamente muerto. Mas después de esperar mucho tiempo, viendo que ningún mal le acontecía, mudaron de parecer y dijeron que era un dios [11473] .

7 En las cercanías de aquel lugar había campos que pertenecían al hombre principal de la isla, por nombre Publio, el cual nos acogió y nos hospedó benignamente por tres días.

8 Y sucedió que el padre de Publio estaba en cama, acosado de fiebre y disentería. Pablo entró a él, hizo oración, le impuso las manos y le sanó.

9 Después de este suceso, acudían también las demás personas de la isla que tenían enfermedades, y eran sanadas,

10 por cuyo motivo nos colmaron de muchos honores; y cuando nos hicimos a la vela nos proveyeron de lo necesario.

De Malta a Roma.

11 Al cabo de tres meses, nos embarcamos en una nave alejandrina que había invernado en la isla y llevaba la insignia de los Dióscuros [11474] .

12 Aportamos a Siracusa, donde permanecimos tres días,

13 De allí, costeando, arribamos a Regio; un día después se levantó el viento sur, y al segundo día llegamos a Putéolos [11475] ,

14 donde hallamos hermanos, y fuimos invitados a quedarnos con ellos siete días. Y así llegamos a Roma.

15 Teniendo noticia de nosotros, los hermanos de allí nos salieron al encuentro hasta Foro de Apio y Tres Tabernas. Al verlos, Pablo dio gracias a Dios y cobró buen ánimo [11476] .

Primera prisión en Roma.

16 Cuando llegamos a Roma, se le permitió a Pablo vivir como particular con el soldado que le custodiaba [11477] .

17 Tres días después convocó a los principales de los judíos, y habiéndose ellos reunido les dijo: “Varones, hermanos, yo sin haber hecho nada en contra del pueblo, ni contra las tradiciones de nuestros padres, desde Jerusalén fui entregado preso en manos de los romanos [11478] ,

18 los cuales después de hacer los interrogatorios querían ponerme en libertad, por no haber en mí ninguna causa de muerte;

19 mas oponiéndose a ellos los judíos, me vi obligado a apelar al César, pero no como que tuviese algo de que acusar a mi nación [11479] .

20 Este es, pues, el motivo porque os he llamado para veros y hablaros; porque a causa de la esperanza de Israel estoy ceñido de esta cadena” [11480] .

21 Respondiéronle ellos: “Nosotros ni hemos recibido cartas de Judea respecto de ti, ni hermano alguno de los que han llegado, ha contado o dicho mal de ti.

22 Sin embargo, deseamos oír de tu parte lo que piensas porque de la secta ésa nos es conocido que halla contradicción en todas partes” [11481] .

Último retiro de los judíos.

23 Le señalaron, pues, un día y vinieron a él en gran número a su alojamiento. Les explicó el reino de Dios, dando su testimonio, y procuraba persuadirlos acerca de Jesús, con arreglo a la Ley de Moisés y de los Profetas, desde la mañana hasta la tarde [11482] .

24 Unos creían las cosas que decía; otros no creían.

25 No hubo acuerdo entre ellos y se alejaron mientras Pablo les decía una palabra: “Bien habló el Espíritu Santo por el profeta Isaías a vuestros padres,

26 diciendo: «Ve a este pueblo y di: Oiréis con vuestros oídos y no entenderéis; miraréis con vuestros ojos, pero no veréis [11483] .

27 Porque se ha embotado el corazón de este pueblo; con sus oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, para que no vean con sus ojos, ni oigan con sus oídos, ni con el corazón entiendan, y se conviertan y Yo les sane».

28 Os sea notorio que esta salud de Dios ha sido transmitida a los gentiles, los cuales prestarán oídos” [11484] .

29 Habiendo él dicho esto, se fueron los judíos, teniendo grande discusión entre sí [11485] .

30 Permaneció (Pablo) durante dos años enteros en su propio alojamiento, que había alquilado, y recibía a todos cuantos le visitaban;

31 predicando con toda libertad y sin obstáculo el reino de Dios, y enseñando las cosas tocantes al Señor Jesucristo [11486] .

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. El primer libro, esto es, el tercer Evangelio, poco antes compuesto por el mismo autor (Lc. 1, 1 ss.). Este capítulo es, pues, como una continuación del cap. 24 del Evangelio de S. Lucas, que termina con la Ascensión del Señor (cf. v. siguiente).

3. Cuarenta días: Sólo Lucas nos comunica este dato que fija la fecha de la Ascensión y que tiene gran valor, pues según Lc. 24, 44-53 ésta parecería haberse producido el mismo día de la Resurrección. “La obra de Jesús sobre la tierra se encierra entre dos cuarentenas. Apenas salido del desierto Jesús había anunciado el reino de Dios. De él vuelve a hablar en sus últimos coloquios” (Boudou). Cf. 19, 8 y nota. Siendo visto de ellos: para que fuesen testigos de su Resurrección (1, 22; 2, 32), pero no estaba ya con ellos ordinariamente, como antes, sino que se les apareció en las ocasiones que refieren los Evangelistas. Del reino de Dios: expresión que S. Mateo llama Reino de los cielos, señalando su trascendencia universal (Mt. 3, 7), y que “designa el reino que debía fundar el Mesías… No es usada en el Ant. Testamento, aunque la idea que ella expresa sea a menudo señalada. Véase Is. 42, 1 y 49, 8; Jr. 3, 13 ss., y 23, 2 ss.; Ez. 11, 16 ss.; 34, 12 ss.; Os. 2, 12 ss.; Am. 9, 1 ss.; Mi. 2, 12-13; 3, 12 ss.; etc. Sobre todo, Dn. 2, 44; 7, 13-14” (Fillion). Esto explica la pregunta del v. 6.

4. La promesa del Padre, o sea, la venida del Espíritu Santo, anunciada por Jesús como don del Divino Padre. Cf. Mt. 3, 11; Mc. 1, 8; Lc. 3, 16; 24, 49; Jn. 1, 26; 14, 26.

5. El Precursor había anunciado este bautismo distinto del suyo (Mt. 3, 11; Mc. 1, 8; Lc. 3, 16). Cf. 11, 16; Jn. 3, 5 y nota.

6 s. Habiéndose reunido: Lucas destaca con esto la solemnidad de la pregunta que iban a hacer. Como observa Crampon, la reunión debió ser al aire libre, pues inmediatamente después tuvo lugar la Ascensión del Señor. Los apóstoles pensaban en las profecías sobre la restauración de Israel, que ellos, según se ve en su pregunta, tomaban en sentido literal, como aquellos que glorificaron al Señor en el día de Ramos (Mt. 21, 9; Mc. 11, 10; Lc. 19, 38; Jn. 12, 13). Cristo no les da contestación directa, sino que los remite a los secretos que el Padre tiene reservados a su poder (Mt. 24, 36; Mc. 13, 32; Jn. 14, 28). El Espíritu Santo no tardaría en revelarles, después de Pentecostés, el misterio de la Iglesia, previsto de toda eternidad, pero oculto hasta entonces en el plan divino; y sin el cual no podrían cumplirse las promesas de los profetas, como lo explicó Santiago en el Concilio de Jerusalén (15, 14-18; Hb. 11, 39 s.; Rm. 11, 25 s.; etc.). Cf. Ef. 3, 9; Col. 1, 26.

8. Los extremos de la tierra: Es de notar que hasta la muerte de S. Esteban los apóstoles no predicaban fuera de Jerusalén y Judea; más tarde el diácono Felipe y después S. Pedro y S. Juan fueron a evangelizar la Samaria (cf. 8, 5 ss.), aquella provincia ya madura para la cosecha (Jn. 4, 35); finalmente, y poco a poco, osaron predicar a los gentiles. Cf. 28, 28 y nota.

9. Entre este v. y el anterior, Jesús los había sacado de Jerusalén donde estaban (v. 4), hacia Betania, cosa que el mismo Lucas había dicho ya en su Evangelio (Lc. 24, 50). Desde allí se volvieron (v. 12). El Evangelio hace notar también —¡por única vez! — que los discípulos adoraron al Señor (Lc. 24, 52), aunque no consta que Él apareciese en esta ocasión con el brillo de su gloria, tal como se mostró en la Transfiguración, que era como un anticipo de su Parusía triunfante (3, 21). Cf. Mc. 9, 1 y nota.

10. Dos varones: dos ángeles, Cf. Jn. 20, 12.

11. Varones de Galilea: Se señala aquí cómo los once apóstoles que le quedaron fieles, eran todos galileos. Sólo Judas era de Judá. Vendrá de la mismo manera, es decir, sobre las nubes, según Él mismo lo anunció. Véase Mt. 24, 30; Lc. 21, 27; Judas 14; Ap. 1, 7; 1 Ts. 4, 16 s.; cf. también Ap. 19, 11 ss. Consoladora promesa que explica, dice Fillion, la gran alegría con que ellos se quedaron (Lc. 24, 52). Y en adelante perseveraban en la “bienaventurada esperanza” (Tit. 2, 13) de la venida de Cristo (1 Co. 7, 29; Fil. 4, 5; St. 5, 7 ss.; 1 Pe. 4, 7; Ap. 22, 12).

12. La distancia que era lícito recorrer en sábado, equivalía a poco más de un kilómetro.

13. Cenáculo se llamaba la parte superior de la casa, el primer piso, solamente accesible por afuera mediante una escalera. En el cenáculo se albergaban los huéspedes y se celebraban los convites. De ahí su nombre. El texto griego dice: el Cenáculo, lo que sólo puede referirse a un cenáculo conocido, esto es, aquel en que los apóstoles solían reunirse y donde Jesucristo había instituido la Eucaristía. Se cree que se hallaba en la casa de María, madre de Marcos (véase 12, 12). El local se señala aún en Jerusalén, como uno de los santuarios más ilustres de la cristiandad, si bien está en poder de los musulmanes.

14. Hermanos se llamaban entre los judíos también los parientes (Mt. 12, 45 y nota). Los parientes de Jesús, que antes no creían en Él (Jn. 7, 5) parecen haberse convertido a raíz de su gloriosa Resurrección. Todo el grupo sumaba unas ciento veinte personas.

18. Pedro evoca la espantosa muerte del traidor, a fin de llenarnos de horror ante tan abominable pecado. Cf. Mt. 27, 5.

20 s. Cf. Sal. 68, 26; 108, 8; Jn. 15, 27.

21. Entonces, como ahora, la condición por excelencia del sacerdote había de ser su íntimo conocimiento del Evangelio, es decir, de Cristo en todo cuanto dijo e hizo. Los apóstoles, dice S. Bernardo, tienen que tocar la trompeta de la verdad.

22. Nótese que Pedro dirige la elección del nuevo apóstol, lo que es una prueba evidente de su primado.

26. Este modo de interrogar la voluntad divina, por el sorteo acompañado de oración, en los asuntos de suma importancia, es frecuente en la Escritura. Cf. Jos. 7, 14; 1 Sam. 10, 24. Batiffol hace notar que Matías no recibe imposición de manos, porque se considera que es nombrado por el mismo Cristo.

1. La fiesta de Pentecostés se celebraba 50 días después de la Pascua, en memoria de la entrega hecha por Dios a Moisés, en el monte Sinaí, de las tablas de la Ley, así como en acción de gracias por la cosecha. La venida del Espíritu Santo en ese día produjo una cosecha espiritual de tres mil hombres (v. 41). Todos juntos: no solamente los apóstoles, sino también todos los discípulos y fieles. En el mismo lugar: véase 1, 13 y nota.

2. Viento es sinónimo de espíritu, es decir, algo que sopla desde afuera y es capaz de animar lo inanimado. Como el viento levanta y anima a una hoja seca e inerte, así el divino Espíritu vivifica a nuestras almas, de suyo incapaces de la virtud (Mt. 26, 41; Jn. 15, 5; Flp. 2, 13, etc.). Llenó toda la casa: El espíritu es difusivo. Por eso se dice que el cristiano es cristífero: doquiera va, lleva consigo a Cristo y lo difunde. También Jesús dice que la luz ha de ponerse sobre el candelero para que alumbre toda la casa. Cf. Mt. 5, 15; Lc. 8, 16 y nota.

3. Por el fuego del Espíritu Santo se consuma la iluminación y ese renacimiento espiritual que Jesús había anunciado a Nicodemo (Jn. 3, 5; 7, 39), por lo cual S. Crisóstomo llama al Espíritu Santo reparador de nuestra imagen. Las lenguas simbolizan el don de la palabra que los presentes recibieron inmediatamente, y su eficacia para predicar “las maravillas de Dios (v. 11). El Espíritu se comunicó en esta ocasión con un carácter de universalidad; por eso se considera a Pentecostés como el día natal de la Iglesia, y por eso ésta se llama católica, es decir, universal, abierta a todos los pueblos e individuos; si bien con una jerarquía instituida por el mismo Jesús con el cargo de difundir el conocimiento del Evangelio (lo cual presupone la ignorancia de muchos) y con la advertencia de que muchos serán los llamados y pocos los escogidos (22, 14), lo cual presupone la libertad que Dios respeta en cada uno para aceptar o rechazar el Mensaje de Cristo.

4. “¡Qué artista es el Espíritu Santo!, exclama S. Gregorio: instruye en un instante, y enseña todo lo que quiere. Desde que está en contacto con la inteligencia, ilumina; su solo contacto es la ciencia misma. Y desde que ilumina, cambia el corazón”.

8. Cada uno en nuestra propia lengua: En los vv. 4, 6 y 11 se insiste en destacar esta maravilla del don de lenguas que el Espíritu Santo concedía para el apostolado, y el gozo de cada uno al poder entender. Confirmase aquí una lección que se nos da en ambos Testamentos sobre el carácter abierto de la Religión de Cristo y la suma conveniencia de transmitirla en forma que todos puedan entender cuanto a ella se refiere. Cf. Mt. 10, 27; Mc. 4, 33; 16, 15; Jn. 18, 21; 1 Co. 14, 19; Bar. 1, 5; Ne. 8, 12 y notas.

11. Prosélitos se llamaban los gentiles incorporados al judaísmo. Había dos clases: prosélitos de la puerta, o sea, los creyentes que no recibían la circuncisión, y prosélitos de la justicia, que la recibían.

17 ss. Sobre toda carne: sobre todos los hombres. Esta profecía (Jl. 2, 28-32; cf. Is. 44, 3), además de su cumplimiento en Pentecostés, tiene un sentido escatológico, como se ve en los v. 19 s. referentes a los fenómenos cósmicos que están anunciados para los últimos tiempos (cf. Mt. 24, 29; Ap. 6, 12), o sea para “el día del Señor” (v. 20), cuya venida los primeros cristianos esperaban “de hora en hora”, como dice San Clemente Romano. Cf. 1, 6; 1 Co. 1, 8; 7, 29; Fil. 4, 5; 1 Ts. 5, 2; Hb. 10, 25 y 37; St. 5, 8; 2 Pe. 3, 9; etc. “Téngase presente que en los Evangelios y en todo el Nuevo Testamento se habla muchas veces de la primera venida de Jesucristo y luego se pasa a hablar de la segunda” (Biblia de El Paso). De ahí las palabras después de esto con que empieza el citado texto de Jl. (2, 28, que en el hebreo es 3, 1). Véase allí la nota de Crampon. La misma expresión después de esto usa Santiago, en 15, 16.

22. Que Dios hizo por medio de Él: S. Pedro y todos las apóstoles cuidan de mantener esta profunda verdad que el mismo Jesús no se cansaba de repetir y que no es sino la absoluta y total humillación del Hijo ante el Padre (Fil. 2, 6-8). Pudiendo el Verbo obrar por su propia virtud divina, que recibe del Padre eternamente, nunca hizo obra alguna, ni aun la propia Resurrección (v. 24), sino por su Padre a fin de que toda la gloria fuese para el Padre (Hb. 5, 4 ss.). No hay cosa más sublime que sorprender así en el seno mismo de la divina Familia, el espectáculo de esa fidelidad del Hijo por una parte, y por la otra el amor infinito con que el Padre elogia a Jesús (véase p. ej. Sal. 44, 3 ss.) y le da “un Nombre que es sobre todo nombre” (Flp. 2, 9).

24 ss. Sobre este notable anuncio de la Resurrección de Jesús en el Antiguo Testamento, cf. 3, 22 y nota.

25 ss. Véase Sal. 15, 8-11 y notas. David no habla por su propia persona, sino en representación y como figura de Jesucristo. Véase la explicación que S. Pedro da en los v. 29 ss. Está a mi derecha para que yo no vacile: Esa asistencia constante que el Padre prestó a su Hijo amadísimo (v. 22 y nota; Jn. 8, 29), para sostenerle en su Pasión (Sal. 68, 21 y nota), es una gran luz para comprender que el abandono de que habla Cristo en la Cruz (Mt. 27, 46; Mc. 15, 34; Sal. 21, 2) no significa que el Padre retirase de Él su sostén (eso habría sido desoír la oración de Cristo), sino, como bien observa Santo Tomás, que lo abandonaba “en manos de los hombres” (Mt. 17, 22), en vez de mandar contra ellos ¡“más de doce legiones de ángeles”! (Mt. 26, 53).

30. Véase en 2 Sam. 7, 8 ss. esta promesa, que fue recordada por el Salmo de Salomón (Sal. 131, 11), por el de Etán (Sal. 88, 20-38) y ratificada por el ángel a María (Lc. 1, 32). S. Pablo la reitera en Antioquía de Pisidia (13, 32 ss.).

31. Habló de la resurrección de Cristo: Véase la profecía de Moisés invocada en igual sentido por el Apóstol (3, 22 y nota).

33. La promesa del Espíritu Santo: por donde se ve que fue con su Pasión cómo Cristo conquistó para nosotros el Espíritu Santo, según lo confirma S. Juan (7, 39). Sobre el valor infinito de este don, cf. Jn. 14, 26; 15, 26; 16, 7 y notas.

34 ss. Véase Sal. 109 y nota. El mismo Jesús explicó esta profecía en Mt. 22, 41-46 como prueba de su divinidad. Pedro la usa aquí (v. 36), lo misma que S. Pablo (Hb. 1, 8-13; 1 Co. 15, 25), como anuncio del futuro triunfo de Cristo.

36. Ha constituido: Cf. Sal. 109, 4 y nota.

41. Aquellos que aceptaron sus palabras: Porque sin tener fe no podían ser bautizados. Véase 8, 36 ss.; Mc. 16, 16; Col. 2, 12 y notas. “La primera función ministerial es la de la palabra. que engendra la fe. A la profesión de fe sigue el Bautismo, en nombre de la Santísima Trinidad, que es el rito de introducción al reino de Jesucristo” (Card. Gomá). Cf. 4, 4; 8, 37 y notas.

42. En la doctrina de los apóstoles: en griego: Didajé toon Apostóloon. Con este mismo nombre se ha conservado un documento escrito, del siglo primero, que es de lo más antiguo y por tanto venerable que poseemos como tradición apostólica después de las Escrituras, y que todos debieran conocer. Fracción del pan se llamaba la celebración de la Eucaristía (cf. v. 46) ya en los primeros días, inmediatamente después de la Ascensión del Señor. La continuidad de esta tradición apostólica de la Iglesia judío-cristiana ha sido luego atestiguada por S. Ireneo y S. Justino. La Vulgata traduce: “la comunión de la fracción del pan”. El griego distingue ambas palabras, como observa Fillion pues la primera se refiere a esa vida de fraternal unión en la caridad. Cf. v. 44 y nota. Así también el Credo habla de la comunión de los santos.

44. Todo lo tenían en común. etc. Se ayudaban mutuamente con plena caridad fraterna y vendían sus propiedades si eran necesarias para poder socorrer a los pobres (4, 37). Esta comunidad voluntaria nada tiene que ver con lo que hoy se llama comunismo. Era un fruto libérrimo del fraternal amor que unía a los discípulos de Cristo en “un solo corazón y una sola alma” (4, 32 ss.) según las ansias que el divino Maestro había expresado a su Padre (Jn. 17, 11) y a ellos mismos (Jn. 13, 34 s.), ya que, como observa admirablemente S. Agustín, únicamente la caridad distingue a los hijos de Dios de los hijos del diablo. Todo el valor sobrenatural y toda la eficacia social de aquella vida le venía de esa espontaneidad, como se ve en el episodio de Ananías y Safira (véase 5, 1 ss.). El P. Murillo S. J. comprueba, en un célebre estudio histórico-teológico, el triste enfriamiento que han ido sufriendo la fe y la caridad desde los tiempos apostólicos. En cuanto a las perspectivas futuras, véase lo que dice Jesús en Mt. 24, 12 y Lc. 18, 8.

46: En el Templo: es decir en el templo judío de Jerusalén. La ruptura con el culto antiguo no se realizó hasta más tarde (cf. 5, 29 y nota; 15, 1 ss.; 16, 3; Flp. 3, 3: Hb. 8, 4 y nota). Pero desde un principio los cristianos tenían la Eucaristía o fracción del pan (v. 42) y el hogar era santuario, como se ve en las palabras por las casas, pues también predicaban en ellas (5, 42) y en ellas se reunían (Rm. 16, 5; Col. 4, 15). Tomaban el alimento con alegría: Trazo que completa este admirable cuadro de santidad colectiva, propia de los tiempos apostólicos y que no volvió más. Sobre la santificación del alimento existe una preciosa oración, sin duda muy antigua, hecha toda con textos de S. Pablo y que traducida dice así: “Padre Santo, que todo lo provees con abundancia (1 Tm. 6, 17) y santificas nuestro alimento con tu palabra (1 Tm. 4, 5), bendícenos junto con estos dones, para que los tomemos a gloria tuya (1 Co. 10, 31) en Cristo y por Cristo y con Cristo, tu Hijo y Señor nuestro, que vive contigo en la unidad del Espíritu Santo y cuyo reino no tendrá fin. Amén”. La acción de gracias, para después, empieza diciendo: “Gracias, Padre, por todo el bien que de tu mano recibimos (St. 1, 17)” y termina con el mismo final de la anterior: “en Cristo, etc.”, que parece inspirado en Ef. 5, 20, donde San Pablo enseña que el agradecimiento por todas las cosas ha de darse siempre a Dios Padre y en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

47. Añadía el Señor: como observa Fillion, el narrador tiene buen cuidado de anotar que esto no era obra de los hombres, sino de Dios “que da el crecimiento” (1 Co. 3, 6 s.).

1. Hora de nona: las quince, hora de la oración y del sacrificio vespertino. Cf. Sal. 140, 2 y nota.

2. La Puerta Hermosa: probablemente aquella que separaba el atrio de los gentiles del atrio de las mujeres.

6. “Los apóstoles eran, pues, tan pobres como su Maestro. El dinero que se les llevaba (cf. 2, 45; 4, 35; etc.) era distribuido por ellos a los cristianos pobres” (Fillion). Dante alude a esto en el “Paraíso” por boca de S. Pedro Damián, presentando a los apóstoles “magros y descalzos” (canto 21, *21), y en el célebre discurso de S. Benito (canto 22, 82-88). Véase el caso análogo de Eliseo en 2 R. 6, 5 y nota.

11. En este mismo pórtico de Salomón pronunció Jesús sus discursos en la fiesta de la Dedicación del Templo. Véase Jn. 10, 23 ss.

13. Nótese cómo los apóstoles, al hablar de Dios, distinguen siempre con perfecta propiedad las divinas Personas. San Pedro llama Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob al divino Padre, esto es, a la primera Persona, pues añade que “glorificó a su Hijo Jesús”, y sería una monstruosidad decir que Cristo es Hijo de la Trinidad o de una Esencia divina impersonal, como lo hizo el herético P. Berruyer, a quien refuta admirablemente San Alfonso de Ligorio. Tal error, en el cual quizás incurre hoy sin darse cuenta más de un cristiano, es lo que el IV Concilio Lateranense llama “la cuaternidad” (Denz. 431).

16. Por la fe en su nombre: La fe excede, pues, infinitamente todo poder humano. Y si el mundo no le da tanta importancia es porque, como dice S. Ambrosio, “el corazón estrecho de los impíos no puede contener la grandeza de la fe”. Véase Mt. 9, 22; Mc. 5, 34; Lc. 7, 50; 8, 48; 17, 19; 18, 42; etc.

17. Véase en Mt. 27, 18 y nota la seducción del pueblo por los sacerdotes de Israel.

20. Los tiempos del refrigerio: Según Buzy, S. Pedro usaba con aquellos judíos esta expresión como “metáfora de los tiempos mesiánicos”. Cf. Rm. 11, 25 ss. Para vosotros: cf. v. 22 y nota.

21. Restauración de todas las cosas: “En su segundo advenimiento el Mesías operará la restauración de todas las cosas según el orden fijado por Dios” (Crampon). Cf. 1, 11 y nota; Ef. 1, 10; 2 Pe. 3, 12-13; Mt. 19, 28; Ap. 21, 1. Se entiende por esto “la época en que el universo entero será restaurado, transformado, regenerado con todo lo que contiene. En efecto, según la doctrina bíblica, si la tierra, que participó en cierto modo en los pecados de la humanidad, fue condenada con ella, será también transfigurada con ella al fin de los tiempos. Sobre esta enseñanza, cf. Rm. 8, 19 ss.; 2 Pe. 3, 10-13; Ap. 21, 5, etc.” (Fillion).

22. Os suscitará un profeta: Este notable pasaje puede traducirse también: Os resucitará un profeta. Según esta interpretación, el célebre vaticinio de Moisés sobre el Mesías (Dt. 18, 15) anunciaría que tales profecías habían de cumplirse en Él después de muerto y resucitado. Lucas al narrar, y Pedro al hablar aquí, usan en griego el verbo anastesei (lo mismo que el texto de Moisés en los LXX, que es la versión citada por S. Pedro), cuyo sentido principal es resucitará, y repiten el mismo verbo en el v. 26, donde tal sentido es evidente y exclusivo de todo otro: levantar de entre los muertos. Esta versión tiene en su favor circunstancias importantes, puesto que Pedro está hablando de la Resurrección de Jesús, y su intención expresa es aquí (como en 2, 24 ss., donde usa el mismo verbo), mostrar precisamente que esa resurrección estaba anunciada desde Moisés, como lo estaba por David (véase 2, 25 ss., cita del Sal. 15, 8 ss., y 2, 30, cita del Sal. 131). Igual testimonio que éstos de Pedro, da Pablo en 13, 33 ss., con idénticos argumentos y usando el mismo verbo. Por lo demás, Jesús ya lo había dicho a los discípulos de Emaús (uno de los cuales era tal vez el mismo Lucas) llamándolos “necios y tardas de corazón” en comprender que su rechazo por Israel, sus dolores, muerte y resurrección estaban previstos, para lo cual “comenzando por Moisés” les hizo interpretación de las profecías (Lc. 24, 25-27). Y el mismo Lucas relata luego que, a fin de hacerles comprender esos anuncios, el divino Maestro “les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras” y les dijo que estaba escrito “en Moisés, en los Profetas y en los Salmos” que el Cristo sufriese “y resucitase de entre los muertos al tercer día” (Lc. 24, 44-46). Cf. 26, 23. Como a mí: Sobre el sentido de estas palabras, véase 7, 37 y nota. Cf. 17, 18 y nota.

24. Todos los profetas: Cf. Rm. 15, 8; Hb. 13, 20; Ez. 34, 25 y nota.

25. Véase Gn. 12, 3; 18, 18; 28, 18. Tu descendencia: Jesucristo.

26. En primer lugar: no dice exclusivamente (cf. cap. 10). El final del v. se habría cumplido si Israel hubiese escuchado esta predicación apostólica. Cf. Rm. 11, 26; Is. 59, 20.

1. Los saduceos, los epicúreos y poderosos del pueblo, difundidos en la clase sacerdotal (cf. 23, 6 ss. y nota) negaban la resurrección de los muertos, aparentemente para no ser estorbados en su vida cómoda (cf. Mt. 22, 23). Empezamos a ver aquí cómo la Sinagoga, la misma que había perseguido a Jesús hasta la muerte, rechazó también a los apóstoles que, iluminados en Pentecostés, daban testimonio de su Resurrección como prueba de que Él, redivivo, cumpliría aún las promesas de los profetas sobre el Mesías glorioso. Cf. igual persecución en 7, 52; 23, 6 ss.; 24, 15-21; 26, 7; 1 Ts. 2, 16, etc., lo mismo que el rechazo en el Areópago de Atenas, también por predicar la resurrección (17, 32). Sobre la resurrección de entre los muertos, cf. también Flp. 3, 11; 1 Co. 15, 23 y 52; 1 Ts. 4, 14 ss.; Ap. 20, 4 ss.; Lc. 14, 14; 20, 35, etc.

4. Aquí, como en 2, 41, creyeron, gracias a la Palabra, es decir aceptaron, al conocerlo, el misterio infinitamente bondadoso de un Cristo que, en vez de anunciarles el castigo de Dios por haber matado a su Hijo (v. 2), les brindaba, en ese mismo Hijo resucitado, el camino de la gracia mediante la fe en Él. Así fue Pedro el Apóstol por excelencia de los judíos, mientras Pablo lo sería de los gentiles (cf. Ga. 2, 8). “En ambos encontramos, no ya al moralista que clama contra los vicios del pueblo y de los sacerdotes –como hacían los antiguos profetas– sino al expositor de la Buena Nueva, que despierta las almas rectas al amor de las promesas evangélicas”.

11. Véase Sal. 117, 22; Is. 28, 16 y notas; Mt. 21, 42; Mc. 12, 10; etc.

12. No hay salvación en ningún otro: Inolvidable enseñanza que nos libra de todo humanismo, y qué S. Pablo inculcaba sin cesar para que nadie siguiese a él ni a otros caudillos por simpatía o admiración personal, sino por adhesión al único Salvador, Jesús (1 Co. 1, 12; 3, 4 ss.), y mostrándose él como simple consiervo (14, 9-14), como lo son los mismos ángeles (Ap. 19, 10). Es éste un punto capital porque afecta al honor de Dios, siendo muy de notar que la figura del Anticristo no es presentada como la de un criminal o vicioso, sino como la del que roba a Dios la gloria (2 Ts. 2, 3 ss.). Sobre la extrema severidad del divino Maestro en esta materia véase Jn. 5, 30 y 43 ss.; 7, 18; Mt. 23, 6-12; etc.

13. La admiración del tribunal supremo nos muestra que en Pedro habló el Espíritu Santo, “el alma de nuestra alma” (Sto. Tomás), cumpliéndose la promesa del Señor en Mt. 10, 19 s. Esta santa audacia para predicar la divina Palabra sin disminuirla, es la gracia que más anhelaban los apóstoles. Cf. v. 29; 28, 31; Ef. 6, 19; Col. 4, 3; 2 Ts. 3, 1.

16 ss. Ejemplo clásico del espíritu farisaico que peca contra la luz (Jn. 9, 30): no pueden negar la verdad del milagro, pero entonces, en vez de admitirla, tratan de ocultarla. Véase el caso notable del ciego de nacimiento en Jn. 9. Esto muestra, además, que, como enseñó Jesús, no es el milagro lo que engendra la fe (Lc. 16, 31 y nota), sino la Palabra sembrada en el corazón que la entiende (Mt. 13, 23 y nota).

19. Cf. un caso análogo en 5, 29. Admirable respuesta, preciosa luz y estímulo. No somos autómatas para dejarnos llevar ciegamente (1 Co. 12, 2). Sabemos que Dios no se contradice, por lo cual no puede haber oposición entre la obediencia a los que en Su nombre mandan y la voluntad divina. En caso de conflicto como éste, Él mismo nos da la conciencia que ha de ser quien decida (cf. 17, 11; Rm. 14, 23; 1 Ts. 5, 21; St. 4, 17, etc.).

20. En esta bellísima confesión, que más parece un desahogo del alma apostólica, vemos la fuerza incontenible del Evangelio, “vino nuevo que rompe los cueros viejos” (Mt. 9, 17; cf. Jb. 32, 19). Es la embriaguez del Espíritu, que los hacía pasar por borrachos ante el mundo (2, 13 y 15), como Cristo pasaba por loco ante sus parientes (Mc. 3, 21).

24. Tú eres el que hiciste, etc.: Modelo de oración frecuente en la Biblia (cf. Sal. 88, 12). Es un acto de fe viva que proclama las maravillas de Dios y lo alaba por ellas. Lo mismo hace María en Lc. 1, 47 ss.

25. Cita del Sal. 2, 1s. Es que los primeros cristianos usaban los Salmos para glorificar a Dios para agradecerle y para cualquier clase de oración. El Salterio era el devocionario cristiano, y siguió siéndolo durante los siglos de mayor fe. Algo nos dice que empieza a reanudarse esta costumbre. La S. Congregación de Seminarios por deseo de Pío XII, ha ordenado en todos los seminarios de Italia un curso especial de dos años, dedicado a conocer los Salmos como objeto de oración. También en América van aumentando las familias que cada día, después de leer un capítulo del Evangelio, rezan Salmos en forma dialogada.

29 s. Es tal su anhelo de libertad para predicar el Evangelio, que no vacilan en pedir milagros. Y Dios les muestra que accede (v. 31).

32. Sobre el “comunismo” de la Iglesia de Jerusalén véase 2, 44 y nota. Aquel comunismo era fruto de la caridad fraterna, mientras el moderno trae su origen del odio de las clases y la injusticia social. Cf. Mt. 6, 33, donde Jesús enseña el único modo de que se restablezca el orden económico, no ciertamente por obra del hombre, como lo pretende con incorregibles fracasos la suficiencia humana, sino por obra de la activa Providencia divina, como promesa de Dios a la fidelidad con que lo busquemos primero a Él.

33. Gracia abundante: He aquí la raíz de la vida ejemplar de los cristianos de Jerusalén. Por la gracia nos convertimos en miembros vivientes de Cristo. Dice el Concilio de Trento: “Cristo derrama continuamente su virtud en los justos, como la cabeza lo hace con los miembros y la vid con los sarmientos. Dicha virtud precede siempre a sus buenas obras las acompaña y las sigue, dándoles un valor sin el cual en modo alguno podrían resultar del agrado de Dios, ni meritorias” (Ses. VI, c. 16).

35. A los pies de los apóstoles: cf. 3, 6 y nota. “¿De qué sirve revestir los muros con piedras preciosas, si Cristo se muere de hambre en la persona del pobre?” (S. Jerónimo). Es un concepto muy propio de la tradición de la Iglesia que los bienes de la misma pertenecen a los pobres. La Didascalia dice a los obispos: “Gobernad, pues, debidamente todo lo que es dado y lo que entra en la Iglesia, como buenos ecónomos de Dios, según el orden, para los huérfanos y las viudas, para los que tienen necesidad, y para los extranjeros, sabiendo que Dios que os ha dado este cargo de ecónomo, pedirá de ello cuenta a vuestras manos”. Cf. Dante, Paraíso, 22, 82 ss.

36. Bernabé es presentado aquí prestigiosamente a causa del papel importante que desempeñará después (9, 27; 13, 1, etc.). Fillion hace notar que el sobrenombre que le había sido dado por los apóstoles parece puesto aquí en el sentido de buen predicador (cf. 11, 13; 13, 1; 1 Co. 14, 3). Esto se confirma en el oficio de su fiesta (11 de junio), donde se dice que al hallarse por el emperador Zenón su cuerpo martirizado en la isla de Chipre, tenía en su pecho el Evangelio de San Mateo copiado por la mano del mismo Bernabé.

1 ss. Este extraordinario episodio nos muestra que, aún entre la pureza de aquella era apostólica, tan parecida en eso a la edad de oro anunciada por los profetas, Satanás (v. 3) seducía sin embargo algunas almas, como que no tardó en seducir a muchas (Flp. 2, 21; 2 Tm. 4, 9 y 14 ss.; 1 Jn. 2, 18 s.; 3 Jn. 9 s.; Judas 4 ss., etc.). Con elocuencia insuperable, S. Pedro nos descubre la obra diabólica que deforma el corazón de aquel infeliz matrimonio, empeñándolo en realzar una obra que no era obligatoria, e impidiéndole poner en ella el amor que es lo único que valoriza las obras (1 Co. 13, 1 ss.; 2 Co. 9, 7; Flm. 14; Hb. 13, 17; Si. 35, 11. etc.). Por donde la obra, lejos de valerle, fue su ruina; porque Dios no necesita de nuestros favores (Jb. 13, 7 s. y notas), pero sí exige la rectitud del corazón (Jn. 1, 47 y nota). S. Pablo revela cómo se quemarán tristemente tales obras (1 Co. 3, 12 ss.).

10. Pedro no ejerce aquí un poder de quitar la vida, sino que obra como profeta, declarando el castigo que enviaba Dios (cf. el caso de Eliseo en el camino de Betel; 2 R. 2, 23 ss.). S. Agustín supone que de esta muerte corporal se sirvió la divina misericordia para evitarles la muerte eterna. Así enseña también S. Pablo que la Eucaristía mal recibida es causa de que mueran muchos corporalmente (1 Co. 11, 30).

11. Sobre este castigo, que fue ejemplar para todos, dice el Crisóstomo: “Tú podías guardar lo que era tuyo. Entonces ¿por qué consagrarlo si lo habías de tomar de nuevo? Tu conducta muestra un soberano desprecio. No merece, perdón”.

12 ss. Cf. 8, 12 y nota; 19, 12; cap. 28, etc. Estos milagros servían, como los de Jesús, para dar testimonio de que Dios los enviaba (Jn. 3, 2; 7, 31; 9, 33; Mc. 16, 20; Hch. 8, 6; 14, 3; etc.). Pero las conversiones a la fe se operaban esencialmente por la predicación de la Palabra evangélica (cf. 2, 41; 4, 4 y nota). Jesús hace notar muchas veces que los milagros no convierten verdaderamente (Jn. 6, 26; 11, 47; 12, 37; Lc. 11, 31 y nota; cf. Nm. 14, 11, etc.), y cuando algunos aparecen creyendo en Él por los milagros, el Evangelista nos advierte que Jesús no se fiaba de ellos (Jn. 2, 23 ss.). Es que esa impresión pronto se desvanece, como muere la plantita nacida en el pedregal (Mc. 4, 5 y nota). El mismo Dios nos anuncia de varios modos que los falsos profetas y el Anticristo obrarán también grandes prodigios (Mt. 24, 24; 2 Ts. 2, 9; Ap. 13, 13 s.; 16, 14; 19, 20).

15 s. Así lo había anunciado Jesús (Mc. 16, 17 s.) y aún prometió cosas “mayores” (Jn. 14, 12). Eran sanados todos: es decir, muchísimos que no se detallan (cf. Lc. 6, 19).

20. Id al Templo: El Ángel confirma, de parte de Dios, la actitud de los apóstoles que seguían yendo al Templo de Jerusalén, centro del culto judío (v. 29 y nota). Las palabras de esta vida: es decir, haced conocer, por las palabras del Mesías esta nueva y maravillosa vida que se brinda a todos en la gracia de Cristo. Él, que es la vida, porque el Padre le ha dado tenerla en Sí mismo (Jn. 5, 26), es también el camino hacia la vida nuestra, mediante la verdad de su doctrina (Jn. 1, 4; 14, 6) y la comunicación de su propia gracia (Jn. 1, 16 s.) que Él nos consiguió lavándonos con su Sangre preciosa para hacernos hermanos suyos, hijos de Dios como Él.

28. Nótese la contradicción con lo que ellos mismos, al frente del populacho, habían clamado en Mt. 27, 25.

29. Respuestas como ésta y las de 4, 19 s., 23, 3 ss., etc., son tanto más notables cuanto que los apóstoles concurrían a las sinagogas y al Templo de Jerusalén (cf. v. 20; 2, 46; Hb. 8, 4 y notas), al menos hasta que los judíos se retiraron definitivamente de S. Pablo y él anunció que la salud pasaba a los gentiles. Véase 28, 23-28 y notas.

30. Vosotros, esto es, ese mismo tribunal (4, 6). Los apóstoles distinguen entre la pérfida sinagoga y el pueblo judío (v. 26), que muchas veces había seguido a Jesús y a sus discípulos. Véase Lc. 13, 34 y nota.

32. A los que le obedecen (cf. v. 29). Vemos así cómo podemos asegurarnos la asistencia del Espíritu Santo que “por la gracia permanece realmente en nosotros de un modo inefable” (Sto. Tomás), con tal que pidamos al Padre que Él nos lo envíe (Lc. 11, 13 y nota).

34 ss. Gamaliel, doctor celebérrimo de la Ley, fue maestro de San Pablo (cf. 22, 3). La leyenda le hace morir cristiano, lo que no parece inverosímil, puesto que Dios da la gracia a los que Él quiere, y Gamaliel mostró tener buena voluntad. Si habrá recompensa para aquel que diere un vaso de agua a un discípulo (Mt. 10, 42); ¿cuánto más para aquel que salvó la vida a tan grandes amigos de Jesucristo? La sabiduría de este consejo de Gamaliel, que es la misma del Sal. 36, debe servirnos de lección para no temer ante el aparente triunfo de los enemigos de Dios.

40 s. ¡Y azotarlos! Es exactamente lo que hizo Pilato con Jesús: admiten su inocencia, pero los azotan (Jn. 19, 1 y nota). De ahí el gozo de los discípulos por imitar en algo al querido Maestro, “El Cristianismo ha sido el primero en ofrecer al mundo el ejemplo de un dolor alegre y jubiloso” (Mons. Keppler). Jesús nos llama “dichosos” cuando nos maldijeren a causa de Él (Mt. 5, 11).

42. Por las casas: Véase 2, 46 y nota; 20, 20; Jn. 4, 23. Imitando a Jesús, que sembraba su Palabra de salvación por todas partes y que mandó repetirla “desde las azoteas” (Mt. 10, 27), los apóstoles nos dejaron un alto ejemplo y una enseñanza de que el apostolado no tiene límites. El cristiano tiene así, en cada reunión o visita, ocasión de hablar de la doctrina evangélica, como hablaría de cualquier tema literario, sin aire de sermón, y dejar así la preciosa siembra, si es que ama la Palabra. Porque el mismo Jesús enseñó que la boca habla de lo que nos desborda del corazón (Mt. 12, 34 y nota).

1. Por hebreos se entiende aquí los cristianos palestinos o nacidos en el país, mientras que los griegos, o cristianos de lengua griega eran los extranjeros y, por ende, más necesitados, porque no tenían casa en Jerusalén. Como observa el P. Boudou en sus comentarios a los Hechos (Verbum Salutis), este rasgo de disensión es uno de los que nos prohíben idealizar indiscretamente la vida de la Iglesia en sus comienzos, como si ya se hubiera realizado sobre la tierra la plenitud del reinado cristiano (cfr. 2 Tm. 4, 11); la cizaña, anunciada por Jesús, estará mezclada con el trigo hasta “la consumación del siglo” (Mt. 13, 39). Cf. 5, 1 y nota.

2. Nótese la importancia primordial que ya los apóstoles atribuyen al ministerio de la predicación evangélica (cfr. 1 Tm. 5, 17), aún por encima de la atención de los pobres que, como lo vimos en 4, 35 y nota, es también obligación de la comunidad cristiana. Recordemos la célebre exclamación de S. Pablo: “¡Ay de mí si no predicare el Evangelio!” (1 Co. 9, 16). Cf. 1 Co. 1, 17.

4. La oración: Se cree que alude a la pública y litúrgica. Pero algunos sostienen que se trataba del culto del Templo israelita (cf. 5, 20), y otros que habla de un culto propio de la comunidad cristiana. El ministerio de la palabra, o sea la predicación es, como dice Pío XI, un derecho inalienable y a la vez un deber imprescindible, impuesto a los sacerdotes por el mismo Jesucristo (Encíclica “Ad Catholici Sacerdotii”). Cf. 20, 9 y nota.

5. Todos los siete parecen pertenecer a los griegos, a juzgar por sus nombres, con lo cual los apóstoles habrían mostrado su caridad satisfaciendo ampliamente el reclamo de los helenistas (v. 1). De entre esos diáconos veremos la gran actuación de Esteban el protomártir (cap. 7) y la de Felipe (8, 5 ss.; 21, 8 ss.). Nicolás es mirado, según algunos (Ireneo, Epifanio, Agustín), como el autor de la “doctrina” y “hechos” de los nicolaítas aunque no lo admite así Clemente Alejandrino ni muchas opiniones modernas. Véase Ap. 2, 6 y 15 y notas.

6. Les impusieron las manos. Tal acto puede ser una bendición (Gn. 48, 14 ss.; Lv. 9, 22; Mt. 19, 13 y 15; Lc. 24, 50) o una consagración a Dios (Ex. 29, 10 y 15; Lv. 1, 4), o un modo de transmitir poderes espirituales (Nm. 27, 18 y 23, etc.) como aquí en que va unido a la oración litúrgica (véase 13, 3; 1 Tm. 4, 14; 5, 22; 2 Tm. 1, 6). S. Crisógono la llama “kirotonia”, nombre dado a la ordenación pero luego duda de que estos “siete” fuesen verdadero diáconos. Como observa Boudou, y también Fillion, Knabenbauer, etc., según S. Clemente Romano los apóstoles instituyeron obispos y diáconos (cfr. 20, 17 y 28 y notas), y S. Ireneo resuelve claramente la cuestión al decir que Nicolás era “uno de los siete que fueron los primeros ordenados al diaconado por los apóstoles”. Cf. 8, 17 y nota.

10. No podían resistir: Admirable cumplimiento de las promesas de Jesús (Lc. 21, 15; Mt. 10, 19 s). “El Espíritu Santo da la fuerza… y lo imposible a la naturaleza, se hace posible y fácil por su gracia” (S. Bernardo).

14. Mudará las costumbres, etc.: Jesús no había dicho tal cosa, sino al contrario, que no destruiría ni a Moisés ni a los Profetas, y que ni un ápice de ellos quedaría sin cumplirse hasta que pasasen el cielo y la tierra (Mt. 5, 17 s.). La Sinagoga infiel no defendía, pues, la Ley de Moisés, cuya violación les había echado en cara el mismo Jesús (Lc. 16, 31; Jn. 5, 45-47; 7, 19), sino las costumbres de ellos, que el Divino Maestro llamaba “tradición de los hombres” (Mc. 7, 8 ss.; Mt. 15, 9), y por culpa de las cuales los acusaba de haber abandonado las palabras de Dios (Mt. 5, 1-6). Así, pues, esta acusación contra Esteban era tan calumniosa (cf. v. 11 ss.) como las que levantaron contra Jesús (cf. Mt. 26, 59 ss.; etc.).

15. “Lo que llenaba su corazón, se traslució en la faz; y el esplendor radiante de su alma inundó su rostro de belleza” (S. Hilarlo).

2 ss. El discurso de San Esteban, que debe estudiarse como una luminosa síntesis doctrinal de todo el Ant. Testamento, tiene por fin mostrar cómo el pueblo israelita resistió a la gracia hasta que finalmente rechazó al Mesías. Es al mismo tiempo un verdadero compendio de la historia sagrada, como vimos en los Salmos 77 [*] 104-107; Ne. 9, 6 ss., etc. Haran, o Caran, ciudad de Mesopotamia, donde se detuvo Abrahán antes de trasladarse a Canaán. Cf. Gn. 12, 1.

5. San Pablo, escribiendo a los Hebreos les llama igualmente la atención sobre ese hecho de que Abrahán y los patriarcas no hubiesen visto el cumplimiento de las promesas. Véase Hb. 11, 8 ss. y notas.

6. En tierra extraña: en Egipto (Gn. 15, 13 ss.; Ex. 2, 22; 12, 40).

8. Cf. Gn. 17, 10; 21, 2 y 4; 25, 25; 29, 32; 35, 22.

9 ss. Acerca de la historia de José, cf. Gn. caps. 37 ss.

11 ss. Repite respecto de Jacob el argumento hecho sobre Abrahán en el v. 5. S. Ireneo recuerda a este respecto la bendición que recibió el patriarca (Gn. 27, 28 s.) y la pone en contraste con esa pobreza (Gn. 42, 2) y emigración a Egipto (Gn. 46, 1), para mostrar que tales promesas sólo se cumplirán mediante Jesucristo.

13. Véase Gn. 45, 3. “José es una impresionante figura de Jesús. Ambos son víctimas, y ambos son salvadores; sucumben a la envidia de sus hermanos, y luego los salvan por allí mismo donde éstos creían perderlos. La conciencia de tanta bondad, frente a tanta ingratitud, excita en el alma de Esteban un hondo dolor que pronto va a desbordar en gritos de indignación” (Boudou).

14. Setenta y cinco: Según Gn. 46, 27, solamente setenta. Esteban sigue la versión griega la cual incluye a algunos otros, descendientes de la familia de José, y llega así a setenta y cinco.

15. Cf. Gn. 46, 5; 49, 32.

16. Cf. Gn. 23, 16; 50, 13; Jos. 24, 32. Parece haber en este pasaje una confusión de nombres que seguramente no proviene del autor sagrado: en cuanto al sepulcro, no se alude aquí a la gruta de Mambre (Gn. 23, 1-20), ni a la compra de Jacob) en Siquem (Gn. 33, 19 s.), pudiendo referirse. según suponen varios autores, a otro hecho que Esteban conociese por tradición.

17 ss. Cf. los primeros caps. del Éxodo.

20. Cf. Hb. 11, 23.

22. Fue instruido, etc.: Este detalle puramente humano, al cual se ha dado excesiva importancia, ni siquiera figura en el Éxodo, y Esteban lo conocía sin duda por tradición (cfr. v. 16 y nota). Dios da sabiduría a los pequeños (Lc. 10, 21) y hace elocuente la lengua de los niños (Sb. 10, 21) por su Espíritu Santo, como acabamos de verlo en Esteban (6, 10 y nota). Y aquí mismo vemos que Él hizo a Moisés “poderoso en palabras” a pesar de que era tartamudo (Ex. 4, 10 ss.). Como vimos en Ex. 3, 11 y nota, todos los profetas se sintieron defectuosos e inútiles, y sin duda por eso los eligió el Dios que “harta a los hambrientos y deja vacíos a los ricos” (Lc. 1, 53; 1 Sam. 2, 5).

25. Creía, etc.: El historiador judío Josefo dice que Dios había revelado a Amrán, padre de Moisés, la misión libertadora que tendría su hijo. He aquí otro dato que Esteban parece haber tomado de la tradición. Por su medio Dios les daba libertad: Según S. Agustín, estas palabras demuestran que Moisés mató al egipcio por un movimiento del Espíritu Santo, es decir, con la más legítima y santa autoridad.

30. Sina (Sinaí) u Horeb son como sinónimos en el Pentateuco; el primero es más bien un monte; el otro una cordillera. Un ángel: el mismo Yahvé (cf. v. 31 s.; Ex. 3, 2 y 14; Dt. 33, 16). “¿Y dónde se aparece Dios? ¿Acaso en un templo? No: en el desierto. Bien ves cuántos prodigios se realizan, y sin embargo no hay templo ni sacrificio en ninguna parte… Lo que santifica este lugar es la aparición (S. Crisóstomo). Cf. 5, 42 y nota; Jn. 4, 23.

32. Esta fórmula, usada muchas veces por el mismo Padre celestial es recordada por el Señor Jesús en Lc. 20, 37.

33. De aquí la costumbre oriental de quitarse d calzado al entrar en lugar santo.

36 ss. Véase Ex. 7, 3 y 10; 14, 21; Nm. 14, 33; Dt. 18, 15; Ex. 19, 3; Dt. 9, 10; Nm. 14, 3; Ex. 32, 1. Os suscitará: Véase 3, 22 y nota. Como a mí: algunos traducen semejante a mí, pero el contexto muestra claramente que el pensamiento de Esteban, como lo dice Fillion, es hacer un paralelo de Moisés con Cristo, no en cuanto a su persona, sino por cuanto este otro Príncipe y Redentor, bien superior a Moisés, no obstante haber sido muy manifiestamente acreditado por Dios, fue sin embargo rechazado por los judíos como lo fuera Moisés (v. 35), y luego resucitó de entre los muertos para cumplir su obra después de ese rechazo. Tal es el claro sentido de las palabras de Jesús en Jn. 12, 24; Lc. 24, 26 y 46 s., etc.

38. Pueblo congregado: literalmente Iglesia, que significa la asamblea o congregación de los sacados afuera. Así llama Esteban en pleno desierto al conjunto de los hijos de Israel sacados de Egipto, Jesús se propuso congregar en uno a todos los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn. 11, 52), y, después de su rechazo por Israel, “Dios visitó a los gentiles para escoger de entre ellos un pueblo para su nombre” (15, 14). Los cristianos, según lo dice Cristo muchas veces, no son ya del mundo, porque Él los ha sacado fuera del mundo (cf. Jn. 15, 19; 17, 14-16; etc.). Paro dároslas: otros traen dárnoslas. Recibir las Palabras del Padre para dárnoslas, es la misión que se atribuye el mismo Jesús (Jn. 17, 8; Hb. 1, 2). Notemos que aun al mensaje de Moisés se llama aquí palabras de vida. ¡Cuánto más no lo serán las del Evangelio! Cfr. Jn. 6, 36; 12, 49 s.; 15, 15, etc.

42. s. La milicia del cielo: los astros, cuyo culto estaba muy difundido entre los pueblos de Oriente. El libro de los Profetas: Esteban, como los Evangelistas (cf. Lc. 24, 27) y el mismo Jesús (Mt. 5, 17; Lc. 24, 44), sigue considerando a la Biblia dividida en tres partes según el sistema judío: la Ley (Torah), los Profetas (Nebiyim) y los Hagiógrafos (Ketubim). La cita es de Amos 5, 25-27, que dice Damasco en vez de Babilonia (v. 43); el sentido es el mismo, y eso es lo que interesa a los autores sagrados que a veces lo citan libremente. Moloc: el dios principal de los ammonitas. Refan (o Remfán, o Romfa, etc.): el planeta Saturno,

44 ss. Cf. Ex. 25, 40; Jos. 3, 14; 1 Sam. 16, 13; 1 R. 6, 1.

45. Con Jesús: es decir, con Josué.

46. Sobre David cfr. 13, 22; Sal. 131, 5.

49 s. Cf. Is. 66, 1 s. S. Esteban se defiende en este párrafo contra el cargo de haber blasfemado del Templo (6, 13-14).

51. La acusación es dura pero justa. Si el corazón no está dispuesto para la verdad, la circuncisión de nada sirve, y sois peores que los gentiles (cf. Flp. 3, 3). Aplicadas a nuestros tiempos, estas palabras quieren decir que la sola partida de Bautismo, sin la fe viva, no da ningún derecho al Reino de Dios. Véase Mc. 16, 16 y nota.

52. ¿Quién no recuerda aquí las invectivas de Jesús? (Mt. 23, 13 ss). Una cosa muy digna de meditación, y la que tal vez más sorprenderá al lector novel, es que S. Pablo y los suyos, los legítimos pastores, los que estaban en la verdad, no fuesen aquí los que ejercían la autoridad sino que al contrario obraban como “una especie de francotiradores rebeldes, trashumantes y perseguidos por la autoridad constituida” como Jesús (cf. 22, 14; Jn. 11, 47 ss.), como Juan (3 Jn. 9), como todos los verdaderos discípulos (Jn. 16, 1-3). Cf. 4, 1; 11, 23; 17, 6; Rm. 10, 2 y notas.

54. El crujir los dientes por odio es, según nos enseña la Biblia, la actitud propia del pecador ante el justo (cf. Sal. 36, 12 y nota). Es muy importante, para el discípulo de Cristo. compenetrarse de este misterio, a primera vista inexplicable, pues el justo no trata de hacer daño al pecador, sino bien, como lo dice S. Pablo a los Gálatas (Ga. 4, 16). Es el caso de los cerdos, que no sólo pisotean perlas, sino que nos devoran (Mt. 7, 6). Es que “para el insensato, cada palabra es un azote” (Pr. 10, 8; 18, 2), y la sola presencia del justo es un testimonio que les reprocha su maldad (Jn. 7, 7). Sólo meditando esto podremos tener conciencia de que no somos del mundo, sino que estamos en él “como corderos entre lobos” (Mt. 10, 16 y nota; Jn. 15, 19; 17, 14 ss.; etc. y “como basura” (1 Co. 4, 13), lo cual nos sirve de testimonio de que nuestra vocación no es mundana, como sería si fuéramos aplaudidos por los hombres (Lc. 6, 26; Jn. 5, 44 y nota).

58 ss. Tanto en el proceso como en la muerte de Esteban vemos nuevas semejanzas con el divino Maestro. Ambos son acusados de quebrantar la Ley, ambos enrostran a los poderosos su falsa religiosidad, y ambos mueren “fuera de la ciudad”, perdonando y orando por sus verdugos. “Si Esteban no hubiese orado, dice S. Agustín, la Iglesia no habría tenido un Pablo”, salvo, claro está, el libre e impenetrable designio de Dios, que había segregado a Pablo “desde el vientre de su madre” (Ga. 1, 15). Saulo, era, en efecto, el que pronto había de ser Pablo. Su discípulo Lucas no vacila en transmitirnos aquí (y en el comienzo de 8, 1 que algunos incorporan al v. 60) esta negra nota anterior a la conversión del gran Apóstol, que él mismo confiesa en 24, 10.

60. Se durmió: la Vulgata añade en el Señor, expresión que aún suele usarse para anunciar el fallecimiento de los cristianos.

1. La muerte de Esteban fue la señal de una persecución general, mas el mismo fanatismo de los enemigos sirvió para propagar la Iglesia por todo el país y más allá de Palestina, sacando Dios bien del mal, como sólo si sabe hacerlo. Cf. 12, 23 y nota.

3. Recordemos lo que fue después Pablo, y admiremos aquí la obra de Dios que tan milagrosamente lo transformó. Ello nos enseña a no desesperar nunca de un alma (1 Jn. 5, 16 y nota), porque no podemos juzgar los designios que Dios tiene sobre ella. Quizás Él espera a tener que perdonarle más para que ame más (Lc. 7, 47; cf. Rm. 11, 32 ss). El mismo Pablo confirma detalladamente, en muchas ocasiones, sus culpas contra la Iglesia; véase 7, 58 y 60; 9, 1, 13 y 21; 22, 4 y 19; 26, 10 s.; 1 Co. 15, 9; Ga. 1, 13; Fil. 3. 6; 1 Tm. 13.

5. No se trata del apóstol Felipe, pues estaba todavía en Jerusalén (v. 1), sino de uno de los siete diáconos (cf. 6, 5).

9. S. Ireneo nos ha conservado de él las siguientes palabras, demostrativas de que se presentaba como el Mesías, cumpliendo así lo anunciado por Jesús (Mc. 13, 6): “Yo soy la palabra de Dios, yo soy el hermoso, yo el Paráclito, yo el omnipotente, yo el todo de Dios”.

14 ss. En este pasaje, que forma la Epístola de la Misa votiva del Espíritu Santo, vemos cómo los despreciados samaritanos recibían la Palabra de Dios con buena voluntad, dando una nueva prueba de lo que tantas veces había dicho Jesús en favor de ellos y de otros paganos, como el Centurión y la Cananea, cuya fe podía servir de ejemplo a los mismos israelitas (cf. 10, 2 ss.; Is. 9, 1 ss. y nota). Vemos también la caridad y la sencillez de la Iglesia naciente, en que los apóstoles, todos judíos, no vacilan en mandar al mismo Papa Pedro y al Discípulo amado, a que visiten y evangelicen a aquellos samaritanos, confirmándolos en la fe con ayuda del Sacramento de la Confirmación (v. 17). Cf. 10, 23 y nota.

16. Esto es: con el Bautismo que los discípulos, a ejemplo del Bautista, habían administrado copiosamente ya desde que Jesús predicaba (Jn. 3, 22; 4, 1 s.), o sea cuando “aun no había Espíritu por cuanto Jesús no había sido todavía glorificado” (Jn. 7, 39). Hoy disfrutamos del gran misterio de la gracia, que pocos aprovechan, porque no lo conocen: El cristiano recibe del Padre no sólo el perdón de los pecados por los méritos de Cristo, sino que también recibe la fuerza para no pecar más mediante la gracia y los dones del Espíritu Santo (cf. Rm. 6): pues Él nos hace hijos de Dios (Ga. 4, 6), y “el que ha nacido de Dios no peca” (1 Jn. 3, 9). Tal es el Bautismo que iba a dar Jesús con su sangre: el Bautismo “en Espíritu Santo y fuego” según las palabras con que lo preanunciaba el Bautista (Mt. 3, 11; Mc. 1, 8; Lc. 3, 16; Jn. 1, 26). Cf. 1, 5; 11, 16 y 19, 2-6, donde el Bautismo en nombre del Señor Jesús va igualmente seguido de la imposición de las manos. Véase 19, 4.

17. Se trata aquí no ya del Orden (6, 6 y nota) sino de la Confirmación (sobre el sacerdocio de los fieles véase 1 Pe. 2, 2-9). San Crisóstomo observa que Felipe no había podido administrarla porque estaba reservada a los Doce, y él era simple diácono, “uno de los siete”. Habían recibido ya al Espíritu Santo en el Bautismo, pero no en esa plenitud con que se manifestó en Pentecostés sobre los discípulos reunidos (2, 1 ss.) y que trascendió aquí también en carismas visibles y don de milagros, como lo nota el ambicioso Simón Mago (v. 18). Cf. 19, 6.

18 ss. De aquí el nombre de simonía dado a la venta de dignidades eclesiásticas o bienes espirituales. San Pedro señala con gran elocuencia (v. 20) la contradicción de querer comprar lo que es un don, es decir, lo que es dado y no vendido (cfr. Ct. 8, 7 y nota). Recordaba la palabra terminante de Jesús a los Doce: “Gratis recibisteis, dad gratuitamente” (Mt. 10, 8).

24. Esta otra conversión de Simón Mago tampoco parece haber sido duradera (cf. v. 13). La tradición dice que volvió a sus malas costumbres de hechicero, perjudicando mucho a los cristianos. La Historia eclesiástica le llama “padre de los herejes”.

27. Eunuco: aquí título que correspondía a los ministros y altos funcionarios de la corte. Cf. Gn. 39, 1; 2 R. 25, 19. Para adorar: Era, pues, un “prosélito” de la religión de Israel, y no un simple gentil. De entre éstos el primer bautizado fue Cornelio (10, 1 ss.).

30 s. La contestación del etíope es una refutación elocuente a los que creen que la Sagrada Escritura es siempre clara, y que cualquiera puede interpretarla sin guía. Por eso el Señor envía a Felipe, como advierte S. Jerónimo, para que descubra al eunuco a Jesús que se le ocultaba bajo el velo de la letra. “Los cristianos, dice S. Ireneo, deben escuchar la explicación de la Sagrada Escritura que les da la Iglesia, la que recibió de los apóstoles el patrimonio de la verdad” (1 Tm. 6, 20 y nota). Cf. los decretos del Concilio Trid. (Ench. Bibl. 47 y 50). De ahí también necesidad de notas explicativas en las ediciones bíblicas.

32 s. Véase Is. 53, 7-8. El profeta habla del Mesías. La cita es según los LXX.

34. Pregunta de gran interés exegético, pues cierta interpretación israelita, que no reconoce a Jesús como el Mesías, quisiera acomodar todo aquel admirable pasaje de Isaías para aplicarlo al mismo pueblo de Israel. Cf. Is. 52, 14 y nota.

35. Le anunció la Buena Nueva: Preciosa expresión y no menos precioso ejemplo de catequesis bíblico. Así lo hizo también el mismo Jesús (Lc. 24, 27, 32 y 44 ss.) partiendo de un texto de la Sagrada Escritura (cf. Lc. 4, 16 ss.).

[37]: Merk, cuyo texto traducimos, omite este versículo. Otros, como Brandscheid, lo traen idéntico a la Vulgata, que dice: “Y Felipe dijo: si crees de todo corazón, lícito es. Él repuso: Creo que Jesucristo es el Elijo de Dios”. Fillion observa que “su autenticidad está suficientemente garantida por otros testigos excelentes”. También el contexto parece requerirlo como respuesta a la pregunta del v. 36, la cual sin él quedaría trunca, y entonces no se explicaría que el eunuco hiciese parar el carro (v. 38) como pretendiendo recibir el bautismo sin conocer la conformidad de Felipe. En cuanto a la doctrina de este texto, según la cual “Felipe exigió del neófito una profesión exterior de fe antes de bautizarlo” (Fillion), es la misma de otros pasajes (cfr. 2, 41 y nota). Es un caso más en que la fe se muestra vinculada al conocimiento de h Palabra de Dios (v. 35), según lo enseña S. Pablo (Rm. 10, 17).

40. Azoto, ciudad filistea situada entre Gaza y Joppe.

1 ss. Sobre el mismo episodio véase 22, 6 ss.; 26, 9 ss.; 1 Co. 15, 8; 2 Co. 12, 2. ¡Qué comienzo éste para las hazañas del más grande Apóstol! La saña de Saulo era sin duda tan apasionada como lo fue luego su caridad, que lo convirtió en “todo para todos”. Sin límites en su empeño, no vacila aquí en hacer a caballo los 250 kms. que separan Damasco de Jerusalén. Esa sinceridad que lo llevaba a entregarse todo a lo que él creía verdad, fue sin duda lo que más agradó a Jesús en él (cf. Jn. 1, 47 y nota), porque Dios “vomita de su boca” a los indiferentes (Ap. 3, 16), a los cuales el Dante señala una de las penas más viles del infierno (Canto 3, 34-51).

2. Enseñanza elocuente sobre el espíritu de libertad –no ya sólo de caridad– que trajo Jesús. Saulo, celoso fariseo (23, 6; Flp. 3, 5 s), quiere la cárcel y aún la muerte para los que no piensan como él (cf. 7, 58; 26, 10). Pablo, celoso cristiano, respetará con suma delicadeza la conciencia de cada hombre, no sintiéndose autorizado a condenarlo (cf. 2 Co. 1, 23; 4, 5; 1 Pe. 5, 2 s.; Mt. 23, 8; Ct. 3, 5 y notas). Nos muestra así que, según el plan de Dios, la certeza de estar en la verdad religiosa no obliga ni autoriza a imponerla a otros, ni aún teniendo, como el Apóstol tuvo, las más excepcionales revelaciones sobre la doctrina que él predicaba (cf. 26, 16 y nota).

4. Me persigues: Jesús, que recibe como hecho a Él minino el bien que hagamos a sus hermanos los pequeños (Mt. 25, 40), manifiesta aquí lo mismo respecto de la persecución de los que creen en Él.

5. Cf. 26, 14 y nota.

7. Cf. 22, 9 y 26, 14. Los hombres oían la voz como un sonido pero no como articulación de palabras. En Jn. 12, 28 ss., Jesús oye la voz del Padre celestial y los circunstantes creen que ha sido un trueno, el cual en la Biblia es llamado muchas veces la voz de Dios. No viendo a nadie: De aquí se deduce, como observa Fillion, que Saulo conoció entonces a Jesús, viendo su divino Rostro glorificado, como en la Transfiguración lo vieron los tres apóstoles “con la gloria propia del Unigénito del Padre” (Jn. 1, 14).

8. La ceguera confirma que hubo aparición y no sólo visión interior de Pablo.

12. Este v. es generalmente admitido como un paréntesis del narrador para advertir que Saulo tuvo esa visión de lo que iba a acontecerle con Ananías. Así vemos en el cap. 10 la visión de Cornelio unida a la de Pedro.

13. La Sagrada Escritura, y principalmente S. Pablo, designa con el nombre de santos a los cristianos, para mostrar que todos somos llamados a la santidad (1 Ts. 4, 3 y 7). ¡Qué poco meditamos en este don magnífico que nos tiene preparado el Espíritu Santo! Cf. Jn. 17, 23 y nota.

15. Véase 26, 1 y nota.

16. Véase 26, 17 y nota.

17. Le impuso las manos: es de notar que Pablo, no obstante su llamado directo y extraordinario sin ser de los Doce (Ga. 1, 15 ss.), recibe de la Iglesia dos imposiciones de manos. Ésta, para efusión del Espíritu Santo (confirmación), y la de 13, 3 para “separarlo” destinándolo a un apostolado especial. Cf. 11, 46 y nota [Nota: ¿no será Hch. 11, 16?].

20. Pablo, sin duda instruido por Dios aun antes de retirarse a estudiar (v. 23 y nota), pone especialmente el acento en la divinidad de Jesús, en tanto que Pedro, sin perjuicio de lo mismo, acentúa más bien, ante los judíos, la mesianidad del Hijo de David (2, 25 ss.).

21. El que por Jesús fue escogido para Apóstol de los gentiles, no tarda en mostrar la misma valentía que antes había puesto al servicio de los enemigos de Cristo. La conversión y transformación de Pablo no proviene de sus propios esfuerzos, sino que es, como enseñan los Padres, un milagro de la gracia divina, y muestra cómo Dios tiene recursos para mover con eficacia aun a las más rebeldes de sus almas elegidas, según el mismo Cristo dijo a Ananías (cf. Rm. 9, 15; Jn. 6, 44). Es lo que pedimos en la preciosa “secreta” del Domingo IV después de Pentecostés.

23. Bastantes días más tarde: transcurridos tres años. Después de su conversión San Pablo estuvo en el desierto de Arabia (Ga. 1, 17), preparándose para su futura misión y recibiendo las revelaciones del Señor. De Arabia volvió a Damasco, donde reanudó su predicación y fue obligado a huir de nuevo (x, 24 s. y 30). Sobre estos lapsos, discutidos para fijar la fecha del Concilio (cap. 15) y de la Epístola a los Gálatas, cf. 12, 25; Ga. 2, 1 y nota.

24. Cf. 2 Co. 11, 32. Véase igual aventura corrida por David (1 Sam. 19, 12) y por los exploradores de Josué (Jos. 2, 15). S. Gregorio Magno cita este caso como ejemplo de que la valentía en el servicio de Dios no consiste en desafiar la muerte sin necesidad. Cf. Flp. 1, 23 s.

27. Bernabé (cf. 4, 36 y nota) aparece aquí como guía de Pablo, y lo mismo en 11, 25 s. Más adelante se destaca la primacía del gran Apóstol, no obstante lo cual ambos conservaban su libertad de espíritu, como se ve en el episodio de su separación (15, 16 ss.).

29. Con los griegos, es decir con los judíos helenistas, los mismos con quienes él había colaborado en la muerte de Esteban, que también disputó con ellos (6, 9 ss.). De ahí que ahora quisiesen igualmente matar a Pablo.

31. Gozaba de paz: Contrasta con la persecución de pocos años antes (cf. 8, 1). Estamos alrededor del año 37, durante el imperio de Calígula que trataba de erigir su estatua en el Templo de Jerusalén, por lo cual los judíos tenían otras preocupaciones que la de perseguir a los cristianos. La persecución de Heredes Agripa I, que hizo matar a Santiago, fue hacia el año 42 (cf. 12, 1 ss.).

32. Lidda: hoy Lud, ciudad situada entre Jerusalén y Joppe (Jafa). Nótese que Pedro visita las iglesias en calidad de jefe supremo. Las primeras comunidades cristianas no eran sectas, como opinan algunos modernistas, sino miembros del mismo Cuerpo Místico, que es la Iglesia, sin perjuicio de la unidad de cada “pequeña grey” o iglesia local, como vemos en las cartas a las siete Iglesias (Ap. 1, 20; 3, 22). San Pablo llama iglesia al grupo de fieles que se reúne en casa de uno de ellos (Col. 4, 15; cf. Hch. 2, 46 y nota), Y en igual sentido habla Jesús al tratar de la corrección fraterna (Mt. 18, 17). En tal sentido es que muchas versiones griegas del v. 31 usan el plural “las iglesias… gozaban, etc.”, si bien las más acreditadas de entre ellas confirman el singular de la Vulgata (Fillion, Boudou, etc.). El Crisóstomo comenta la visita pastoral de Pedro diciendo: “Como un general en jefe, recorría las filas para ver cuál estaba unida, cuál bien armada, cuál necesitaba de su presencia”. Cf. 10, 35 y nota.

39. Tabita es un modelo de mujer cristiana, cuya fe obra por la caridad (Ga. 5, 6). El llanto de los pobres sobre la tumba de la bienhechora es su mejor testimonio. La caridad de Pedro, siempre dispuesto a servir a todos, recuerda aquí la actitud de Jesús con el Centurión: “Yo iré y lo sanaré” (Mt. 8, 7). Sobre esta característica de Pedro y la encantadora llaneza de sus relaciones con los fieles y con los paganos, véase 8, 14; 10, 5, 23 y 26; 1 Pe. 5, 1-3, etc. Por su parte Dios bendecía sus pasos, al extremo inaudito de que hasta la sombra de su cuerpo curaba a los enfermes, como lo vimos en 5, 15.

42. “Es notable este ejemplo de sencillez y humildad apostólica. El Príncipe de los apóstoles elige para su morada la casa de un curtidor, enseñando con su ejemplo a los ministros de Jesucristo. que sólo deben mirar a Dios en los negocios que son de Dios, quitando todo motivo a los grandes de ensoberbecerse, y a los pobres de avergonzarse del estado en que la Providencia los ha puesto” (Scio).

1. Cesarea, en la costa del mar Mediterráneo, entre Joppe y Haifa, era sede del Procurador romano. Había allí cinco cohortes, de 500 a 600 soldados cada una.

2 ss. Dios nos pone a la vista el caso de este pagano, a quien llama “piadoso”, a fin de enseñarnos que Él se reserva salvar a quien quiera (Rm. 9, 15 ss.), y que lejos de despreciar a los de fuera (Rm. 11, 18 ss.), hemos de tener sentimientos de contrición como los que muestra la oración de Daniel (Dn. 9), sabiendo que se pide más cuenta al que mucho se dio (Lc. 12, 48), y que en la red barredera entra toda clase de peces (Mt. 13, 47), como en la sala del banquete que se llenará con “buenos y malos” (Mt. 22, 10), pero que sólo quedan los que tienen “el traje nupcial” (ibid. 11 ss.), siendo “muchos los llamados pero pocos los escogidos” (ibid, 14; Jn. 15, 19). ¿Y cuál es el traje nupcial, sino el de la fe viva, que obra por amor (Ga. 5, 6) y vive de la esperanza? (2 Tm. 4, 8; Tt. 2, 13). Véase la grave advertencia de Jesús de que los publicanos y las rameras precederán a los fariseos en el Reino de Dios (Mt. 21, 31). Cf. v. 28.

4. Admiremos la universal Providencia de Dios que acepta las oraciones y las buenas obras de este pagano. Tal será uno de los motivos que luego decidirá a Pedro a recibirlo sin vacilar en el seno de la Iglesia. Cf. 17, 23 y nota.

15. Pedro todavía no comprende la finalidad de esa visión, que no era más que un hecho simbólico para convencerle de la abolición de las leyes rituales judías y de que en lo sucesivo no habrá para los cristianos manjares puros e impuros, ni tampoco distinción entre pueblo judío y gentil. Todos cuantos creen en Jesucristo son purificados por la fe. Cf. 15, 9. Vemos aquí una vez más ese espíritu de insondable caridad de Dios que sólo en la Biblia se descubre. En vez de ser Dios aquí el preceptivo, el exigente, es Él quien levanta la prohibición, y el hombre es quien se empeña en mantenerla. El Señor le enseña entonces que se cuide de violar algo mucho más grave que el precepto anterior: el respeto debido a su Majestad. Guardémonos de este gran peligro farisaico de querer ser más santos que Dios (cf. Mc. 7, 4 y nota). En ello esconde el diablo la peor especie de soberbia, y consigue así, no sólo quitar todo valor a las obras con que pretendemos obsequiar a Dios contra Su voluntad (Sb. 9, 10 y nota), sino también hacernos caer en el pecado abominable que hizo de Saúl un réprobo después de ser un elegido. Véase 1 Sam. 13, 9; 15, 1 ss.; 30, 13 y notas. Dice a este respecto el P. Gräf: “Ni vayas a creer que tengamos que buscarnos penas y sufrimientos y cruces que cargar sobre nuestros hombros, privaciones, ni sacrificios; nada de esto; porque aun en esto suele haber mucho de nuestro “yo”, es decir, de la causa de donde se originan nuestros más comunes defectos. Solamente estamos obligados a cargar con lo que Dios impone en cada instante, y tanto cuanto Él impone, ni una milésima de gramo más, y nada más que durante el tiempo que Él dispusiere; ni una hora más, ni un segundo más”.

23. Marchó con ellos: Nótese nuevamente la humildad y caridad de Pedro: Siendo él Sumo Pontífice y agobiado por tos ministerios de la Iglesia naciente, no vacila en emprender personalmente un viaje para ponerse al servicio de un simple pagano, Cf. 8, 14 y nota.

26. Véase Lc. 5, 8. Lo mismo hacen Pablo y Bernabé en 14, 14 y el ángel en Ap. 19, 10 y 22, 8 s. En el Antiguo Testamento, Mardoqueo nos da un ejemplo semejante (Est. 3, 2 y nota). Véase también Dn. 2, 18.

28. Comparemos esta actitud con la de Jesús en Mt. 9, 9 ss. y con la de los personajes de la Sinagoga, que temían mancharse entrando en casa de un pagano… mientras procuraban la muerte del Hijo de Dios (Jn. 18, 28). Cf. v. 2 y nota.

35. La salvación no estará en adelante reservada a determinada nación o raza, sino que todos los que temen a Dios y obran bien merecen el agrado del Altísimo. Véase Jn. 4, 23; 9, 31. Como observa un comentarista, Pedro, depositario de las llaves del Reino (Mt. 16, 9), abre también aquí las puertas de la Iglesia a tos gentiles, como en Pentecostés las abrió para los judíos (2, 14 ss.).

38. Haciendo el bien, etc.: “La caridad celestial tiende en primer lugar a comunicar los bienes, celestiales. Pero, así como el Hijo de Dios descendió a la tierra, no sólo para traernos los bienes espirituales, sino también para curar las miserias corporales y temporales de la humanidad –pasó haciendo bien y cada uno de sus pasos está proclamando sus maravillosos portentos benéficos–, así el amor divino que el cristiano profesa a su prójimo, sin renegar de su origen y de su carácter celestiales, se extiende del alma al cuerpo” (Scheeben).

40. Dios le resucitó: ¿Qué significa esta expresión, lo mismo que la del v. 38: Dios estaba con Él? ¿Acaso el mismo Cristo no era Dios? Tal pregunta, que muchos se hacen y que llevó a antiguos y modernos herejes a dudar de la divinidad de Jesús, el Verbo encarnado, viene de no distinguir las divinas Personas e ignorar que en la Sagrada Escritura el nombre de Dios por antonomasia es dado a la Primera Persona, es decir, al divino Padre, porque en Él está la naturaleza divina, como en su Fuente primera, según se expresan los santos Padres, y es Él quien la comunica a su Hijo, al engendrarlo eternamente (cf. Sal. 109, 3 y nota), y es Él quien, con el Hijo, a comunica a la Tercera Persona. De ahí la adoración constante de Cristo al Padre, pues, si bien la Persona del Hijo posee también la divinidad con idéntica plenitud que la Persona del Padre, no olvida que como hombre lo ha recibirlo todo del Padre, que es el que da y no recibe de nadie. He aquí la verdadera llave para comprender el Evangelio sin asombrarse al observar cómo la Persona del Verbo-Hombre se humilla continuamente, como un niñito, ante la Persona de su Padre. Por eso es por lo que Jesús, no obstante poder hacerlo todo por su propia virtud deja constancia de que es el Padre quien todo lo hace en Él y por Él, y asimismo todo lo hace para Él, porque en Él tiene toda su complacencia. De ahí que el divino Hijo, agradecido al divino Padre, no se canse de repetirnos que es el Padre quien lo envía, quien lo asiste en sus obras, quien lo resucita, quien lo eleva en su Ascensión (Mc. 16, 19; Lc. 24, 51), quien lo sienta a su diestra (Sal. 109, 1 y nota), etc., al punto de que, dice San Pablo, ni siquiera se atrevió Jesús a asumir por sí mismo el sacerdocio, sino que esperó que se lo diera Aquel que le dijo: “Tú eres el Sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec” (Hb. 5, 5 s.; Sal. 109, 4 y nota).

42. “Es entonces un hecho, que Cristo es el juez de vivos y muertos, ya sea que entendamos por muertos a los pecadores y por vivos a los que viven rectamente, ya sea que con el nombre de vivos se comprenda a los que entonces vivirán, y con el de muertos a todos los que murieron” (Sto. Tomás). S. Pedro aclara este punto usando esos términos en su sentido propio (1 Pe. 4, 5 s.).

43. Cuantos crean: “Una sola condición es exigida, dice Fillion, pero sin ninguna excepción”. Es decir, que la fe ha de ser viva, real, confiada y animadora de todos nuestros pasos. Esa fe que se dice tener por tradición de familia, etc., “es cosa muerta que no justifica a nadie. La fe, más que ninguna otra virtud, exige un examen de conciencia para saber si la adoptamos en forma plena activa, voluntaria y libérrima, o si la aceptamos pasivamente de los demás, como una costumbre de la convivencia social”.

44 ss. Así como en Abrahán precedió la justicia de la fe a la circuncisión que fue como el sello de esta misma fe que le había justificado, del mismo modo Cornelio fue santificado por la infusión del Espíritu Santo para que recibiese en el Bautismo el Sacramento de la regeneración, que da la santidad (San Agustín). Tan extraordinaria aparece esta nueva Pentecostés de la Palabra (11, 15), que los discípulos venidos con San Pedro (v. 45) quedan pasmados (literalmente “fuera de sí”) al ver que el Espíritu Santo no era, como hasta entonces, privilegio de los cristianos de origen judío, sino que se extendía también a los gentiles, y que el ministerio de la predicación (v. 42) era seguido de semejante efusión de carismas. Esto nos da también a nosotros una idea del valor insospechado de la predicación del Evangelio (véase 6, 2; 1 Co. 1, 17) y no es sino el cumplimiento de lo anunciado en Mc. 16, 15 ss. “Para hacernos vivir de esta gracia del Espíritu Santo fue preciso que se nos instruyera mediante la palabra eterna de la Escritura acerca de los misterios que debíamos creer y de los preceptos que habíamos de observar. La predicación del Evangelio ha de ser espíritu y vida; preciso es, pues, que el apóstol tenga hambre y sed de la justicia de Dios”, y que esté poseído del don de fortaleza para que le sea dado perseverar hasta el fin y arrastrar las almas a su doctrina” (Garrigou-Lagrange). Cf. 11, 16 y nota.

48. Pedro no vacila en administrar el Bautismo al comprobar la venida del Espíritu Santo sobre Cornelio y demás paganos reunidos en su casa. Aun no se había resuelto la cuestión principal que agitaba a loa cristianos de Jerusalén acerca de si la Ley ceremonial judía era obligatoria para los gentiles convertidos.

3. La conversión de Cornelio objeto de discusiones en los ambientes judío-cristianos, que no podían familiarizarse con la idea de que hubiese sido derribado el muro establecido hasta entonces entre ellos y los gentiles (10, 28; Ef. 2, 11). Ello estaba, sin embargo, anunciado desde Moisés. Véase Dt. 32, 21 citado en Rm. 10, 19; Is. 65, 1 en Rm. 10, 20; Os. 2, 4 y 1, 10 en Rm. 9, 25 s., donde S. Pablo extiende en sentido típico a los gentiles lo que Oseas anuncia sobre la conversión de las diez tribus del reino de Israel.

14. ¡Palabras que salvan! Lo mismo dice S. Pablo (Rm. 1, 16) y Santiago (St. 1, 21). “Nunca he conseguido una conversión verdadera sino por alguna palabra de la Santa Escritura. Es la semilla que penetra hasta el fondo cuando hay tierra dispuesta. Y si no la hay, de nada valen los esfuerzos humanos sino para arrancar promesas falaces…” (“Experiencias de un viejo sacerdote”).

16. Entonces me acordé: Vemos cómo se cumple la promesa de Jesús de que el Espíritu Santo les enseñaría cuanto debían hacer (v. 12) y les recordaría las Palabras suyas (Jn. 14, 26). Bautizados en Espíritu santo: Es lo que Jesús les dijo en 1, 5, llamando Bautismo a Pentecostés porque allí fueron “investidos de fuerza desde lo alto” (Lc. 24, 49), operándose en ellos, como dice Boudou, “el beneficio de la regeneración espiritual”, que ahora se extendía a los gentiles “como don igual, concedido con una sola y misma condición: la fe”. Están en el error quienes creen que el Bautismo del Espíritu Santo, que prometió Jesús, es dado desde este momento a todos directamente por el mismo Espíritu mediante la fe en Cristo. No puede negarse que Pedro bautizó con agua aun después de la efusión del Espíritu (10, 44-48), y que los Doce y también Pablo continuaban usando la imposición de las manos, tanto para el desempeño de funciones especiales (13, 3; 1 Tm. 4, 14) como para comunicar el Espíritu Santo (2 Tm. 1, 6). Cf. 6, 6; 8, 17; 9, 17.

17. Hermosa muestra del espíritu sobrenatural de Pedro, que contrasta con el ritualismo de los fariseos, cultores de las fórmulas.

18. El arrepentimiento para la vida: es decir, el perdón, cumpliéndose así textualmente las palabras de Jesús en Lc. 24, 47, donde el Señor lo extiende a todas las naciones después de mandar que comiencen por Jerusalén. Vemos la verdadera unidad espiritual de la Iglesia reflejada en esta alegría de todos (v. 23; 12, 5). “Si el Espíritu único habita en nosotros, el único Padre de todos estará en nosotros, y, como Dios, por su Hijo unirá entre sí y consigo mismo a los que se han hecho participantes del Espíritu Santo” (S. Cirilo de Alejandría). Algunos se preguntan si en esta admisión de los gentiles, prevista ya en el Evangelio y considerada como un injerto en Israel (Rm. 11, 17), hay alguna diferencia con la que S. Pablo anuncia más tarde a los gentiles en Ef. 3, 6, presentándola como un misterio oculto hasta entonces y como un llamado directo.

20. La obra que el Espíritu Santo empezó en Cesarea (cap. 10) iba a manifestarse con más intensidad en Antioquía, entonces capital de Siria y centro de todo el Oriente. Convirtiéronse allí los griegos, es decir, los gentiles, en tan “gran número” (v. 21), que los apóstoles enviaron a Bernabé (v. 22) para que dirigiera ese nuevo movimiento.

26. Fueron llamados cristianos: Los discípulos de nuestro Señor eran objeto de burla como lo fue Él mismo, y mirados como una extraña secta que seguía los pasos de un judío ajusticiado. Los judíos les llamaban despectivamente “nazarenos” (cf. Jn. 1, 46; 7, 52), y los paganos les pusieron el apodo de christiani (desinencia latina del griego xristós); apodo despectivo como vemos por los únicos textos en que aparece (26, 28 y 1 Pe. 4, 16). En este último, S. Pedro nos enseña a llevar ese nombre sin rubor, glorificando a Dios en él. Conviene, pues, usar siempre, añadiéndole el carácter de “católico” que significa universal, este glorioso título de “cristiano”, que parece ir quedando cada vez más para uso de los disidentes, lo mismo que el de “evangélico”, no menos honroso y envidiable para un discípulo de Jesús.

28. Claudio, emperador romano (41-54 d. C.).

30. Los ancianos presbíteros, que aquí se mencionan por primera vez, se llaman así menos por su ancianidad que por la dignidad de su cargo. Sobre presbíteros cf. 15, 2, 4, 6; 1 Tm. 5, 17; Tt. 1, 5. Sobre diáconos cf. 6, 1 ss. Véase 20, 17 y 28 y notas. Los envíos no eran de dinero sino de víveres (trigo de Alejandría, higos de Chipre, etc.), pues –lo mismo que hoy en casos tales– en la carestía casi no había qué comprar allí.

1. Herodes Agripa I, nieto de aquel cruel Herodes el Grande, que mató a los niños de Belén, y sobrino de Herodes Antipas que se burló del Señor (Lc. 23, 8 ss.).

2. Se trata aquí de Santiago el Mayor, cuya decapitación tuvo lugar en Jerusalén el año 42. Sobre Santiago el Menor cf. v. 17. Una tradición traída por Clemente Alejandrino refiere que Santiago murió perdonando al que lo había delatado, el cual también se hizo cristiano. Contra los que pretenden que Juan murió aquí con su hermano (cf. Mc. 10, 39), basta recordar que San Pablo lo encuentra vivo en Jerusalén siete años después (Ga. 2. 9).

3. Los días de los Ázimos: La semana de Pascua.

5. Sin cesar: es el verdadero sentido de la locución griega echemos que Lucas aplica a la oración de Jesús (Lc. 22, 44).

7. ¡Presto! Al decirle esta palabra ya estaba dándole la idea de un milagro, pues Pedro no habría podido moverse con rapidez sin ser aliviado de las cadenas.

12. Se cree comúnmente que este Marcos es el Evangelista del mismo nombre.

15. Su ángel: el Ángel Custodio (cf. Mt. 18, 10). Su existencia se conocía desde el Antiguo Testamento (Dn. 10, 13 y 20 s.), pero es de notar aquí el espíritu de fe de los cristianos, que se apresuran a pensar en las explicaciones de orden sobrenatural, que hoy difícilmente se buscarían no obstante haber pasado tantos siglos de experiencia cristiana.

17. Vemos el ambiente de fraternidad en que vivían los santos comunicándose todo entre ellos, en medio de esa vida aventurera que llevaban, como malhechores que tienen que ocultarse. Lo mismo sucedía en las catacumbas. “¡Cuántas veces, dice un piadoso autor, tenemos que pasar por desobedientes… para obedecer!” A otro lugar: si el autor sagrado no indica el lugar adonde se retiró Pedro después de escapar de Herodes, lo hizo probablemente por razones de seguridad para el Príncipe de los apóstoles. “Para algunos este otro lugar es Roma, adonde Pedro habría partido sin demora. Para otros es Antioquía. Otros, tal vez más prudentes, no alejan demasiado al Apóstol de Jerusalén. Los escritos apostólicos no nos dicen casi nada de los hechos y actitudes de Pedro después de su liberación. S. Pablo se encuentra de nuevo con él en Jerusalén, para el concilio (15, 7), y más tarde en Antioquía (Ga. 2, 11). Entre los bandos que se formaron en la Iglesia de Corinto, menciona uno que se apoya en Pedro: Yo soy de Cefas (1 Co. 1, 13). Quizá es éste un indicio de que Pedro visitó esa ciudad, como parece afirmarlo S. Dionisio de Corinto. Por lo demás, a pesar de las negaciones desesperadas a las cuales los descubrimientos arqueológicos recientes han dado el golpe de gracia, es históricamente cierto que Pedro fue a Roma y murió allí. Pero ¿cuándo fue allá?… En todo caso los datos escriturarios no permiten precisar las idas y venidas ni fijar su cronología; y en cuanto a los de la tradición están lejos de disipar toda incertidumbre” (Boudou). El apóstol Santiago del que aquí se hace mención es Santiago el Menor, hijo de Alfeo y “hermano”, es decir, pariente del Señor. El fue el primer Obispo de Jerusalén. Cf. v. 2 y nota.

19. Parece indudable que los guardias fueron ajusticiados sin culpa, como en el caso de los santos Inocentes. Bien podríamos suponer que Dios salvó sus almas por amor a su siervo Pedro, como en el caso de S. Pablo (16, 25-34).

23. Por no haber dado a Dios la gloria: Dios no cede a nadie el honor que a Él solo es debido (Is. 42, 8; 48, 11; Sal. 148, 13; 1 Tm. 1, 17). Esta horrible muerte de Herodes Agripa I, padre del rey Agripa II (cf. 25, 13) en igual forma que Antíoco Epifanes (2 M. 9, 5 ss.), nos muestra que no se incurre impunemente en esa soberbia, que será la misma del Anticristo (2 Ts. 2, 3 ss.; cf. Ez. 28, 5 y nota). El v. 24 muestra, en notable contraste. cómo la semilla divina germinaba en medio de la persecución (cf. 8, 1 y nota). Las persecuciones son para la Iglesia lo que el fuego para el oro (S. Agustín). Cf. 1 Pe. 1, 7. “La fuerza espiritual de la Iglesia se encuentra como ligada a su debilidad temporal: el poder de Cristo no fue nunca tan arrollador como en la Cruz” (Pio XI).

1. El oficio del profeta cristiano es, según S. Pablo (1 Co. 14, 3), edificar, exhortar y consolar, en tanto que el del doctor es instruir y enseñar. Éste comporta el don de ciencia e inteligencia; aquél el don de sabiduría, que es superior a todos. El Apóstol recomienda desear para sí mismo y también cultivar, el don de profecía (1 Co. 14, 39). La Didajé da normas de cómo tratar a esos profetas y predicadores, cuyo oficio era formar a los ya llegados a la fe, yendo de una comunidad a otra y viviendo de limosnas, sin cobrar nada por su ministerio, Cf. 20, 28; Ef. 4, 11 y notas.

3. La oración con ayunos es llave que abre los tesoros de a gracia (Tob. 12, 8). Los primeros cristianos solían ayunar antes de toda obra importante: y el ayuno no era parcial como el de hoy, sino total (véase 1 Co. 9, 27 y nota). Con él se preparaban para el Bautismo, tanto el que lo administraba como el que lo recibía. Sobre la imposición de las manos cf. 6, 6 y nota.

9. Algunos explican el cambio de nombre de Saulo como un acto de simpatía hacia el procónsul Sergio Pablo (v. 7). Por lo demás, era frecuente el llevar dos nombres uno hebreo y otro griego o latino, como Simón – Pedro, Tomás – Didimo, Juan – Marcos.

10. Hijo del diablo: con esta tremenda palabra llama también Jesús a los fariseos (Jn. 8, 44). Cuidemos, pues, de no confundir con la falta de caridad esta santa indignación de Pablo (cf. 23, 3 y nota).

12. “La ceguera de Elimas abrió los ojos del procónsul”, haciéndole prestar atención a las maravillas de la Palabra que engendra a fe. Cf. 8, 6; 5, 12 y nota.

13. Juan Marcos lo hizo quizás a causa de su juventud, no avezada a las fatigas de un viaje peligrosísimo a través de las montañas Panfilia y Pisidia. Sobre las consecuencias de este episodio véase 15, 36 ss.

15. Exactamente como hizo Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc. 4, 16 ss.; cfr. Mt. 13, 54). El culto judío en las sinagogas consistía principalmente, entonces como hoy, en una doble lectura bíblica primero del Pentateuco (Torah), y luego de los profetas y hagiógrafos (nebiyim y ketubim).

16 Israelitas: Como vemos, la predicación de San Pablo empieza por los judíos. Sólo cuando éstos lo rechacen pasará a los gentiles (cf. v. 45 s.). Los que teméis a Dios, es decir, los prosélitos. Véase 2, 11 y nota.

17. El gran discurso que sigue, semejante al de San Esteban (cap. 7) es una grandiosa síntesis de la historia de Israel, y como un nexo entre ambos Testamentos, que nos muestra a través de ellos el plan de Dios según las profecías mesiánicas.

20. Es decir, unos 450 años esperó Israel hasta entrar en posesión de la tierra prometida (cf. 7, 7): cuatrocientos en Egipto, cuarenta en el desierto, y unos diez en tomar posesión de las tierras de Canaán.

22. Notable elogio del Rey Profeta, a quien la Escritura alaba con gran frecuencia como no de los mayores amigos de Dios, no obstante su caída. Véase 7, 46: 1 Sam. 13, 14; 16, 13; 1 R. 11, 32 y 34; Sal. 88, 21; Si. 47, 9.

26. A vosotros: Pablo va a anunciar a los judíos, exactamente como Pedro en sus grandes discursos 2, 22 ss. y 3, 12 ss. el gran misterio de cómo las promesas de los profetas, que parecían truncadas para siempre por el rechazo y la crucifixión del Mesías, se cumplirán en Jesús resucitado (v. 32 ss.). La palabra de esta salvación: Texto adoptado como lema para la moderna colección “Verbum Salutis” que publica en París la casa Beauchesne, con estudios sobre el Nuevo Testamento.

27. ¡Al desconocer las profecías les dieron cumplimiento! Observación de profunda sagacidad, porque, si es cierto que del Mesías estaban anunciadas muchas cosas gloriosas, también es cierto que estaba anunciada, no solamente la Pasión y Muerte del Redentor (3, 22 y nota: cf. Sal. 21; Is. 53; Lc. 24, 44 ss.) sino, igualmente, su misión depuradora de la propia Sinagoga (Mal. 3. 3; Za. 13, 9; Is. 1, 25 ss.), que haría justicia a los pobres y confundiría a los opresores y a los soberbios (Sal. 71, 2 ss.; Is. 11, 4: Lc. 1, 51 ss.), etc., cosas todas que el último profeta, san Juan Bautista, anunciaba como inminentes al predicar que el hacha estaba ya puesta a la raíz de los árboles para limpiar la era (Mt. 3, 10). No podían, pues, los altivos fariseos pensar de buena fe que el Mesías debía venir solamente para dar a Israel un triunfo y prosperidad según la carne, sino también ante todo una purificación, para la cual el Bautismo de arrepentimiento que ofrecía Juan, debía “preparar el camino” (Mc. 1, 2-5). Pero estaba escrito que “mientras el buey reconoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo, Israel no me reconoce y no entiende mi voz” (Is. 1, 3), y así, al “desconocer el tiempo de su visita” (Lc. 19, 41 ss.; 13, 34 ss ), ellos cumplieron sin quererlo, como les dice aquí Pablo, esas profecías tantas veces recordadas en el Evangelio, de que tendrían ojos para no ver y oídos para no oír a causa del embotamiento de su corazón (Is. 6, 9; Mt. 13, 14; Mc. 4, 12; Lc. 8, 10; Jn. 12, 40; Rm. 11, 8). Y esto mismo había de repetirles Pablo hasta el fin (28, 23-27) cuando les anunció definitivamente que la salud era trasmitida a los gentiles (ibid. 28 s.).

32. Idéntico lenguaje usa Pedro en 2, 24-36 y 3, 18 ss. En Rm. 15, 8 ss. Pablo expone igualmente la misión mesiánica de Cristo en favor de Israel, y explica luego su extensión a los gentiles. Cf. Hb. 13, 20; Ez. 34, 23.

33 s. Resucitando: Observa aquí Fillion que el verbo anastésas no puede tener la significación de suscitando o enviando, como si pudiera referirse a la venida de Jesús en su Encarnación pues el contexto exige el sentido de resucitando, ya que todo el pasaje (vs. 26-37) trata del milagro de la Resurrección del Señor. Confirma así lo que expusimos en la nota a 3, 22. Tú eres mi Hijo, etc.: Cita de Sal. 2, 7-9: compárese allí lo relativo a Israel y a las naciones. Cf. 2, 27 ss.; Is. 55, 3; Sal. 15, 10.

39. Todo aquel que tiene fe: “Nada podemos hacer sin la fe; viene a ser la primera piedra sobre la que se apoyan todos los otros actos saludables: es la raíz viva y sólida de la que brota y recibe su fuerza cuanto es preciso para adquirir la gracia” (Scheeben). Bajo la Ley de la gracia el hombre es justificado gratis por la fe, la cual es como dice el Tridentino “el fundamento y la raíz de toda justificación”. Cf. Rm. 1, 17 y nota. Esto es lo que el Apóstol predica con tanta elocuencia a los “insensatos Gálatas” judaizantes (Ga. 3, 1 ss.) que buscaban justificare como antes, por sus propias obras legales, despreciando la salvación que viene de Jesús, e inutilizando su muerte redentora (Ga. 2, 21; cf. Rm. 3, 20; 10, 3; Flp. 3, 9 y notas).

41. Cf. Hab. 1, 5. El Apóstol aplica este pasaje en sentido figurado a la vocación de los gentiles, la cual encerraba según S. Pablo maravillas ocultas hasta entonces en los arcanos de Dios (Ef. 3, 8 ss.; Col. 1, 26), si bien tal amenaza existía para Israel desde Moisés (Rm. 10, 19 s., citando a Dt. 32, 21 e Is. 65, 1 s.). Véase los vv. 27 y 46 s. y notas.

45. Para la sinagoga incrédula, admitir la resurrección que les predicaba Pablo (vs. 32-37), significaba renovar el problema de la fe en Cristo como el Mesías Rey, que ellos habían rechazado, pues los apóstoles predicaban que en el Señor resucitado se cumplirán todas las promesas de los antiguos profetas no obstante su rechazo por parte del pueblo de Israel (cf. 2, 30; 3, 22; Rm. 15, 8; Hb. 13, 20; Lc. 16, 16 y notas). Los pretendidos privilegios de raza, impidieron a estos judíos en la diáspora, como a los de Jerusalén, aceptar la Buena Nueva de la Redención.

46. Esto, como 18, 6, son preludios del acontecimiento transcendental de 28, 28, que traería el paso de la Iglesia a los gentiles (cf. Lc. 21, 24; Rm. 11, 25; Ap. 11, 2) y el cumplimiento de los terribles anuncios de Jesús contra Jerusalén (Mt. 24). Cf. Mt. 10, 6; Lc. 24, 47.

47. Cita de Is. 49, 6 sobre el Mesías, que debía ser no sólo “gloria de Israel” sino también “luz de las naciones” paganas. Véase Is. 42, 6; Lc. 1, 32; 2, 30 ss.

48. Ordenados: La Vulgata dice preordinados. De la Torre traduce destinados (cf. 15, 7; Rm. 8, 28 ss.). Por donde vemos que el creer a las palabras del Evangelio nos llena de gozo y es una feliz señal de predestinación, pues “el Evangelio es una fuerza divina” de salvación que se encarga de transformar las almas de los que creen en él (Rm. 1, 16; Jn. 12, 36 y 48 y notas). Porque, como hace notar S. Agustín, “Dios ha colocado la justificación, no en la Ley, sino en la fe de Jesucristo…; ha prometido a la justicia de la fe, esto es, a sus justos según la fe la salvación y la vida eterna”. Vemos también que no hemos de inquietarnos si no todos creen a nuestra predicación. Así le ocurrió al mismo Señor Jesús y así lo mostró Él en la gran parábola del Sembrador (Mt. 13). Véase Rm. 10, 16; Mc. 1, 15; 2 Ts. 1, 8; Pe. 4, 17.

50. Las mujeres devotas de distinción: La Vulgata dice religiosas y honestas. Como observa Fillion, la partícula “y” no está en los mejores manuscritos, de modo que el sentido se refiere a las devotas de alto rango, como eran los fariseos entre los hombres.

52. ¡Gozosos no obstante la partida de ellos! Es que no eran “de Pablo o de Apolo o de Cefas”, sino de Cristo (1 Co. 1, 12 ss.).

1. Sucedió como antes en Antioquía (13, 48).

4. Esta apasionada división de opiniones se observó también con Jesús (Jn. 7, 12). Pero los enemigos fueron, como aquí, más encarnizados que los amigos, porque de éstos había pocos que fuesen fieles y que lo confesasen (Jn. 7, 13; 12, 42 ss.), y también porque Jesús no se defendió con espíritu combativo (Mt. 26, 53; 27, 14), sino que, al contrario, nos enseñó a no resistir al malo (Mt. 5, 39; 10, 14 ss.). La palabra divina es semilla: no podemos forzar la tierra a que la reciba. Cf. 13, 48; Ct. 3, 5 y notas.

5. Cf. v. 19. En 2 Tm. 3, 11 el Apóstol recuerda estas persecuciones.

11 s. En la mitología antigua Júpiter era el jefe de los dioses y Mercurio el dios de la elocuencia. Como el que hablaba era Pablo, le identificaron con Mercurio, mientras que a Bernabé, de estatura majestuosa, le compararon con Júpiter. Pablo, según una leyenda (cf. “Actos de Pablo y de Tecla”) era pequeño y calvo.

15. Cf. 10, 26 y nota.

16. Sobre los gentiles de antes de Cristo, cf. 17, 30; Ef. 2, 11 ss.

17. No dejó de dar testimonio de Sí mismo, de modo que pudiesen conocerle por la naturaleza en su existencia y aun en ciertos atributos (Rm. 1, 20; cf. 17, 24 ss.), si bien no se les había revelado por su palabra como hizo con Israel (Rm. 9, 4; Sal. 147, 8 s. y notas).

19. Sobre esta elocuente muestra de lo que vale la adhesión de los hombres, tan parecida al paso del Domingo de Ramos al Viernes Santo, véase la nota en Mt. 26, 56. En Listra la predicación y los sufrimientos del campeón de Cristo no quedaron sin fruto. Allí ganó para la fe al que más tarde sería su discípulo predilecto: San Timoteo.

22. Fortaleciendo los ánimos: Véase 15, 41. Es la técnica apostólica de Pablo: “La primera vez les daba el conocimiento del Dios Amor, para conquistar los corazones con sus maravillas. La segunda los prevenía de la inevitable persecución anunciada por Cristo para evitar pedregales” (esto es, los que se escandalizan a causa de la persecución que la Palabra de Dios provoca: véase Mc. 4, 5 y nota). Para aquellos neófitos, perseverar en la fe significaba entregársele totalmente. “La justicia de nada sirve a quien se detiene en el camino” (S. Jerónimo).

23. Presbíteros: Boudou traduce literalmente ancianos, explicando que se conservó el nombre griego de presbítero (anciano) en vez de hierens (sacerdote), porque lo entendían a un tiempo les judíos, “en cuyo sanhedrín junto a sacerdotes y escribas había ancianos”, y los griegos a los cuales recordaba los nombres de ciertos funcionarios (cf. 20, 17 y nota). En cuanto a la institución, añade que, cualquiera fuese su forma, bien se ve que ella se efectuó en una ceremonia religiosa bajo la autoridad apostólica (cf. 13, 3) y que si bien no consta aquí la imposición de manos, como en el caso de Timoteo (cf. 2 Tm. 1, 6 s.), debe suponérselo por analogía. Cf. 11, 16 y nota; 1 Tm. 5, 22; Tit. 1, 5 ss.

25. Este primer viaje lo hizo San Pablo en los años 46-49. El camino recorrido per él y Bernabé es de unos 2.500 kms. (distancia de Buenos Aires al Perú). El fruto respondió al celo, fundándose Iglesias en una vasta zona del Asia Menor.

1. Como se deduce del v. 5, algunos fariseos que habían abrazado a fe inquietaban a los paganos convertidos. diciendo que éstos no podían ser bautizados si antes no se hacían judíos por medio de la circuncisión. Es de notar que los perturbadores no tenían ninguna autoridad por parte de los apóstoles (v. 24) y que negaban virtualmente la salvación por la fe en Jesucristo.

2. De entre ellos: La Vulgata dice: de entre los otros. Es una confusión (aliis por illis), pues se refiere a los hermanos fieles y no a aquellos judaizantes del v. 1, o fariseos del v. 5, a quienes San Pablo alude en Ga. 2, 4, llamándolos falsos hermanos. Cf. Ga. 2, 12; 5, 2 s.

3. Despedidos tiene aquí el sentido de acompañados hasta cierta distancia, lo que muestra la importancia del viaje y el interés de todos por la doctrina, como también la caridad que había entre ellos, y no mera cortesía formal. Cf. Ga. 2, 1.

4. Por la Iglesia y los apóstoles, etc.: La Iglesia en el sentido de comunidad de los fieles. Con ellos: es decir, lo que Dios había obrado, siendo ellos los instrumentos (cf. v. 12; 14, 27; 21, 19). En igual sentido dice María: “En mí obró grandezas el Poderoso” (Lc. 1, 49).

7 ss. Como observan Scio, Crampon y otros, alude S. Pedro a la conversión del centurión Cornelio (10, 9 ss.).

8. Del mismo modo que a nosotros: véase esa nueva Pentecostés en 10, 44 y nota.

9. No ha hecho diferencia: S. Pablo explica dramáticamente en Ef. 2 este llamado de los que, no siendo del pueblo judío escogido, aun estaríamos sumidos en la noche de la depravación pagana, si la divina obra de Jesús no hubiese “derribado el muro” de separación. Purificado sus corazones por la fe: Preciosa noticia que el mismo San Pedro amplía (en 1 Pe. 1, 22), enseñándonos que esa purificación que viene de la “obediencia a la verdad” (cf. 2 Co. 10, 5) es lo que nos prepara para la caridad fraterna. Igual concepto expone S. Pablo en Ga. 6, 6, precisamente para declarar que nada significa ya la circuncisión para el que se atiene a la gracia. Cf. Hb. 8, 4 y nota.

10. Es lo que San Pablo expresó en Ga. 2, 14.

11. Véase Ga. 2, 21 y nota.

12. Toda la asamblea: Así traduce Boudou (Vulg.: multitudo), citando los vv. 4 y 22 para mostrar que en el v. 7 Pedro habla en presencia de toda la Iglesia. Aquí se ve también el perfecto acuerdo de él y de Santiago con Pablo en materia de justificación (cf. Ga. 2; St. 2). Refirieron, etc.: “¡Hechos! Siempre van a los hechos. Ningún prejuicio doctrinal, ningún espíritu de casta, ningún nacionalismo estrecho subsistirá contra éstos. Vano sería oponerse a la voluntad divina”.

13. Santiago: el Menor, que habla con su autoridad de obispo de Jerusalén, no obstante lo cual vemos que prima la autoridad de San Pedro (v. 7).

14. Simeón: forma hebraica de Simón (Pedro). Primero: no sólo por primera vez (en el caso a que alude antes Pedro en v. 7), sino también antes de ejecutar lo anunciado por el profeta. Para escoger de entre ellos: esto es, no ya colectivamente a las naciones, como lo hizo con todo Israel (cf. Ez. 18, 4 y nota), sino por elección individual de los escogidos para ser hijos de Dios (Rm. 8, 28 ss.; Jn. 11, 52), que son “los que creen en su Nombre” (Jn. 1, 12), o sea no todos los peces “buenos y malos” de la red (Mt. 13, 47 ss.); no todos los entrados al banquete, sino los que tienen el traje nupcial (Mt. 22, 12), siendo muchos los llamados y pocos los escogidos (ibíd. 22, 14). Grave revelación para los que pensaren que basta ser bautizado, sin preocuparse de avivar la fe. Cf. 2, 41; Mc. 16, 16; Ef. 2, 8.

16. Cita libre de Am. 9, 11 s., según los Setenta. El tabernáculo de David: Boudou traduce: la casa de David. Después de eso: o sea, después del tiempo antes referido (v. 14). Santiago añade esas palabras, que no están en los LXX ni en el hebreo, para precisar mejor su interpretación. Cf. Hb. 12, 26 ss. y nota.

17. Sobre este texto observa Boudou: “Según la profecía de Amós. Dios realzará la tienda de David; reconstruirá el reino davídico en su integridad y le devolverá su antiguo esplendor. Entonces Judá e Israel conquistarán y poseerán el resto de Edom, tipo de los enemigos de Dios, y todo el resto de las naciones extranjeras sobre quienes el nombre de Dios ha sido pronunciado. La principal diferencia entre el texto hebreo de Amós y la cita de los Hechos, reside en que, allí donde el hebreo dice: “Ellos poseerán el resto de Edom y todas las naciones…, el griego (y Santiago) ha leído: los hombres (Adam, en lugar de Edom), y sustituido el verbo buscar al verbo poseer: El resto de los hombres y todas las naciones buscarán al Señor. En el hebreo nada corresponde a este último término, el cual falta también en varios testigos de la versión griega. En el hebreo predomina la idea de conquista, de compulsión por la fuerza; en el griego y en Santiago, la de un deseo, de parte de los pueblos, de hallar al Señor y convertirse a Él”. Sobre la confusión entre Edom y Adam cf. Sal. 75, 11 y nota.

18. Santiago reproduce palabras de Is. 45, 21. El texto antioqueno dice más ampliamente: “Conocidas por Dios desde la eternidad son todas sus obras”.

19. Los gentiles que se convierten: Dice esto porque hasta entonces la primitiva Iglesia Cristiana sólo estaba formada de judíos, como lo eran los apóstoles.

20 s. Como observa muy bien Santo Tomás, estas disposiciones, que han sido tan discutidas, se fundaban simplemente en un propósito de caridad, a fin de no escandalizar a los judíos cristianos que formaban la Iglesia primitiva (v. 19) y que al ver a los paganos convertidos conservar esas costumbres, podían creer que perseveraban en la idolatría, tanto más cuanto que en las sinagogas, a donde aquéllos seguían concurriendo (cf. 13, 15), se hablaba siempre de la Ley mosaica. De las cuatro cláusulas (cf. Gn. 9, 4; Lv. 3, 17; 5, 2; 17, 10-16), la primera se refiere al comer carne de las víctimas ofrecidas a los ídolos; la tercera y cuarta al comer carne de animales sofocados y la sangre de animales. Estas tres cláusulas tenían valor transitorio (1 Co. 8). La segunda vale para siempre. Sobre el v. 21 cf. Hb. 8, 4 y nota.

22 ss. Con toda a Iglesia: Cf. 2 Co. 8, 19. Como observa Boudou, los fieles reunidos prestaron su concurso en la elección de los delegados y “aprobaban la decisión doctrinal, lo que era una preciosa ventaja”, si bien la fuerza de aquélla le venía de los apóstoles y presbíteros (v. 23). Esta posición que en la Iglesia primitiva tenían todos los creyentes bautizados y que habían recibido el Espíritu Santo con la imposición de las manos o confirmación (8, 17; 11, 16; cf. 2 Tm. 2, 2) es singularmente apoyada por S. Pedro que reconoce también un sacerdocio de laicos (1 Pe. 2, 4-9), y ha sido recordada por Pío XI al declarar que en el apostolado del clero corresponde a los laicos una participación activa. Ésta, no pudiendo consistir en la celebración de la Misa ni en la administración de los Sacramentos, ha de ser en la difusión de la Palabra de Dios (cf. 20, 9; 21, 8 y notas). A este respecto el P. Garrigou Lagrange, de gran autoridad teológica, refiere con singular complacencia cómo su vocación religiosa se despertó al leer las palabras, llenas de ardiente fe, de Ernest Hello, el laico autor de “Palabras de Dios”, meditaciones sobre algunos textos de la Sagrada Escritura.

23. Los presbíteros hermanos: Algunos códices dicen: los presbíteros y los hermanos, lo que cuadra mejor con el v. anterior. Así leen también S. Crisóstomo y las versiones siríacas (Peschitto y la Heraclense) y la etíope.

28. No imponeros otra carga: Es como un eco del reproche dirigido por Jesús a los fariseos en Mt. 23, 4. En realidad, bajo esta simple fórmula se encierra una instrucción de enorme trascendencia, que implica el tránsito del Antiguo Testamento al Evangelio. Es como decirles con S. Pablo: “Ya no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Rm. 6, 14).

29. Adiós: literalmente: quedad robustos, o sanos. Algunos textos, como el Codex Bezae (D y d), San Ireneo, San Cipriano, etc., omiten la prohibición de comer carne de animales sofocados, y añaden en cambio la regla de oro de la caridad en forma negativa: “Y lo que no queréis que os sea hecho no lo hagáis a otro” (véase Mt. 7, 12). Algunos suponen que de la sangre significa: del homicidio. Cf. v. 20; Sal. 50, 16 y nota. Este Concilio de los apóstoles fue celebrado en Jerusalén, hacia el año 51, y es el modelo de todos los que se han celebrado en la Iglesia asistidos por el Espíritu Santo (v. 28).

32. Eran profetas: es decir, tenían el don de edificar, exhortar y consolar. Cf. 1 Co. 14, 3.

34. Versículo discutido. Merk lo suprime, pero Fillion lo sostiene, y está confirmado por el v. 40. Silas, que se queda en Antioquía, será más tarde compañero de San Pablo en sus viajes apostólicos (15, 40; 18, 5; 2 Co. 1, 19; 1 Ts. 1, 1; etc.).

36. Este segundo viaje fue por los años 51-53.

39. Pirot hace notar que el incidente fue vivo (el griego dice paroxismo). Pero, como sucede entre hombres de espíritu, el desacuerdo no disminuyó su unión en la caridad y en el apostolado, pues más tarde cita Pablo a Bernabé como modelo de celo apostólico. Su separación contribuyó, como observa S. Jerónimo, a la propagación del Evangelio en otras regiones. En cuanto a S. Marcos, había de compartir con el Apóstol las fatigas de la prisión (1 Co. 9, 6; Col. 4, 10 s.; 2 Tm. 4, 11). Ambos casos son para nosotros ejemplos de santa libertad de espíritu (véase el caso de S. Pedro y S. Pablo en Ga. 2, 11 ss.). “Algunos antiguos se afligen por esta discusión. Se encarnizan por demostrar que la conducta de cada uno de los actores de este pequeño drama fue rigurosamente conforme a las más exquisitas exigencias de la perfecta santidad. El genial buen sentido de Crisóstomo, al contrario, se alegra de que San Lucas, como verídico historiador, haya así puesto de relieve lo que quedaba de humano en los apóstoles. Nuestra debilidad encuentra en ello un estímulo para no desanimarse” (Boudou).

41. La Vulgata y algunos testigos del griego (texto occidental) añaden aquí: “prescribiéndoles que guardaran los preceptos de los apóstoles y de los presbíteros”. De todos modos, igual expresión está en 16, 4 y es un testimonio del aprecio en que se tenía esa tradición oral de los tiempos apostólicos, aunque Fillion la refiere allí limitadamente a las decisiones del Concilio de Jerusalén.

3. Admiremos la Providencia que aquí ofrece a Pablo un colaborador en remplazo de Bernabé (cf. 15, 39). La circuncisión de Timoteo se efectuó únicamente por razones prácticas, es decir, para que pudiera predicar ante los judíos, los que nunca habrían querido escuchar a un incircunciso.

5. “¡Raro incremento, a la vez en grado y en número!”

6 s. Asia: el “Asia Proconsular”, provincia del Asia Menor, con Éfeso por capital. Les prohibió el Espíritu Santo predicar: San Crisóstomo y otros Padres creen que Dios reservaba esta región a San Juan (cf. 20, 28 y nota), que habitó por allí y en efecto allí estaban “las siete Iglesias” del Apocalipsis. Así también Dios reservó a Salomón la construcción del Templo que David deseaba emprender (cf. Sal. 131, 1 ss. y nota). Los apóstoles sólo iban adonde Dios los llamaba (cf. v. 10) y no salían por el mundo como Quijotes que se ofrecen para remediar todos los males. Hay en esto una grandísima lección de fe, que S. Vicente de Paúl expresaba en su lema: “No anticiparse a la Providencia”: “En las cosas de Dios, que no necesita de nuestros favores, hemos de temer más que nada la actividad indiscreta con pretensiones de apostolado, pensando que esto le desagravia a Él más que cualquier inacción, y que tales obras se quemarán tristemente, como enseña S. Pablo cuando venga Jesús ‘a juzgar el mundo por el fuego’” (1 Co. 3, 13-15; cf. Is. 30, 15). El Espíritu de Jesús es el mismo Espíritu Santo “que procede del Padre y del Hijo”, como dice el Credo.

10. Procuramos: nótese desde este v. el cambio de la tercera persona por la primera. Es porque desde este momento. Lucas, el autor de este libro acompaña al Apóstol (cf. 27, 1 y nota). Como observamos en la nota 3, la Providencia sigue aquí guiando los pasos de estos fieles siervos deseosos de obedecerle (cf. v. 6 y nota), y nos muestra cuán prontos hemos de estar, tanto para quedarnos quietos si Dios no nos llama (Jn. 11, 20), como para acudir apenas oigamos su voz (Jn. 11, 29). “Sólo el que con gusto se esconde, puede luego aparecer”, dice el Kempis.

11. Neápolis: ciudad de Macedonia y puerto de Filipos. Pera evitar confusiones conviene seguir los viajes de S. Pablo a través del mapa especial agregado al fin de este libro.

12. Filipos: la primera ciudad europea en que predicó Pablo, era un centro importante de Macedonia, célebre por la batalla del año 42 a. C. en la que venció el emperador Augusto. Fue destruida en el siglo XIV por los turcos. Los modernos observan que Filipos no fue la primera en importancia ni en orden de tiempo, y se inclinan a traducir más bien “ciudad del primer distrito de Macedonia” (Turner, Blass, Boudon).

13 ss. Encantadora simplicidad, y ejemplo de cómo todos los lugares y momentos de la vida ordinaria son aptos para hablar del Evangelio (2 Tm. 4, 2).

14. Aquí, como en Lc. 24, 45, vemos que es el Espíritu de Dios quien nos da, sin excluir a las mujeres, la inteligencia de la Buena Nueva. ¡Roguémosle que ilumine a cuantos hoy también quieren estar atentos a lo que escribió Pablo! Para ello contamos seguros con la oración del mismo Jesús (Jn. 17, 20).

16. Espíritu pitónico: literalmente son dos sustantivos: un espíritu, un pitón: éste era un demonio. Su nombre se deriva de Apolo Pitio (así llamado por haber dado muerte a la serpiente Pitón), porque este dios tenía un oráculo en Delfos. S. Agustín le llama ventrílocua, es decir que fingía voces distintas y engañosas. Los demonios pueden hacerse pasar por adivinos pero nunca predecir cosas futuras –si no es por especial disposición divina, como en el caso de la pitonisa que consultó Saúl (1 Sam. 2, 8)– pues Dios nos enseña que Él solo se reserva el predecir lo porvenir. Cf. Is. 44, 7; 45, 21. etc.

17. El plural nosotros desaparece, aquí hasta 20, 5 en que Pablo vuelve a Filipos, lo que hace pensar que Lucas se quedó allí. Es notable la confesión que se ven obligados a hacer los demonios lo mismo que hacían con Jesús (Mc. 1, 24; Lc. 4, 41 y nota). Como el divino Maestro, S. Pablo no acepta ni quiere aprovechar un testimonio que viene del “padre de la mentira” (Jn. 8, 44) y le duele ver que los demonios admitan la verdad más que los hombres. Cf. Lc. 8, 28; St. 2, 19.

19. Nótese la ironía con que se repite el mismo verbo partir del v. 18. Es éste uno de los raros episodios bíblicos que ofrecen un aspecto humorístico, si bien contiene una gran enseñanza psicológica que encierra la explicación de muchas actitudes revestidas de celo religioso. Véase el caso de los plateros de Éfeso en 19, 24 ss.

20. Véase igual acusación en 17, 6. Jesús fue muchas veces acusado de lo mismo, e igualmente lo fueron los profetas (cf. 1 R. 18, 17; Jr. 38, 4; Am. 7, 10).

24. El cepo era, como los que hoy se ven en los museos, una tabla con dos orificios en los que se introducía los pies del preso. Le impedía todo movimiento, lo que causaba dolores atroces.

32. Le enseñaron la palabra: Hermosa expresión que señala el valor pedagógico de las palabras divinas. Cf. Rm. 1, 16; 10, 17; 1 Co. 2, 4; 2 Tm. 3, 16.

34. De haber creído a Dios: No olvidemos esta fórmula, para poder regocijarnos. ¿Quién se arrepintió jamás de haberle creído? En cambio, ¿no es cierto que cada día tenemos que dolernos de haber creído al hombre, y sin embargo seguimos creyéndole? (véase Jn. 2, 24; 1 Ts. 2, 13 y notas).

37. La viril conducta del humildísimo Pablo nos enseña que la humildad cristiana no consiste en someterse a los caprichos de los poderosos del mundo.

38. Porque no era lícito azotar a un ciudadano romano. Cf. 22, 25.

1 s. Tesalónica, hoy Salónica, era la capital de la provincia romana de Macedonia, al norte de Grecia. Es de notar cómo, no obstante su apartamiento de los judíos en Antioquía de Pisidia (véase 13, 14-46), Pablo continuó buscando ante todo a “las ovejas de la casa de Israel”, que aquí habían de perseguirlo implacablemente (v. 5 y nota). Véase el mismo caso repetido en Corinto (18, 4-6), hasta terminar en Roma (28, 23 ss.).

3. La preocupación constante de Pablo como la de Pedro, era mostrar a los judíos que la muerte del Mesías no había alterado las grandes promesas de los profetas, pues Cristo había nacido israelita para confirmarla, según la veracidad de Dios (Rm. 15, 8), el cual lo había resucitado ante todo para ellos (3, 26), como lo había confirmado el mismo Cristo en Lc. 24, 44-46, declarando que el Mesías había de sufrir antes de ser glorificado, Véase 2, 23-35; 3, 15-21; Mc. 16, 11 y nota; Is. 52, 13 ss.; 53, 9 ss.; cf. Hb. 13, 20 y Ez. 34, 17 ss.

4. Aquí, y en el v. 12, la actitud de la aristocracia contrasta con la que vimos en Antioquía (13, 50 y nota). A esta piadosa Iglesia de Tesalónica había de escribir S. Pablo sus dos admirables cartas (1 y 2 Ts.) donde alude a la doctrina que les había predicado, especialmente rica en materia de profecía (cf. 1 Ts. 4, 13 ss.; 5, 1 ss.; 2 Ts. 1, 6 ss.; 2, 11 ss.).

5. Empezamos a ver la hostilidad de los judíos de Tesalónica, que combatirán a Pablo hasta en Berea (v. 13 y nota). Ahora ya no se valen de las damas influyentes (13, 50), sino de los ociosos del populacho,

6. Los que han trastornado al mundo: Jesús habría aceptado contento, para sus discípulos, esta definición de revolucionarios, que todo lo trastornan con la visión sobrenatural (cf. Lc. 7, 23 y citas) de manera que el mundo no puede transigir con ellos (Jn. 7, 7; 14, 30; 17, 14; Ga. 1, 4 y notas; etc.). Toda la tierra de entonces aparece conmovida según esta acusación, lo cual es un precioso testimonio de la rapidez e intensidad con que la humilde predicación de los apóstoles penetraba el mundo con la Palabra de Cristo: “¡ese mundo que hoy, dice el Papa Benedicto XV, al cabo de casi veinte siglos, había de estar más lejos de Dios que nunca! Cf. v. 19; 19, 23; 24, 14 y notas.

7. Rey Jesús: Notemos que idéntico crimen reprocharon los jerarcas judíos a nuestro Señor ante el tribunal de Pilato (Lc. 23, 2; Jn. 18, 33-37; 19, 12 y 15), y más tarde los paganos a los cristianos del Imperio Romano (cf. las Apologías de S. Justino y Tertuliano). El misterio del Reino Mesiánico que San Pablo les predicaba en Cristo resucitado (cf. 19, 8; 23, 6; 24, 21; 26, 22 s.; 28, 21-23 y 31; etc.), los exaspera al extremo grotesco de recurrir tan luego “a aquel populacho para que se muestre celoso amigo del César”, cf. v. 31 y nota.

10. Lejos de defenderse, huyen una vez más, como lo había enseñado Jesús en Mt. 10, 23 (cf. v. 14; 14, 6). La caridad de S. Pablo no habría querido jamás comprometer a Jasón por haberío hospedado.

11. Eran de mejor índole, porque no eran tan orgullosos, y creían lo que la Escritura decía sobre Cristo. Los fieles de Berea nos muestran con qué espíritu debemos leer la Sagrada Biblia, esa “carta de Dios a los hombres” (Gregorio Magno), y son un ejemplo de cómo las Sagradas Letras del Antiguo Testamento eran tenidas en máxima veneración como fuente de doctrina (véase 16, 32 y 34 y notas). “Investigad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de Mí”, dice Jesús (Jn. 5, 39). Bien se explica, pues, esta precaución de los habitantes de Berea: es la prudencia sobrenatural del que, por encima de todo, busca la verdad (cf. 1 Ts. 5, 21; 1 Jn. 4, 1), para poder guardarse de los falsos profetas que siempre se presentan con piel de oveja (Mt. 7, 15), y de los falsos apóstoles que se disfrazan de Cristo como el misma Satanás se disfraza de ángel de luz (2 Co. 11, 13). La indiferencia que a veces notamos, en esta materia tan grave, no es sino esa falta de amor a la verdad, que es lo que hará caer en las seducciones poderosas de la mentira, según revela S. Pablo al hablar del Anticristo, (2 Ts. 2, 10 ss.).

13. Escribiendo a los de Salónica, el Apóstol recuerda esta encarnizada persecución “hasta fuera”, y habla con gran severidad contra aquellos orgullosos judíos que perseguían a sus propios compatriotas cristianos (1 Ts. 2, 14 ss.). “No condena al pueblo judío en general, ni para siempre, ya que él mismo y las «columnas» de la Iglesia son de origen judío. Quien medita en Rm. 11, especialmente los vv. 12 y 15, notará cuán lejos está S. Pablo del antisemitismo”.

16 ss. S. Pablo se queda solo, ¡y en Atenas! Es como decir: Cristo ante la filosofía; el pensamiento y el Verbo del Dios Amor, entregado al Juicio de la “cultura clásica”; la locura de la Cruz, propuesta a la sensatez de los sabios, en aquella academia que era todavía, a pesar de su decadencia, la más alta del mundo antiguo, ¿Cuál será el resultado? Quien haya leído los primeros capítulos de 1 Co., podrá adivinarlo fácilmente, pues allí aprendemos que Jesús, es decir la Vida que vino en forma de Luz (Jn. 1, 4), después de ser escándalo para los judíos, sería para los gentiles (greco-romanos) tontería y necedad. Lo primero, lo vimos cumplirse en vida de Él mismo; lo segundo lo veremos en este capítulo que es de un interés insuperable, porque lo mismo sigue repitiéndose cada día, en medio de esto que aun llamamos civilización cristiana. Se consumía: El griego da la idea de paroxismo. “El celo de tu casa me devora”, se había dicho de Cristo (Sal. 68, 10; Jn. 2, 17). ¿Qué ansias no sentiría el humilde discípulo al verse, con las manos llenas de verdades, frente a hombres tan calificados para lo intelectual … y tan ciegos, tan indigentes, tan miserables en lo espiritual? Veámoslo lanzarse, como un león suelto, a la disputa con los maestros, tanto de Israel como de Grecia (v. 17 y 18) en aquella “Ciudad-Luz” de la antigüedad. Ya veremos después cómo lo escuchan (v. 32 ss.). Cubierta de ídolos: “La Acrópolis es algo así como un templo todo cubierto de santuarios dedicados a Diónisos, a Esculapio, a Afrodita, a la Tierra, a Ceres, a la Victoria Antera, etc.”.

18. Epicúreos y estoicos: Las dos antípodas más alejadas del espíritu evangélico: aquéllos, materialistas y sensuales; éstos, a la inversa, llenos de soberbia como los fariseos, persuadidos de sus virtudes propias. San Justino, que más tarde recorrió todas las escuelas filosóficas, incluso la platónica, pitagórica y aristotélicas atestigua la vulgaridad interesada de unos, la sofística doblez de otros, la vana y ociosa vaciedad de todos, que San Lucas retrata elocuentemente en el v. 21. Siembra-palabras: No es raro que tales pensadores obsequiaran a Pablo con este mote despectivo, sin sospechar que le hacían el elogio más glorioso. ¿Acaso no había enseñado Jesús que la predicación de sus Palabras es verdadera siembra? (Mt. 13, 4 ss.). Un día podrán llamarlo también “sembrador de sangre”, porque había de dar su cabeza por sostener la verdad de aquellas palabras que antes sembró.

Jesús y la resurrección: Es decir, un dios y una diosa (Anástasis). Así imaginaban aquellos hombres superficiales (según interpretaba ya S. Crisóstomo, como hoy Prat y otros modernos), ante la insistencia con que el Apóstol predicaba “en Cristo la resurrección de entre los muertos”. Cf. 3, 22; Flp. 3, 11 y notas.

19 s. La extraordinaria curiosidad despertada por San Pablo se deduce de esta invitación a exponer sus ideas ante el Areópago (Colina de Marte), que era el Senado de los atenienses y decidía en los asuntos más importantes.

22. Extremadamente religiosos: Literalmente: los que más temen a los demonios (genios o espíritus). No hemos de ver en esto ironía, puesto que el santo Apóstol trata de conquistarlos amablemente lejos de querer burlarse ni imputar a aquellos paganos su ignorancia. De ahí que no empezase invocando directamente las divinas Escrituras, y que, aun al hablar de Cristo, lo presente como “un hombre” constituido por Dios, cuyo título para regir el universo le viene de que Dios lo acreditó visiblemente al resucitarlo (v. 31).

23. ¡Profundísima enseñanza! El que busca al Dios desconocido, ya lo ha encontrado, pues busca “al Dios que es”, sea quien sea ese Dios, y precisamente así se definió Dios: Yahvé significa “El que es”, o sea “el verdadero”; los otros son “los que no son” (cf. Sal. 95, 3). Vemos, pues, que los que elevaron ese altar al Dios desconocido, no fueron ciertamente estos que aquí rechazan a S. Pablo (v. 32) sino las almas rectas que, entre la tiniebla del paganismo, tenían el instinto sobrenatural de Dios como el centurión Cornelio (10, 2 ss.). Cf. Jn. 7, 17 y nota.

24. Vemos ya aquí la revelación altamente espiritual que Jesús hizo a la samaritana sobre el culto que a Dios agrada (Jn. 4, 22-24). Si esta visión resultaba insoportable para el ritualismo farisaico judío, no podía menos de chocar también con aquel materialismo mitológico que había sembrado la ciudad de imágenes (v. 16 y 29). Salomón expresaba ya un concepto análogo, que Santa Teresita recogió con respecto a la Eucaristía (1 R. 8, 27 y nota).

25. Cf. Sal. 15, 2; 39, 7; 49, 7-13; Is. 1, 11, etc.

26. “Maravillosa visión que nos hace contemplar el género humano en la unidad de su origen común en Dios” (Pío XII). Cf. Ef. 4, 6. De uno solo: La revelación destruía así la legendaria pretensión de los griegos que se creían autóctonos, es decir, nacidos de su propia tierra como raza superior que podía despreciar a los “bárbaros”. Hay en este v. toda una síntesis de filosofía de la historia, mostrando que Dios separa a los hombres y fija los límites de los pueblos (Dt. 32, 8); cambia los tiempos y quita y pone los reyes (Dn. 2, 21); ensancha las naciones y las aniquila (Jb. 12, 23). Daniel nos muestra más aún: el orden histórico de los imperios del mundo (Dn. 2 y notas).

28. Algunos de vuestros poetas: Arato, Cleantes, Píndaro, Cf. Gn. 1, 27; Is. 40, 18; Hch. 19, 26. S. Pablo aprovecha hábilmente la cita de autores paganos, así como antes aprovechó el altar del Dios desconocido (v. 23), para deducir la trascendencia sobrenatural de aquellos conceptos.

29. Siendo así linaje de Dios: ¡Cosa infinitamente admirable! Lo que había soñado la fantasía de aquellos poetas griegos, se hizo realidad. “En el principio era el Verbo”, un solo Hijo divino, y ahora seremos muchos. Él era el único engendrado, y los hombres éramos creados. Ahora, Él será “el Primogénito de muchos hermanos” (Rm. 8, 29), porque nosotros también, gracias a Él, hemos sido engendrados de Dios (Jn. 1, 12-13) por el Espíritu Santo (Ga. 4, 4-7) lo mismo que Jesús (Lc. 1, 35; Ef. 1, 5-6), siendo desde entonces verdaderos hijos divinos (1 Jn. 3, 1), renacidos de lo alto (Jn. 3, 3) por el nuevo Adán, y destinados, como verdaderos miembros del Cuerpo de Cristo (1 Co. 12, 27), a vivir de su misma vida divina y eterna, como Él vive del Padre (Jn. 6, 57), y a ser consumados en la unidad de Ambos por el amor (Jn. 17, 21-23).

30. Los tiempos de la ignorancia: “Pablo no insiste en esto, pero, para quien ha leído y meditado el cap. 1 de su carta a los Romanos, tal expresión basta para mostrar lo que él piensa de los filósofos” (Boudou). Véase Rm. 1, 19 ss.; Col. 2, 8; Ga. 1, 11; 1 Co. 2, 4, etc.

31. Juzgar en justicia: Merk indica la concordancia de este pasaje con Sal. 9, 8; 95, 13; 97, 9.

32. He aquí pintado magistralmente el espíritu del mundo. Los sabios de la Grecia admiraron el genio del Apóstol, mientras su discurso se mantuvo en el terreno de la especulación. Pero, en cuanto llegó a su verdadera razón de ser, esto es, a la verdad divinamente revelada, lo despidieron con amables palabras, dejando eso “para otro día”, que nunca había de llegar. Véase 24, 25 y nota.

33. El evangelista subraya este hecho, con su expresión lapidaria que parece decirnos: así como era necesario que el Maestro fuese reprobado por la más alta jerarquía sacerdotal y civil, y por los fariseos que eran los sabios y santos de Israel (Mc. 8, 31; Lc. 9, 22; 17, 25), así también su doctrina, que el Padre revela a los pequeños (Lc. 10, 21), fue aquí despreciada por el supremo tribunal de la filosofía y de la sabiduría humana, cumpliéndose lo que había anunciado tantas veces sobre su absoluto divorcio con el mundo y sus valores (Lc. 16, 15). “Lección de inmensa trascendencia actual, ella nos previene contra todo humanismo, que tiende a hacernos olvidar la realidad sobrenatural” (cf. v. 30 y nota). Garrigou-Lagrange dice agudamente a este respecto que S. Tomás tiene muchos admiradores pero pocos devotos, aludiendo a que en él ha de buscarse ante todo la doctrina sobrenatural de la gracia, y no mirarlo como un simple filósofo discípulo del pagano Aristóteles.

34. Bossuet hace notar que no obstante este aparente fracaso “en la Grecia pulida, madre de los filósofos y de los oradores, S. Pablo estableció allí más iglesias que discípulos ganó Platón con su elocuencia creída divina”. Dionisio el Areopagita, llegó a ser, según Eusebio, el primer obispo de Atenas. En cuanto a los famosos escritos publicados baja su nombre, hoy es unánime la opinión de considerarlos como obra de un autor del siglo V.

2. Véase vv. 18 y 26; Rm. 16, 3; 1 Co. 16, 19; 2 Tim, 4, 19. En Aquila y Priscila encontramos un matrimonio que tanto se esforzó por la causa de Cristo, que S. Pablo pide a todas las iglesias gratitud para ellos (Rm. 16, 4). Privados de hijos, según parece, llenaban intensamente su vida con las luchas y los incomparables goces del apostolado. Son el ejemplo clásico para los cónyuges a quienes no ha sido concedida descendencia.

3. En su juventud Pablo había aprendido el oficio de tejedor, de manera que podía vivir del trabajo de sus manos y no necesitaba molestar a nadie. Esto era su gloria: deberlo todo a Dios y nada a los hombres. Véase 20, 33 ss.; 1 Co. 4, 12; 1 Ts. 2, 9; 2 Ts. 3, 7. Notemos que, muy lejos del necio prejuicio pagano “el trabajo manual era tenido por los judíos en tan eran estima, que los rabinos más célebres se gloriaban de practicar un oficio durante las horas que no consagraban al estudio” (Fillion). Aún bajo el punto de vista higiénico, es indispensable alternar el trabajo intelectual con el físico, según lo prescriben sabiamente las reglas monásticas de los órdenes contemplativas. La falta de esos derivativos ha traído hoy la necesidad de los deportes.

6. Es decir, no es culpa mía si os abandono a vuestro terrible destino, pues que rechazáis al Salvador. Como hemos visto otras veces, no se decidía a un abandono definitivo, y el amor de Pablo por Israel a quien llama su pueblo (Rm. 9, 3; 11, 14), no obstante tener la preciada ciudadanía romana, no tardará en llevarlo de nuevo a “disputar sobre el reino de Dios” en la sinagoga de Éfeso (v. 19 y 19, 8), hasta que llega el episodio final de Roma (28, 28).

8 ss. Este detalle consolador, después del aparente rechazo general, nos recuerda el caso de Atenas (17, 34), y tantos otros en que nuestro amable Padre celestial nos estimula en medio de las persecuciones, para hacernos comprobar que nunca es vano lo que se hace por sembrar la Palabra divina. Es lo que Jesús en persona se digna revelar a Pablo esa noche (v. 9 s.).

10. Un pueblo numeroso: Corinto había de ser en efecto el hogar del cristianismo en toda la península helénica. A él dirigió el Apóstol dos de sus más célebres Epístolas (1 y 2 Co.).

11. Desde aquí escribió Pablo sus dos cartas más antiguas: 1 y 2 Tesalonicenses.

14 ss. Galión, personaje célebre, sobrino del poeta Lucano, y hermano mayor de Séneca, participa sin duda de la opinión despectiva que su hermano había expresado sobre los judíos. Sus palabras “Vedlo vosotros” (v. 15) recuerdan las de Pilato (Jn. 18, 31). De ahí su actitud indiferente, quizá no exenta de complacencia, ante la azotaina del v. 17.

17. Los griegos: Estas palabras faltan en el texto oriental, por lo cual S. Crisóstomo suponía que fuesen los judíos, indignados por el fracaso de su jefe. Como se ve, el arcesinagogo, probablemente sucesor del convertido Crispo (v. 8), fue por lana y salió trasquilado. En este suceso es fácil admirar la protección prometida a Pablo por el Señor (v. 10). Podría ser que este corintio Sóstenes se hubiese lego convertido también, y fuese el mismo quo más tarde, desde Éfeso, saluda a los corintios (1 Co. 1, 1).

18. El voto, aunque se ha creído fuese el de los nazareos, que por cierto tiempo o por toda la vida se consagraban a Dios, renunciando, entre otras cosas, a las bebidas alcohólicas y dejando de cortarse los cabellos, parece más bien haber sido el acostumbrado según Josefo (Bell. Jud. II, 15,11): treinta días de oración, con la cabeza rapada. Véase 21, 23 ss. S. Jerónimo refiere este voto a Aquila, pero no hay duda de que e1 texto se refiere a Pablo, como lo muestran S. Crisóstomo y los modernos.

19. Pablo visitó con preferencia las grandes ciudades, para dar a la Palabra de Dios la más intensa repercusión. Después de Corinto, la ciudad más grande de Grecia, se encamina a Éfeso, la capital de Asia menor.

21. Si Dios quiere: Expresión frecuente en S. Pablo (cf. Rm. 1, 10; 1 Co. 4, 19; 16, 7), que se ha perpetuado hasta hoy en su forma latina Deo volente (o abreviada D. v.). Santiago recomienda expresamente su uso, burlándose de los que creen tener segura esta vida que es “como un humo que se disipa” (St. 4, 13 ss.).

22. A la Iglesia: claro testimonio de que la de Jerusalén era todavía el centro de todas las Iglesias. Que se trata de Jerusalén, y no de Cesarea, se ve por las expresiones subió y bajó a Antioquía, y consta de un manuscrito de la Cadena Armenia (Jacquier).

23. El tercer viaje apostólico comienza hacia el año 54 y termina hacia el año 58.

26. Estos cónyuges ejemplares (v. 2 s. y nota) y predilectos de S. Pablo, por cuyo apostolado se jugaron la vida (Rm. 16, 3 s.), realizan aquí una de sus hazañas, en la cual la esposa Priscila –diminutivo de Prisca (2 Tm. 4, 19)– tuvo sin duda la iniciativa puesto que aquí la nombran a ella primero. Su honda visión sobrenatural, adquirida junto al gran Apóstol, no tarda en advertir la conveniencia de completar la formación del fogoso Apolo, y sin vacilar le brindan, junto con la hospitalidad del propio hogar, el ambiente edificante, saturado de fe y sabiduría de aquella casa que Pablo llama Iglesia (cf. 1 Co. 16, 19).

28. Por la Escritura, es decir, per el A. T. pues se trata de judíos como en 28, 23. Cf. 17, 11 y nota.

1. Las regiones superiores: Galacia y Frigia, en el centro del Asia Menor, llamadas así por su altura. Éfeso, la gran capital del Asia y su primer puerto, ya no existe. Junto a sus ruinas hay un mísero caserío: Ayasoluk, nombre que los turcos deformaron del griego “ho hagios theólogos” (el santo teólogo), conservado en recuerdo de San Juan que allí vivió, y a quien se llamó así por su conocimiento sobrenatural de Dios.

2. Si hay Espíritu Santo: es decir, no sabemos que haya tal cosa. Otra variante traduce: “Ni siquiera hemos oído que se recibe (otros: que se da) el Espíritu Santo”. Notemos al pasar cuántos podrían decir esto mismo hoy, en que al cabo de veinte siglos vemos tantos, llamados cristianos, que no saben de Dios sino las cosas esquemáticas que recuerdan del catecismo de su infancia, en tanto que Pio XII llama a todos al conocimiento de las Escrituras, en su notable Encíclica “Divino Afflante Spiritu” (cf. v. 6 y nota). Recordamos el caso de un niño de cinco años el cual, habiendo oído una explicación sobre las palabras de Jesús relativas al Espíritu Santo, dijo días más tarde: “El Espíritu Santo es la fuerza para ser bueno. Y hay que pedirlo a Dios porque si no, no podemos ser buenos”. Imposible sintetizar con mayor profundidad y sencillez la más alta doctrina de la vida espiritual. El divino Padre lo hizo comprender a ese pequeño, mientras lo esconde como dijo Jesús, a muchos tenidos por sabios y prudentes.

4. Como observan Scio, Fillion, etc., el bautismo de Juan sólo tenía por objeto preparar al pueblo judío, por medio del arrepentimiento, a recibir al Mesías Rey. No tenía, pues, ya razón de ser después que Jesús había establecido el bautismo cristiano. Véase 8, 16 y nota; 13, 24; 18, 25; Mt. 3, 6 y nota.

6. Según se ve, los carismas visibles acompañaban siempre al Espíritu Santo: sea en Pentecostés (2, 4), como en el primer discurso de Pedro a los gentiles (10, 44 ss.), etc. Véase 8, 17; 1 Co. 12, 1 y notas. Esto explica la pregunta concreta de San Pablo en el v. 2. En cuanto a la imposición de las manos hecha aquí por el Apóstol, con posterioridad a la nueva Pentecostés de los gentiles (10, 44s.; 15, 8 y notas), muestra que, ello no obstante, continuó la administración de los sacramentos en esos gentiles “ingeridos” (Rm. 11, 17 ss.), aunque lo nieguen algunos disidentes. Claro está que el divino Espíritu no se ha atado las manos para manifestarse a las almas según Su soberana libertad, como lo hizo con Cornelio (10, 2-4). Mas de ello no se infiere, como vemos, la supresión de los sacramentos, puesto que San Pablo continúa administrándolos. Cf. 11, 16 y nota.

8. Persuadiendo acerca del reino de Dios: Véase **** expresión usada respecto de Jesús en 1, 3 y nota.

9. No obstante el pedido anterior (18, **) había, como siempre, empedernidos. Pablo nos enseña una vez más a no insistir (Mt. 10, 23) ni “dar perlas a los cerdos” (Mt. 7, 6), y se contenta con hablar en un local profano (cf. 5, 42 y nota; 20, 20). “Ved, exclama S. Gregorio… no reconocen a Jesucristo a pesar de las profecías que leen cada día”.

12. Cf. 5, 12 y nota.

16. Episodio de los más pintorescos, en que Dios confunde a los que invocan, sin verdadera fe, el sagrado Nombre de Jesús (cf. v. 17). El Señor alude en Mt. 12, 27 a esta clase de exorcistas que pretendían obrar en nombre de Dios y no eran sino supersticiosos. El fruto de este ejemplar castigo se ve en v. 18 s.

19. Es decir, unos 50.000 pesos argentinos. Si los cristianos de hoy imitaran este “grande escrutinio” –que fue totalmente espontáneo– con los libros de mala doctrina que tienen “apariencias de piedad” (2 Tim, 3, 5), habría combustible y calefacción para mucho tiempo.

20. Boudou vierte también así. Nos parece evidentemente más exacto que traducir: “la palabra del Señor crecía poderosamente”. Otra variante dice la fe, en vez de la palabra: son conceptos equivalentes, pues según la Escritura, la fe viene por la Palabra de Dios. Véase 5, 12 y nota; Rm. 10, 17.

21. El Señor había de confirmarle en este designio: Cf. 23, 11 y nota.

22. Se detenía: Quería quedarse en Éfeso (Asia menor) hasta Pentecostés (1 Co. 16, 8 ss.) del año 57, contando quizá con la abundante ocasión de predicar el Evangelio a tantos peregrinos que en honor de Diana se agolpaban allí en el mes de Artemision (Abril-Mayo). Pronto habían de surgir los adversarios, que esta vez no serán los judíos.

23. El Camino es el Evangelio, que a todos aparecía revolucionario y destructor de las tradiciones humanas. Cf. 17, 6 y nota.

24. La diosa Artemis o Diana, a la que pretende defender el platero, era muy venerada en Éfeso, donde le estaba consagrado uno de los santuarios paganos más frecuentados le aquel tiempo, pues se la miraba, dice San Jerónimo, no ya como la Cazadora, sino como la diosa madre de la fecundidad y abundancia, representándola llena de pechos (multimammia), y sus incontables devotos le pedían favores y bienes materiales, en tanto que otros. como Demetrio y sus colegas, negociaban “piadosamente” con esa devoción. De aquí que su templo era una de las siete maravillas del mundo. De allí también la fina lección que a todos nos da San Lucas en este memorable episodio. No debe confundirse a este Demetrio con el que San Juan cita con tanta estimación en 3 Jn. 12.

24 ss. El platero Demetrio es uno de los muchos que cubren sus intereses materiales con la máscara de la religiosidad. Lo que le movió a hacer el alboroto, no fue la piedad, sino el temor de perder la clientela; y los medios que emplea son los más viles: odio y fanatismo.

27. Este histórico pasaje ha quedado como un ejemplo clásico de ese espíritu del mundo que explota lo sagrado con apariencias de piedad. El mismo S. Pablo que aquí fue perseguido, lo anuncia igualmente para los últimos tiempos (2 Tm. 3, 5).

31. Los principales de Asia, llamados asiarcas, eran los jefes de la provincia, elegidos por término de un año y encargados de presidir la asamblea provincial, los sacrificios y las fiestas.

32. En su mayoría no sabían por qué ¡Cuán aguda y verdadera es esta observación para la psicología de las masas! Nada más fácil que llevar al pueblo a cometer desatinos en ese estado de inconsciencia. De ahí la sabia conducta de Pablo al seguir el consejo de amigos y magistrados (v. 30 s.). En el momento del furor fanático, sin duda le habrían quitado la vida. Poco después, todo quedó en nada.

33. El judío Alejandro y sus amigos juzgaban oportuno el momento para descargar el odio contra los cristianos, pero fracasaron, porque la multitud no quería escuchar a un judío. Por ello y por la actitud prudente del secretario de la ciudad se evitó la persecución de los cristianos. Cf. 26, 17 y nota.

2 s. En Grecia: Allí se detuvo el Apóstol en Corinto, donde escribió la Epístola a los Romanos en el invierno del año 57-58.

7. El primer día de la semana: Valioso testimonio de que ya en tiempo de los apóstoles se celebraban los sagrados misterios el domingo y no ya el sábado de los judíos. Cf. Jn. 20, 1 y nota; 1 Co. 16, 2. Para partir el pan: para celebrar la cena Eucarística. Véase 2, 42 y nota,

9 ss. Notamos aquí cómo Pablo, consecuente con su opinión sobre la máxima importancia del ministerio de la Palabra, se detenía largas horas (v. 1 y 2), hasta media noche (v. 7) y hasta el alba (v. 11), exponiendo ante los oídos maravillados de jóvenes y ancianos las inagotables riquezas de Cristo, que habían estado escondidas por todos los siglos (Ef. 3, 8-11), y amonestando “día y noche, con lágrimas” a los que tenían cura de almas (20, 31). Véase 6, 2-4 y notas. Es muy de recordar este ejemplo, para no confundir esa abundancia de predicación y riqueza de doctrina divina, con el mucho hablar a lo humano, en lo cual “no faltará pecado” (Pr. 10, 19 y nota). Véase lo que Pablo aconseja y previene al Obispo Timoteo en 2 Tm. 4, 2 ss. Cf. 1 Co. 14, 19.

14 ss. Conviene seguir este itinerario teniendo a la vista el mapa de los viajes de S. Pablo: maravillosa peregrinación espiritual a través de toda esa costa e islas de incomparable belleza natural, hoy como entonces. No lejos de la isla de Samos, famosa por su dulce vino, hacia el centro del Mar Egeo, tan legendario en los poetas clásicos, está Patmos, donde Juan recibió y escribió la más alta de las profecías: el Apocalipsis.

17. Los presbíteros: Cf. 14, 23 y nota. La Vulgata dice “los mayores de edad”. Otros traducen “los ancianos” (Fillion, Boudou, etc.). Son los que San Pablo en el v. 28 llama episcopoi u obispos. El P. Boudou hace notar que para el Apóstol, como para el autor de los Hechos, los términos presbítero y obispo son estrictamente sinónimos. El P. Prat observa que los jefes de la Iglesia de Éfeso “no eran evidentemente obispos, pues que Pablo deberá más tarde dejar a Timoteo en Éfeso para ejercer allí el cargo episcopal”.

22. Por el Espíritu; otros: en espíritu (véase 21, 4 y nota). Sin saber, etc.: Vemos que el don de profecía, que S. Pablo posee en grado eminentísimo, no significa que supiese por sí mismo lo que iba a sucederle, sino cuando Dios se lo revela especialmente (cf. v. 25; 2 Tm. 4, 6; 2 Pe. 1, 14).

24. El ministerio: la Vulgata dice el ministerio de la palabra. Nótese la preciosa expresión el Evangelio de la gracia. En el v. 32 lo llama la palabra de su gracia, siempre empeñado en mostrar el carácter esencialmente misericordioso del mensaje de Cristo, que El mismo llamó “la Buena Nueva”.

27. El designio entero: Es lo que Jesús había ordenado en Mt. 28, 20 (cf. 2 Co. 4, 2; Ga. 1, 10; 2 Tm. 2, 15). Bien sabía el Apóstol que pronto vendrían falsos pastores (v. 29 ss.). Véase en Ap. 22, 18 s., las maldiciones de los que disminuyen o aumentan las Palabras de Dios.

28. Por vosotros mismos: “Los pastores de la Iglesia de Éfeso debían poner en el primer lugar de sus preocupaciones el cuidado de su santificación personal” (Fillion). Obispos: El P. Boudou traduce supervigilantes (“surveillants”) y observa con el P. Prat: “En vida del Apóstol no hubo obispos en las comunidades cristianas fundadas por él; no hubo sino visitadores o delegados temporarios semejantes a los periodeutes de los tiempos posteriores, revestidos tal vez de carácter episcopal pero revocables a discreción y sin autoridad autónoma ni situación fija. Tito y Timoteo son obispos misioneros que le sirven de coadjutores (cf. 13, 1 y nota). Las iglesias de Asia, fundadas por Pablo, pasaron finalmente bajo la influencia del Apóstol Juan, y de éste recibieron su organización definitiva con el episcopado sedentario que Pablo no había establecido en ellas” (16, 6 y nota). Cf. 3 Jn. 5; S. Jerónimo, Coment. Epist. a Tt. 1, 5.

29 ss. Alude a la advertencia de Jesús en Mt. 7, 15 ss. sobre los “lobos con piel de oveja”, es decir, que están dentro del rebaño (v. 30) y se disfrazan de Cristo (2 Co. 11, 12 ss.), “teniendo apariencia de piedad” (2 Tm. 3, 5). Lo mismo dice S. Juan de los anticristos (1 Jn. 2, 19). Su característica es el éxito personal y el buscar la propia gloria, que es, como dice S. Jerónimo la capa del anticristo (v. 30; Lc. 6, 26; Jn. 5, 43; 7, 18; 10, 12; 21, 15 y nota).

31. Véase 1 Co. 12, 26; 2 Co. 2, 12; Hb. 4, 15; Si. 7, 38.

32. Herencia: el reino de Dios. Cf. Ef. 1, 18; Col. 1, 12.

33 s. Se revela aquí el corazón y la conciencia de Pablo. Trabajaba con sus manos para no ser molesto a su grey. Véase 18, 3 y nota: 2 Co. 11, 9.

35. Confirma la precedente lección de desinterés dada, en los vv. 33-34, a sus compañeros en el sacerdocio (v. 17). La preciosa sentencia de Jesús que aquí nos comunica San Pablo, no está en el Evangelio, si bien recuerda lo que el divino Maestro dijo a sus apóstoles “Recibisteis gratuitamente, dad gratuitamente. No tengáis ni oro ni plata”, etc. (Mt. 10, 8 ss.). “Muchas veces parece caridad lo que es carnalidad. Porque la inclinación de la carne, la propia voluntad, la esperanza de galardón, la afección del provecho pocas veces nos dejan” (Imit. de Cristo III, 5).

36 ss. Vemos cómo la suavidad de Dios consuela íntimamente nuestro débil corazón de carne, brindando al Apóstol, en medio de tantas desilusiones y persecuciones por el Evangelio, esa profunda adhesión de los creyentes. No es ésta el aplauso y la admiración personal que recogen los falsos apóstoles (cf. v. 29 ss. y nota) sino el amor espiritual, puro y filial de esas almas que Pablo “había engendrado en Cristo por el Evangelio” (1 Co. 4, 15).

1. Arrancándonos: Elocuente expresión de cómo el espíritu hubo de sobreponerse a todo afecto puramente humano. En el v. 5 s. vemos para imitarlo cuando nos llegue el caso, un modelo de despedida cristiana: orando en común antes de partir. Pátara: el Codex Bezae añade y Mira.

2. Sin duda el barco anterior no iba más allá, y Pablo tenía urgencia por llegar a Jerusalén para Pentecostés.

4. Encontramos: Sin duda tuvieron que buscarlos, pues los discípulos de Tiro no serían muchos. La persecución (¡siempre favorable al crecimiento de la Iglesia!) había dispersado, después del martirio de Esteban (cap. 7), a algunos creyentes que sembraron el Evangelio en Fenicia. Pablo los había visitado antes, de paso para el Concilio de Jerusalén (15, 3). Por el Espíritu: porque presentían la persecución que esperaba al querido Apóstol (20, 22 ss.). Pero, como muy bien observa Boudon, “de ellos y no del Espíritu Santo vienen esa opinión y esos ruegos. El Apóstol sabe adónde va y por qué. El Espíritu Santo le ha revelado lo que le espera, pero no lo detiene como cuando él quería seguir por Asia o por Bitinia (cf. 16, 6); al contrario lo empuja adelante. He aquí por qué él está decidido a tomar la dirección de Jerusalén. Ningún asalto de la ternura de los fieles podrá desviarlo” (cf. v. 10 ss.). Véase el sublime ejemplo de Jesús en Mc. 10, 32 ss ; Lc. 9, 51; 13, 33 y nota; 18, 31; 19, 28. etc. Algunos sostienen, a la inversa, que en 20, 22 se trata del espíritu o deseo de Pablo, movido por el amor a los judíos, y que aquí se trata del Espíritu Santo, que inspira a los discípulos esa oposición al viaje de Pablo. No parece aceptable que el Apóstol, tan dócil a la divina voluntad, la desoyese en tal caso. Cf. v. 26, 27 y 32 y notas.

5. Cf. v. 1 y nota. Vemos aquí, como en 7, 60; 20, 36, etc., la costumbre de arrodillarse para orar.

7. Ptolemaida, la antigua Aco, hoy Aca, llamada por los cruzados San Juan de Acre, es el puerto más septentrional de Palestina, célebre por innumerables asedios y hechos de armas a través de la historia.

8 s. Felipe, el celoso diácono misionero (8, 5-40) fue según parece, la cabeza de los fieles de Cesarea. Sus cuatro hijas, vírgenes y profetisas como Ana (Lc. 2, 36), son el primer testimonio de que, ya en el cristianismo primitivo, había vírgenes voluntarias (cf. 1 Co. 7, 8 y 25 ss.), lo que el judaísmo consideraba como un estado poco honroso (cf. Jc. 11, 35 y nota). Evangelistas (Ef. 4, 11) eran, según Eusebio, los que, sin carácter episcopal como los apóstoles distribuían sus bienes a los pobres y, emigrando “a los que aún no habían oído nada de las palabras de la fe, iban a predicarles y transmitirles los escritos de los divinos Evangelios” (Cf. 15, 22 y nota).

11. Atóse: En acto simbólico, Cf. 1 R. 22, 11; Is. 20, 3; Jr. 13, 5; 19, 10 s., etc.

13. Véase v. 4 y nota. Adviértase que en esta manifestación de S. Pablo no hay nada de la presuntuosa declaración de Pedro, que Jesús confundió (Mt. 26, 35: Mc. 14, 29; Lc. 22, 33: Jn. 13, 37). Lleno del Espíritu Santo, Pablo está ya todo entregado a Cristo: halla “en Él su vida, y la muerte le es ganancia” (Flp. 1, 19 ss.). Confía plenamente en la fuerza del Espíritu Santo, prometido por nuestro Señor a sus apóstoles, y en ellos a todos nosotros con las palabras: “Seréis revestidos de la fortaleza de lo alto” (Lc. 24, 49). S. Crisóstomo llama a esta gracia muro inexpugnable, y muestra que tiene virtud para allanar todas las dificultades y hacer llevaderas todas las cargas.

16. Nos condujeron a casa de Mnason: Así traduce Nácar-Colunga de acuerdo con los más autorizados códices, lo que aclara la confusión de pensar que (a la inversa) Mnason fue traído a Pablo. Esto implicaría el doble absurdo de una etapa directa a Jerusalén sin pasar por Chipre y de suponer que en Jerusalén centro de la cristiandad, no tuviese Pablo dónde alojarse.

18. Santiago: el Menor, entonces Obispo de Jerusalén (cf. 12, 17; 15, 13). Con esta ocasión San Pablo, entregó el resultado de la colecta hecha en Asia Menor y Grecia para los hermanos de Jerusalén (24, 17). Todos los presbíteros (cf. 20, 17 y 28): prueba de que la visita de Pablo era un acontecimiento para la Iglesia madre.

20. Estos millares son los judíos-cristianos que siguen aún la Ley de Moisés y miran con cierta preocupación judaizante (Ga. 2, 4) el modo libérrimo de S. Pablo en la conversión de los gentiles. Allanándose a veces a los antiguos usos, para no escandalizar a los pusilánimes, el Apóstol predica abiertamente su inutilidad frente a la Ley de gracia que viene de la fe en Cristo. Véase el cap. 15 y sus notas.

24. El consejo del Apóstol Santiago tiene por objeto evitar una persecución en Jerusalén. Por eso propone a Pablo documentar públicamente su adhesión a la costumbre de los padres, agregándose a los cuatro hombres que en aquellos días cumplían el voto de nazareato (cf. 18, 18 y nota). El papel de Pablo sería acompañar a los cuatro y pagar por ellos las costas del sacrificio, que consistía en un cordero, una oveja y un cabrito (Nm. 6, 14 ss.).

25. Es decir, habían cumplido lo dispuesto por el Concilio, que los liberaba de las prescripciones judías, salvo estas excepciones (15, 23 ss.).

26. “Pablo, fiel a su principio de hacerse todo para todos (1 Co. 9, 22) cuando no estaba en juego la verdad doctrinal, accede al consejo que le daban los jefes de la comunidad” (Boudou). No sabemos si tuvo éxito entre los judaizantes, pues la persecución que le sobrevino (v. 27 ss.) fue de los judíos. Cf. 26, 17 y nota.

28. A los paganos les estaba prohibido, bajo pena de muerte, el ingreso a los atrios interiores del Templo. Cf. 6, 13; 24, 6.

30. Sirviendo el Templo de asilo para los perseguidos, cerraron las puertas para que Pablo no pudiera refugiarse en él.

34. A la fortaleza Antonia, situada en la parte norte del Templo.

37. El tribuno romano Claudio Lisias, cuya lengua era el griego, se sorprende al oír la corrección con que Pablo se expresa en ese idioma.

38. Alude a un impostor llamado el Egipcio, revoltoso contra Roma, de que habla el historiador Josefo. Sicarios viene del latín sicca: puñal.

39. El humilde Pablo, que no obstante despreciarlo todo y afrontar por Cristo cualquier ignominia (2 Co. 11, 23-28), sabe defenderse cuando es para gloria de su Señor.

40. En hebreo: es decir, en el hebreo vulgar, o mejor dicho, en lengua aramea, que en aquel entonces era la corriente entre los judíos.

1. Llama respetuosamente padres a sus ancianos compatriotas, los sanhedrinitas.

3. Pablo, discípulo de Gamaliel (5, 34 y nota), confiesa primero su adhesión a la Ley y a la secta de los fariseos. Con esta táctica gana, por algunos momentos, la atención de los oyentes. Lo que sigue es la narración auténtica de su conversión, que corresponde a lo dicho en el cap. 9.

4. Esta doctrina: en griego este camino, o sea la nueva religión cristiana. Cf. 19, 23 y nota.

9. Véase 9, 7 y nota.

14. Al Justo, esto es, a Cristo (cf. 3, 14), a quien Pablo ha visto cara a cara (v. 18). Oigas la voz de su boca: Como se ve, aunque S. Pablo no conoció personalmente a Jesús, ni pudo escucharlo en vida de Él, como los Doce (1 Jn. 1, 1 ss.), recibió el extraordinario privilegio de una instrucción directa de Cristo que confiere a sus palabras el valor de un Evangelio. Cf. 18, 9; 26, 16; 27, 23; Ga. 1, 1, etc.

20. Véase 8, 1 (Vulgata 7, 60).

22. Hasta esta palabra, es decir, hasta que les habló de pasar a los paganos. Por eso fue encarcelado (25, 24), y así pudo escribir a los gentiles de Éfeso que era “prisionero de Cristo por amor de ellos” (Ef. 1, 1). Los judíos, orgullosos de sus privilegios que los habían hecho superiores a todos los pueblos paganos, no quieren ni oír hablar de la vocación de los gentiles. No comprenden, en su ceguera, que son ellos los que desconociendo al Mesías, hicieron derramarse sobre todas las naciones la misericordia de la Redención (Rm. 11, 15) que debía venir a través de ellos (28, 28; Lc. 1, 32; 2, 32; Ef. 3, 6).

23 s. Era esto señal de suma indignación. El tribuno creía todavía que se trataba de un delincuente común que merecía el castigo.

25. Estaba prohibido azotar a un ciudadano romano. Para reparar su error, el tribuno muestra en adelante la mayor deferencia posible.

5. Nótese la reverencia que Pablo muestra para con las autoridades de Israel (cf. 4, 19; 5, 29; Hb. 8, 4 y notas). A pesar del trato injusto y cruel que le dan, se excusa por haber proferido una palabra de indignación, en cuanto descubre la jerarquía del indigno Sacerdote (cf. 13, 10 y nota). Ananías murió en efecto, no mucho después, apuñalado por los sicarios como amigo de Roma. Véase Lv. 19, 15; Mt. 23, 27.

6 ss. La esperanza y la resurrección en la gloriosa venida de Cristo (28, 20; Tit. 2, 13; 2 Tm. 4, 8). Boudou vierte: la esperanza de Israel. Pablo vuelve sobre semejante tema en sus discursos ante Félix (24, 15-21) y ante Agripa (26, 6 ss.), hablando de las promesas hechas a las doce tribus, o sea, de las referentes al Mesías y su reino según los profetas (26, 22). Admiremos de paso esta nueva prueba del ingenio apostólico: explota hábilmente la disensión entre los dos partidos del tribunal, uno de los cuales, el de los saduceos, negaba la resurrección (cf. 4, 1 s. y nota). Así encuentra ayuda de parte de los fariseos y hasta creen que lo inspira un ángel, que no era sino el Espíritu “autor de la prudencia” (S. Crisóstomo), Cf. Mt. 10, 16 ss.

11. “El Señor entrado en agonía fue confortado por un ángel. Aquí es Él en persona quien lo consuela y anima al Apóstol… Oye Pablo la misma voz que sobre el lago tranquilizaba a los discípulos asustados en su barca, o que los fortalecía en el cenáculo contra los asaltos del mundo, diciéndoles que Él lo había vencido. Después de Jerusalén Roma. Así va precisándose el plan divino” (Boudou). Sobre el cumplimiento de esta promesa véase 28, 23 y 31.

23. Por la numerosa comitiva de 470 soldados se puede deducir la importancia que el tribuno atribuía al asunto. Nunca tuvo un apóstol mayor asistencia militar.

30. La carta del tribuno es un modelo de astucia diplomática: pasa por alto las propias faltas y subraya los méritos que se atribuía con respecto a un ciudadano romano.

2 ss. El Sumo Sacerdote se sirvió de un abogado romano experto en adulación.

10 ss. En contraste con su acusador, Pablo habla con claridad, refutando punto por punto las falsas imputaciones.

11 ss. Doce días desde que llegaron a Jerusalén (21, 17), o sea: los siete días de la purificación (21, 27) más los cinco de que habla el v. 1.

14. Un elocuente escritor comenta así esta actitud magnifica del Apóstol: “Orgulloso se anticipa a confesar que quiere ser “hereje” con Jesucristo. ¡Cuántos santos después de Pablo habían de seguir ese camino para “confesar delante de los hombres” a Aquel que fue “reprobado por los ancianos, escribas y sacerdotes”, “contado entre los criminales”, “gusano y no hombre”! Esta es la bienaventuranza de los que “no se escandalizan de Él ni de sus palabras”, porque Él los confesará delante de su Padre celestial”. Véase 7, 52; 17, 6 y notas.

15. Pablo acentúa una vez más. que la esperanza cristiana, que él llama “la dichosa esperanza” (Tt. 2, 13), reside en la resurrección de nuestros cuerpos (cf. 4, 1 s. y nota), o sea cuando Cristo retorne para “transformar nuestro vil cuerpo haciéndole semejante al suyo glorioso” (Fil. 3, 20 s.). No hemos, pues, de limitar nuestra visión a la hora de nuestra muerte, sino extenderla a esos misterios cuya expectación nos llena de gozo “si los creemos” (1 Pe. 1, 7-8), y que Jesús puede realizar en cualquier momento (2 Pe. 3, 10) tanto con los vivos como con los muertos (1 Pe. 4, 5-6; 1 Ts. 4, 13-17; 1 Co. 15, 51 ss. texto griego. Cf. Lc. 21, 28; Rm. 8, 23; etc.). Como ellos mismos la aguardan: Notable luz sobre la fusión del cristianismo con el Antiguo Testamento, que Jesús “no vino a abrogar sino a cumplir” (Mt. 5, 17; Rm. 15, 8; etc.). Después de confesar que él conserva la fe en la Ley y los Profetas (v. 14), el Apóstol hace notar que una misma esperanza nos es común con Israel, ofreciéndonos así una enseñanza que puede ser preciosa para el apostolado entre los judíos que aun creen en el Mesías personal, pues nosotros sabemos que ese Mesías anunciado por los profetas, ora humillado, ora glorioso, no es otro que Jesús, a quien nosotros esperamos por segunda vez y ellos por la primera.

16. También S. Juan expresa, y más concretamente aún, el valor de esa virtud de Esperanza para el progreso de nuestra vida espiritual, diciendo: “Sabemos, sí, que cuando Él se manifestare claramente seremos semejantes a Él porque le veremos tal como Él es. Entretanto, quien tiene en Él esta esperanza, se santifica a sí mismo así como Él es santo” (1 Jn. 3, 2 s.). La esperanza es, pues, “la vida de nuestra vida” (S. Agustín). Cf. 2 Co. 3, 18; Hb. 4, 11; 6, 11; 10, 25; 2 Pe. 1, 19; 3, 12 y 14; etc.

17. Sobre estas limosnas cf. Rm. 15, 25 ss.; 1 Co. 16, 1 ss.; 2 Co. 8, 1 ss.; 9, 1 s.; Ga. 2, 10.

22. El gobernador Félix estaba informado sobre esta doctrina cristiana, probablemente por medio de su mujer Drusila, judía e hija de Herodes Agripa I.

23. Los suyos: Había en Cesarea una comunidad cristiana, fundada por S. Pedro (cap. 10) y atendida por el diácono Felipe (21, 8).

25. Véase 17, 32; 26, 24 y notas. Los escritores romanos admiten que Félix, además de venal (v. 26), era cruel, codicioso e inmoral, por lo cual no es de extrañar que no pudiese escuchar las palabras del Apóstol sobe justicia y caridad. Tanto más cuanto que para Pablo la justicia no era, como para él, la simple honradez pagana de “dar a cada uno lo suyo” según el principio del Derecho Romano, sino el cumplimiento de la voluntad manifestada por Dios, cuya Ley se resume en la caridad obligatoria (cf. Sal. 4, 6; Mt. 5, 44 ss.; 7, 2 y notas). En el nuevo Testamento según explica el mismo San Pablo se entiende también por justicia la justificación, mas no la propia, como la pretendía el fariseo del Templo (Lc. 18, 9 ss.), sino la santidad que viene de Dios y que nos es dada con Cristo, en Cristo y por Cristo, Cf. Mt. 6, 33 y nota.

27. Los dos años de prisión y aplazamiento del proceso, son pruebas elocuentes del carácter de Félix. Retenía al Apóstol sólo por motivos personales sea por miedo a los judíos, como dice expresamente S. Lucas, sea por codicia, esperando sacar dinero de ambos lados (cf. v. 26).

2 ss. Es decir que el odio de la Sinagoga contra Pablo no había disminuido en los dos años pasados que él llevaba en la prisión (véase 24, 27). Vemos también (v. 3) que la emboscada antes propuesta contra él por algunos conjurados (2, 12-15) había merecido plena aceptación de los jefes del clero judío, y que éstos no vacilaban en trasladarse inmediatamente a Cesarea (v. 6-7) para proseguir su encarnizamiento calumnioso contra el fiel amigo del Jesús.

9. A Jerusalén: recuérdese la emboscada del v. 3.

12. Como ciudadano romano Pablo tenía derecho de ser juzgado por el César. Era el último recurso que le quedaba para salvar su vida (cf. 28, 19) y al mismo tiempo se le ofrecía así la tan deseada ocasión de ir a Roma, centro del mundo pagano (cf. 19, 21; 23, 11; Rm. 1, 10-15), donde mucho habría de trabajar aunque preso (28, 16-31).

13. Agripa II, hijo de Herodes Agripa I (12, 23), había recibido del emperador Claudio las tetrarquías de sus tíos Felipe y Lisanias (cf. Lc. 3, 1) y las ciudades de Tiberíades, Julias y Tariquea. En su actitud con Pablo, lo mismo que en la del gobernador Festo, hallamos un eco de la conducta del romano Pilato con Jesús. Berenice, hermana de Agripa con la que éste vivía incestuosamente, y cuñada del gobernador Félix, por sus muchos escándalos mereció el nombre de “Cleopatra de la familia de los Herodes”.

16. El romano proclama orgullosamente la vocación jurídica de Roma, ante aquellos perversos personajes que, escudados en su farisaica dignidad (v. 15), pretenden, ardiendo de odio, una condena sin proceso, como hicieron con Cristo (Jn. 18, 30).

18. Festo declara la inocencia de Pablo, exactamente como Pilato hizo con el Maestro (Jn. 18, 38, etc.). Pero, lo mismo que aquél, se muestra perplejo (v. 20) porque no quiere disgustar a los dignatarios judíos (v. 9). Por donde vemos cuán poco vale la aparente rectitud que él ostenta en el v. 16. ¡Y hacía más de dos años (v. 2 y notas) que el acusado estaba preso esperando sentencia! Observemos de paso (v. 19), la superficialidad grotesca con que habla del “difunto Jesús”.

21. Augusto: título de los Cesares. El César reinante era Nerón.

23 ss. La escena que aquí se presenta, no es un proceso, sino una audiencia entre Agripa y su comitiva para preparar la redacción de los informes sobre Pablo.

24. ¡No debe seguir viviendo! (cf. 22, 22). Así, como una peste que infectase al mundo con su aliento, es tratado Pablo, ¿Acaso no hicieron lo mismo con su Maestro en el “tolle, tolle”? (Jn. 19, 15; Lc. 23, 18). No es el discípulo más que el maestro… a quien le llamaron “Beelzebul” (Mt. 10, 24 s.). El mismo Pablo enumera los odios que se atrajeron, por su fe, tantos otros; “de quienes el mundo no era digno” (Hb. 11, 36-38). En cuanto a nosotros, véase Jn. 15, 18-25; 16, 1-4 y notas.

1. Aquí se cumple la palabra de Cristo de que Pablo predicaría el Evangelio delante de reyes. Cf. 9, 15; Sal. 118, 46 y nota.

2. Pablo, hablando al estilo de los oradores antiguos, y reconociendo los amplios conocimientos del rey, trata primeramente de ganarse su favor, y luego comienza la defensa aclarando su posición respecto al judaísmo y al cristianismo, y su actividad como Apóstol.

4. Todos conocen: Saulo había sido un hombre público descollante en el judaísmo. Cf. v. 12; Ga. 1, 14, etc.

6 s. La esperanza: Véase v. 22; 23, 6 y nota.

9 ss. Véase 9, 1-20; 22, 3-21 y las notas correspondientes. Es la tercera vez que en los Hechos se narra la conversión del Apóstol.

14. Dar coces contra el aguijón: proverbio antiguo que se halla también en los autores clásicos y que expresa muy bien lo que es contraproducente, pues cuanto más damos contra la punta, más se nos introduce ella en las carnes. Sobre esta “persecución implacable” que Dios hace a los escogidos hasta que los rinde a su amor, véase el magnífico poema de Thompson “El lebrel del cielo” en el apéndice a nuestro volumen sobre Job, “El libro del consuelo”.

16. Semejantes instrucciones directas de Jesús invoca Pablo en Ga. 1, 1 y 11 s.; 1 Co. 11, 23; 15, 3; 2 Co. 12, 2 ss.; Ef. 3, 3 y 8. Cf. 18, 9; 22, 14; 23, 11; 27, 23; 2 Tm. 4, 17, etc.

17. Librándote del pueblo (judío) y de los gentiles: ¡Admirable Providencia! Desde el cap. 13 hemos visto, y seguimos viéndolo, cuánto persiguieron ambos enemigos al Apóstol que por ellos se desvivía de caridad. Cumplíanse así los anuncios de 9, 16 y 21, 11 (cf. 25, 24 y nota). Ello no obstante, lo mismo que Pedro (cf. 12, 11), Pablo fue también liberado, aun milagrosamente, de innumerables persecuciones y peligros (16, 25 ss.; 19, 30; 27, 33 ss.; 28, 3 ss.; 2 Co. 1, 10; 11, 26; etc.), por mano de “Aquel que cuida de nosotros” (1 Pe. 5, 7), y no por las iniciativas tomadas en su favor (cf. v. 32; 21, 24-27 y notas).

18. He aquí sintetizada por el mismo Jesús la misión del Apóstol de los gentiles. Fórmula y programa ideal para todo apostolado moderno en tiempos de fe claudicante, porque la potestad de Satanás no sólo se ejercitaba en el paganismo antiguo, sino también en todo lo que Jesús llama el mundo, el cual “todo entero yace en el Maligno” (1 Jn. 5, 19; cf. Jn. 14, 30 y nota; 15, 18 ss.; Ga. 1, 4, etc.). En este traslado “de las tinieblas a la luz” sintetizará Pablo la obra redentora del Padre y del Hijo (Col. 1, 12-14).

22. Estoy firme, etc.: “Pablo, dice el Crisóstomo, lleno de caridad, consideraba a los tiranos y al mismo cruel Nerón como mosquitos; miraba como un juego de niños la muerte y los tormentos y los mil suplicios”.

24. Estás loco: ¡“Locura para los gentiles”! Es lo que escribió Pablo en 1 Co. 1, 23. Lo mismo decían de Jesús (Mc. 3, 21). Como siempre, cuando falta la rectitud interior, los oyentes no logran convencerse de la verdad (Jn. 3, 19 ss.; 7, 17 y nota). Festo y Agripa, espíritus materialistas, se burlan del predicador. Por eso enseñó Jesús a no dar lo santo a los perros, ni echar las divinas perlas ante los puercos (Mt. 7, 6).

25. Cordura: el griego dice sofrosyne, que significa sabiduría y serenidad, o sea lo contrario de la locura que le atribuye el gobernador, a quien S. Pablo da, no sin ironía, el trato oficial de Excelentísimo, contrastando con el agravio que Festo le infiere públicamente.

26. En algún rincón: la vida entera y milagrosa de Jesús, desde su nacimiento en que “se conmovió toda Jerusalén” (Mt. 2, 3) hasta su aclamación como Rey de Israel (Mc. 11, 10; Jn. 19, 19), su ruidosa crucifixión (Lc. 24, 8 ss.) y su Resurrección, no podían ser ignorados por Agripa.

32. La apelación al Augusto no podía retractarse. Con todo la impresión de las palabras del Apóstol fue tan grande, que influyó sin duda en los informes que el gobernador tenía que enviar sobre él al César, y dio favorables expectativas a su viaje, hecho “bajo la égida de la justicia de Roma”. Allí había de ser finamente absuelto, aunque no sin prolongarse su cautiverio por otros dos años. Estos fueron sin embargo de incesante apostolado (cf. 28, 23-31 y notas).

1. Navegásemos: Este plural (cf. 16, 10 y nota) nos revela que vuelve a incluirse en la acción, acompañando a Pablo en su azaroso viaje (cf. v. 32 y nota), el fiel narrador S. Lucas, de quien nada oíamos desde 21, 17 s. El santo “médico carísimo” (Col. 4, 14), “cuya celebridad por el Evangelio se oye por todas las Iglesias” (2 Co. 8, 18), fue el único que estuvo con S. Pablo en tiempos de apostasía, cuando todos lo abandonaban próximo a su martirio (2 Tm. 4, 11). Bien merece, pues, por su larga e íntima unión de espíritu con el Apóstol, que su Evangelio haya sido llamado el Evangelio según S. Pablo.

2. El viaje comenzó en la segunda mitad del año 60. Adramitena: es decir, de un puerto situado al fondo del “sinus Adramyttenus” (un golfo de la Misia). La Vulgata parece referirse al puerto de Adrumeto, hoy Susa, situado en Túnez. Sobre Aristarco cf. 19, 29; 20, 4; Flm. 24, y Col. 4, 10, donde S. Pablo lo cita como compañero de cautividad en Roma. Su vida estuvo en peligro en el tumulto de los plateros de Éfeso (cap. 19).

3. Humanamente: el griego dice con filantropía. Lo mismo en 28, 2. Es el modo de expresar la benevolencia que no puede llamarse caridad porque no se funda en el amor de Dios.

4. Por ser contrarios los vientos: Cf. v. 12 y nota. Todo este capítulo ha sido siempre “el gozo y la admiración de los marinos”, y los técnicos declaran que ningún experto habría podido superar la destreza de las maniobras efectuadas durante la tempestad (P. Ricard). La navegación hacia el O. era mucho más difícil que la inversa, especialmente en la estación poco favorable y en época en que no existía la brújula. El Almirante Nelson releyó este pasaje antes de la batalla de Copenhague, y declara que en él se inspiró la maniobra que le dio la victoria.

5. Mira: la Vulgata, sin duda por error de copista, dice Listra la cual no estaba en Licia sino en el interior de Licaonia (cf. 2 Tm. 3, 11).

8. Buenos Puertos (o Bellos Puertos); así se llama todavía. Lasca: otros, Alasa. La Vulgata dice Talase.

9. Se refiere a la fiesta del día de la Expiación o Yom Kippur (Lv. 16, 29; 23, 27 ss.) que se celebraba con un gran ayuno en el mes de Tischri, correspondiente a Septiembre-Octubre. Después de este término la navegación era suspendida hasta el mes de Marzo, a causa de las tormentas.

12. Sureste y Noreste: Llamados entonces el Abrego (o Áfrico) y el Cauro.

13. Viento sur: llamado entonces Austro, el cual solía ser tan temible en el Mediterráneo que Dios lo usa como figura de Nabucodonosor en Ez. 27, 26. Muy cerca de tierra: La Vulgata, tomando esto por nombre de la ciudad, vierte Asón, situada cerca de Tróade (Asia Menor).

16. Esquife: el pequeño bote que iba a remolque.

17. La Sirte: banco de arena en la costa de Libia (hoy golfo de Sidra), célebre en los poetas clásicos (cf. Virgilio, Eneida 1, 11; Horacio, Oda I, 22, 5, etc.).

21 ss. El magnánimo “prisionero” sostenido milagrosamente por Dios, empieza a dar aquí continuos ejemplos de virilidad, caridad y fe confiada, con una autoridad que nadie puede resistir. Cf. v. 35; 28, 15 y notas.

23. Recordemos esta preciosa expresión de amor filial: ¡el Dios de quien soy!

24. Por amor de su siervo Pablo, Dios salvará aquellas vidas cuya pérdida era segura. Muchas veces hizo lo mismo “por amor de su siervo David” (1 R. 11, 13; 2 R. 19, 34; 20, 6; Sal. 131, 10; Is. 37, 35, etc.), y por Abrahán, a quien llama su amigo, y por Isaac y Jacob (cf. St. 2, 23; 2 Cro. 2, 20 [Nota: ¿será 2Cro. 20:7?]; Is. 41, 8; Dn. 3, 34, etc.). Así son las delicadezas del divino Padre, que también nos enseñó a no desesperar de la salvación de los que amamos, como lo muestra San Juan (1 Jn. 5, 16 y nota).

27. El Adria: no el actual mar Adriático, sino él Jónico, entre Italia, Grecia y África.

32. La descripción de los más minuciosos detalles del viaje y del subsiguiente naufragio de Pablo, no puede ser sino el relato de un testigo ocular, lo cual confirma que el autor, Lucas acompañó al Apóstol durante el viaje. Cf. v. 1 y nota.

35. Comiendo él mismo, Pablo da ejemplo de buen ánimo, y también de piedad al bendecir el alimento mediante la acción de gracias, como hacía Jesús (véase 2, 46 y nota). En este caso la fracción del pan no era la cena eucarística sino una simple comida (cf. Lc. 24, 30 y nota).

1. Melita: hoy Malta. El lugar de la isla donde el Apóstol naufragó se llama aún Bahía de S. Pablo,

2. Bárbaros no en el sentido moderno de la palabra sino según el uso que le daban los griegos y romanos, quiere decir que los habitantes de la isla no hablaban el latín ni el griego.

4. Dike: la diosa de la justicia. La Vulgata dice: la Venganza.

6 ss. Se cumple aquí en S. Pablo lo que anunció Jesús en Mc. 16, 18: “Tomarán las serpientes; y si beben algo mortífero no les hará daño alguno; sobre los enfermos pondrán sus manos y sanarán”. Acerca de esto último véase el v. 8 s. y nota. Bien podemos, pues, invocar a San Pablo como intercesor en casos tales. Un dios: cf. el caso de Listra en 14, 12.

11. Dióscuros: Los mellizos Cástor y Póllux, hijos de Júpiter y Leda, que eran tenidos por protectores de los navíos. S. Pablo no repara en embarcarse, haciendo caso omiso de esa superstición,

13. De Siracusa, en Sicilia, pasan a Reggio de Calabria, y de allí a Pozzuoli, cerca de Nápoles.

15. Cobró buen ánimo: ¡Cuán consolador es, para los que somos tan débiles, el ver que S. Pablo, el gran animador de los demás (cf. 27, 21 ss. y nota), también necesitaba confortarse! Véase Lc. 22, 43.

16. Como particular, en su casa, es decir, que su prisión no era dura, y en ella podía, como veremos, continuar su incesante apostolado, no obstante conservar sus cadenas (cf. v. 20; Flp. 1, 17; Flm. 1), come las tuvo también en su segunda prisión, cuando escribió la última carta a Timoteo (2 Tm. 2, 9).

17. El Apóstol, que bien conoce la mentalidad de sus paisanos, quiere evitar falsos rumores, por lo cual informa personalmente a los principales sobre su apelación al César.

19. Me vi obligado: (25, 12 y nota). Es de observar la caridad y delicadeza con que habla aquí de los judíos, que tanto lo habían perseguido.

20. Cf. 23, 6; 26, 6 s.

22. Halla contradicción en todas partes: valioso testimonio, en boca de los judíos de Roma, sobre esta característica de los discípulos que había sido la del Maestro. Pablo era de ello un ejemplo viviente.

23. San Pablo se alza aquí por última vez, a lo que parece, en un extremo esfuerzo, por conseguir que Israel y principalmente Judá, acepte a Cristo tal como Él se había presentado en el Evangelio, es decir, como el Profeta anunciado por Moisés (cf. Hch. 3, 22 y nota; Jn. 1, 21 y 45; Lc. 24, 27 y 44) que no viene a cambiar la Ley sino a cumplirla (Mt. 5, 17 ss.); que “no es enviado sino a las ovejas perdidas de Israel” (Mt. 15, 24), y a Israel envía también primero sus discípulos (Mt. 10, 6). Por eso se dirige Pablo en este último discurso de los Hechos a los judíos principales de Roma, aclarándoles que en nada se ha apartado de la tradición judía (v. 17) antes bien que está preso por defender la esperanza de Israel (v. 20), y les predica según su costumbre, a Cristo y el Reino de Dios con arreglo a la Ley de Moisés y a los Profetas, como lo hace en la Carta a los Hebreos (cf. Hb. 8, 8 ss.) y como “siempre que predicaba a los judíos” (Fillion). Pero ellos se apartaron de él todos (v. 25 y 29), sin quedarse siquiera los que antes le creyeron (v. 24). Es el rechazo definitivo, pues Pablo, preso por dos años más (v. 30), no puede ya seguir buscándolos en otras ciudades (véase Hch. 13, 46; 18, 6 y notas; cf. Mt. 10, 23 y nota). Termina así este tiempo de los Hechos, concedido a Israel como una prórroga del Evangelio (cf. la parábola de higuera estéril: Lc. 13, 8 s.) para que reconociese y disfrutase al Mesías resucitado, a quien antes desconoció y que les mantuvo las promesas hechas a Abrahán (cf. 3, 25 s.). San Pablo escribe entonces desde Roma, con Timoteo, a los gentiles de Éfeso y de Colosas la revelación del “Misterio” del Cuerpo Místico, escondido desde el principio (Ef. 1, 1 ss. y notas).

26. Texto de Isaías 6, 9 s. Con la misma cita había reprochado Jesús la incredulidad de Israel (véase Mt. 13, 14; Mc. 4, 12; Lc. 8, 10; Jn. 12, 40; Rm. 11, 8). Cf. 4, 16; 13, 47 y notas.

28. Véase v. 23 y nota.

29. Este v. falta en algunos manuscritos antiguos y los críticos modernos lo suprimen aún de la Vulgata. Creemos, como Fillion, que aun podría ser auténtico, pues esta discusión parece explicable por la disidencia del v. 24, que recuerda las provocadas por el mismo Jesús (Jn. 7, 40 ss.), si bien se ve que el retiro de los judíos fue total (v. 25), pues dio lugar al solemne anuncio de Pablo (v. 28), que ya no parece de carácter personal, como los anteriores de 13, 46 y 18, 6, sino de parte de Dios. Cf. Col. 4, 11.

31. El autor de los Hechos concluyó su Libro antes del fin del proceso de San Pablo. Por eso no menciona el resultado. No cabe duda de que el Apóstol fue absuelto y puesto en libertad hacia el año 63. Hemos de bendecir a la Providencia por esta demora de S. Pablo en Roma. En esta época escribió el Apóstol de los Gentiles, después del retiro de Israel, las Epístolas “de la cautividad” (Ef. Col. Flp. Filem.), joyas insuperables, las tres primeras, de divina ciencia cristológica, donde se nos revela o se nos confirma, junto con la vocación indistinta de los gentiles con Israel (Ef. 3, 6; cf. Rm. 11, 17), los altísimos misterios del amor de Cristo, “ocultos hasta entonces desde todos los siglos” (Ef. 3, 9; Col. 1, 26), hasta la dicha que nos espera cuando Él venga a “transformar nuestro vil cuerpo para hacerlo semejante al Suyo glorioso” (Flp. 3, 20 s.). El Libro de los Hechos señala así, como la Carta a los Hebreos, un nexo de transición entre “lo nuevo y lo viejo” (Mt. 13, 52), en cuya interpretación, a la luz de las últimas Epístolas paulinas, nos queda aún quizá no poco que ahondar.