Gálatas

GÁLATAS

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CARTA A LOS GÁLATAS

PRÓLOGO

(1, 1-5)

Gálatas 1

Salutación apostólica.

1 Pablo, apóstol –no de parte de hombres, ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo, y por Dios Padre que levantó a Él de entre los muertos– [11947]

2 y todos los hermanos que conmigo están, a las Iglesias de Galacia:

3 gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo;

4 el cual se entregó por nuestros pecados, para sacarnos de este presente siglo malo [11948] , según la voluntad de Dios y Padre nuestro,

5 a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

I. APOLOGÍA DE SU APOSTOLADO

(1, 6 – 2, 21)

Autoridad sobrenatural del Evangelio de San Pablo.

6 Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio.

7 Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo.

8 Pero, aun cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema.

9 Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto [11949] del que recibisteis, sea anatema.

10 ¿Busco yo acaso el favor de los hombres, o bien el de Dios? ¿O es que procuro agradar a los hombres? Si aun tratase de agradar a los hombres no sería siervo de Cristo [11950] .

11 Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio predicado por mí no es de hombre [11951] .

12 pues yo no lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo [11952] .

13 Habéis ciertamente oído hablar de cómo yo en otro tiempo vivía en el judaísmo, de cómo perseguía sobremanera a la Iglesia de Dios y la devastaba,

14 y aventajaba en el judaísmo a muchos coetáneos míos de mi nación, siendo en extremo celoso de las tradiciones de mis padres.

Especial vocación divina del apóstol de los Gentiles.

15 Pero cuando plugo al que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia [11953] ,

16 para revelar en mí a su Hijo, a fin de que yo le predicase entre los gentiles, desde aquel instante no consulté más con carne y sangre;

17 ni subí a Jerusalén, a los que eran apóstoles antes que yo; sino que me fui a Arabia, de donde volví otra vez a Damasco [11954] .

18 Después, al cabo de tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas, y estuve con él quince días [11955] .

19 Mas no vi a ningún otro de los apóstoles, fuera de Santiago, el hermano del Señor [11956] .

20 He aquí delante de Dios que no miento en lo que os escribo.

21 Luego vine a las regiones de Siria y de Cilicia.

22 Mas las Iglesias de Cristo en Judea no me conocían de vista.

23 Tan sólo oían decir: “Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes arrasaba”.

24 Y en mí glorificaban a Dios [11957] .

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Gálatas 2

Cómo los doce reconocieron el llamado particular de San Pablo.

1 Más tarde, transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén, con Bernabé, y llevando conmigo a Tito [11958] .

2 Mas subí a raíz de una revelación, y les expuse, pero privadamente a los más autorizados [11959] , el Evangelio que predico entre los gentiles, por no correr quizá o haber corrido en vano.

3 Pero ni siquiera Tito, que estaba conmigo, con ser griego, fue obligado a circuncidarse,

4 a pesar de los falsos hermanos intrusos, que se habían infiltrado furtivamente, para espiar la libertad que nosotros tenemos en Cristo Jesús, a fin de reducirnos a servidumbre [11960] .

5 Mas queriendo que la verdad del Evangelio permanezca para vosotros, no cedimos, ni por un instante nos sujetamos a ellos [11961] .

6 Y en cuanto a aquellos que significaban algo –lo que hayan sido anteriormente nada me importa, Dios no acepta cara de hombre [11962] – a mi esos que eran reputados, nada me añadieron;

7 sino al contrario, viendo que a mí me había sido encomendado el evangelizar a los incircuncisos, así como a Pedro la evangelización de los circuncisos

8 – pues el que dio fuerza a Pedro para el apostolado de los circuncisos, me la dio también a mí para el apostolado de los gentiles– [11963] ,

9 y reconociendo la gracia que me fue dada, Santiago, Cefas y Juan, que eran reputados como columnas, dieron a mí y a Bernabé la mano en señal de comunión, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a los circuncisos [11964] ,

10 con tal que nos acordásemos de los pobres, lo mismo que yo también procuré hacer celosamente.

El incidente de Antioquía.

11 Mas cuando Cefas vino a Antioquía le resistí cara a cara, por ser digno, de reprensión [11965] .

12 Pues él, antes que viniesen ciertos hombres de parte de Santiago, comía con los gentiles; mas cuando llegaron aquéllos se retraía y se apartaba, por temor a los que eran de la circuncisión.

13 Y los otros judíos incurrieron con él en la misma hipocresía, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar por la simulación de ellos.

14 Mas cuando yo vi que no andaban rectamente, conforme a la verdad del Evangelio, dije a Cefas en presencia de todos: “Si tu, siendo judío, vives como los gentiles, y no como los judíos, ¿cómo obligas a los gentiles a judaizar? [11966]

15 Nosotros somos judíos de nacimiento, y no pecadores procedentes de la gentilidad;

16 mas, sabiendo que el hombre es justificado, no por obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros mismos hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley; puesto que por las obras de la Ley no será justificado mortal alguno [11967] .

17 Y si nosotros, queriendo ser justificados en Cristo, hemos sido hallados todavía pecadores ¿entonces Cristo es ministro de pecado? De ninguna manera [11968] .

18 En cambio, si yo edifico de nuevo lo que había destruido, me presento a mí mismo como transgresor.

19 Porque yo, por la Ley, morí a la Ley a fin de vivir para Dios. Con Cristo he sido crucificado [11969] ,

20 y ya no vivo yo, sino que en mí vive Cristo. Y si ahora vivo en carne, vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amo y se entregó por mí.

21 No inutilizo la gracia de Dios. Porque si por la Ley se alcanza la justicia, entonces Cristo murió en vano” [11970] .

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II. LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

(3, 1 – 4, 31)

Gálatas 3

La ley no es capaz de justificarnos.

1 ¡Oh, insensatos gálatas! ¿cómo ha podido nadie fascinaros a vosotros, ante cuyos ojos fue presentado Jesucristo clavado en una cruz? [11971]

2 Quisiera saber de vosotros esto solo: si recibisteis el Espíritu por obra de la Ley o por la palabra de la fe.

3 ¿Tan insensatos sois que habiendo comenzado por Espíritu, acabáis ahora en carne? [11972]

4 ¿Valía la pena padecer tanto si todo fue en vano?

5 Aquel que os suministra el Espíritu y obra milagros en vosotros ¿lo hace por las obras de la Ley o por la palabra de la fe? [11973]

El ejemplo de Abrahán.

6 Porque (está escrito): “Abrahán creyó a Dios, y le fue imputado a justicia” [11974] .

7 Sabed, pues, que los que viven de la fe, ésos son hijos de Abrahán.

8 Y la Escritura, previendo que Dios justifica a los gentiles por la fe, anunció de antemano a Abrahán la buena nueva: “En ti serán bendecidas todas las naciones” [11975] .

9 De modo que, junto con el creyente Abrahán, son bendecidos los que creen.

10 Porque cuantos vivan de las obras de la Ley, están sujetos a la maldición; pues escrito está: “Maldito todo aquel que no persevera en todo lo que está escrito en el Libro de la Ley para cumplirlo” [11976] .

11 Por lo demás, es manifiesto que por la Ley nadie se justifica ante Dios, porque “el justo vivirá de fe” [11977] ;

12 en tanto que la Ley no viene de la fe, sino que: “El que hiciere estas cosas, vivirá por ellas” [11978] .

13 Cristo, empero, nos redimió de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición, porque escrito está: “Maldito sea todo el que pende del madero” [11979] ,

14 para que en Cristo Jesús alcanzase a los gentiles la bendición de Abrahán, y por medio de la fe recibiésemos el Espíritu prometido.

Ley y promesa.

15 Hermanos, voy a hablaros al modo humano: Un testamento, a pesar de ser obra de hombre, una vez ratificado nadie puede anularlo, ni hacerle adición.

16 Ahora bien, las promesas fueron dadas a Abrahán y a su descendiente. No dice: “y a los descendientes” como si se tratase de muchos, sino como de uno: “y a tu Descendiente”, el cual es Cristo [11980] .

17 Digo, pues, esto: “Un testamento ratificado antes por Dios, no puede ser anulado por la Ley dada cuatrocientos treinta años después, de manera que deje sin efecto la promesa [11981] .

18 Porque si la herencia es por Ley, ya no es por promesa. Y sin embargo, Dios se la dio gratuitamente por promesa”.

La ley, preparación para Cristo.

19 Entonces ¿para qué la Ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese el Descendiente a quien fue hecha la promesa; y fue promulgada por ángeles por mano de un mediador [11982] .

20 Ahora bien, no hay mediador de uno solo, y Dios es uno solo.

21 Entonces ¿la Ley está en contra de las promesas de Dios? De ninguna manera. Porque si se hubiera dado una Ley capaz de vivificar, realmente la justicia procedería de la Ley.

22 Pero la Escritura lo ha encerrado todo bajo el pecado, a fin de que la promesa, que es por la fe en Jesucristo, fuese dada a los que creyesen [11983] .

23 Mas antes de venir la fe, estábamos bajo la custodia de la Ley, encerrados para la fe que había de ser revelada.

24 De manera que la Ley fue nuestro ayo para conducirnos a Cristo, a fin de que seamos justificados por la fe [11984] .

25 Mas venida la fe, ya no estamos bajo el ayo,

26 por cuanto todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús [11985] .

27 Pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo estáis vestidos de Cristo.

28 No hay ya judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón y mujer; porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús.

29 Y siendo vosotros de Cristo, sois por tanto descendientes de Abrahán, herederos según la promesa.

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Gálatas 4

Cristo, fin de la ley.

1 Digo, pues, ahora: Mientras el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo,

2 sino que está bajo tutores y administradores, hasta el tiempo señalado anticipadamente por su padre [11986] .

3 Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos bajo los elementos del mundo, sujetos a servidumbre.

4 Mas cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, formado de, mujer, puesto bajo la Ley [11987] ,

5 para que redimiese a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.

6 Y porque sois hijos, envió Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: “¡Abba, Padre!” [11988]

7 De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por merced de Dios.

¿Volveremos a la servidumbre?

8 En aquel tiempo, cuando no conocíais a Dios, servisteis a los que por su naturaleza no son dioses [11989] .

9 Mas ahora que habéis conocido a Dios, o mejor, habéis sido conocidos de Dios, ¿cómo los volvéis de nuevo a aquellos débiles y pobres elementos, a que deseáis otra vez servir como antes? [11990]

10 Mantenéis la observancia de días, y meses, y tiempos, y años [11991] .

11 Tengo miedo de vosotros, no sea que en vano me haya afanado con vosotros.

12 Os ruego, hermanos, que os hagáis como yo, pues yo también soy como vosotros. No me habéis hecho ninguna injusticia [11992] .

13 Ya sabéis que cuando os prediqué la primera vez el Evangelio lo hice en enfermedad de la carne [11993] ;

14 y lo que en mi carne era para vosotros una prueba, no lo despreciasteis ni lo escupisteis, sino que me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús.

15 ¿Dónde está ahora vuestro entusiasmo? Porque os doy testimonio de que entonces, de haberos sido posible, os habríais sacado los ojos para dármelos.

16 ¿De modo que me he hecho enemigo vuestro por deciros la verdad? [11994]

17 Aquellos tienen celo por vosotros, pero no para bien; al contrario, quieren sacaros fuera para que los sigáis a ellos.

18 Bien está que se tenga celo en lo bueno, pero en todo tiempo, y no solamente mientras estoy presente con vosotros,

19 hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.

20 Quisiera en esta hora estar presente entre vosotros y cambiar de tono, porque estoy preocupado por vosotros.

Hijos de la servidumbre e hijos de la libertad.

21 Decidme, los que deseáis estar bajo ley, ¿no escucháis la Ley? [11995]

22 Porque escrito está que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre.

23 Mas el de la esclava nació según la carne, mientras que el de la libre, por la promesa.

24 Esto es una alegoría, porque aquellas mujeres son dos testamentos: el uno del monte Sinaí, que engendra para servidumbre, el cual es Agar.

25 El Sinaí es un monte en Arabia y corresponde a la Jerusalén de ahora, porque ella con sus hijos está en esclavitud [11996] .

26 Mas la Jerusalén de arriba es libre, y ésta es nuestra madre.

27 Porque escrito está: “Regocíjate, oh estéril, que no das a luz; prorrumpe en júbilo y clama, tú que no conoces los dolores de parto; porque mas son los hijos de la abandonada que los de aquella que tiene marido” [11997] .

28 Vosotros, hermanos, sois hijos de la promesa a semejanza de Isaac.

29 Mas así como entonces el que nació según la carne perseguía al que nació según el Espíritu, así es también ahora.

30 Pero ¿qué dice la Escritura? “Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la esclava con el hijo de la libre” [11998] .

31 Por consiguiente, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

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III. LA LIBERTAD CRISTIANA

(5,1-6,10)

Gálatas 5

Preservar la libertad cristiana.

1 Cristo nos ha hecho libres para la libertad. Estad, pues, firmes, y no os sujetéis de nuevo al yugo de la servidumbre [11999] .

2 Mirad, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, Cristo de nada os aprovechará [12000] .

3 Otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que queda obligado a cumplir toda la Ley.

4 Destituidos de Cristo quedáis cuantos queréis justificaros por la Ley; caísteis de la gracia [12001] .

5 Pues nosotros, en virtud de la fe, esperamos por medio del Espíritu la promesa de la justicia.

6 Por cuanto en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe, que obra por amor [12002] .

7 Corríais bien ¿quién os atajó para no obedecer a la verdad?

8 Tal sugestión no viene de Aquel que os llamó [12003] .

9 Poca levadura pudre toda la masa [12004] .

10 Yo confío de vosotros en el Señor que no tendréis otro sentir. Mas quien os perturba llevará su castigo, sea quien fuere.

11 En cuanto a mí, hermanos, si predico aún la circuncisión, ¿por qué soy todavía perseguido? ¡Entonces se acabó el escándalo de la cruz! [12005]

12 ¡Ojalá llegasen hasta amputarse los que os trastornan! [12006]

Libertad, no libertinaje.

13 Vosotros, hermanos, fuisteis llamados a la libertad, mas no uséis la libertad como pretexto para la carne; antes sed siervos unos de otros por la caridad [12007] .

14 Porque toda la Ley se cumple en un solo precepto, en aquello de “Amaras a tu prójimo como a ti mismo” [12008] .

15 Pero si mutuamente (os mordéis y devoráis, mirad que no os aniquiléis unos a otros.

16 Digo pues: Andad según el Espíritu, y ya no cumpliréis las concupiscencias de la carne [12009] .

17 Porque la carne desea en contra del espíritu, y el espíritu en contra de la carne, siendo cosas opuestas entre sí, a fin de que no hagáis cuanto querríais.

18 Porque si os dejáis guiar por el Espíritu no estáis bajo la Ley [12010] .

19 Y las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia,

20 idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, ira, litigios, banderías, divisiones,

21 envidias, embriagueces, orgías y otras cosas semejantes, respecto de las cuales os prevengo, como os lo he dicho ya, que los que hacen tales cosas no heredarán el reino de Dios.

22 En cambio, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad [12011] ,

23 mansedumbre, templanza. Contra tales cosas no hay ley.

24 Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con las pasiones y las concupiscencias.

25 Si vivimos por el Espíritu, por el Espíritu también caminemos [12012] .

26 No seamos codiciosos de vanagloria, provocándonos unos a otros, envidiándonos recíprocamente.

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Gálatas 6

Consejos y amonestaciones.

1 Hermanos, Si alguien fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales enderezad al tal con espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado [12013] .

2 Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la Ley de Cristo [12014] .

3 Pues si alguien piensa que es algo, él mismo se engaña en su mente, siendo como es nada [12015] .

4 Mas pruebe cada cual su propia obra, entonces el motivo que tenga para gloriarse lo tendrá para sí mismo solamente, y no delante de otro.

5 Porque cada uno llevará su propia carga.

6 El que es enseñado en la Palabra, comparta todos los bienes con el que le instruye [12016] .

7 No os engañéis: Dios no se deja burlar: pues lo que el hombre sembrare, eso cosechara.

8 El que siembra en su carne, de la carne cosechara corrupción; mas el que siembra en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

9 No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo cosecharemos, si no desmayamos.

10 Por tanto, según tengamos oportunidad, obremos lo bueno para con todos, y mayormente con los hermanos en la fe [12017] .

EPÍLOGO

11 Mirad con qué grandes letras os escribo de mi propia mano [12018] :

12 Todos los que buscan agradar según la carne, os obligan a circuncidaros, nada más que para no ser ellos perseguidos a causa de la cruz de Cristo.

13 Porque tampoco esos que se circuncidan guardan la Ley, sino que quieren que vosotros os circuncidéis, para gloriarse ellos en vuestra carne.

14 Mas en cuanto a mí, nunca suceda que me gloríe sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo para mí ha sido crucificado y yo para el mundo.

15 Pues lo que vale no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la nueva creatura [12019] .

16 A todos cuantos vivan según esta norma, paz y misericordia sobre ellos y sobre el Israel de Dios [12020] .

17 En adelante nadie me importune más, pues las señales de Jesús las llevo yo (hasta) en mi cuerpo. “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu, hermanos. Amén [12021] .

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. Los habitantes de Galacia, provincia del Asia Menor, fueron ganados al Evangelio por S. Pablo en su segundo y tercer viaje apostólico. Poco después llegaron judíos o judío-cristianos que les enseñaban “otro Evangelio” es decir, un Jesucristo deformado y estéril, exigiendo que se circuncidasen y cumpliesen la Ley mosaica, y pretendiendo que el hombre es capaz de salvarse por sus obras, sin la gracia de Cristo. Además sembraban desconfianza contra el Apóstol, diciendo que él no había sido autorizado por las primeros Apóstoles y que su doctrina no estaba en armonía con la de aquéllos. Para combatir la confusión causada por esos doctores judaizantes; S. Pablo escribió esta carta probablemente desde Éfeso, según sude creerse, entre los años 49 y 55 (cf. 2, 1 y nota). Su doctrina principal es: El cristiano se salva por la fe en Jesucristo, y no por la Ley mosaica.

4. Este siglo malo: Es ésta una de las orientaciones básicas de la espiritualidad que nos enseña la Escritura en oposición al mundo. Jesús nos la hace recordar continuamente al darnos la afanosa petición del Padrenuestro: “venga tu Reino” (Mt. 6, 10), protesta ésta que los cristianos del siglo I parafraseaban diciendo en la Didajé, al rogar por la Iglesia: “reúnela santificada en tu Reino… Pase este mundo. Venga la gracia”. “Este mundo” es pues este siglo malo, con el cual no hemos de estar nunca conformes (Rm. 12, 2), porque en él tiene su reino Satanás (Jn. 14, 30 y nota); en él serán perseguidos los discípulos de Cristo (Jn. 15, 18 y nota) y en él la cizaña estará ahogando el trigo hasta que venga Jesús (Mt. 13, 30) y no encuentre la fe en la tierra (Lc. 18, 8); pues Él no vendrá sin que antes prevalezca la apostasía y se revele el Anticristo (2 Ts. 2, 3 ss.), a quien Jesús destruirá con la manifestación de su Parusía” (ibíd. 8). Nunca podrá, pues, triunfar su Reino mientras no sea quitado el poder de Satanás (Ap. 20, 1 ss.) y Cristo celebre las Bodas con su Iglesia (Ap. 19, 7), libre ya de toda arruga (Ef. 5, 27; Ap. 19, 8), después de la derrota del Anticristo (Ap. 19, 11-20), cuando la cizaña haya sido cortada (Mt. 13, 39-40), los peces malos estén separados de los buenos (Mt. 13, 47 ss.) y sea expulsado del banquete el que no tiene traje nupcial (Mt. 22, 11 ss.). Tal es la dichosa esperanza del cristiano (Tt. 2, 13) sin la cual nada puede satisfacerle ni ilusionarle sobre el triunfo del bien (Ap. 13, 7; 16, 9 y 11). Tal es lo que el Espíritu Santo y la Iglesia novia dicen y anhelan hoy, llamando al Esposo: “El Espíritu y la novia dicen; Ven… Ven Señor Jesús” (Ap. 22, 17 y 20), mientras lo aguardamos con ansia en este siglo malo, llevando, según S. Pedro, las esperanzas proféticas como antorcha que nos alumbra en este “lugar obscuro” (2 Pe. 1, 19). Cf. 1 Tm. 6, 13 y nota.

8. El Evangelio no debe ser acomodado al siglo so pretexto de adaptación. La verdad no es condescendiente sino intransigente. El mismo Señor nos previene contra los falsos Cristos (Mt. 24, 24), los lobos con piel de oveja (Mt. 7, 15, etc.), y también S. Pablo contra los falsos apóstoles de Cristo (2 Co. 11, 13) y los falsos doctores con apariencia de piedad (2 Tm. 3, 1-5). Es de admirar la libertad de espíritu que el Apóstol nos impone al decirnos que ni siquiera un ángel debe movernos de la fe que él enseñó a cada uno con sus palabras inspiradas. Véase 2 Co. 11, 14; 13, 5 y nota. Cf. 2, 4 ss.

10. Es decir, que la mínima parte de gloria que pretendiésemos para nosotros mismos, bastaría para falsear totalmente nuestro apostolado y convertirnos por tanto en instrumento de Satanás. De ahí la gran preocupación que S. Pablo muestra a este respecto. Cf. Jn. 5, 44 y nota.

11. El orador sagrado, agrega aquí S. Jerónimo, está expuesto cada día al grave peligro de convertir, por una interpretación defectuosa, el Evangelio de Cristo en el evangelio del hombre. Cf. Sal. 11, 2; 16, 4; 1 Co. 15, 1; Tt. 1, 10; 3, 9 y notas.

12. S. Pablo va a destacar netamente su vocación excepcional y directa de Jesús. Cf. Ef. 3, 3.

15 ss. Habla de su predestinación al apostolado y a la predicación del Evangelio (Hch. 13, 2; Rm. 1, 1), para lo cual Dios lo tenía escogido y predestinado personalmente.

17. A Arabia: Debe entenderse que los tres años mencionados en el versículos siguiente, fueron los que pasó en Arabia, estudiando las Escrituras y recibiendo las instrucciones del mismo Jesucristo.

18. Para conversar con Cefas: no para instruirse, como observa S. Jerónimo, pues tenía consigo al mismo Autor de la predicación, sino para cambiar ideas con el primero de los Apóstoles. Véase 2, 1 ss.

19. Este Santiago, o Jacabo, Obispo de Jerusalén, era el Apóstol Santiago el Menor, hijo de Alfeo y María, hermana de la Santísima Virgen. Ya por eso se entiende que “hermano” significa aquí “pariente”.

24. Bien vemos por qué el Apóstol prefería gloriarse en sus miserias (2 Co. 11, 30). De ellas resultaba especial gloria para Dios, pues veían todos que lo sucedido en él no podía ser sino un prodigio de la gracia. Cf. Jn. 17, 10; Rm. 8, 28 y nota.

1. Catorce años después de su conversión. Se trata tal vez del viaje al cual se refieren los Hechos en 11, 30 y 12, 25. Según ello, las conferencias que celebró entonces con los jefes de la Iglesia de Jerusalén, no deben confundirse con el Concilio de Jerusalén, el cual, según opinan varios exegetas, no tuvo lugar sino después de compuesta la Epístola a los Gálatas. La argumentación que hace S. Pablo exige que no pase inadvertido este segundo viaje efectuado a Jerusalén. De otra suerte no se explicaría que no haga mención alguna en esta Epístola del Concilio de Jerusalén, que resolvía la cuestión debatida, sino porque hasta ese momento no había tenido lugar (Crampon). Otros opinan, a la inversa, que estos catorce años no se contarían desde la conversión de Saulo, sino desde su viaje a Siria (1, 21), y que se trata aquí del viaje que S. Pablo y Bernabé hicieron para asistir al Concilio (Hch. 15, 2). La disidencia sobre este punto se vincula a la cuestión relativa a la fecha de la Epístola a los Gálalas, que varía, según las opiniones, desde el año 49 hasta después de la primera cautividad del Apóstol en Roma.

2. Los más autorizados eran los Apóstoles columnas (versículos 9): Pedro, Santiago y Juan, los cuales se habían convencido de que el Evangelio de Pablo estaba de acuerdo con el suyo. Por no correr: “No es que S. Pablo, instruido directamente por N. S. Jesucristo, sintiese la menor duda acerca de lo que él llama su Evangelio. Pero los judaizantes le discutían su legitimidad, y por eso él quería hacer cortar la cuestión por los apóstoles, a fin de mostrar que no había estado en error, y de no comprometer el fruto de su predicación futura” (Fillion). El resultado no pudo ser más consolador (v. 6-10).

4. Falsos hermanos: a saber, judío-cristianos, que decían que la circuncisión era necesaria para todos los cristianos. La libertad: la derogación de la Ley mosaica para los que creen en Cristo. La servidumbre: la sumisión a la Ley, mediante la cual querían impedir la predicación de S. Pablo (v. 5; 5, 9 notas). Cf. Hch. 15, 1 y 24.

5. Como observa Fillion, el Apóstol se apresura a añadir que mantuvo con vigor los derechos de la verdad, siguiendo el ejemplo de su divino Maestro (2 Co. 7, 8; 1 Ts. 2, 17; Flm. 15).

6. No acepta cara de hombre; es decir, no hace acepción de personas. Cf. St. 2, 1 s. y nota.

8. Era el mismo Cristo quien había instituido a ambos, por diversos modos. ¿Quién podría rectificarlo a Él? Por lo demás, la vocación de Pablo hacia los gentiles (Hch. 9, 15) no le impidió evangelizar también a los judíos, así como Pedro fue el primero en admitir a los gentiles en la Iglesia (Hch. cap. 10).

9. S. Pablo nombra a Santiago antes que a Pedro probablemente porque aquél era el que más se había caracterizado en su celo por la Ley, (v. 12: Hch. 21, 19 ss.). Nótese sin embargo que eso no le impidió su gran actuación en el Concilio de Jerusalén, para resolver precisamente esta cuestión (Hch. 15, 13 ss.).

11. En Antioquía se había levantado una disputa entre Cefas (Pedro) y Pablo, porque aquél se retiró de la mesa de los cristianos gentiles, para no escandalizar a los judío-cristianos. S. Pablo no tardó en censurar tal proceder como inconsecuente y peligroso. A esta escena (que algunos suponen ocurrida en la época señalada en Hch. 15, 35 ss.) se refiere el Apóstol en el siguiente discurso que dirige públicamente a S. Pedro, señalándole la contradicción con su propia conducta, dictada por la idea fundamental de que los preceptos rituales de la Ley mosaica habían perdido su valor para los cristianos, y recordando sin duda la Palabra del Maestro contra toda levadura de doblez (Lc. 12, 1). S. Agustín, comentando este pasaje en una de sus Epístolas, alaba a ambos apóstoles: a Pablo por su franqueza, a Pedro por la humildad con que acepta el reproche del “queridísimo hermano Pablo”, cuya sabiduría celestial alaba en 2 Pe. 3, 15. El mismo Doctor de Nipona reprende a S. Jerónimo que explicaba este encuentro como maniobra táctica convenida de antemano entre los dos apóstoles con el fin de aclarar la verdad, y le dice que Dios no necesita de nuestras ficciones. Digno de reprensión: algunos traducen: criticado (por los fieles).

14. No andaban rectamente: No se trataba de un error de doctrina. Más aún, “todo judío convertido tenía el derecho de observar la Ley. Lo que S. Pablo censura es la duplicidad en la conducta, tratándose del Jefe de la Iglesia, que podía inducir a error a las almas”. Fillión hace notar que el discurso de Pablo a Pedro no termina en este v., sino que continúa basta el v. 21, como se ve en el v. 15, el cual no puede dirigirse a los gálatas, pues ellos no eran judíos sino paganos de nacimiento. “Las palabras ¿cómo obligas a los gentiles a judaizar? podrían repetirse como un refrán al final de cada uno de los versículos que siguen”.

16. Las obras de la Ley no tenían por sí mismas la virtud de salvar al hombre porque el proceso de la justificación es obra de la gracia y de la fe en Jesucristo (3, 1 ss.; Rm. 3, 20 ss.: 4, 1 ss.). Las palabras finales son como un eco del Sal. 142, 2.

17. Es decir: ¿qué te importa que te llamen pecador contra la Ley por seguir a Cristo, si tú sabes que siguiéndolo a Él no puedes pecar? En cambio (v. 18) si tú vuelves a cumplir la Ley que habías abandonado, es como si confesaras que pecaste al abandonarla, lo cual no es verdad.

19 s. Si la misma Ley me dice que no tenía otro objeto más que el de llevarme a Cristo (3, 23 s.), que es el fin de la Ley, está claro que, gracias a la misma Ley estoy ahora libre de ella por la muerte de Cristo. Sus méritos se me aplican por la gracia como si yo estuviese con Él clavado en la Cruz, y muerto con Él a la Ley (cf. 3, 13 s.; Rm. 6, 3 ss.), de modo que si aun vivo (debiendo estar muerto), es el Resucitado quien me hace vivir de su propia vida, es decir, quien vive en mí mediante mi fe en Él (Ef. 3, 17), la cual es la vida del justo (3, 1). Me amó y se entregó por mi (v. 20): Todo entero por mí, y lo habría hecho aunque no hubiese nadie más. También ahora me mira constantemente (Ct. 7, 11 y nota), como si no tuviera a otro a quien amar. Es muy importante para nuestra vida espiritual el saber que “el amor de Cristo no pierde nada de su ternura al abarcar todas las almas, extendiéndose a todas las naciones y a todos los tiempos”. Véase Ct. 4, 1 y nota sobre la elección individual de cada alma. ¿Y por qué se entregó por mí? ¡Para llevarme a su propio lugar! (Jn. 14, 2 s.). La caridad más grande del Corazón de Cristo ha sido, sin duda alguna, el deseo de que su Padre nos amase tanto como a Él (Jn. 17, 26). Lo natural en el hombre es la envidia y el deseo de conservar sus privilegios. Y más aún en materia de amor, en que queremos ser los únicos. Jesús, al contrario de los otros, se empeña en dilapidar el tesoro de la divinidad que trae a manos llenas (Jn. 17, 22) y nos invita a vivir de Él por la fe (Jn. 1, 16; 15, 1 ss.) y por la Eucaristía (Jn. 6, 57), esa plenitud de vida divina, como Él la vive del Padre. Todo está en creerle (Jn. 6, 29), sin escandalizarnos de ese asombroso exceso de caridad (Jn. 6, 60 y nota), que llega hasta entregarse por nosotros a la muerte para poder proporcionarnos sus propios méritos y hacernos así vivir su misma vida divina de Hijo del Padre, como “Primogénito de muchos hermanos” (Rm. 8, 29). Cf. Ef. 1, 5 y nota.

21. No inutilizo la gracia de Dios: ¡Expresión de profunda elocuencia! No seré tan insensato como para desperdiciar semejante don de Dios. No soy tan opulento como para despreciar la salvación que el Hijo de Dios me ofrece a costa de toda su Sangre (1 Tm. 2, 6). Si el Padre quiere aplicarme gratis los méritos de su Hijo, que son infinitos, ¿acaso habría de decirle yo que no se incomode, y que prefiero tratar de ser bueno por mi propio esfuerzo? Tal soberbia, disfrazada de virtud, sería tanto más abominable cuanto que por sí mismo nadie es capaz de ser bueno aunque quiera, y las grandes promesas heroicas acaban siempre si Dios no nos ayuda … en las tres grandes negaciones de Pedro. Esta es no solamente la espiritualidad de S. Pablo y la doctrina que él enseña (Rm. 3, 20 y 26; 10, 3; Fil. 3, 9), deducida del Evangelio (Mt. 9, 12 s.), sino que es también la espiritualidad de toda la Escritura. David la expresa a cada paso, y Job, además de ser consciente de que nadie puede aparecer justo ante Dios (Jb. 7, 21; 14, 4 y notas), añade que, aun cuando tuviese algo que alegar en su defensa, preferiría implorar la clemencia de su juez, porque “¿quién soy yo para poder contestarle y hablar con Él?” El que no piensa así, no ha entendido el misterio de la Redención y no puede decir que tiene fe en Jesucristo, el cual no vino a buscar a los que ya son justos, sino a los que necesitamos a Él para poder ser buenos (Hb. 7, 11). Gramatica cita aquí los cánones 16 y 21 del II Concilio Araus, del año 529.

1. Empieza aquí la Parte dogmática de la carta, que comprende los capítulos 3 y 4. La propia experiencia debe demostrar a los gálatas, que recibieron la justificación sin las obras de la Ley, de lo cual son testimonio los carismas del Espíritu Santo que se derramaron sobre ellos.

3. Acabáis ahora en carne: ¿Cómo el esfuerzo del hombre caído podría ir más lejos que el Don redentor de Dios, de un valor infinito?

5. Una de las cosas más sorprendentes del Cristianismo, para el que lo mirase como una mera regla moral sin espiritualidad, es ver cuántas veces los reprobados por Dios son precisamente los que quieren multiplicar los preceptos, como los fariseos de austera y honorable apariencia. Toda esta Epístola a los gálatas, en que el Apóstol de Cristo parece escandaloso porque lucha por quitar preceptos en vez de ponerlos (2, 4 y 14; 5, 18 ss., etc.), es un ejemplo notable para comprender que lo esencial para el Evangelio está en nuestra espiritualidad, es decir, en la disposición de nuestro corazón para con Dios. Lo que Él quiere, como todo padre, es vernos en un estado de espíritu amistoso y filial para con Él, y de ese estado de confianza y de amor hace depender, como lo dice Jesús (Jn. 6, 29; 14, 23 s.), nuestra capacidad –que sólo de Él nos viene (Jn. 15, 5)– para cumplir la parte preceptiva de nuestra conducta. Desde el Antiguo Testamento, que aun ocultaba bajo el velo de las figuras los insondables misterios de su amor que el Padre había de revelarnos en Cristo (Ef. 3, 2 ss.), descubrimos ya, a cada paso, ese Dios paternal y espiritual cuya contemplación nos llena de gozo y que conquista nuestro corazón con la única fuerza que es capaz de hacernos despreciar al mundo: el amor. Véase, con sus respectivas notas. Jr. 23, 33; Is. 1, 11; 58, 2; 66, 2; Os. 6, 6; Mt. 7, 15; 12, 1 ss.; 23, 2 s. y 13 y 23 ss.; Mc. 7, 3 ss.; Lc. 11, 46; 13, 14; Jn. 4, 23 s.; 5, 10 ss.; 8, 3 ss.; 2 Co. 11, 13 ss.; Col. 2, 16 ss.; 1 Tm. 4, 3; 2 Tm. 3, 5, etc.

6. Véase Gn. 15, 6. Como en la Epístola a los Romanos, S. Pablo toma por ejemplo a Abrahán, a quien dio Dios la promesa para todos los pueblos, y el cual fue justificado no por la circuncisión, sino por la fe. Así como Abrahán recibió la santificación únicamente por la fe, así los verdaderos hijos de Abrahán son los que tienen la fe en Cristo. Cf. 4, 22 s.; Rm. 4, 3 ss., y notas.

8. Cf. Gn. 12, 3; 18, 18; Si. 44, 20; Hch. 3, 25.

10. Cf. Dt. 27, 26; St. 2, 10; Mt. 5, 19.

11. Cf. Hab. 2, 4; Rm. 1, 17; 3, 21 s.; Hb. 10, 38.

12. Cita de Lv. 18, 5. Como en realidad nadie fue capaz de cumplir la Ley, resultó que nadie pudo vivir por ella y todos cayeron en la maldición del versículos 10, salvo los que se justificaron por la fe en Jesucristo.

13. Para librarnos de la maldición se hizo Él maldición (cf. Dt. 21, 23). Esto muestra el abismo que significa la Redención de Cristo. Dios pudo perdonarnos gratis, pero el Hijo quiso devolverle toda la gloria accidental que el pecado le quitaba. Entonces no se limitó a pagar nuestra deuda como un tercero, sino que quiso sustituirse a nosotros de tal modo que Él fuese el pecador, y nosotros los inocentes, lavados por su Sangre. Cf. Ez. 4, 4 y nota.

16. Cf. Gn. 12, 7; 13, 15; 17, 7 s.; 22, 18; 24, 7.

17. Cf. Ex. 12, 40. Las promesas de Dios a Abrahán de santificar en él a todos los pueblos, son anteriores a la Ley. Anularlas por las prescripciones posteriores de ésta, sería contrario a la fidelidad de Dios, sería exigir un precio por lo que había ofrecido gratuitamente (v. 18).

19. Fue añadida. No olvidemos esta revelación que debe estar en la base de nuestra vida espiritual si queremos ser cristianos y no judaizantes: la Ley fue añadida a la promesa hasta que viniera el que había de cumplirla. Desde entonces lo prometido se da por la fe en Jesús (v. 22), es decir a los que, creyendo en Él, se hacen como Él hijos de Dios (4, 6; Jn. 1, 11 s.). Luego nuestra vida no es ya la del siervo que obedece a la Ley (4, 7) sino la del hijo y heredero que sirve por amor (1 Jn. 3, 1). El mediador de la Ley antigua fue Moisés; la promesa, empero, se dio a Abrahán, sin mediador, por Dios es, pues, superior a la Ley de Moisés. No se trata de un contrato bilateral, sino de una promesa espontánea.

22. La Escritura, etc.; Cf. Rm. 11, 32 y nota.

24. Nuestro ayo: nuestro instructor, por cuanto dio testimonio en favor de la fe (2, 19 s.) y no cesó de inculcar la necesidad de la fe. “Repara, dice el Crisóstomo, cuán fuerte y poderoso es el ingenio de Pablo, y con cuánta facilidad prueba lo que quiere. Pues aquí muestra que la fe no sólo no recibe daño ni descrédito alguno de la Ley, sino que ésta le sirve de ayuda, introductora y pedagoga, preparándole el camino”. Recordemos, empero, que en todo esto hay, más que el ingenio de Pablo, la sabiduría del Espíritu Santo.

26. “Nadie es hijo adoptivo de Dios, si no está unido al Hijo natural de Dios” (S. Tomás). Nótese aquí la necesidad de la filiación divina, cuyo sello es la fe. La Ley solamente preparaba para Cristo, pero no supo proporcionar en ningún momento la inserción [el injertarnos] en un tronco divino. El Antiguo Testamento no conocía la grandiosa idea del Cuerpo Místico, porque este misterio, reservado para la revelación de S. Pablo, estaba escondido de toda eternidad, aun para los ángeles. Cf. Ef. 3, 9 ss.; Col. 1, 25 ss. y notas.

2 s. Antes de la venida de Jesucristo la humanidad necesitaba de un tutor puesto que todos sin excepción estaban caídos y esclavos del pecado (Sal. 24, 8 y nota). Los judíos tuvieron como ayo la Ley (cf. 3, 24), mas se hicieron esclavos de las fórmulas, y para ellos la Ley fue letra muerta, “letra que mata” (2 Co. 3, 6). También los paganos estaban sujetos a la rudimentaria sabiduría del mundo. Con Cristo nos llegó la libertad de los hijos de Dios (Jn. 8, 36; Mt. 16, 25), por la “Ley del espíritu de vida” (Rm. 8, 2).

4. Este versículo y el siguiente encierran toda la Cristología: la preexistencia eterna de Cristo, su venida en la plenitud del tiempo como Enviado de Dios, su nacimiento de la Virgen y sumisión a la Ley para redimirnos y hacernos partícipes de la filiación divina. Cf. Jn. 11, 51 s.; Rm. 15, 8 y notas.

6. Abba: voz aramaica que significa Padre. Así llamaba Jesús al Padre Celestial. Parece que los primeros cristianos conservaban este nombre como herencia sagrada, y así lo era para el mismo Cristo, que sintetizaba todas sus virtudes en ser un hijo ejemplar de su Padre; por eso vemos aquí que el Espíritu de Jesús es eminentemente un espíritu filial. Y como ese Espíritu de Él, que nos es dado, es el mismo Espíritu Santo (Rm. 5, 5) que nos hace hijos del Padre (Ef. 1, 5), es claro que el amor con que los hijos de Dios lo amamos a Él, no puede nacer en nosotros mismos, “hijos de ira” (Ef. 2, 3), siendo, como es, cosa esencialmente divina (1 Jn. 4, 8). Ese divino espíritu de amor, que se llama Espíritu Santo, es en el Padre, amor paternal, y en Jesús amor filial. El Padre es el gran dador, y sólo a Él está reservado ese amor de índole paterna, de protección, de generosidad, que da y nada recibe. A nosotros se nos da el mismo Espíritu de amor para que podamos corresponder al amor del Padre, y por eso no se nos da, claro está, como amor paternal, sino como amor filial, es decir, de gratitud, de reverencia, de gozo infantil. Así, pues, S. Pablo nos revela expresamente que recibimos de Dios Padre, gracias a la Redención del hijo que Él mismo nos dio (Jn. 3, 16), el Espíritu de ese Hijo que nos lleva a llamarlo Padre nuestro y santificar su Nombre, como Jesús lo llamó su “Padre Santo” (Jn. 17, 11; 20, 17), es decir, que nos permite amarlo como lo amó el mismo Jesús. Y ese amor filial, que fue la suma virtud de Jesús, es la infinita maravilla que Dios, nos da gratis con la sola condición de no despreciarlo (1 Ts. 4, 8 y nota). Bien vemos así cómo es verdad que desde ahora podemos vivir vida divina (2 Pe. 1, 4), que es vida eterna, incorporándonos, por la gracia, a esa misma vida de amor con que se aman entre sí las divinas Personas. Cf. 2 Co. 13, 13 y nota.

8. Sobre esta servidumbre contraria a la libertad cristiana, cf. 1 Co. 12, 2 y nota.

9. Habéis sido conocidos de Dios: Véase 1 Co. 13, 12 y nota.

10. Mantenéis la observancia de los días, etc.: Las fiestas de la Ley de Moisés, las neomenias, el año sabático, etc.

12. El Apóstol comienza a hablar con la ternura de una madre. Las fuertes censuras de los capítulos anteriores no eran más que expresión del amor a sus hijos espirituales, los gálatas.

13. En enfermedad de la carne: la enfermedad de que padecía el Apóstol y que le obligó a permanecer en Galacia (2 Co. 12, 7). Algunos piensan que era una enfermedad de la vista, por lo que dice en el v. 15 y por las grandes letras con que escribe cuando no tiene a quien dictar (6, 11).

16. Hay aquí todo un examen de conciencia sobre el apostolado, tanto para el predicador como para el oyente. Los Libros sapienciales nos muestran reiteradamente cómo el necio aborrece la enseñanza, no obstante la gran necesidad que tiene de ella, en tanto que el sabio, menos necesitado, la desea y la busca apasionadamente. El Apóstol recrimina a los “insensatos gálatas” (3, 1) que rechazan como un acto de enemistad sus esfuerzos henchidos de caridad por revelarles las maravillas de Cristo. Tal es la ingratitud que espera a los verdaderos apóstoles, según lo anunció Jesús. Cf. Sal. 16 y notas.

21 ss. Pasa a ilustrar nuevamente lo imperfecto del Antiguo Testamento, aludiendo a Agar y a Sara, Agar, la esclava, y su hijo Ismael, son los tipos de la Ley, la que no conoce más que la esclavitud. Sara, en cambio, es el tipo de la “Jerusalén de arriba” (v. 26), Esposa del Cordero (Ap. 19, 6-9; 21, 9 ss.; 22, 1 ss.). Esa es nuestra Madre. Su hijo es libre e hijo de la promesa de Dios, pero también objeto de persecución, así como Isaac fue perseguido por Ismael. Notable argumento. Los que pretendan invocar la Ley olvidan que ella misma no pretendía ser un fin sino un ayo para llevarnos a Cristo (3, 24).

25. Un monte en Arabia: La tradición judía localizaba el monte Sinaí más al norte del Sinaí actual, en la región de Farán y Seír, esto es, cerca del golfo de Akaba (Arabia). Allí nació la Ley, que simboliza a la Jerusalén actual. Cf. Ez. 25, 4 y nota.

27. Véase Is. 54, 1 y nota. El Profeta habla de la Jerusalén abandonada que será perdonada y fecunda. Lo mismo dice Os. 2, 1-23 de la Israel adúltera (cf. Mi. 5, 2), refiriéndose especialmente a las diez tribus del Norte. S. Pablo aplica en forma análoga esa expresión al paralelo que viene haciendo entre Agar, fecunda según la carne, y Sara, la que parecía estéril, y cuya fecundidad será grande, sobre todo espiritualmente, entre los hijos de Isaac según la promesa (v. 28), o sea los descendientes de Abrahán por la fe (cf. también Is. 54, 1 ss.). Estos serán hijos de la Jerusalén celestial (v. 26; Hb. 12, 22 s.), o sea de la libre (v. 30 s.), que el Apóstol contrapone a la Jerusalén actual. Es frecuente en la Escritura, como vemos en los textos citados, y especialmente en el Cantar de los Cantares, el misterio de Israel como esposa adúltera y perdonada por Yahvé. y el de la Iglesia como virgen prometida a un solo Esposo (2 Co. 11, 1 s.), el Cordero (Ap. 19, 6 ss.; Jn. 3, 29; Rm. 7, 4; Ef. 5, 23-27). Este misterio, unido sin duda al de los hijos de Dios (3, 26 y nota; Jn. 10, 16; 11, 51 s.; Ef. 1, 5; Ap. 21, 7) y al del pueblo “escogido para su Nombre de entre los gentiles” (Hch. 15, 14), aparece por dos veces descubierto al final del Apocalipsis, donde Juan ve “la ciudad santa, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, preparada como una novia engalanada para su esposo” (Ap. 21, 2), y más adelante el ángel le dice: “Ven y te mostraré la novia, la Esposa del Cordero”, y le muestra, desde un monte grande y elevado, “la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo y venía de Dios, con la gloria de Dios” (Ap. 21, 9 ss.), de la cual hace entonces S. Juan una maravillosa descripción. Cf. sobre el Israel de Dios, 6, 16 y nota.

30. Cf. Gn. 21, 10. En todo este párrafo Agar representa la Ley antigua, y Sara e Isaac, la Ley de Cristo, el Evangelio.

1. Insiste el Apóstol en que no hemos de perder la libertad que nos ganó Cristo con su gracia. Los que se circuncidan, se someten a la Ley, y no tienen parte en Cristo ni en la gracia redentora.

2. Es decir que la rectitud está en aceptar y amar la verdad tal como ella es, sin querer imponerle condiciones. La sabiduría está en descubrir que esa verdad consiste en la aceptación gustosa de nuestra nada propia, para recibir en cambio el todo, gracias a la generosísima Redención de Cristo.

4. La santidad no consiste, pues, en hacer tales o cuales cosas, sino en estar unido a Jesús (Jn. 15, 1 ss.). Estando con Él no podemos sino hacer lo mejor y con la ventaja de que en todo quedará honrado Él, de cuya plenitud todos recibimos (Jn. 1, 16), y no correremos peligro de creer, como el fariseo, que nuestras obras se deben a méritos propios, en cuyo caso sería mucho mejor no haberlas hecho.

6. La fe obra por el amor, esto es: las obras del verdadero amor brotan espontáneamente del verdadero conocimiento. “No sería tan grande la osadía de los malos, ni habría sembrado tantas ruinas, si hubiese estado más firme y arraigada en el pecho de muchos la fe que obra por medio de la caridad, ni habría caído tan generalmente la observancia de las leyes dadas al hombre por Dios” (León XIII, en la Encíclica “Sapientia Christiana”). Cf. 2 Ts. 1, 11; 1 Tm. 5, 8; St. 2, 22; 2 Pe. 1, 5; 1 Jn. 2, 24.

8. Porque Jesucristo no nos llamó para esclavitud sino para libertarnos mediante la verdad (v. 18 y nota; 2, 4). Cf. Jn. 8, 31 s.; 2 Co. 3, 17; 11, 10; St. 1, 25; 2, 12; Rm. 8, 15; 2 Tm. 1, 7, etc.

9. S. Pablo usa siempre la idea de la levadura en el sentido del fermento de corrupción y putrefacción, como lo hace el Ant. Testamento. “La razón principal que hacía proscribir el pan fermentado en la octava de Pascua y en las ofrendas (Ex. 29, 2; Lv. 2, 11; 7, 12; 8, 2; Nm. 6, 15) era que la fermentación es una manera de corrupción” (Vigouroux). Aquí la refiere S. Pablo, lo mismo que Jesús (Lc. 12, 1) a la levadura o hipocresía de los fariseos, que so capa de austeridad querían someter las almas al rigor de la Ley (Lc. 11, 46), para tenerlas en realidad sujetas a ellos mismos (2, 4 s.; 6, 12 s.). Contra ellos lucha S. Pablo denodadamente en toda esta Epístola, como lo hace en Corinto contra los “superapóstoles” (2 Co. 11, 5; 12, 11). Se le desacreditaba queriendo negarle autoridad legítima para predicar por el hecho de que su elección fuese tan extraordinaria, no figurando él entre los doce apóstoles del Evangelio, como si Cristo no tuviera el derecho y la libertad absoluta de elegir a quien quisiere y hacer de este antiguo perseguidor de la Iglesia el encargado de revelar los misterios más ocultos de nuestra fe (Ef. 3, 2-9). En 1 Co. 5, 6 la levadura no es como aquí un punto de falsa doctrina que llega a corromper toda nuestra fe, sino una persona que por su influencia corrompe a los que le rodean.

11. Parece que los adversarios decían que también el Apóstol predicaba la necesidad de la circuncisión, a lo cual éste contesta: Si yo hiciera tal cosa, los judíos no me perseguirían; pero entonces dejaría de ser escandaloso el misterio de la Cruz según él mismo lo había dicho tantas veces (1 Co. 1, 22 s.). La verdad es que S. Pablo circuncidó a Timoteo, por razones meramente prácticas (para que éste pudiese predicar en las sinagogas), y no porque creyese que la circuncisión era necesaria para la salud.

12. Frase sarcástica. El sentido, como anotan S. Justino, S. Jerónimo, S. Agustín, etc., es que se mutilasen del todo tales hombres que tanta importancia daban a esa pequeña operación de la carne.

13. Siervos unos de otros por la caridad: ¡Qué programa social! Vivir amándonos y sirviéndonos libremente por amor de Aquel que nos amó y nos lavó los pies (Jn. 13, 4 ss. y 14 ss.) y declaró que Él era nuestro sirviente (Lc. 22, 27 y nota). He aquí el gran motor, el único, para no servir “al ojo” (Ef. 6, 6 s.; Col. 3, 22), esto es para que esas expresiones que el mundo suele usar por cortesía: “servidor de usted”; “a sus órdenes”; “su seguro servidor”, etc., no sean una mentira, pues todos los mentirosos, dice el Apocalipsis (21, 27), quedarán fuera de la Jerusalén celestial (cf. 4, 27 y nota). Alguien ha hecho notar con acierto que no en vano el verbo “servir”, además del humilde sentido de ser siervo de otro, tiene también el honroso significado de ser eficaz. Porque el hombre que no es capaz de hacer un servicio a otro, es sin duda un hombre que no sirve para nada. Notemos que esta norma de santa servidumbre en materia de caridad la da S. Pablo a los gálatas después de haber insistido tanto por librarlos de toda servidumbre en materia de espíritu. Cf. v. 9 y nota.

14. ¿No bastaría este descubrimiento para inspirarnos la verdadera obsesión de la caridad fraterna? Cf. v. 6; Rm. 13, 8-10 y notas.

16. También el hombre redimido tiene que luchar con los apetitos de la carne, y eso será hasta el fin, pues en vano querríamos vencerla con la misma carne. S. Pablo nos descubre aquí el gran secreto: la venceremos si nos dejamos guiar filialmente por el Espíritu (v. 18; 4, 6; Rm. 8, 14; Lc. 11, 13 y notas). Él producirá en nosotros los frutos del Espíritu (v. 22) que se sobrepondrán a toda concupiscencia enemiga. Cf. Rm. 13, 14; 1 Pe. 2, 11.

18. El Espíritu Santo, que es espíritu de hijo, porque es también el Espíritu de Jesús, nos hace sentirnos, como Jesús, hijos del Padre (4, 6; Rm. 8, 14 s.; Jn. 20, 17) y serlo de verdad, como nacidos de Dios (3, 26; Jn. 1, 12 s.; 1 Jn. 3, 1), permaneciendo en nosotros la semilla de Dios, por la cual, dice resueltamente S. Juan, un tal hombre “no hace pecado” (1 Jn. 3, 9; 5, 18). De ahí que el que escucha la Palabra de Jesús y cree a Aquel que Dios ha enviado, “tiene la vida eterna y no viene a juicio, sino que ha pasado ya de muerte a vida” (Jn. 5, 24; 12, 47). Las leyes son para los delincuentes, dice S. Pablo (3, 19; 1 Tm. 1, 9), y ya lo había dicho David (Sal. 24, 8). Esto es, para el hombre simplemente natural, que no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios (1 Co. 2, 14). Los creyentes “no estamos bajo la Ley sino bajo la Gracia” (Rm. 7, 14 ss.).

22. Donde brotan los frutos del Espíritu, no es menester la Ley, la cual se dirige únicamente contra el pecado (v. 18 y nota). “La Ley amenazaba, no socorría; mandaba, no ayudaba” (S. Agustín). Este pasaje nos revela los frutos del Espíritu Santo, el cual es, como dice S. Crisóstomo, el lazo de nuestra unión con Cristo. El texto original sólo enumera nueve (y no doce como la Vulgata) y los llama en singular: “el fruto”, indicando, como observa Fillión, que todos salen del amor que es el primero.

25 s. Esto es: si tal es nuestra vida interior, tales serán nuestras actividades, mas nos previene el Apóstol que para ello el peor impedimento será el deseo de alabanza, cosa evidente, pues no podrá vivir según el Espíritu quien no se haya persuadido de su propia nada y miseria, detestando por tanto la alabanza. Cf. Jn. 5, 44 y nota.

1. Con espíritu de mansedumbre: Pues cuando el pecador, dice S. Jerónimo, conociendo su llaga se entrega al médico para ser curado, entonces no es necesaria la vara, sino el espíritu de dulzura (Jn. 6, 37). Lo que ejecutaréis sin duda, añade S. Agustín, si reflexionáis que sois del mismo barro y que estáis expuestos a las mismas tentaciones y caídas. Véase lo indicado por Jesús en Mt. 18, 15 ss. Cf. 2 Co. 2, 5 y nota.

2. Basta recordar las palabras que Él dijo: “El precepto mío es, que os améis unos a otros, como Yo os he amado a vosotros” (Jn. 15, 12). ¿Y cómo nos amó Él? “Cargará con las iniquidades de ellos… llevaba sobre sí los pecados de todos e intercedía por los pecadores” (Is. 53, 11 s.).

3. Terminante afirmación de que todo hombre es nada. Peor aún, “ningún hombre tiene de propio más que la mentira y el pecado”, dice el segundo Concilio Arausicano (Denz. 195), pues la imagen y semejanza de Dios se perdió por el pecado original, y sólo la recupera en Cristo el hombre que renace de Él por el agua y por el Espíritu (5, 16; Jn. 3, 5), para lo cual es necesario negarse a sí mismo (Mt. 16, 24; Lc. 9, 23). Todo el horrible daño que la fe ha sufrido del orgullo humano le viene del olvido de esta doctrina elemental (Jn. 2, 24 y nota). Por donde quien creyese que el cristiano ha de ser un hombre orgulloso de sus cualidades personales, iría directamente contra la doctrina del santo Apóstol, pues la nada nunca puede estar orgullosa. Y si se trata de lo que hemos recibido por gracia de Cristo, no es sino mayor motivo para humillarnos, como hace la Virgen Santísima en Lc. 1, 48, pues de lo contrario se opondría también al Apóstol que dice: “¿Qué tienes tú que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieses recibido?” (1 Co. 4, 1).

6. Véase Rm. 16, 27; 1 Co. 9, 11; 2 Co. 8, 13 y nota.

10. Si toda verdadera caridad con el prójimo consiste en amarlo por amor de Cristo, es perfectamente comprensible que amemos más a los que son sus amigos. Cf. Si. 12, 1 ss. y notas.

11. Lo que sigue, lo escribió el Apóstol de propio puño y aun hace notar que lo hace en grandes letras como para dar más relieve a ese pasaje que es una recapitulación de toda la carta. Véase 5, 9 y nota.

15. Nueva creatura en Cristo, transformada por la gracia de siervo en hijo (5, 6; 2 Co. 5, 17; Jn. 3, 3). La Palabra tiene en ello, según Jesús, una parte esencial. Véase Jn. 15, 3 y 15; 6, 36; 8, 31 s.; 17, 17. Cf. Rm. 1, 16; St. 1, 21; 1 Pe. 1, 23.

16. El Israel de Dios: Concordante con lo dicho en el v. anterior sobre la nueva creatura, S. Pablo alude aquí a los que circuncidan su corazón y no su carne (Rm. 2, 29) y tienen la fe que tuvo Abrahán aun antes de ser circuncidado (Rm. 4, 12). Son, pues, todos los hijos de la promesa (4, 23), por oposición al Israel según la carne (1 Co. 10, 18; Rm. 9, 6-8); y los que por la fe en Jesús fueron hechos hijos de Dios (Jn. 1, 13). S. Pablo los menciona aquí junto a los gentiles cristianos de Galacia, a quienes escribe, como recordando a éstos que, no obstante cuanto les deja dicho contra los judaizantes, no se refiere a aquella parte fiel que formó el núcleo primitivo de la Iglesia de Dios, el olivo en que se hizo el injerto de los gentiles (Rm. 11, 17 ss.), Cf. Ef. 3, 6.

17. Recuerda, como dice S. Crisóstomo, las señales que dejaron en su cuerpo las heridas y golpes recibidos en las persecuciones. Por lo cual la autenticidad de su misión, tan evidente por su espíritu y por su ciencia de Dios (Ef. 3, 4), resultaba confirmada por esos signos exteriores de la persecución, que es el sello del verdadero apóstol (1 Co. 4, 9 ss.; 2 Co. 4, 11; 2 Tm. 3, 12. etc.). Muchos comentadores creen que S. Pablo llevaba los estigmas de Cristo, como más tarde S. Francisco de Asís, pero no parece ser éste el sentido del texto, y, como bien expresa Fillion, la palabra estigma, o marca de fuego llevada por los esclavos como señal indeleble del amo a que pertenecían, “nada tiene aquí de común con el fenómeno místico y patológico que se designa con tal nombre desde la edad media”.