Filipenses

FILIPENSES

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CARTA A LOS FILIPENSES

CAPÍTULO 1

Salutación apostólica.

1 Pablo y Timoteo, siervos de Cristo Jesús, a todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos con los obispos y diáconos [12101] :

2 gracia a vosotros y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Amor de Pablo a los filipenses.

3 Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros,

4 y ruego siempre con gozo por todos vosotros en todas mis oraciones,

5 a causa de vuestra participación en el Evangelio, desde el primer día hasta ahora.

6 Tengo la firme confianza de que Aquel que en vosotros comenzó la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús [12102] .

7 Y es justo que yo piense así de todos vosotros, por cuanto os llevo en el corazón; pues tanto en mis prisiones como en la defensa y confirmación del Evangelio todos vosotros sois partícipes de mi gracia.

8 Porque testigo me es Dios de mi anhelo por todos vosotros en las entrañas de Cristo Jesús.

9 Lo que pido en mi oración es que vuestro amor abunde más y más en conocimiento y en todo discernimiento,

10 para que sepáis apreciar lo mejor y seáis puros e irreprensibles hasta el día de Cristo,

11 llenos de frutos de justicia, por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.

Progreso del Evangelio.

12 Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado en mayor progreso del Evangelio,

13 de tal manera que se ha hecho notorio, en todo el pretorio [12103] y entre todos los demás, que llevo mis cadenas por Cristo.

14 Y los más de mis hermanos en el Señor, cobrando ánimo con mis prisiones, tienen mayor intrepidez en anunciar sin temor la Palabra de Dios.

15 Algunos, es cierto, predican a Cristo por envidia y rivalidad, mas otros con buena intención;

16 unos por amor, sabiendo que estoy constituido para la defensa del Evangelio,

17 mas otros predican a Cristo por emulación, no con recta intención, ya que creen causar tribulación a mis cadenas [12104] .

18 ¿Mas qué? De todas maneras, sea con pretexto, sea con verdad, es predicado Cristo. En esto me regocijo y no dejaré de regocijarme.

19 Porque sé que esto resultará en mi provecho gracias a vuestra oración y a la asistencia del Espíritu de Jesucristo,

20 según mi firme expectación y esperanza de que en nada seré confundido; sino que, con toda libertad, ahora lo mismo que siempre, Cristo será enaltecido en mi cuerpo, sea por vida, o por muerte.

Esperanza del apóstol.

21 Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir ganancia.

22 Mas si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger [12105] .

23 Estrechado estoy por ambos lados: tengo deseo de morir y estar con Cristo, lo cual sería mucho mejor;

24 por otra parte el quedarme en la carne es más necesario por vosotros.

25 Persuadido, pues, de esto ya sé que me quedaré y permaneceré para todos vosotros, para vuestro provecho gozo en la fe [12106] ,

26 a fin de que abunde vuestra gloria en Cristo Jesús, a causa mía, con motivo de mi reaparición entre vosotros.

27 Sólo que vuestra manera de vivir sea digna del Evangelio de Cristo; para que, sea que yo vaya y os vea, o que me quede ausente, oiga decir de vosotros que estáis firmes en un mismo espíritu y lucháis juntamente, con una misma alma, por la fe del Evangelio,

28 sin amedrentaros por nada ante los adversarios, lo cual es para ellos señal de perdición, mas para vosotros de salvación, y esto por favor de Dios.

29 Porque os ha sido otorgado, por la gracia de Cristo, no sólo el creer en Él, sino también el padecer por la causa de Él [12107] ,

30 teniendo la misma lucha que visteis en mí y ahora oís que sufro.

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Filipenses 2

La imitación de Cristo.

1 Si tenéis, pues, (para mí) alguna consolación en Cristo algún consuelo de caridad, alguna comunicación de Espíritu, alguna ternura y misericordia [12108] ,

2 poned el colmo a mi gozo, siendo de un mismo sentir, teniendo un mismo amor, un mismo espíritu, un mismo pensamiento.

3 No hagáis nada por emulación ni por vanagloria, sino con humilde corazón, considerando los unos a los otros como superiores [12109] ,

4 no mirando cada uno por su propia ventaja, sino por la de los demás.

5 Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús;

6 el cual, siendo su naturaleza la de Dios, no miró como botín el ser igual a Dios,

7 sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Y hallándose en la condición de hombre [12110]

8 se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz.

9 Por eso Dios le sobreensalzó y le dio el nombre que es sobre todo nombre [12111] ,

10 para que toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra se doble en el nombre de Jesús,

11 y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre [12112] .

Es Dios quien da el querer y el obrar.

12 Así, pues, amados míos, de la misma manera como siempre obedecisteis, obrad vuestra salud con temor y temblor [12113] , no sólo como cuando estaba yo presente, sino mucho más ahora en mi ausencia;

13 porque Dios es el que, por su benevolencia, obra en vosotros tanto el querer como el hacer [12114] .

14 Haced todas las cosas sin murmuraciones ni disputas,

15 para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación torcida y perversa, entre los cuales resplandecéis como antorchas en el mundo,

16 al presentarles la palabra de vida, a fin de que pueda yo gloriarme para el día de Cristo de no haber corrido en vano ni haberme en vano afanado.

17 Y aun cuando se derrame mi sangre como libación sobre el sacrificio y culto de vuestra fe, me gozo y me congratulo con todos vosotros.

18 Gozaos asimismo vosotros y congratulaos conmigo [12115] .

Pablo recomienda a dos compañeros.

19 Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también tenga buen ánimo al saber de vosotros.

20 Pues a ninguno tengo tan concorde conmigo, que se interese por vosotros tan sinceramente [12116] ,

21 porque todos buscan lo de ellos mismos, no lo que es de Cristo Jesús.

22 Vosotros conocéis la prueba que ha dado, como que, cual hijo al lado de su padre, ha servido conmigo para propagación del Evangelio.

23 A éste, pues, espero enviar tan pronto como vea yo la marcha de mis asuntos [12117] .

24 Y aun confío en el Señor que yo mismo podré ir en breve.

25 Entretanto he juzgado necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de armas, vuestro mensajero y ministro en mis necesidades;

26 pues añoraba a todos vosotros, y estaba desconsolado por cuanto habíais oído de su enfermedad.

27 Estuvo realmente enfermo y a punto de morir, pero Dios tuvo misericordia de él, y no tan sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo tristeza sobre tristeza.

28 Lo envío por eso con mayor premura para que, al verle de nuevo, os alegréis y yo me quede sin más pena.

29 Acogedle, pues, en el Señor con todo gozo, y tened en estima a los que son como él,

30 puesto que por la obra de Cristo llegó hasta la muerte, poniendo en peligro su vida, para suplir lo que faltaba de vuestra parte en mi ministerio [12118] .

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Filipenses 3

La gran ambición de San Parlo.

1 Por lo demás, hermanos, alegraos en el Señor. No me pesa escribiros las mismas cosas, y para vosotros es de provecho;

2 guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los mutilados [12119] .

3 Porque la circuncisión somos nosotros los que adoramos a Dios en espíritu y ponemos nuestro orgullo en Cristo Jesús, sin poner nuestra confianza en la carne [12120] ,

4 aunque yo tendría motivos para confiar aún en la carne. Si hay alguien que cree que puede confiar en la carne, más lo puedo yo:

5 circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo;

6 en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; e irreprensible en cuanto a la justicia de la Ley.

7 Pero estas cosas que a mis ojos eran ganancia, las he tenido por daño a causa de Cristo [12121] .

8 Más aún, todo lo tengo por daño a causa de la preexcelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo; y todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo

9 y en Él hallarme –no teniendo justicia mía, la de la Ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios fundada sobre la fe [12122]

10 de conocerlo a Él y la virtud de su Resurrección y la participación de sus padecimientos– conformado a la muerte Suya [12123] ,

11 por si puedo alcanzar la resurrección, la que es de entre los muertos [12124] .

Maravillas de nuestra esperanza.

12 No es que lo haya conseguido ya, o que ya esté yo perfecto, antes bien sigo por si logro asir aquello para lo cual Cristo Jesús me ha asido a mí [12125] .

13 No creo, hermanos, haberlo asido; mas hago una sola cosa: olvidando lo que dejé atrás y lanzándome a lo de adelante,

14 corro derecho a la meta, hacia el trofeo de la vocación superior de Dios en Cristo Jesús [12126] .

15 Todos los que estamos maduros tengamos este sentir; y si en algo pensáis de diferente manera, también sobre eso os ilustrará Dios.

16 Mas, en lo que hayamos ya alcanzado, sigamos adelante [en un mismo sentir].

17 Sed conmigo imitadores, hermanos, observad bien a los que se comportan según el ejemplo que tenéis en nosotros [12127] .

18 Porque muchos de los que andan son –como a menudo os lo he dicho y ahora lo repito con lágrimas– enemigos de la cruz de Cristo [12128] ,

19 cuyo fin es la perdición, cuyo dios es el vientre y cuya gloria es su vergüenza, teniendo el pensamiento puesto en lo terreno.

20 En cambio la ciudadanía nuestra es en los cielos, de donde también, como Salvador, estamos aguardando al Señor Jesucristo [12129] ;

21 el cual vendrá a transformar el cuerpo de la humillación nuestra conforme al cuerpo de la gloria Suya, en virtud del poder de Aquel que es capaz para someterle a Él mismo todas las cosas.

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Filipenses 4

Paz y alegría espiritual.

1 Por tanto, hermanos míos, amados y muy deseados, gozo mío y corona mía, manteneos así en el Señor: amados [12130] .

2 Ruego a Evodia, y ruego a Sintique, que tengan el mismo sentir en el Señor [12131] .

3 Y a ti también te ruego, noble compañero, que ayudes a éstas que lucharon por el Evangelio conmigo y con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida [12132] .

4 Alegraos en el Señor siempre; otra vez lo diré: Alegraos [12133] .

5 Sea de todos conocida vuestra sencillez. El Señor está cerca [12134] .

6 No os inquietéis por cosa alguna [12135] , sino que en todo vuestras peticiones se den a conocer a Dios mediante la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias.

7 Y entonces la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús [12136] .

8 Por lo demás, hermanos, cuantas cosas sean conformes a la verdad, cuantas serias, cuantas justas, cuantas puras, cuantas amables, cuantas de buena conversación, si hay virtud alguna, si alguna alabanza, a tales cosas atended.

9 Lo que habéis aprendido y aceptado y oído y visto en mí, practicadlo; y el Dios de la paz será con vosotros.

Alegría por la generosidad de los filipenses.

10 Me regocijé grandemente en el Señor de que por fin retoñasteis en vuestros sentimientos hacia mí. A la verdad estabais solícitos, pero no teníais la oportunidad.

11 No os lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a estar contento con lo que tengo.

12 Sé vivir en humildad, y sé vivir en abundancia; en todo y por todo estoy avezado a tener hartura y a sufrir hambre; a tener sobra y a tener falta [12137] .

13 Todo lo puedo en Aquel que me conforta [12138] .

14 Sin embargo, habéis hecho bien en haceros copartícipes de mi estrechez.

15 Bien sabéis también vosotros, oh filipenses, que en los comienzos del Evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna Iglesia abrió conmigo cuentas de dar y recibir, sino vosotros solos [12139] .

16 Pues hasta en Tesalónica, más de una vez enviasteis con qué atender mi necesidad.

17 No es que busque yo la dádiva; lo que deseo es que el rédito abunde a cuenta vuestra.

18 Tengo de todo y me sobra. Estoy repleto, después de recibir de Epafrodito las cosas enviadas de vuestra parte, como olor suavísimo, sacrificio acepto, agradable a Dios.

19 El Dios mío atenderá toda necesidad vuestra, conforme a la riqueza suya, con gloria en Cristo Jesús [12140] .

20 Gloria al Dios y Padre nuestro por los siglos de los siglos. Amén.

21 Saludad a todos los santos en Cristo Jesús. Os saludan los hermanos que están conmigo.

22 Todos los santos os saludan, especialmente los de la casa del César [12141] .

23 La gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén.

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Comentarios de Mons. Straubinger

1. La cristiandad de Filipos, ciudad principal de Macedonia, y primicias de la predicación de S. Pablo en Europa, había enviado una pequeña subvención para aliviar la vida del Apóstol durante su prisión en Roma. Conmovido por el gran cariño de sus hijos en Cristo, el Apóstol, desde lo que él llama sus cadenas por el Evangelio, les manda una carta de agradecimiento, que es, a la vez, un modelo y un testimonio de la ternura con que abrazaba a cada una de las Iglesias por él fundadas. La Epístola fue escrita en Roma hacia el año 63.

6. El día de Cristo Jesús: el día del juicio en su segunda Venida. Cf. v. 10; 3, 20; Mt. 7, 22; Rm. 2, 5; 1 Co. 3, 13; 2 Co. 1, 14, etc.

13. El Pretorio: El lugar donde el Apóstol estaba internado en un aposento, junto a los soldados de la guardia de Nerón. Allí, en Roma, no perdía ocasión para dar a conocer las maravillas de Jesucristo. Véase Hch. 28, 23 s. y notas.

17 s. La envidia se infiltra aún en las cosas santas y despierta la rivalidad entre los ministros de Dios. Aunque otros se habrían desalentado por ese triste fenómeno. S. Pablo muestra su espíritu sobrenatural prescindiendo de todo lo humano y alegrándose con tal que se predique el Evangelio de Cristo (v. 18). Cf. Mc. 9, 38; Nm. 11, 29.

22. Si me es útil vivir para que muchos se conviertan a Jesucristo, no sé a la verdad qué partido tomar, si el de vivir o el de morir. Para mí sería mucho mejor el morir, porque me uniría con Cristo; mas el permanecer en esta carne mortal es más necesario para vuestra salud y la de todos los fieles. De estas dos cosas desea la una el Apóstol ardientemente, y sufre la otra por amor a sus hermanos (S. Tomás). Véase Hb. 9, 27; 2 Co. 5, 8; 1 Ts. 5, 10; 2 Tm. 4, 6-8, de donde se deduce la inmediata visión beatífica de las almas justificadas, aun antes de la resurrección de los cuerpos, como lo definió el Concilio de Florencia.

25. Se trata de la primera prisión de S. Pablo que se acercaba a su fin y terminó con la restitución de su libertad.

29. Padecer por la causa de Cristo es una gracia, puesto que al mismo tiempo se nos da el mérito de la prueba y la capacidad para soportarla. Cf. Mt. 5, 10-12; Hch. 5, 41.

1 s. Este capítulo, que nos presenta el Sumo Ejemplo que hemos de imitar en nuestra conducta, empieza, como vemos, con la más florida efusión de un corazón apostólico.

3. La conducta propia de la caridad fraterna, que el Apóstol jamás deja de inculcar a los nuevos cristianos, es a los ojos de los paganos la mejor recomendación de la fe. Cf. Rm. 12, 10; Ga. 5, 26. Así lo había anunciado el Señor en Jn. 13, 35 y 17, 21.

7 s. S. Pablo nos descubre aquí la inmensa, la infinita paradoja de la humillación de Jesús, en la cual reside todo su misterio íntimo, que es de amorosa adoración a su Padre, a quien no quiso disputar ni una gota de gloria entre los hombres, como habría hecho si hubiera retenido ávidamente, como una rapiña o un botín que debiera explotar a su favor, la divinidad que el Padre comunicara a su Persona al engendrarle eternamente igual a Él. Por eso, sin perjuicio de dejar perfectamente establecida esa divinidad y esa igualdad con el Padre (Jn. 3, 13; 5, 18-23; 6, 27, 33, 40, 46, 51 y 57; 7, 29; 8, 23, 38, 42, 54 y 5 8; 10, 30; 12, 45; 14, 9-11, etc.), para lo cual el Padre mismo se encarga de darle testimonio de muchas maneras (Mt. 3, 17; 5, 17; Jn. 1, 33; 3, 35; 5, 31-37; 8, 18 y 29; 11, 46 s.; 12, 28 ss.; Lc. 22, 42 s., etc.), Jesús renuncia, en su aspecto exterior, a la igualdad con Dios, y abandona todas sus prerrogativas para no ser más que el Enviado que sólo repite las palabras que el Padre le ha dicho y las obras que le ha mandado hacer (Jn. 3, 34; 4, 26 y 34; 5, 19 y 30; 6, 38; 7, 16 y 28; 8, 26, 28 y 40; 12, 44 y 49; 15, 15; 17, 4, etc.). Y, lejos de ser “un mayordomo que se hace alabar so pretexto que redundará la gloria en favor del amo”, Él nos enseña precisamente que “quien habla por su propia cuenta, busca su propia gloria, pero quien busca la gloria del que lo envió, ése es veraz y no hay en él injusticia” (Jn. 7, 18). Y así Jesús es, tal como lo anunció Isaías, el Siervo de Yahvé, a quien alaba y adora postrado en tierra (Mt. 26, 39; Lc. 6, 12; 10, 21; 22, 42-44) y a quien llama su Dios (Jn. 20, 17, etc.), declarándolo “más grande” que Él (Jn. 14, 28 y nota); a quien sigue rogando por nosotros (Hb. 5, 7; 7, 25; 10, 12), y a quien se someterá eternamente (1 Co. 15, 28), después de haberle entregado el reino conquistado para Él (1 Co. 15, 24). Pero hay más aún, Jesús no sólo es el siervo de su Padre, que vive como un simple israelita sometido a la Ley (Rm. 15, 8) y pasando por hijo del carpintero (Mc. 6, 3), sino que, desprovisto de toda pompa de su Sumo Sacerdocio, no tiene donde reclinar su cabeza (Lc. 9, 57 s.) y declara que es el sirviente nuestro (Lc. 22, 27) y que lo será también cuando venga a recompensar a sus servidores (Lc. 12, 37). ¿Qué deducir ante tales abismos de humillación divina? Un horror instintivo a la alabanza (Jn. 5, 44 y nota), que es la característica del Anticristo (Jn. 5, 43; 2 Ts. 2, 4; Ap. 4 y 7 ss.). Porque Jesús dijo que sus discípulos no éramos más que Él (Mt. 10, 24 ss.) y que, por lo tanto, también entre nosotros, el primero debe ser el sirviente de los demás (Mt. 23, 11; 20, 26 ss., etc.). Fácil es así explicarse por qué Pablo enseña que los apóstoles están puestos como basura del mundo (1 Co. 4, 13), y por qué conservando él su trabajo manual de tejedor, lejos de todos los poderosos del mundo, ajeno a sus cuestiones temporales y perseguido de ellos por su predicación de este misterio de Cristo, puede decir a sus oyentes lo que pocos podríamos decir hoy: “Sed imitadores míos como yo soy de Cristo” (1 Co. 4, 16 y 11, 1). Ante estos datos que Dios nos muestra en la divina Escritura, quedamos debidamente habilitados para descubrir a los falsos profetas que son lobos con piel de oveja (Mt. 7, 15), y de los cuales debemos guardarnos, porque así lo dice Jesús, y a quienes Él caracteriza diciendo: “Guardaos de los escribas que se complacen en andar con largos vestidos, en ser saludados en las plazas públicas, en ocupar los primeros sitiales en la sinagoga y los primeros puestos en los convites (Mc. 12, 38-39). Cf. 3 Jn. 9.

9. S. Pablo emplea la expresión nombre en el sentido antiguo. Entre los judíos y también entre los paganos, el nombre de Dios participaba del carácter sagrado de la divinidad y era considerado como una representación de la misma.

11. Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre: Este pasaje, que forma el Introito en la misa del Miércoles Santo, tal como se presenta en la Vulgata (“N. S. J. C. está en la gloria de Dios Padre”) “parecería afirmar, como una gran cosa, que Jesús salvó su Alma y participa de la gloria”. Por desgracia muchos tienen esa idea de que la divina Escritura está llena de cosas aburridas a fuerza de resabidas, y toman v. g. las parábolas del Evangelio como cuentitos para niños, sin sospechar el abismo de profundidad y grandeza, de belleza y consuelo que ha puesto en ellos el divino genio de Cristo, o sea (para hablar menos humanamente y más exactamente), el Espíritu Santo. El original griego expresa el sublime misterio del amor del Padre a su Hijo, que hace que el Padre se sienta glorificado en que confesemos como Señor a Cristo, “por quien, y con quien y en quien” recibe el Padre todo honor y gloria, como se proclama en el Canon de la Misa.

12. Con temor y temblor, o sea con total desconfianza de nosotros mismos, como se ve en el v. 13. Cf. 1 Jn. 4, 18 y nota.

13. ¡El querer y el hacer! He aquí lo suficiente para que nadie pueda nunca atribuirse ningún mérito a sí mismo; y también para que nadie se desanime, puesto que aun la voluntad que nos falta puede sernos dada por la bondad de nuestro divino Padre. Es lo que expresa la oración del Domingo XII después de Pentecostés: “Dios misericordioso, de cuyo don viene el que tus fieles puedan servirte digna y provechosamente”. S. Bernardo circunscribe la cooperación humana a la siguiente fórmula: Dios obra en nosotros el pensar, el querer y el obrar. Lo primero sin nosotros. Lo segundo con nosotros. Lo tercero por medio de nosotros. Cf. Conc. Trid. Ses. 6, cap. 5.

17. S. Pablo, a ejemplo de Jesús, no solamente se desvive por sus hermanos, sino también está dispuesto a dar la vida (Jn. 10, 11; 2 Co. 12, 15; 1 Jn. 3, 16), no ya como víctima de redención, pues ya está pago el precio, sino como testimonio de Cristo y si es necesario en pro de la fe de ellos. Véase v. 30.

20. Insuperable elogio que contrasta con el tremendo versículo siguiente, propio de todos los tiempos.

23 s. El Apóstol espera ser puesto en libertad, lo que se había de cumplir muy pronto.

30. Ministerio: literalmente liturgia. Las obras de caridad hacia los amigos de Cristo ¿no son acaso un ministerio sagrado que se hace a Él mismo?

2. Previene a los Filipenses, como lo había hecho muchas veces (cf. v. 18) contra los judaizantes, los que, como perros, ladran por todas partes y muerden cobardemente. Mutilados llama despectivamente (cf. Lv. 21, 5; 1 R. 18, 28; Is. 15, 2) a los falsos doctores porque tenían sólo la circuncisión de la carne y no la del corazón. Véase Ga. 5, 6 y 11.

3 ss. En espíritu: S. Pablo aplica aquí –en oposición a los vv. 2 y 18 s.– la revelación fundamental de Jesús a la samaritana (Jn. 4, 23) que nos servirá como piedra de toque para distinguir entre unos y otros. El resto del pasaje contiene una importante enseñanza para la cual vemos que la confianza en Dios está en razón directa de la desconfianza en la carne, esto es, en nosotros mismos y en nuestros recursos. “Si un niñito camina en una calle obscura, de la mano de su robusto padre, y confía en la fuerza y en el amor de éste para defenderlo contra cualquiera, todo su empeño estará en no soltarse de la mano del padre y en seguir sus pasos, sin ocurrírsele la idea de llevar él también un pequeño bastón para su defensa”. Y si lo hiciera, demostraría que vacila su confianza en el padre y lo disgustaría gravemente con ello y con su presunción de valiente al empuñar ese objeto ridículo e ineficaz. Toda la Escritura y principalmente los Salmos (por ej. el 32) están llenos de textos que nos muestran que así piensa Dios, como ese padre. No se trata ciertamente de no hacer nada, sino al contrario de hacer lo que aquí enseña el gran Apóstol en su empeñosa carrera por seguir de la mano del Padre celestial, las buenas que Él nos señala con el ejemplo de su Hijo, diciéndole lo mismo que Jesús: “no como yo quiero sino como Tú”.

7. He aquí el “amor de preferencia”. La expectativa de una espléndida carrera lo alejaba de penetrar a fondo en lo más apetecible: el misterio de amor que hay en Cristo. Entonces nada le costó despreciar lo que ofrece el mundo (Ct. 8, 7).

9. No justicia mía: Concepto fundamental que, expresado ya en Rm. 10, 3 (cf. Rm. 3, 20-26), muestra que ser bueno según Dios, es decir, en el orden sobrenatural, no es serio según nos parece a nosotros (cf. Is. 1, 11; 66, 3 y notas). En efecto, el hombre busca en su amor propio la satisfacción de darse a sí mismo un [brillo] de aprobación y poder decir: soy bueno, como el fariseo del templo (Lc. 18, 11 ss.). Pero Dios enseña que nadie puede ser justo delante de Él (Sal. 142, 2 y nota), y bien se entiende esto, pues de lo contrario nada tendría que hacer el Redentor. Es una gran lección de fe que distingue fundamentalmente al cristiano del estoico. Este lo espera todo de su esfuerzo; aquél acepta a Cristo como su Salvador (Rm. 3, 20; 10, 3; Ga. 3, 1 ss.). La Biblia no enseña, pues, a poseer virtudes propias, como quien llevase en su automóvil un depósito de nafta que se acaba pronto. Ella nos enseña a conectar directamente el motor de nuestro corazón con el “surtidor” que es el Corazón de Cristo (Jn. 15, 1 ss.), el cual nos da de lo suyo (Jn. 1, 16), en porción tanto mayor cuanto más vacíos y necesitados nos encuentra, porque no vino para justos sino para pecadores (Mt. 9, 10-13). Tal nos enseña la Virgen cuando dice que el Padre “llenó de bienes a los hambrientos y dejó, a los ricos sin nada” (Lc. 1, 53). No queremos poseer virtudes, como si fuésemos dueños de ellas, porque el día que creyéramos haberlo conseguido, las pregonaríamos como el fariseo (Lc. 18, 9 ss.). Jesús quiere, que nuestra propia izquierda no sepa el bien que hacemos, como los niños, que son tanto más encantadores cuanto menos saben que lo son. Vivamos, pues, unidos a Él por la fe y el amor, y de allí surgirán entonces obras buenas de todas clases, pero no como conquistas nuestras, “para que no se gloríe ninguna carne delante de Él” (1 Co. 1, 29). Bien vemos en esto que la Sagr. Escritura no enseña a ser capitalista, poseedor de virtudes, sino a ser eterno mendigo, pues en esto se complace Dios cuando ve “la nada de su sierva”, como María (Lc. 1, 48). Por eso la Biblia suele tener tan poca acogida, porque no nos ofrece cosas como “la satisfacción del deber cumplido” ni esas otras fórmulas con que el mundo alienta nuestro orgullo so capa de virtud. Véase v. 10; 1 Co. 10, 12 y notas.

10. Conformado a la muerte Suya: La espiritualidad cristiana no busca la aniquilación de la vida sino la participación en la muerte de Cristo, que es una vida sobrenatural. Véase la doctrina del Bautismo en Rm. 6, 3-5; Col. 2, 12 y notas. “Nuestro trato con Dios es una sociedad en que el hombre pone lo malo y Él pone lo bueno. Pero, como se trata de explotar un Producto que limpia (la Sangre de Cristo), apenas entramos a ocuparnos de él sentimos que él nos ha limpiado y sigue limpiándonos constantemente. Y el Capitalista se siente feliz en su bondad, pues ¿de qué le serviría tener ese producto si nadie lo aprovechara? Él no quiere ganar nada en cambio, ni lo necesita. Sólo quiere acreditar y difundir el Producto, por amor a su Hijo admirable, a quien este Producto le costó la vida. Cf. 1, 29; 3, 9 y notas.

11. Resurrección de entre los muertos: Cf. v. 21; Jn. 6, 55; 11, 25; Hch. 4, 2; 1 Co. 15, 23 y 52; Lc. 14, 14; 20, 35; Ap. 20, 4 ss., etc. Véase la nota en Jn. 6, 39.

12 s. El hombre, mientras está en vida, jamás es perfecto. La inquietud hacia Dios nunca le deja descansar sobre lo que ha alcanzado. “Nuestro corazón está inquieto hasta que no repose en Ti” (S. Agustín). Aquello para lo cual, etc. El Apóstol alude aquí al fin que se propone en el v. 11. Para eso lo convirtió Jesús dándole pruebas de extraordinaria predilección. Aprendamos que para eso hay que olvidar lo que dejamos atrás, tanto nuestros afectos mundanos (v. 7 s.) cuanto nuestro pretendido capital de méritos (Mt. 20, 8 ss.; Lc. 17, 10), y también nuestros pecados (Lc. 7, 47 y nota).

14. Corro derecho. La vida cristiana es esencialmente progreso hacia la unión con Dios. Si no, es muerte. “Si tú dices: basta, ya estás muerto” (S. Agustín). Véase 1 Co. 9, 24; 2 Tm. 4, 7. Vocación superior: Fillion hace notar que el Apóstol usa aquí una “locución extraordinaria”, que otros traducen por superna, altísima, suprema, etc., porque es la más alta de cuantas pueden darse, ya que nos identifica con Cristo (v. 21; Ef. 1, 5 y nota). Os ilustrará Dios: El Maestro que Dios nos envió para ello es Jesucristo, y Él “no nos extravía porque es el Camino; no nos engaña porque es la Verdad” (S. Hilario). De ahí que Pablo promete así la plenitud del progreso espiritual a los que sean fieles a la luz (gran consuelo para las almas pequeñas), enseñando de paso (v. 16) que no rechacemos a los que aun no han llegado.

17. Sed conmigo imitadores: es decir, imitadores de Cristo, como lo soy yo. Cf. 2, 7 y nota; Ef. 5, 1.

18 s. Son muchos, y el Apóstol habla de ellos a menudo (cf. v. 1). Es que, aunque el tema sea triste y negativo, no puede prescindirse de él por el interés de las almas que serían engañadas (Mt. 7, 15; Jn. 2, 24 y notas).

20 s. La ciudadanía nuestra: Nuestra patria o morada (Vulg. conversación) donde habitamos espiritualmente. Véase Ef. 2, 6; Col. 3, 1 s.; Hb. 12, 22; 13, 14. Como Salvador: cf. Lc. 21, 28; Rm. 8, 23. Aquí se nos llama la atención sobre la maravillosa gloria de esta Resurrección que nos traerá Jesús, mostrándonos que la plenitud de nuestro destino eterno no se realiza con el premio que el alma recibe en la hora de la muerte (Ap. 6, 9 ss.; 1 Co. 15, 25 ss. y 51; 2 Co. cap. 5; 1 Ts. 4, 13 ss.; Col. 3, 4). Estamos aguardando al Señor: Es la inscripción que se lee en el frontispicio interior del cementerio del Norte de Buenos Aires, como palabra de dichosa esperanza puesta en boca de los muertos. Cf. Jb. 19, 25 s. y nota. Del poder de Aquel: Así también Buzy y otros, concordando con 1 Co. 15, 25; Sal. 109, 1 ss., etc. Otros vierten: “del poder con que es capaz de someterse a Sí mismo todas las cosas”.

1. El sentido de este v. parece ser: Puesto que sois tan amados míos, así también manteneos en el Señor como amados de Él. Es lo que dice Jesús en Jn. 15, 9: Permaneced en mi amor, o sea, como amados míos (véase allí la nota). Es mejor ver aquí esa gran lección de doctrina que nos lleva a vivir sabiéndonos muy amados de Jesús y del Padre (espiritualidad bien paulina, como vemos en Ef. 5, 1, donde se habla también de imitación, como aquí en 3, 17), antes que suponer una simple repetición del adjetivo “carísimo” al final. Bien sabemos que S. Pablo no obstante su corazón ardiente y lleno de caridad, no era nada inclinado a lo sentimental. La lección consiste, pues, en que, para facilitarnos la imitación de un modelo, sea el mismo Dios, o sea Pablo como fiel discípulo, se nos recuerda que ese modelo nos ama especialmente, pues eso nos inclina a querer ser como él. No otra cosa hace Jesús cuando nos pone por modelo a su Padre “que es bueno con los desagradecidos y malos” (Lc. 6, 35), y cuando se pone Él mismo para que lo imitemos en amar a los hermanos como Él nos amó a nosotros (Jn. 13, 34).

2. Las dos eran, según la opinión de varios expositores, diaconisas de la Iglesia de Filipos; pero vivían en discordia dando un ejemplo poco edificante. El Apóstol les recuerda la unidad de espíritu que antes predicó en 2, 2.

3. Compañero: Algunos creen que en el griego esta palabra indica un nombre propio. Clemente es tal vez aquel que más tarde fue Pontífice de la Iglesia de Roma (S. Jerónimo).

4. S. Pablo proclama la gran excelencia de la alegría, la cual en la Vulgata es llamada tesoro inexhausto de santidad (Si. 30, 23). Mas debemos evitar que esa hermosa fuerza de la alegría descienda del espíritu a la carne. ¡Cuántas veces sucede que un banquete para celebrar algo espiritual concluye con la ebriedad que nos bestializa y nos mueve al Pecado! Véase 1 Co. 11, 17 y nota.

5. El Señor está cerca, esto es, su segunda venida. Cf. 1 Co. 7, 29; Hb. 10, 37; St. 5, 8; Ap. 1, 3; 22, 7 y 10.

6. No os inquietéis: “Proviene la inquietud de un inmoderado deseo de librarse del mal que se padece o de alcanzar el bien que se espera, y con todo, la inquietud o el desasosiego es lo que más empeora el mal y aleja el bien, sucediendo lo que a los pajarillos, que al verse entre redes y lazos, se agitan y baten las alas para salir, con lo cual se enredan cada vez más y quedan presos. Por tanto, cuando quieras librarte de algún mal o alcanzar algún bien, ante todas las cosas tranquiliza tu espíritu y sosiega el entendimiento y la voluntad” (S. Francisco de Sales). La vida del que espera al Señor en “la dichosa esperanza” (Tt. 2, 13) excluye, como enseña Jesús, todo apego como el de la mujer de Lot. Cf. Lc. 18, 32.

7. Sobrepuja todo entendimiento: “Por lo mismo domina las ciegas pasiones y evita las disensiones y discordias que necesariamente brotan del ansia de tener” (Pío XI, Encíclica “Ubi arcano Dei Concilio”).

12. Véase 2 Co. 6, 10; 11, 27; 1 Co. 4, 11.

13. “Nada prueba mejor el poder del Verbo, dice S. Bernardo, que la fuerza que comunica a los que en Él esperan. El que así está apoyado en el Verbo y revestido de la virtud de lo alto no se deja abatir ni subyugar por fuerza alguna, por ningún fraude ni ningún peligroso atractivo; siempre es vencedor”. Véase 2 Co. 12, 10 y nota.

15. Cuentas de dar y recibir: Con esta expresión, tomada de la vida comercial, S. Pablo quiere indicar que los filipenses como deudores suyos le devuelven en bienes materiales lo que le deben espiritualmente por la predicación del Evangelio, y les recuerda con exquisita caridad que ellos son los compañeros de las difíciles horas iniciales (Hch. 16, 40). Cf. 2 Co. 8, 13 y nota.

19. Conforme a la riqueza suya: Cf. Sal. 50, 2 s. y nota.

22. Como se ve, el cristianismo ha penetrado ya en la casa del César, siendo probablemente servidores, soldados y cortesanos los que recibieron la fe.